Presentación
Sabéis que de vez en cuando presentamos relatos literarios relacionados con las temáticas que tratamos en este blog, un modo diferente de acercarnos a ellas, más bello y sugestivo.
Unas breves líneas para agradecer el relato que Thais Gamaza, compañera del taller de literatura, me regaló sobre el trabajo psicológico, que se puede aplicar al trauma, precioso, que me ha gustado tanto que he querido compartirlo con todos vosotros y vosotras.
Como veis, Thais atesora una destacada trayectoria como escritora, con un futuro brillante, dada su juventud.
Simientes
PARTE I.
Cuando J. adquirió el superpoder, fue consciente de que debía elegir con qué cometido utilizarlo, o tal vez, incluso el hecho de no hacerlo. Mientras se decidía, sembró, en el patio pequeño situado a la entrada de su casa, una sonrisa, para que germinara y poder tener cosecha para los años siguientes.
PARTE II.
Cada día la misma rutina. Alguien viene a verlo:
J. la mira a los ojos, y asiente. La chica no sabe muy bien qué le está queriendo decir, pero nota como si un rayo láser le atravesara el cuerpo. Ella se siente vulnerable. Cree que su vida se proyecta como una película frente a J. e intenta esquivarle la vista para que no siga mirando en los huecos tapados. No está mal para una primera sesión, piensa J.
Vuelve a casa, y, con mucho cuidado, va retirando los conflictos que se les han quedado adheridos a la piel. Los guarda en un cesto de mimbre, forrado con una tela blanca bordada con lavandas, y se mete en la ducha para limpiarse el cuerpo de los propios que se hayan despertado en ese día. Escucha el jadeo del perro, que lo espera en la puerta del baño sentado sobre sus dos patas traseras, moviendo la cola, y piensa que ojalá pudiera atravesarlo a él. Sale a la puerta de la casa a dejar la sonrisa en la tierra, para que se refresque con la humedad nocturna y poder tenerla lista para el día siguiente.
El espejo del baño ya se ha aclarado y J. ensaya con su reflejo.
—Eres un farsante— le dice.
PARTE IV.
Al llegar el fin de semana, J. sale con su cesto, y lleva a los dolores a jugar al parque. Les acaricia el pelo. Los coge de la mano. Les habla de lo maravillosos que llegarán a ser. De hecho, ya lo son. Les cuenta lo orgulloso que se siente de ellos por haberse atrevido a manifestarse. Hasta que, cuando al fin se sienten ligeros, ellos solos alzan el vuelo.
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