lunes, 16 de diciembre de 2024

La parentalidad terapéutica dentro de la Traumaterapia sistémica en el acogimiento familiar, por Jose Luís Gonzalo


La parentalidad terapéutica 
dentro de la Traumaterapia sistémica 
en el acogimiento familiar

Por Jose Luis Gonzalo, psicólogo clínico y traumaterapeuta sistémico, miembro de la RED APEGA

Este artículo ha sido elaborado para la Fundación Márgenes y Vínculos, una organización sin ánimo de lucro de interés en la atención social, que trabaja por la promoción de los derechos, la protección, la igualdad, la cultura, la convivencia, la educación y el bienestar de las personas. Desarrollan, entre otros, proyectos y servicios sociales destinados a la infancia, las familias, la mujer, personas con discapacidad, migrantes o personas en situación de vulnerabilidad o desigualdad.


El acogimiento familiar es una medida de protección para personas menores de edad en situación de desamparo con el fin de proporcionarles un entorno familiar estable. Es un derecho recogido en la Convención de los Derechos del Niño[i] que considera el interés superior de estos en todas las medidas jurídicas que se adopten. Dicha Convención dice al respecto que “… corresponde al Estado asegurar una adecuada protección y cuidado, cuando los padres y madres, u otras personas responsables, no tienen capacidad para hacerlo”

Otra alternativa de cuidados para las personas menores de edad en situación de desamparo y que por diferentes causas no pueden convivir con su familia biológica (padres u otros) es el acogimiento residencial. En este caso, los niños y adolescentes ingresan en un hogar y son cuidados y atendidos por educadores, tratando de mantener la relación con la familia de origen, si es posible y beneficioso para ellos. Los niños y jóvenes, en general, están muy bien cuidados en estos centros. Sin embargo, en muchas ocasiones, no tienen la posibilidad de crear y establecer vínculos afectivos como los que se pueden formar con una familia. 

Por ello, una familia supone otorgar a la persona menor de edad un derecho preconizado por el abogado chileno Hernán Fernández: el de “los buenos vínculos”[ii]. Como dice la experta en el ámbito, Cristina Herce[iii]: “acoger no es recoger. Con la gran cantidad de investigación disponible actualmente sobre trauma, neurociencia y bienestar infantil, el sistema no puede ocuparse únicamente de proporcionar un alojamiento y una protección física a los niños que han sufrido maltrato. Sí, la seguridad física es fundamental para alcanzar el bienestar infantil, pero su presencia por sí sola no la garantiza, ni tampoco protege necesariamente de la repetición de los ciclos de maltrato entre generaciones”. 




Por ello, es necesario que el acogimiento familiar se organice en torno al concepto de “parentalidad terapéutica”(Dantagnan)[iv] La ciencia del cerebro postula que el mantenimiento de los vínculos de apego (Bowlby)[v] es una necesidad de primer orden. “La relación de apego, esa conexión especial y estable entre las crías humanas y los adultos de su misma especie, genera interacciones que moldean el desarrollo cerebral durante la infancia y la adolescencia. En esa relación está el fundamento de un neurodesarrollo saludable y, por tanto, de la salud física y mental durante la vida adulta; pero cuando los niños y adolescentes sufren malos tratos o abandono, el crecimiento de las redes neurales sigue una trayectoria anómala, con graves consecuencias para su salud a lo largo de toda la vida” (Benito)[vi]. Por lo tanto, disponer de al menos una figura adulta estable con quien vincularse es una necesidad y un derecho de todo ser humano, y sin esta condición no se produce un sano desarrollo de la personalidad. La Ley de Protección Jurídica del Menor, tras la retirada de la tutela de un niño o niña de sus padres, dice que la primera medida de cuidado alternativo recomendada es el acogimiento familiar. Esto no quiere decir que el acogimiento residencial no deba de existir. En determinado supuestos y franjas de edad puede ser un recurso (si los centros se organizan de acuerdo con el concepto de crianza terapéutica) que se adecúe más a las necesidades de determinados niños y adolescentes. 

