lunes, 4 de noviembre de 2024

Adolescencia en conflicto con la ley, por Jose Castillo Piquer, trabajador social y traumaterapeuta sistémico



Adolescencia en conflicto con la ley
Apego, Trauma y Mentalización

Jose Castillo Piquer, trabajador social y
traumaterapeuta sistémico


Jose Castillo Piquer es trabajador social por la Universidad de Valencia. Especialista en Situaciones de Violencia Política y Catástrofes (Grupo de Acción Comunitaria- Universidad Complutense Madrid), así como Terapeuta Familiar y de Pareja (Escuela Vasco Navarra de Terapia Familiar - Centro de Terapia Familiar Fase 2 Valencia) y Traumaterapeuta Infanto-juvenil (IFIV Barcelona).

Ha desarrollado su práctica profesional durante 29 años en el contexto de la familia, infancia y adolescencia en situación de riesgo. Durante ese tiempo, entre otros, formó parte del equipo que busca y trabaja por la reagrupación familiar de jóvenes desaparecidos durante el conflicto armado salvadoreño (Asociación Pro-búsqueda), coordinó recursos de prevención en barrios de acción preferente (Ayto. Burjassot), trabajó en diferentes equipos de intervención familiar, e igualmente dirigió varias residencias de mediación y codesarrollo destinadas a jóvenes migrantes (Ceimigra-Jovesolides). Actualmente, y desde hace 15 años, en el Ayuntamiento de Valencia lleva a cabo su labor con aquellos adolescentes a los que un juzgado de menores le ha impuesto una medida judicial. 

De forma paralela publica periódicamente materiales relacionadas principalmente con infancia y adolescencia expuestas a experiencias de trauma y procesos de resiliencia, temas sobre los que también imparte formación en foros profesionales.



Adolescencia en conflicto con la ley
Apego, Trauma y Mentalización


Por Jose Castillo Piquer
Trabajador social y traumaterapeuta

Resumen

La finalidad de este artículo se dirige, junto a todo lo escrito ya por diferentes autores, a ofrecer una mirada explicativa y comprensiva de aquella adolescencia la cual se encuentra en conflicto con la ley.

Hacemos referencia a esa mirada que nos puede ofrecer claves importantes para comprender algunas de sus reacciones, modos de estar, así como muchas de sus conductas. Mecanismos defensivos en ocasiones, los cuales suelen estar relacionados con sus historias de vida y a su vez, con las historias de vida aquellos/as que les rodean.

En este caso la Teoría del Apego, así como los conceptos de Trauma Relacional Temprano (a partir de ahora TRT), Trauma Complejo (a partir de ahora TC) y mentalización, conformarán la base desde la que llevaré a cabo mi propuesta.

Palabras clave

Adolescencia, Apego, Jóvenes en conflicto con la ley, Trauma Relacional Temprano, Trauma Complejo, Disociación y Mentalización.

Introducción

En el estado español, es principalmente la Ley Orgánica 5/2000, reguladora de la responsabilidad penal de los menores -L.O. 5/2000-, aquella que establece cómo actuar jurídica y administrativamente ante un joven el cual es acusado de haber cometido un delito. A partir de ese delito se desarrollan un conjunto de protocolos de actuación. Del mismo modo se establece un variado grupo de medidas judiciales a imponer, en el caso que se le declare autor de los hechos que se le imputan.

Lógicamente éstas tienen un carácter sancionador. Aun así, lo interesante sería que dichas medidas, según refleja la normativa, también deben tener un carácter reeducativo, lo cual implica necesariamente se deba llevar a cabo una intervención psicosocial en la realidad de este joven, más allá del componente punitivo.

Otra de las ventajas del sistema penal de menores, y que en gran medida lo diferencia del de adultos, es que tanto la propuesta de las medidas a tomar por parte de la Fiscalía de Menores, como la misma sentencia judicial que finalmente impone el Juzgado de Menores, deben contemplar en gran parte aquellos factores personales, familiares y sociales del adolescente, los cuales se consideran pudieron tener relación con los hechos delictivos.

Hay equipos de profesionales encargados de la valoración del caso, así como también hay equipos de profesionales encargados de la ejecución de las medidas, los cuales dirigimos nuestra intervención hacia la comprensión de las causas que originaron “los hechos”. Tras ello buscamos la incidencia positiva sobre esas causas, para de ese modo evitar o reducir la reincidencia. Para lograrlo, una gran parte de la labor que llevan a cabo los profesionales que hacen el seguimiento de las medidas judiciales impuestas, en las que el joven y su familia llega sin demanda explícita y muchas veces sin conciencia de problema, consiste en generar dinámicas de relación, tomar conciencia de determinadas situaciones, reinterpretar y resignificar los síntomas que se observan y que están en la base del delito.

Sabemos que la realidad del joven que pasa por el juzgado de menores es compleja y desde luego, se ha ido tejiendo a lo largo de su vida desde diferentes ámbitos. Por cuestiones de espacio, y porque quizás sea el ámbito donde más avances se han dado en los últimos tiempos, en este artículo pondremos el foco principalmente en la dimensión individual.

Como decíamos, el espacio nos limita, aun a pesar de ello es importante considerar a la familia y sus competencias parentales, la escuela, la comunidad, las instituciones y sus respuestas, la dimensión moral, el contexto histórico, los procesos de resiliencia, etc. Dicho de otro modo, y como plantea de Rachea y Fernandez (2021) la conducta delictiva no puede, ni debe explicarse por un único factor; ha de ser estudiada desde una perspectiva multidisciplinar. Tengamos presente además que no suele resultar buena idea unir necesariamente fallas en la construcción del vínculo de apego, con una conducta delincuencial.

Dentro de la complejidad a la que hacemos referencia se encuentra toda esa batería de comportamientos y reacciones a las que nos tienen acostumbrados los jóvenes en determinados momentos. Comportamientos y reacciones insertos en un entorno concreto, el cual a modo circular, responde y ayuda a crear, siendo co-constructor y co-responsable de lo que está ocurriendo junto con el joven.

