martes, 22 de octubre de 2024

Simientes, un relato breve escrito por Thais Gamaza

Presentación

Sabéis que de vez en cuando presentamos relatos literarios relacionados con las temáticas que tratamos en este blog, un modo diferente de acercarnos a ellas, más bello y sugestivo. 

Unas breves líneas para agradecer el relato que Thais Gamaza, compañera del taller de literatura, me regaló sobre el trabajo psicológico, que se puede aplicar al trauma, precioso, que me ha gustado tanto que he querido compartirlo con todos vosotros y vosotras. 

Como veis, Thais atesora una destacada trayectoria como escritora, con un futuro brillante, dada su juventud. 

Thais Gamaza


Thais Gamaza (Cádiz, 1986). Diplomada en Magisterio y alumna colaboradora del departamento de lengua y literatura, ha realizado estudios de Creación Literaria en el Laboratorio de Escritura de la Universidad de Cádiz, dirigido por María Alcantarilla. Además continúa su formación de la mano de varias escritoras latinoamericanas. Actualmente, realiza estudios de Psicología Clínica. Su relato “Luz de gas” aparece en la antología 'Destejiendo heridas' (2021), publicada en México y prologada por la escritora Liliana Blum. Su cuento “No va más”, publicado en la antología 'En cuentos con Rosa' (Literálika, 2020), fue uno de los ganadores del concurso internacional “Las hojas de Rosa”, publicado en la antología 'Labios rojos, chocolate y una rosa' (Ediciones de Educación y Cultura, 2020), obra prologada y amadrinada por Rosa Montero. Ha sido una de las doce escritoras seleccionadas para participar en la antología 'Mujeres Perversas', prologada por las escritoras Agustina Bazterrica y Agustina Caride, editada en México y que se publicó en 2022.


Simientes


PARTE I. 

Cuando J. adquirió el superpoder, fue consciente de que debía elegir con qué cometido utilizarlo, o tal vez, incluso el hecho de no hacerlo. Mientras se decidía, sembró, en el patio pequeño situado a la entrada de su casa, una sonrisa, para que germinara y poder tener cosecha para los años siguientes.

PARTE II. 

Cada día la misma rutina. Alguien viene a verlo:

J. la mira a los ojos, y asiente. La chica no sabe muy bien qué le está queriendo decir, pero nota como si un rayo láser le atravesara el cuerpo. Ella se siente vulnerable. Cree que su vida se proyecta como una película frente a J. e intenta esquivarle la vista para que no siga mirando en los huecos tapados. No está mal para una primera sesión, piensa J.

PARTE III. 

Vuelve a casa, y, con mucho cuidado, va retirando los conflictos que se les han quedado adheridos a la piel. Los guarda en un cesto de mimbre, forrado con una tela blanca bordada con lavandas, y se mete en la ducha para limpiarse el cuerpo de los propios que se hayan despertado en ese día. Escucha el jadeo del perro, que lo espera en la puerta del baño sentado sobre sus dos patas traseras, moviendo la cola, y piensa que ojalá pudiera atravesarlo a él. Sale a la puerta de la casa a dejar la sonrisa en la tierra, para que se refresque con la humedad nocturna y poder tenerla lista para el día siguiente. 

El espejo del baño ya se ha aclarado y J. ensaya con su reflejo.

—Eres un farsante— le dice.

PARTE IV.

Al llegar el fin de semana, J. sale con su cesto, y lleva a los dolores a jugar al parque. Les acaricia el pelo. Los coge de la mano. Les habla de lo maravillosos que llegarán a ser. De hecho, ya lo son. Les cuenta lo orgulloso que se siente de ellos por haberse atrevido a manifestarse. Hasta que, cuando al fin se sienten ligeros, ellos solos alzan el vuelo.

lunes, 21 de octubre de 2024

"Los hijos no tienen la culpa (O parecíamos una familia muy normal)", por Sergio Urriola



"Los hijos no tienen la culpa 
(O parecíamos una familia muy normal)"
Por Sergio Urriola


Fotografía de Sergio Urriola y de la portada de su libro

Para adquirir el libro en pre-venta: click aquí

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Reseña bibliográfica cuya autora es 
Carolina Saavedra, psicóloga y traumaterapeuta sistémica