La mayoría de las personas establecen el vínculo de apego con sus padres y/o familia biológica, pero cuando existen problemas que comprometen la competencia de estos para garantizar los cuidados, la estabilidad de los vínculos (seguridad, afecto y permanencia) y la debida protección, la mejor medida es proporcionar a las personas menores de edad otro entorno familiar (bien dentro de la familia extensa bien en familia ajena). Cualquier configuración familiar puede ser beneficiosa para un niño o adolescente, siempre y cuando tengan suficientes “competencias parentales” (Barudy y Dantagnan)[vii] para ejercer los cuidados responsablemente. La parentalidad terapéutica es un desafío, pues conlleva hacerse cargo de niños y adolescentes que necesitan una reparación de su vínculo de apego (a menudo alterado por las historias de malos tratos que han sufrido en sus primeros años de vida). Por ello, las familias de acogida deben de formarse y prepararse para esto. Es obligación de las administraciones públicas dotarles de los equipos técnicos que les proporcionen los profesionales especializados en la aplicación de los métodos y técnicas de la parentalidad terapéutica. 

Podríamos referirnos a múltiples aspectos relacionados con el acogimiento familiar. Basándome en mi experiencia profesional de acompañamiento psicoterapéutico a niños, jóvenes y familias que conviven en régimen de acogimiento familiar, considero que son importantes los siguientes aspectos, sobre todo cuando se acoge a niños “profundamente traumatizados”. (Hughes)[viii]

La necesidad de que los equipos profesionales trabajen coordinadamente y de acuerdo con un modelo de actuación biopsicosocial que sea especializado y capaz de dar respuesta a la afectación que estos niños y adolescentes presentan en las áreas de apego, desarrollo y mentalización, así como al impacto que el trauma del desarrollo tiene en el cerebro, el sistema nervioso y, en suma, en su personalidad.

Dicho modelo debe de ser comprensivo, ecobiográfico y capaz de explicar los síntomas, dificultades y características del niño o joven como consecuencia del impacto de los malos tratos tempranos en su neurodesarrollo. Si el niño o adolescente ha sido dañado por los primeros adultos con los que se vinculó, es mediante poderosas relaciones de calidad como se producirá la reparación (Perry y Szalavitz)[ix] afectiva. Un modelo que reformule los síntomas del niño y no le señale, con diagnósticos descriptivos mal utilizados, como el causante -por las alteraciones que puede presentar- de problemas psíquicos que él no ha generado. Dichos síntomas reflejan los esfuerzos que las personas menores de edad han hecho por sobrevivir. Son los recursos que pudieron desarrollar, aunque ahora se manifiesten mediante alteraciones conductuales, que son las que molestan al mundo adulto. (Cuando los síntomas son más internalizantes o incluso aparecen como chicos complacientes y sumisos, no son perturbadores y estos tienen menos posibilidades de recibir ayuda). En realidad, reflejan un sufrimiento y son indicadores del impacto del trauma relacional en el desarrollo de las personas menores de edad. 

El modelo más adecuado y que lleva veinticinco años implantándose con éxito es la Traumaterapia infanto-juvenil sistémica de Barudy y Dantagnan y colaboradores[x]. Este modelo trabaja juntamente con el niño o joven y su familia acogedora (y en ocasiones con la biológica), así como con el contexto psicosocial donde aquel se desenvuelve. Se aplica tanto en modalidad sala de terapia (o sala de valientes) con trabajo terapéutico individual con el niño o joven, con los acogedores y en sesiones diádicas, como en modalidad ecosistémica, esto es, actuaciones conjuntas con la red psicosocial que rodea al niño y que puede mejorar o amplificar sus dificultades.

El modelo de Tres Bloques de Barudy y Dantagnan y colaboradores está basado en un principio de orden neurosecuencial (Perry, 2017)[xi] (Cómo el cerebro es afectado por el impacto traumático que los niños suelen sufrir en sus primeros años de vida, claves para la organización cerebral y para la creación de los sentimientos de seguridad y confianza). “Cuanto más replique una intervención cómo se produce el desarrollo del cerebro y más se aproxime a un principio de orden neurosecuencial, más probable que resulte exitosa”, dice Bruce Perry (2017) El modelo de Barudy y Dantagnan hace suyo este principio.