En muchas ocasiones, esa complejidad podría explicarse en parte desde la necesidad de seguridad para crecer y desarrollarse, las reacciones (a veces aparentemente incomprensibles) que se pueden llegar a desarrollar para asegurarla, y los efectos que se dan cuando no se ha tenido. Si a esto le sumamos otro tipo de experiencias traumáticas que han comprometido seriamente la integridad de los/as niños y niñas (en adelante, NNA), la batería de respuestas y de comportamientos puede ser muy variada, desde luego disruptiva y porqué no, delictiva.

Neurociencia, Psiquiatria, Piscología y Pedagogía, entre otras, han aportado avances significativos en las últimas décadas, los cuales nos han acercado de forma considerable a la comprensión de la infancia y adolescencia en general. Aun a pesar de ello, la sensación de deuda puede aparecer en el momento que hablamos de aquella adolescencia en situación de trauma, aquella que comunica con hechos disruptivos y que tantas veces se encuentra en conflicto con la ley y la norma en general.

Cómo planteamos, ésta y no otra pretende ser la finalidad última del artículo. Desde la larga experiencia acumulada, desde la actitud curiosa que implica la búsqueda casi constante, y desde el respeto a la práctica de mi profesión, la propuesta se dirige a contribuir en la reducción de esa misma deuda.

Las ideas planteadas en éste articulo refuerzan conceptos ya estudiados y expuestos por otros autores, así como paradigmas que articulan, tanto el diagnóstico profesional, como los itinerarios de intervención propiamente dichos. Para la redacción de este artículo adquiere especial importancia aquél que tanto Jorge Barudy, como Maryorie Dantagnan han denominado el “Paradigma de los Buenos Tratos”.

Las viñetas presentadas corresponden a casos reales, las cuales han sido convenientemente veladas, al objeto de preservar la confidencialidad tanto de los jóvenes como de sus familias. Con ellas apoyo lo escrito, ejemplifico y animo al lector a la reflexión.

Comprendiendo el término apego

Cuando hablamos de apego lo hacemos para referirnos a la unión afectiva estable y duradera en el tiempo entre el cuidador o referente y el bebé. Hacemos referencia por tanto a la seguridad que necesita y busca el niño o el adolescente, y que va a modular la forma a través de la cual éste va a mirarse a si mismo, va a ver también a los demás y a las relaciones personales en general.

Cozolino (2010) plantea que ser padre o madre es una forma temprana de transmitir al bebé la clase de mundo que hay ahí fuera. Daniel Siegel expone que no solo se garantiza la supervivencia psicológica, sino que el niño o el joven obtendrá del adulto (siempre y cuando se haya apegado), las herramientas emocionales necesarias para aprender a relacionarse, ganar seguridad y aprender a autoregularse emocionalmente.

La importancia de esta relación entre el referente y el niño va más mucho más allá. En palabras de Maryorie Dantagnan (2019), “es necesaria que ésta experiencia co-regulada entre quien cuida y quien depende, perdure en el tiempo, ofreciendo de este modo no solo seguridad, si no ofreciendo además el moldeado de la estructura y función cerebral, así como de sus redes neuronales”.

Se van construyendo por tanto aquellos cimientos sobre los que se sustentará nuestra personalidad. Junto a dicha construcción se irá instalando igualmente en nuestros ojos, algo así como unas gafas (si se me permite el símil) las cuales harán que nos veamos a nosotros mismos de un modo determinado, e igualmente nos ayudará a que veamos a los que nos rodean como portadores de más o menos seguridad. Con este ejemplo vendríamos a definir lo que se ha denominado como Modelo Operativo Interno.

Junto a ello, el niño en un primer momento y el adolescente después, ira desarrollando la conducta de apego. Dicha conducta, fue definida inicialmente por Bowlby (1996) como “el comportamiento que permite al sujeto conseguir o mantener proximidad con otra persona considerada como referente”. En condiciones de seguridad no suele activarse; no necesita hacerlo. Necesitaría de uno o varios sucesos, percepciones, problemas de relación con la figura primaria o gatilladores en definitiva, para que ocurra. Haciendo referencia a la adolescencia disruptiva o en conflicto con la ley, cabe tener presente este termino, pues en muchos de los delitos sobre los que trabajamos a diario, la conducta como herramienta de defensa o la conducta como reclamo, puede encontrarse sobre la base y eso es algo lo cual debemos considerar.

Singularidades del apego en la adolescencia

Es fácil darse cuenta en esta etapa evolutiva como de forma natural las expresiones de afecto, así como de cercanía emocional normalmente disminuyen; por no hablar del tiempo que pasan juntos padres e hijos.

El chico se ve involucrado en algo así como un conflicto entre la necesidad de apoyo parental en un momento en el que tienen que afrontar muchas tareas evolutivas, y la exigencia de exploración que requiere la resolución de dichas tareas.

Normalmente la experiencia nos dice que el adolescente mostrará una mayor tendencia a la exploración (positiva) cuando sienta que sus padres están disponibles y le muestran su apoyo. De hecho aunque aumenta sus conductas exploratorias e inhibe las manifestaciones abiertas de apego y aprecio, en condiciones de estrés vuelven a sus padres, que continúan siendo figuras importantes. Si “abrimos un poco más el objetivo de la cámara”, más allá de las figuras de referencia, necesitará también ser parte reconocida de un sistema familiar, en el que basa su pertenencia, en el que puede apoyarse, y en el que se le valora.

Otra de las principales características del momento del ciclo evolutivo en el que se encuentra el joven resultaría ser el hecho de que en él comienza la construcción de lo que denominamos apego adulto, y lo hace a través de la creación de sus relaciones de pareja y la vinculación con el grupo de iguales.

Tipos de apego

Si tenemos en cuenta lo dicho hasta el momento, es importante considerar que la posibilidad de que el estilo de apego posea unas u otras características, dependerá en gran parte, de las experiencias tempranas que mantuvimos con nuestras figuras primarias. A partir de aquí, el adolescente se puede ver inserto en un punto concreto de la línea que oscila entre el apego seguro, al más inseguro.