 

©Modelo de Intervención en Traumaterapia sistémica de Tres Bloques
(Barudy y Dantagnan)


En el acogimiento familiar es fundamental que los acogedores dispongan de un espacio propio de valoración, apoyo y promoción de sus “competencias parentales” (Barudy y Dantagnan)[xii], que estén dispuestos a revisar sus propios modelos de crianza, su historia de apego y conserven suficiente “función reflexiva” (Fonagy et al.)[xiii] para poder conectar y dar seguridad psicológica a los niños y adolescentes. Las familias que mayores probabilidades de éxito tienen para que una persona menor de edad pueda permanecer con ellos en su hogar son aquellas que tienen una adecuada salud mental, que han revisado su biografía, que han ganado madurez y seguridad, que no necesitan ser gratificados por el niño o joven y que verdaderamente desean vincular. Se abren a la ayuda profesional y a entender su mente y la de su niño o adolescente acogido (mindsight, mente que se ve a sí misma, Siegel)[xiv], reconocen su papel en los problemas que surgen y tienen conciencia de cómo impactan sus actos en la persona menor de edad. Necesitan formación en trauma y apego, pero es más recomendable el trabajo personal. Las capacidades de apego y empatía de las familias son imprescindibles para el ejercicio de la parentalidad terapéutica. Se necesitan familias conscientes, no perfectas.

Acoger a un niño o joven supone introducir una historia de dolor en casa. Toda la unidad familiar debe de prepararse para poder comprender las alteraciones emocionales y conductuales que el niño o joven puede presentar como reflejo de ese dolor. Sólo así podemos desarrollar la capacidad de empatía y la conexión emocional que estas personas menores de edad necesitan para sanar de sus heridas en el apego. 

No existen soluciones facilistas a los problemas de los niños y adolescentes, ni tampoco podemos erradicar sus conductas y sus emociones y sustituirlas por otras. Además, no todo depende de la persona menor de edad, ni está en sus manos por su inmadurez y sus afectaciones al neurodesarrollo poder hacer los cambios que los adultos les pedimos. Como dice el psiquiatra y experto en neurobiología Rafael Benito, "no es una cuestión de voluntad, neurológicamente no hay ningún área en el cerebro donde resida el que “si quieres, puedes”. Existe la capacidad de que estos niños y adolescentes integren más eficientemente sus redes neuronales y con la presencia, el acompañamiento, la paciencia, la seguridad, el afecto incondicional y la guía de un adulto equilibrado consigan transformar su dolor y pasar de los mecanismos de resistencia a los de resiliencia, si es que cuentan con un entorno de apoyo, afectivo y solidario. 

Los profesionales no podemos hacerlo todo para que estos niños y adolescentes sanen en sus heridas de apego, del trauma relacional y de los trastornos emocionales y conductuales que presentan. Los acogedores tienen un papel clave en este proceso de sanación; y los otros profesionales que acompañan al chico (orientador, tutor, técnicos de infancia, psiquiatra…) también. Juntos y coordinados seremos la red que sostendrá a la persona menor de edad y le ayudaremos a hacer un camino transformacional, pero no con la idea de “solución”, porque además de ser un marco referencial imposible es muy frustrante. Con el trabajo continuado, surgirán así cualidades en estos niños y jóvenes insospechadas, se abrirán a la empatía, al afecto, la mutualidad. Se sentirán dignos y merecedores de buscar su lugar en el mundo, de emprender y aportar a la sociedad sin esperar el rechazo y el abandono de los demás. 

De todos los elementos, el que más se ha comprobado que genera resiliencia a largo plazo es el de la aceptación incondicional. Con independencia de sus rasgos, temperamento, conducta, personalidad… contar con adultos que los acepten como personas y cuenten con su amor, respeto y valoración, es un poderoso factor de resiliencia. Esto es lo más difícil, pero clave. La crianza puede ser muy desafiante (por las alteraciones que estos chicos presentan), agotadora y estresante (por eso se cuenta con el apoyo de toda una red profesional). No obstante, un acogimiento también está lleno de grandes momentos de felicidad, conexión, anécdotas, ilusión, juego, goce, diversión, pertenencia… “Cuando las cosas se hacen bien: preparación, formación, apoyos…, salen bien”, como dice Cristina Herce [xv], psicóloga y traumaterapeuta sistémica y co-directora del programa técnico de acompañamiento al acogimiento familiar en la provincia de Gipuzkoa, llevado a cabo por el Centro Lauka y la Diputación Foral, con treinta años de experiencia en el ámbito. 

 


No me puedo olvidar de la familia biológica. El niño o adolescente tiene derecho al mantenimiento de este vínculo, siempre y cuando este no le dañe y le retraumatice, exponiéndole a las mismas dinámicas maltratantes que sufrió cuando convivía en su hogar de origen. La neurociencia nos dice que este tipo de experiencias relacionales retraumatizan. En estas situaciones donde el niño o adolescente es nuevamente expuesto al trauma se le vuelve a dañar emocional y cerebralmente. No puede, por ello, desprenderse de las defensas que le permiten sobrevivir. Nadie duda de que la familia biológica ama a sus hijos, pero la ciencia ha demostrado lo dañino que es para el vínculo ser amado por quien te hace sentir inseguro y te maltrata… La relación con la familia biológica debe de propiciarse si es beneficiosa para la persona menor de edad. El interés superior de esta exige protegerle. Si la relación incide en dinámicas de malos tratos, las visitas deben de suspenderse o reducirse al mínimo contacto y supervisadas. Creo que esto lo tenemos muy claro cuando se trata de violencia de género, pero no tanto cuando se trata de violencia contra la infancia. 