Se ha escrito mucho sobre la clasificación que organiza esta del Teoría del Apego (2012). No nos extenderemos en ella. Únicamente ofreceremos una breve descripción, teniendo presente que la verdadera importancia estriba, no tanto en el punto concreto de la clasificación donde se inserta el joven, sino en su grado y dimensión.

Como decimos se organiza en dos bloques. Por un lado lo que se denominó como apego seguro y por otro apego inseguro.

Apego Seguro

Tomando las ideas planteadas por Horno (2014), y haciendo referencia al apego seguro, lo podemos caracterizar como ese modelo en el que logramos sentirnos valiosos, sentir que tenemos un lugar propio en el mundo, así como capacidad para anticipar experiencias positivas a la hora de vincularnos con otros. Esta base permite al joven sentirse flexible, conectar emocionalmente con otras personas y comprender sus propias vivencias emocionales. Se trataría así de un modelo desde el que se puede ser más fuerte afectivamente, desde el que uno puede llegar a sentirse a salvo y desde el que nos podemos “lanzar a un mundo suficientemente seguro”.

Sin embargo, las historias que conocemos de los jovenes con los que trabajamos, nos suelen llevar habitualmente al modelo más inseguro. En él encontramos los siguientes tipos:

Apego inseguro evitativo

Javier es un joven de 21 años el cual no solo ha finalizado su formación superior con notas excelentes, sino que recientemente consiguió ser campeón nacional del arte marcial que practica. En años anteriores el policonsumo estuvo muy presente en su vida, llegando a concluir tras varias sesiones que a veces “no lo aguanto” (refiriéndose a su malestar emocional).

Se trata de un joven exquisitamente asertivo a la hora de poner límites para hablar de cuestiones personales. Casi al final de su más que extensa libertad vigilada quiso hablar de algunas de ellas.

En las primeras etapas de vida, el referente del niño pudo mostrar una combinación de angustia, rechazo, repulsión y hostilidad hacia él. A partir de aquí una de las emociones principales que queda instalada es el miedo. La premisa desde la que actúan estos niños o jovenes respondería al lema: “el mejor modo de que me tengan presente es no molestar”.

Con ello desarrollan una pseudoseguridad, caracterizada principalmente por la autonomía, al objeto de protegerse del rechazo. Aprenden que la expresión emocional normalmente es contraproducente.

Pueden llegar a ser muy buenos en todo aquello que tenga que ver con logros académicos, físicos etc …, incluso son capaces de relacionarse bien con los demás, aunque sea superficialmente. Aun a pesar de ello, cuando esta relación comienza a alcanzar cotas de intimidad, fácilmente pueden sentirse amenazados. Al haber desarrollado ya diferentes estrategias para huir de estos vínculos es muy fácil observar como evitan. Bakermans-Kranenburg (2010) y Mikulincer - Shaver (2003) presentan evidencias que nos hablan del mayor número de conductas externalizantes (conductas delictivas) en este modelo de apego evitativo, conductas dirigidas a restar importancia a las relaciones y tomar distancia de las figuras primarias que no responden.

Para estos jovenes, ser aprobados equivale a ser queridos. Poseen una imagen de si mismos que en realidad no los refleja, ya que al no habérseles validado necesidades, sentimientos, etc … ellos mismos tampoco pueden validarse. Se desorientan.

En cualquiera de las etapas de su relativamente corto ciclo vital, es fácil que aparezcan respuestas disociativas. Si nos situamos en etapa adolescente y además, en etapa de ésta adolescencia concreta, hay que considerar el riesgo de que puedan darse respuestas que lo adentren en algunos de los tipos de trastornos dicosiativos.

Haciendo un breve paréntesis, diré que hablar de disociación resulta muy importante en un contexto como el nuestro. Se trata de un concepto complejo, el cual tiene en la mayoría de ocasiones una base también traumática.

Conchi Martinez Vázquez (2020) cuando hace referencia a él, lo hace del siguiente modo: “ (…) en condiciones normales el sistema nervioso está pre-programado para responder con una batería de respuestas. El problema vendría cuando estos sistemas automáticos han de mantenerse mucho tiempo, y se convierten en patrones que acaban activándose fuera del contexto para el que fueron generados, reaccionando ante situaciones inofensivas como si estuvieran ante una amenaza vital”.

A partir de aquí, a partir de este bloqueo del sistema nervioso, pueden darse muchas de las conductas que habitualmente observamos en jóvenes en conflicto con la ley. Con ello nos referimos a estallidos de ira, negación de una conducta, el sentir miedo sin motivo aparente, un consumo abusivo de un tipo u otro de droga, quedarse ensimismado o desconectado, salir de la entrevista y borrar gran parte de lo hablado ese día, y un largo y creativo, etcétera.

Con todo ello, el joven con el que trabajamos desde un programa como el nuestro, y que podría entrar en la categoría de inseguro-evitativo, es muy posible se muestre con la principal estrategia del distanciamiento, inserto en discusiones poco productivas, no pudiendo buscar soluciones a determinados problemas, y tendente a rechazar la relación con los padres, la educadora que lo atiende, el psicólogo del centro de protección, la doctora del centro de salud, etc.

En referencia a sus amistades suelen manejar una comunicación distorsionada, manteniéndose alejado y a salvo emocionalmente, así como desarrollando unas expectativas de los otros muchas veces irreales.

Apego inseguro ansioso-ambivalente

Sara, de 17 años mantiene un conflicto encarnizado con su madre, el cual le ha generado ya dos juicios y las consiguientes medidas judiciales.

Aun a pesar de ello, viendo los movimientos que con el tiempo va haciendo, no parece que éstos la encaminen a comenzar a tomar distancia de la familia e ir pensando en hacer su vida. Por su parte, tanto el padre como la madre, parecen estar muy (y únicamente) concentrados en el exitoso itinerario formativo del hermano mayor, el cual encajaría perfectamente en lo que es la empresa familiar.

Mientras tanto Sara reta, desobedece, consume e incluso en momentos de gran tensión en el domicilio, llega a agredir.