Por su parte, en mi experiencia, los acogedores han de hacer un trabajo de aceptación y respeto de la familia biológica y asumir que acoger es aceptar que el niño o joven tenga relación y contacto -si este es positivo- con ellos, y que es normal que antes y/o después de los encuentros la persona menor de edad le revuelvan emocionalmente. 

Es fundamental ver a los padres biológicos como los niños que sufrieron malos tratos o condiciones de vida injustas que afectaron a su capacidad parental, que no recibieron ni la ayuda ni la protección a la que tenían derecho, como dice Jorge Barudy. No fueron vistos ni protegidos por el mundo adulto. Una actitud cercana, de respeto, de valoración, bondadosa, de colaboración y tratando de “acoger” también a la familia biológica permitirá que el niño pueda integrar en su biografía a ambas familias.

Los niños y jóvenes acogidos en general viven tratando de disociar la experiencia del maltrato y del acogimiento, como si no existiera, por eso no pueden hablar de ello, o desarrollan relatos incoherentes, desconectados de la emoción, fantasiosos, o muestran gran angustia o enfado si se les pregunta por ello. Les remite a profundos sentimientos de “vergüenza crónica” (Deyoung)[xvi] que son profundamente desintegradores. Ser diferente y señalado socialmente es muy duro para ellos porque les recuerda a no ser amados, ser abandonados, maltratados y/o rechazados y padecer experiencias de desconexión emocional de sus padres o cuidadores. Por eso, para ellos es más tolerable hacer como que todo eso no existe, o manifestar otros síntomas (reacciones de rabia, fugas, obsesiones, alteración conductual, autolesiones…) que les resultan más soportables. “Exceptuándote a ti, yo no hablo con nadie del tema del acogimiento, hago como si no existe”, me comentó una vez un joven en terapia. Hago un llamamiento social para poder ver a estos niños sin estereotipos y normalizando la diversidad familiar, que es riqueza.

El “bloqueo de los cuidados” es un término acuñado por Hughes [xvii]. Aprovecho para recomendar su libro a todas las personas que quieran acoger a niños en su hogar, y a todos los profesionales: “Construir los vínculos de apego” Esto significa que algunos de estos niños no pueden aprovechar los cuidados normalizados que todas las familias ofrecen, ni aceptar la autoridad en todos los casos, ni la disciplina clásica. Bloquean los cuidados porque recelan de las personas que dicen ser sus padres o familia acogedora por el temor a ser dañados. No hay que olvidar que sufrieron graves maltratos, negligencia y/o abusos sexuales y la confianza en el mundo adulto está seriamente afectada. Por ello, no pueden ceder el control ni abrirse a la vulnerabilidad ni al amor, ni a la empatía, porque hay miedo y rabia que les pone en una posición de ataque, a la defensiva; o, al contrario, excesivamente sumisos. Además, han podido desarrollar esquemas mentales y creencias tempranas sobre el mundo adulto difíciles de desmontar, como “no puedo confiar”, “estoy en peligro”, “a la larga te abandonarán”, “solo vigila por lo tuyo” … No pretendo desanimar a nadie, al contrario, trato de motivar a los acogedores y a todos los futuros acogedores a ser conscientes de esto para poder abordarlo. Si se siguen unas pautas de parentalidad terapéutica y primero se afianza una respuesta consistente en los acogedores -estructura, rutinas, seguridad y predictibilidad-, se abrirán y responderán positivamente al afecto de la familia, a la empatía y los cuidados, y a la aceptación de los límites y las normas. Pero hay que tener paciencia y perseverancia. Es un proceso lento, aunque se van produciendo transformaciones en las personas menores de edad. Los acogedores han de mantenerse firmes y regulados emocionalmente para no dejarse arrastrar por las transferencias afectivas de estos niños y jóvenes, que inconscientemente van a tratar de confirmar que aquellos abandonan y son inherentemente malos. Si no caen en la tentación de castigarlos, criticarlos, perder el control, hacerles el vacío y manejan estas tormentas relacionales desde la empatía y el sostenimiento afectivo respetuoso (tolerando el odio), y salvan el sentido de sí mismo (bueno) del niño (que puede hacer cosas que están mal, pero que puede aprender), este irá modificando su modelo interno mental sobre los nuevos adultos que son sus acogedores que le cuidan. Estos niños sienten que son malos, no que hacen las cosas mal, pero son intrínsecamente dignos. Sienten vergüenza intensa más que culpa, que es una emoción mucho más temprana y dolorosa. Pero insisto, si se contempla esto, y las cosas se preparan adecuadamente para tratar terapéuticamente a estos niños y jóvenes más profundamente dañados, la evolución puede ser satisfactoria y beneficiosa para ellos y las familias. 