De pequeños tuvieron una falla en la sincronía y/o disponibilidad emocional de sus referentes. En muchos momentos no sabían si la madre y/o el padre estaban disponibles, y si lo estaban, tampoco sabían en qué grado.

Tatuaje de una joven que expresa la rabia


Así como en el modelo evitativo la consigna se relaciona con el no molestar, en éste tiene que ver más con el hecho de activar la conducta para de ese modo, intentar tener la sensación de que posee la atención y el cuidado de la figura de referencia Mikulincer - Shaver (2003).

El tiempo va pasando, y si esta situación se mantiene, el joven continúa sintiendo de forma protagónica un grupo de emociones relacionadas principalmente con la rabia. La conducta de apego, esa conducta que se dirige a buscar la atención de los referentes, se activa permaneciendo así la mayor parte del tiempo.

Se trata de un modelo en el que se encuentran muy presentes niveles altos de ansiedad, y en el que se observa preferencia por la fusión emocional. Se trata también de un modelo en el que las llamadas de atención, la excesiva dependencia (muchas veces disfuncional) al grupo de iguales, la agresividad, la hiperactivación del sistema nervioso y sus respuestas, los problemas para concentrarse, etc, suelen ser habituales.

La mayor parte de la energía se les suele ir en el plano afectivo, quedando bloqueados para poder concentrarse en la realización de tareas, por ejemplo formativas.

En la adolescencia es muy probable que continúen desarrollando tácticas coercitivas, las cuales en el fondo provocarán que las relaciones continúen siendo algo doloroso de manejar. De igual modo esta conducta puede ser altamente disruptiva, caracterizándose por una gran dificultad para controlarse.

En este modelo, la seguridad que pretenden alcanzar se relaciona con la ideación de que cuanto más conducta activen, más de esa seguridad obtendrán de padres, referentes, iguales y pareja. Sabemos que en realidad no será así. Es fácil observar en ellos un interés real por el grupo de amigos, pero como decimos, es fácil también observar la ansiedad que les genera el saber como actuar en él, así como las dudas que los asaltan entorno a la disponibilidad de tal amigo o tal otro.

Algo similar ocurriría con la pareja, con la que pueden sentir un nivel más que relevante de inseguridad, desencadenante en ocasiones de muchas discusiones, agresiones incluso, episodios de celos, y un destacado etcétera, con los que nos solemos encontrar a diario en una entrevista o un simple acompañamiento.

Apego desorganizado

Alvaro es un joven con un buen nivel de comunicación, respetuoso e incluso con capacidad para la autorreflexión. En ocasiones viene así ,y desde luego es fácil trabajar con él.

En otras, se presenta a las entrevistas desactivado, desafiante, pesimista e incluso agresivo y reactivo. Perdió a sus padres biológicos, perdió su país de origen, perdió a sus padres adoptivos, y ahora anda por nuestra ciudad sabiendo que en breve dejará de estar protegido.

Seguramente dormirá en la calle. Se trata de otro de los chicos, el cual defiende su necesidad de consumir, de cara a soportar el día a día.

En este modelo, las figuras que debieron proteger y dar seguridad, no solo no lo hicieron, sino que además terminaron en bastantes ocasiones convirtiéndose en fuente de terror. Si hay una emoción predominante en estos casos seguramente será la del miedo crónico.

Así como en los dos modelos anteriores se desactiva o activa la conducta, en este se pueden alternar las dos con la firme sensación de que nada funciona. De hecho sus experiencias están tan invadidas por la memoria traumática, que ni siquiera son capaces de organizar la respuesta. Las estrategias defensivas se encuentran colapsadas.

Las situaciones de trauma, como veremos más adelante, tienen consecuencias concretas en el niño y en el joven, y eso es algo que también se va a evidenciar en la comparecencia de un juzgado de menores o la exploración de un delito en la fiscalía.

De modo esquemático enumeramos algunas de ellas:

Se deben situar en la memoria a corto plazo, dado que las zonas y funciones cerebrales encargadas de enfrentar el estrés están casi constantemente activadas, impidiendo que funciones como la memoria a medio y largo plazo puedan estar presentes.

En ellos los secuestros emocionales pueden ser habituales y recurrentes, pasando de la desactivación a la explosión.

Poseen verdaderas dificultades para prever el peligro, así como dimensionar algunas de las consecuencias de sus actos, lo cual se relaciona con una afectación en la arquitectura cerebral y del sistema nervioso.

La relación con sus iguales fácilmente serán superficiales, cortas y conflictivas. Si llegan a ser duraderas, es muy posible también sean destructivas. Se acercan desconfiadamente a una nueva relación para retirarse de modo impulsivo y con gran intensidad.

Cabe tener presente cuando interactuamos con ellos, que dentro llevan bloqueada información que les resulta insoportable y que en ocasiones “acaban recordando sin saber que lo están haciendo”, a través por ejemplo de una respuesta salida de tono, una expresión somática, un estallido emocional, etc.

Y por ultimo haremos referencia a la hiperactivación, la cual también está presente en muchos de ellos, a modo defensivo. Maryorie Dantagnan utiliza una metáfora que me gusta especialmente. A través de ella compara a estos niños y a estos jóvenes con patitos de feria, los cuales pueden recibir un disparo en cualquier momento. Si de pronto convertimos ese objeto de goma, inerte por supuesto, en un niño, un joven o un adulto, resulta fácil entender que deba y pueda defenderse. Quizás escondiéndose, quizás atacando al que dispara, quizás distrayendo, tan vez haciendo como que no está, …

Se trata del modelo en el que los ejercicios de disociación están más presentes.

Pues bien, quizás se trate del modelo más complejo a interpretar, diagnosticar y sobre el que incidir. Quizás igualmente se trate del modelo en el que se se pueden situar un buen número de los jóvenes infractores con los que trabajamos.

A poco que trabajemos con ellos, con la comunidad, con la familia, con el sistema educativo, etc, será fácil observar muchas o algunas de las citadas características, las cuales van más allá de las habituales en esta etapa evolutiva del joven.

Para desarrollar mejor esta clasificación ha sido necesario crear en ella subcategorías. Basándonos en lo escrito por Barudy.J, y Dantagnan. M (2005), las expondremos como:

Controlador punitivo agresivo

Suelen canalizar el miedo y la impotencia a través de la agresión al otro. Los comportamientos oposicionistas, el culpar a los que lo quieren ayudar y las conductas coactivas tales como robos y mentiras, suelen ser habituales.

Controlador - Cuidador compulsivo

No reciben los cuidados, sino que son los que los brindan en muchas ocasiones. Suele tratarse de hijos parentalizados o conyugalizados, los cuales llegan en muchas ocasiones a ejercicios de sacrificio personal relevantes con tal de preservar el sistema familiar, por ejemplo.

Controlador Complaciente compulsivo

Suelen sentir una necesidad exagerada por complacer a sus cuidadores, sacrificando a su vez sus propias necesidades afectivas. Normalmente el grado de ansiedad en la relación con los referentes es muy alta, tal vez - y sirva como pista - porque en ella han habido episodios de prácticas abusivas y violentas. La hipervigilancia hacia sus padres es algo habitual.

Indiscriminado Inhibido

Pueden mostrarse pasivos, hipervigilantes en relación sobretodo con los adultos. Es fácil verlos en un taller o en una entrevista por ejemplo replegados sobre si mismos la mayor parte del tiempo.

Indiscriminado deshinibido

Suele tratarse de jovenes con historias largas de institucionalización. En ellos las relaciones son aparentemente ágiles y muy abiertas, pero con una carga de afecto confuso. A medida que cumplen años, el enfado, los comportamientos destructivos y la ausencia de empatía, llegan a representarles conflictos significativos. Cuando las relaciones se vuelven cercanas, la ansiedad aparece e intentan controlarla a través del control, la exigencia y el miedo.

Trauma Relacional Temprano y Trauma Complejo en jovenes infractores

La ausencia de contacto físico, de seguridad emocional y de pertenencia a la familia representa una de las privaciones más dañinas, llegando a dificultar como ya se ha apuntado , a la propia maduración cerebral. De hecho el maltrato emocional, así como el abandono crónico pueden ser igual de devastadores que el abuso físico y sexual: que no te vean, que no te reconozcan y no tener donde ir, es destructivo a cualquier edad. A partir de ahí la experimentación con drogas, alcohol, trastornos alimentarios, etc, podrían representar la búsqueda de algo de alivio (Van Der Kolk 2015).

Hasta el momento, y sin citarlo como tal, lo que se ha denominado como Trauma Relacional Temprano (TRT) ha estado muy presente en estas biografías en las que el niño, el joven ha tenido problemas a la hora de obtener la seguridad necesaria para madurar y crecer. Schore (2003) lo definió como aquellas “experiencias límite y/o carenciales repetidas en los primeros años de vida, dando especial importancia al hecho de que muchas veces se trata de experiencias relacionales fallidas”.

La siguiente dimensión tendría que ver con el Trauma Complejo (TC), el cual en palabras de Van Der Kolk (2005) quedaría definido como “la exposición continúa en niños, adolescentes y adultos a traumas interpersonales crónicos, prolongados, que en su curso presentan trastornos psicológicos”.

Ya no se trataría únicamente de la ausencia de figura de referencia en edades tempranas, sino que además se trataría también de la presencia de otras experiencias límite que se han dado y se siguen dando en la biografía del joven, y que desde luego generan sus consecuencias. Algunas de las consecuencias de estos malos tratos, en clave general, han sido expuestas también por autores como Benito. R, y Barudy. J (2021), y lo hacen con las siguientes palabras: “ (…) se trata de estresores que causan dolor físico, mental, sufrimiento y reacciones de estrés mórbido que por su intensidad y duración agotan los recursos naturales para calmar los dolores y el estrés, y se interiorizan como síntomas que en la mayoría de ocasiones corresponden a la llamada psicopatología juvenil”.

Una de las técnicas que se usan en Traumaterapia sistémica
realizada por un adolescente.


Seguimos hablando del impacto del TRT y el TC en los jóvenes. Esta vez desde un plano más concreto y para hacerlo me apoyaré en dos ejemplos.

Leo proviene de una familia monomarental de origen hondureño. Se dieron años de separación entre su madre y él cuando era pequeño. Finalmente se reencontraron en España. La madre se siente y está al límite, viéndose atrapada en la situación de exclusión en la que se encuentran, y arrastrando además experiencias límites en su propia historia, relacionadas principalmente con la violencia de género. Para ella, en muchas ocasiones, el castigo físico puede ser una herramienta educativa más en el rol marental con Leo.

Hablamos de un joven que acaba de cumplir 18 años. Se le impusieron dos medidas judiciales, las dos relacionadas con peleas con otras personas en las calles de la ciudad. Presenció el fallecimiento de su padre, así como el de los dos posteriores compañeros de la madre, con los que había generado una relación muy estrecha en su infancia y preadolescencia. Los tres murieron de forma repentina e inesperada, teniendo él solo que atender “in situ” a los dos últimos en el momento que fallecen.

Al parecer ha participado en algún que otro episodio violento más, pero no se le llegó a detener. En el escenario de las entrevistas reconoce suele alterarse mucho cuando alguien le mira fijamente. La propia madre, así como algunos de los profesionales que han pasado por su vida, lo han acusado de no querer asumir sus responsabilidades, y de “pasar de todo”. De igual manera no logra definir en qué área quiere trabajar el día de mañana, y desde luego, no parece haya desarrollado un sentimiento muy solido con sus amistades. Como él afirma “por las tardes me voy al parque, porque si no con quien voy a estar?”.

Como otros muchos jóvenes, se muestra casi constantemente en un estado de irritación, muchas veces de hipervigilancia, otras de desconexión aparente, desorientado, esquivo en la mirada y ocasionalmente muy explosivo.