Las familias de acogida no son “familias de segunda”, no es la biología la que garantiza los cuidados de calidad sino la competencia parental basada en una historia de apego elaborada, capacidad mentalizadora (reflexiva) y empática, habilidades de crianza terapéutica, plasticidad mental y apertura a la ayuda profesional (Barudy y Dantagnan)[xviii]. Las familias deben ser seleccionadas de acuerdo con estos criterios para garantizar el mejor contexto familiar vincular para los niños y adolescentes. Con paciencia, perseverancia y permanencia, observamos que se puede recorrer y acompañarlos en el camino de la sanación de sus traumas y alteraciones. Es algo realmente gozoso compartir esta experiencia reparadora con un niño o joven. Recordemos estas frases de Maryorie Dantagnan[xix]: “La gota de agua no horada la piedra por su fuerza sino por su perseverancia” “No todo lo que hagamos por los chicos ahora lo veremos reflejado ahora” También recomiendo el libro “Vincúlate. Relaciones reparadoras del vínculo en niños adoptados y acogidos”, que escribí pensando en los niños y las familias de acogida. Y El libro de Rafael Benito titulado: “Cerebro moldeando cerebros. Cómo las relaciones interpersonales guían la evolución del cerebro infantil y adolescente desde el nacimiento”.


REFERENCIAS

[i] https://www.unicef.es/publicacion/convencion-sobre-los-derechos-del-nino

[ii] http://www.buenostratos.com/2021/04/el-derecho-los-buenos-vinculos-y-los.html

[iii] Herce, C. (2022). El acogimiento familiar como recurso para promover cambios epigenéticos. Documento no publicado.

[iv] Dantagnan, M. (Comunicación personal, 25 de octubre de 2014)

[v] Bowlby, J. (1953). Cuidado maternal y amor. México: Fondo de Cultura Económica.

[vi] Benito, R. (2024). Cerebro moldeando otros cerebros. Cómo las relaciones interpersonales guían la evolución del cerebro infantil y adolescente desde el nacimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.

[vii] Barudy, J. y Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental. Barcelona: Gedisa.

[viii] Hughes, D. (2019). Construir los vínculos de apego. Cómo despertar el amor en niños profundamente traumatizados. Barcelona: Eleftheria.

[ix] Perry, B., & Szalavitz, M. (2017). El chico a quien criaron como perro: Y otras historias del cuaderno de un psiquiatra infantil. Capitán Swing Libros.

[x] Barudy, J. y Dantagnan, M. (2017). Prólogo. En Benito, R. y Gonzalo, J.L. La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

[xi] Perry, B., & Szalavitz, M. (2017). El chico a quien criaron como perro: Y otras historias del cuaderno de un psiquiatra infantil. Capitán Swing Libros.

[xii] Barudy, J. y Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental. Barcelona: Gedisa.

[xiii] Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E. y Target, M. (2002). Affect regulation, mentalization, and the development of the self. New York: Other Press.

[xiv] Siegel, D. (2011). Mindsight, la nueva ciencia de la transformación personal. Barcelona: Paidós.

[xv] Herce, C. (2022). El acogimiento familiar como recurso para promover cambios epigenéticos. Documento no publicado.

[xvi] DeYoung, P. (2024). Comprender y tratar la vergüenza crónica. Sanar el trauma relacional del hemisferio derecho. Barcelona: Eleftheria.

[xvii] Hughes, D. (2019). Construir los vínculos de apego. Cómo despertar el amor en niños profundamente traumatizados. Barcelona: Eleftheria.

[xviii] Barudy, J. y Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental. Barcelona: Gedisa.

[xix] Dantagnan. M. (Comunicación personal, 20 octubre de 2023).

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