Existen evidencias claras de que cualquier suceso que pudiera asociarse tanto al TRT, como al TC, así como otro tipo de traumas, va a ser susceptible de que afecte o dificulte la maduración de los lóbulos pro-frontales y con ello, hay además un riesgo más que probable de afectación en las llamadas funciones ejecutivas  (En términos generales el concepto de funciones ejecutivas hace referencia a una constelación de capacidades implicadas en la resolución de situaciones novedosas, la inhibición, la formulación de metas, la planificación y estrategia de cara a lograr objetivos, las habilidades en la ejecución de los planes, la velocidad de procesamiento cognitivo, la toma de decisiones, etc.)

Efectivamente, Leo tenía problemas en esto de observar y asumir las consecuencias de su conducta. Normalmente, o bien no llegaba a verlas, o cuando lo hacía las veía de forma distorsionada. De hecho en los momentos en los que podía llegar a reflexionar, eran evidente los sentimientos de culpa en él para con algunos de los agredidos.

Otras de las consecuencias que observamos cuando las funciones ejecutivas están dañadas son los problemas en el desarrollo de la empatía, el manejo de las frustraciones, la limitación del autocontrol, pero sobretodo la tendencia de pasar al acto agrediendo. El daño neuronal que en ocasiones se representa en las sesiones con adolescentes infractores posiblemente sea más grande de lo que imaginamos. Las situaciones de TC nos pide que cuanto menos consideremos esta opción. Autores como Pollak. S.D, (2005) nos ofrecen la idea de que “ En niños y jóvenes con trauma complejo no es solo la cantidad de conexiones neuronales que están alteradas, sino también la calidad de las mismas”. A partir de ahí, la distorsión o malinterpretación de las señales del otro, incluyendo la de los referentes, puede ser habitual.

En este tipo de historias de vida, más allá de la interpretación que en este caso Leo hace de las miradas y gestos de los demás, el sistema de respuesta está activado en muchas ocasiones. La neurobiología nos habla de que los sistemas nerviosos que han atravesado y están atravesando situaciones de TRT o TC son más sensibles que los otros. Ha demostrado que aquellos órganos cerebrales encargados de percibir el riesgo, así como activar el sistema para la respuesta, muchas veces están sobreactivados. Además, ha demostrado igualmente como hormonas y neurotransmisores, los cuales tienen como principal función preparar el cuerpo para responder a una supuesta amenaza, toman el control del sistema sin llegar después a nivel basal. Hablamos del cortisol, adrenalina, noradrenalina y dopamina, entre otros.

En el caso de Leo así fue. A raíz de su ingreso temporal en una unidad psiquiátrica, sus analíticas demostraron que, efectivamente, estos niveles de cortisol se encontraban considerablemente elevados.

Volviendo a la esfera de estas funciones ejecutivas, fácilmente podemos observar también alteraciones en las representaciones de las relaciones afectivas y sociales de estos adolescentes. En el caso de este joven, por mucho que intentemos ser exquisitos manejando, tanto la comunicación digital como analógica, su bloqueo para percibirlo e integrarlo (y por tanto para mantener sus defensas desactivadas cuando no tienen sentido) parece evidente. Puede resultar muy complicado lograr conectarnos de algún modo con ellos, y desde luego puede ser también muy complicado que integren un reconocimiento o un alago por ejemplo.

Y por último, quiero destacar igualmente las limitaciones en lo que tiene que ver con la reconstrucción de la narrativa sobre los hechos traumáticos. En el caso de este chico no llegamos realmente a este punto. Y no fue así por varios motivos: por una parte porque el programa de medidas judiciales desde el que trabajé con él no se conformaba como un espacio terapéutico, segundo porque mi rol en la intervención no era de terapeuta, y tercera porque normalmente éste es uno de los trabajos que se deberían llevar a cabo en las últimas áreas de intervención (antes se deben afianzar otros objetivos). Finalizó el cumplimiento de sus medidas antes de iniciarla.

Cuando hacemos referencia a limitaciones en la reconstrucción de la narrativa nos referimos a la verbalización, al encontrar sentido, y al hecho de llevar a cabo una narrativa coherente a través de la cual pueda empezar reconstruir. De forma puntual en varios momentos del trabajo nos encontramos con que Leo regresaba tanto a los hechos delictivos como a momentos de su historia personal. Lo hacía con lagunas en sus recuerdos, lo cual es habitual en situaciones de trauma. No lo pudo hacer hasta pasado un año aproximadamente desde que comenzamos a trabajar. Lo hacía desde nuestro temor, pues en ocasiones estaba abriendo Cajas de Pandora sin saber realmente quienes en su contexto personal y familiar le iban a ayudar a regularse en el caso de que fuera necesario (cuando lo dramático es que se siente y está solo realmente). Y desde luego lo hacía también, valorando que estas cosas le ocurrían a él porque en el fondo “soy mala persona”.

Con este y otros tantos muchachos me vienen a la mente las palabras de Jose Luis Gonzalo Marrodán cuando nos hablaba de disociación. En ellas afirmaba que “en las representaciones mentales de estos jovenes se pueden ver cosas realmente horribles”.

Un joven representa simbólicamente su yo de antes, que contiene
recuerdos traumáticos.

Veamos otro ejemplo. Conozcamos el caso de Lucía

Lucía tiene 16 años. El delito por el que se le juzgó es un delito calificado de maltrato familiar. En la casa vive con sus dos padres, al parecer enzarzados en un conflicto constante, en el que ella misma se ve atrapada en muchas ocasiones. La violencia entre los cónyuges es habitual.

Si en casa desobedece alguna vez, el padre coge al perro, le envuelve el hocico con precinto y con una bolsa comienza a asfixiarlo hasta que Lucia grita, llora y finalmente hace caso.

Paralelamente las descalificaciones hacia su persona por parte de la madre son casi constantes, así como la inmovilidad del padre cuando esto ocurre. Si no acude al gimnasio la castigan, y desde luego, todos los martes está obligada a tomarse medidas de pecho, cintura y cadera. Hace un tiempo mantuvo una relación con un joven el cual la maltrató en repetidas ocasiones, sospechando además que hubieron episodios de abuso sexual.

Cuando entra en la sala en la que solemos vernos, observa meticulosamente los cambios que han habido en el tiempo que no nos hemos visto. Si le doy a elegir donde sentarse, ella siempre escoge la misma silla, aquella que mira de frente la puerta y de lado la ventana. Un alto porcentaje de la entrevista debe invertirse en ayudarla a situarse dentro de la ventana de tolerancia; solo a partir de ahí podemos comenzar a conversar.

Hace ya un año que abandonó sus estudios. Sale muy poco de su casa. Lo hacía puntualmente cuanto estaba con su novio al que parece que cuidaba, cuidaba y cuidaba. Aunque intenta ocultarlos, es habitual observarle lesiones tanto en los antebrazos, como en los muslos. Se trata de una joven fiel defensora de la ropa ancha y oscura, nada amiga de los espejos y alguien con mucha imaginación.

De nuevo nos encontramos con una joven con un sistema de defensa hiperactivo. La singularidad en este caso es que a diferencia de Leo, normalmente Lucía no explota, sino que implota. Atrapada como se encuentra a su aun corta edad, en un sistema familiar que la descalifica, la agrede y además la instrumentaliza, en muchas ocasiones se ve sin salida y posiblemente lo esté. Atrapada así en un entorno anormal, es fácil comprender sus comportamientos anormales. La madrugada en la que ocurrieron los hechos por los que la imputaron, estos comportamientos fueron catalogados de delito.

Perry & Pollard (1997) en relación a la infancia maltratada exponen: “si el bebé o el niño tiene que estar todo el tiempo defendiendo de un entorno amenazante, entonces las funciones críticas a nivel fisiológico, cognitivo emocional y conductual, mediados por áreas como el bulbo raquídeo, sistemas de neurotransmisores del mesoencéfalo u otros sistemas llegarán a estar hipersensibles al estrés”.

Si el daño permanece, como es el caso de esta joven, uno de los escenarios más que posibles es que cualquier estímulo inesperado los ponga en alerta. Gran parte de la energía se le va por ahí, lo que podría empezar a explicar como es que nunca pudo llegar a aprender matemáticas y ciencias naturales al mismo nivel que el resto de compañeros de clase, o porqué tenemos que invertir tanto tiempo en crear un espacio seguro en las entrevistas, por citar solo algunos ejemplos. Lo que para nosotros pasa desapercibido, para ella puede ser amenazante.

Más allá de este estado de alerta constante, de nuevo debemos tener presente además la respuesta del sistema nervioso, es decir las consecuencias de la activación de esa alarma, la cual parece que en su caso está algo así como atascada. La Teoría Polivagal habla de que una de las posibles respuestas del sistema nervioso es la lucha o la huida. Parece que habitualmente Lucía “huye”. Aun así, que en momentos determinados responda también desde la “lucha”, a mi modo de ver, es fácilmente esperable, y más si observamos en ella indicadores de desorganización.

Cuando exploramos con ella el delito por el que en su día se le juzgó, así como otros momentos de violencia que hubieron en la casa, esto es algo que se ve claramente. Pensamos que no termina de dimensionar del todo el nivel de esta hiperactivación y las posibles y posteriores respuestas; aun a pesar de ello es capaz de darse cuenta de que en muchas ocasiones “está muy pendiente de todo” como nos dice, y que a veces algunas cosas le hacen explotar.

Es habitual que desde nuestra vocación tendamos a pensar que trabajar con estos adolescentes consiste principalmente en proveerlos de amor y de una relación sana. A mi modo de ver es un error. Como dice Niels Peeter en referencia a este amor: “no basta ni es lo primero en trabajar”. En el caso de esta joven, avanzando en el proceso de trabajo y ya en un contexto terapéutico, los profesionales deberemos ayudarla a comprender que los mecanismos mediante los cuales suele defenderse abarcan una parte de su persona más grande de lo que ella imagina. Volviendo a Niels Peter Rygaard (2008): “en ocasiones la defensa no es solo una parte de la personalidad, sino que es la personalidad misma”.

Esta misma defensa, desde una segregación hormonal alterada y una estructura del sistema nervioso afectada, en muchas ocasiones consiste en centrar la energía en no pensar y no sentir los residuos del terror y del pánico. Para ellos comprender cómo el cuerpo y la mente se defienden, puede resultarles muy difícil. En numerosas ocasiones no hablan, únicamente actúan y manejan como pueden los sentimientos de rabia con desconexión, con agresividad o desafiando. La agresividad que en su momento provocó fuera detenida por la policía al agredir a su madre, es una agresividad similar a la que practica en estos momentos contra ella misma autolesionándose.

Mentalización

Si todo lo expuesto hasta el momento nos lleva a dimensionar una parte considerable de la conducta de la adolescencia disruptiva, como un mecanismo de defensa, no podemos dejar de hacer referencia al término mentalización.

Cuando hacemos referencia a él, siguiendo a autores como Fonagy (2006), lo hacemos hablando de la capacidad de interpretar el comportamiento propio y de los demás a través de la asignación de estados mentales. Éstos estados se relacionarían con cuestiones tales como la percepción, el deseo, la creencia, la intención, la emoción, la memoria, entre otras.

En palabras de Jeremy Holmes (2015) se trataría de aquel mecanismo que nos ayudaría a “vernos a nosotros desde afuera y ver al otro desde dentro”. Con los jóvenes con los que trabajamos lo primero tiene su importancia en tanto y cuanto les permitiría iniciar un camino de identificación, definición y reparación. Lo segundo resulta igualmente importante a la hora de interpretar la conducta del que tenemos delante, no necesariamente en términos de amenaza (por poner un ejemplo).

Atendiendo a matices, debemos decir que las bases de la capacidad mentalizadora, en condiciones evolutivas normales, pueden estar desarrolladas ya al cumplir los primeros cinco años de vida. Para ello deben de cumplirse una serie de pasos, entre otros (quizás uno de los más importantes) el hecho de que algún referente haya mentalizado al joven, para que él a su vez, pueda mentalizarse y mentalizar sobre los demás (De hecho los autores de referencia en este tema, y dentro del reconocimiento de la transmisión integeneracional del trauma, hacen referencia a la capacidad mentalizadora de los padres como una variable de cara a medir el tipo y calidad del apego, así como a su capacidad también de modulación genética)

Pero cuando en la biografía del joven o del niño se dan experiencias de tipo límite, y muchas veces además recurrentes, el desarrollo de esta mentalización también se va a ver afectada. A partir de ahí, y ante determinados sucesos que comporten ansiedad para él, ante el colapso mentalizador, es probable active lo que se han denominado modos prementalizadores, los cuales corresponderían como decimos a la respuesta evolutiva normal de un bebé o un niño, pero que desarrollados por el adolescente, le va a generar seguramente muchos problemas.

De este modo, ¿qué ocurre cuando una joven presenta su visión del mundo y las relaciones en él no ofreciendo margen a que pueda considerarse de otro modo?; ¿qué puede estar pasando cuando un chico comienza un relato autómata, caótico e interminable en ocasiones, sobre lo que nos dice que ha sido su historia de vida, el cual está plagado de rupturas con sus figuras primarias?, y ¿como podríamos interpretar el hecho de que un ”caso” llegue al servicio con un número importante de medidas judiciales impuestas principalmente por agresiones, acompañadas por lo que parece ser una imposibilidad de contener su conducta violenta en determinados momentos?.

Bateman y Fonagy señalan tres modos prementalizadores. Serían los siguientes:

Equivalencia psíquica

Lo lógico “cuando tienes menos de tres años” es que no manejes tus ideas como representaciones, sino como verdades, las cuales además a tu modo de ver, son compartidas por todos. Como pensamiento y realidad no se diferencian, la posibilidad de que hayan diferentes puntos de vista no se da por tanto. Esto implica de igual modo que cuando además, ha habido problemas severos en la construcción de la relación de apego, y este estado prementalizador se activa, los pensamientos y sentimientos pueden ser tomados también como reales. La persona se mueve en el mundo con el lema de “todo lo que veo e interpreto es lo que es, no hay otra perspectiva”.

Hacer cuenta de

A medida que cumplimos años, y si el contexto en el que nos encontramos lo favorece, vamos aprendiendo a identificar los pensamientos como tales, diferenciándolos de la realidad. Con la aparición de experiencias límite, y al objeto de defenderse del sentimiento de vacío, el joven puede llegar a suspender la realidad haciendo referencia a sucesos que le han ocurrido, sin que observemos demasiada resonancia emocional. El discurso se vuelve catártico y sin resonancia emocional.

Modo teleológico

Tal y como lo expone Gustavo Lanza (2011), “ el comportamiento del otro es interpretado en términos de consecuencias observables, más que como estados mentales”, “ la persona no intentará incidir mediante palabras, sino a través de la acción directa mediante palabras que tengan un valor al acto”. Recordando el caso de Leo, en numerosas ocasiones, determinados gestos eran interpretados por él como una agresión, lo que habitualmente conllevaba una reacción muchas veces automática y violenta.

Consideraciones finales

Con todo lo expuesto hasta el momento, nos podemos hacer una idea de algunas de las variables internas que pueden estar operando bajo la conducta delictiva y en interior del llamado joven infractor. De cara a desarrollar una mirada comprensiva (que nos explique y que nos oriente), y de cara a trabajar la reducción de la reincidencia, así como el bienestar del joven y su familia, considero será necesario tenerlas presentes.

Tal y como planteaba al inicio del artículo, la mirada va a tener que ser más ecosistémica, y con ello necesariamente vamos a tener que tener en cuenta además el micro, meso, exo y macrosistema. Dentro del segundo y el tercero, me gustaría destacar el papel tanto de la familia, como de las instituciones que trabajamos en el ámbito de la justicia juvenil.

La primera, a mi modo de ver, por la importancia que posee en tanto y cuanto es el constructor principal del propio niño, el cual con el tiempo, se va a convertir en ese adolescente que cada mañana o cada tarde tenemos delante. Como mínimo algunas de sus formas de actuar, van a relacionarse en realidad con mecanismos defensivos y/o adaptativos, ante problemas que se dieron en etapas tempranas, y que de algún modo se siguen dando. Con ello, mi reflexión se relaciona también con la necesidad de seguir revisando todo ese sistema legislativo y administrativo el cual, sin pretenderlo, provoca que la responsabilidad penal recaiga en muchas ocasiones, casi únicamente sobre la espalda del joven, obviando la responsabilidad moral y legal que la familia tiene ante determinadas prácticas negligentes, abusivas y violentas ejercidas por parte de algunos de sus adultos.

En cuanto a los servicios y profesionales que trabajamos con ellos, mi propuesta se relaciona con la necesidad de, ante todos los aciertos y buenas prácticas con las que a diario me encuentro y de las que tanto aprendo, seguir mejorando los modelos de trabajo. Ello implicaría una integración y actualización de contenidos planteados por autores de referencia, así como la asunción de una metodología de trabajo definida, empírica y contrastable. De igual modo implicaría una organización clara de los equipos, en los que las diferentes figuras profesionales tengan definida su función en el trabajo de reparación a realizar.

Y finalmente, y ante el daño interior al que vengo haciendo referencia desde el inicio del artículo, quisiera destacar la importancia de la dimensión terapéutica que debería partir de estos modelos. Sabemos que en el contexto en el que trabajamos desarrollar esa dimensión no es fácil, bien sea porque el joven no posee una base segura desde la que llevarla a cabo, bien porque no está preparado para el cambio, o bien porque nuestro servicio no lo posibilita. No obstante considero necesario diseñar y organizar dicha intervención terapéutica cuando sí sea posible desarrollarla, al igual que, en el caso que no lo fuera, dotar al equipo de profesionales a los que hace un momento hacía referencia, de herramientas para interpretar al adolescente, así como intervenir sobre él y su contexto ayudándolo bien a reparar , bien a encaminarlo a ese espacio de trabajo terapéutico.

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