Carolina Saavedra. Psicóloga de origen chileno. Vive en Viña del Mar junto a su esposo y dos hijos. Actualmente, se desempeña como coordinadora y docente del Diplomado Formación Especializada en Traumaterapia Sistémica Infantil (versión Chile-Hispanoamérica), dirigido por Dr. Jorge Barudy y Ps. Maryorie Dantagnan (Instituto de Formación e Investigación-Acción sobre las Consecuencias de la Violencia y la Promoción de la Resiliencia IFIV), y como asesora técnica de programas especializados en reparación de grave vulneración de derechos infantiles en la Corporación ONG Paicabi. Co-autora de artículos en áreas asociadas a la intervención psicosocial y vulneración de derechos en infancia. También trabaja en consulta privada como psicóloga y psicoterapeuta infantil y de adolescentes.  Licenciada en Psicología Universidad de Valparaíso. Diplomada en Formación Especializada para Psicoterapeutas Infantiles IFIV Barcelona. Master en Paidopsiquiatría y Psicología de la Infancia y la Adolescencia, Universitat Autónoma de Barcelona. Magíster en Psicología, Mención Psicología Comunitaria, Universidad de Chile. Diplomada (en línea) en Terapia Narrativa, Pranas Chile y Capacitada (en línea) y teórico-práctica en Terapia Cognitiva Conductual Focalizada en el Trauma, The Medical University of South Carolina – Universidad Santo Tomás.

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Escribir la reseña de este libro es un honor y un regalo para mí. Me sentí profundamente afortunada cuando, hace poco más de un mes, recibí un mensaje de su autor, a quien había acompañado terapéuticamente el año pasado. En ese mensaje, compartía conmigo que había escrito un libro y deseaba enviarme una copia.

Sinceramente no me sorprendió que emprendiera este proyecto y que lo haya logrado materializar, pues -al conocerle- una de las motivaciones que aprecié en él fue justamente su preocupación y sensible sentido de solidaridad ante las experiencias de dolor que los niños y niñas pueden llegar a atravesar en sus vidas, debido a las decisiones y la falta de protección de los adultos responsables de su cuidado.

Es así como prontamente tuve en mis manos el testimonio Sergio Urriola, nacido en Santiago de Chile en 1969, quien emigró a los Estados Unidos a los casi 20 años. Con mucho esfuerzo y determinación, Sergio logró forjar una destacada carrera como comunicador radial para la comunidad hispana y ahora liderar una empresa de turismo y viajes en Washington DC.

Probablemente, ser la voz de importantes programas y marcas reconocidas fue la antesala de este valiente desafío: sacar la voz de su propia historia. En ella desentraña vivencias que muestran las adversidades que un niño puede enfrentar a temprana edad. Sin embargo, gracias al fenómeno de la resiliencia secundaria, es decir, esa energía constructiva apoyada en experiencias y personas significativas, logra transformarse y generar opciones positivas de cambio.

Sergio cuenta su historia en primera persona, desde la mirada de un niño que, entre juegos con sus hermanos y animales en un entorno semirural, va descubriendo cómo las decisiones de los adultos, aunque incomprensibles para él, marcan su destino. El abandono de su padre y el consecuente periplo de su madre, a cargo de él y sus tres hermanos, en un contexto de pobreza y bajo la dictadura militar en Chile, nos permiten entender las dificultades que enfrentó.

La miseria y la escasez material marcaron la vida de Dimitri, el protagonista de esta historia. Pero fueron las largas ausencias de su madre al salir a trabajar, sus castigos físicos y, sobre todo, la falta de cariño y cercanía afectiva, lo que provocaría un profundo dolor y sentido de injusticia en este pequeño, quien no logra comprender cómo quienes deben protegerle y cuidarle le pueden causar tanto daño, o en palabras de Jorge Barudy, le someten a esa paradoja irresoluble. Sin embargo, encuentra consuelo en los gestos de cariño y atención de su tía Carmen y Mirita, que le permitían creer que merecía ser tratado con amor.

Muchos pasajes de este relato nos adentran en sus vivencias infantiles, revelando cómo la mirada adultocentrista de aquellos años impactaba la vida de Dimitri y sus hermanos, quienes -como muchos otros niños y niñas- silenciosamente viven estas experiencias, sin que haya al menos un adulto que los vea y pueda ayudarles o apoyar a esta madre quien, también influida por una dolorosa trayectoria de sufrimiento infantil, no pudo hacer consciente cómo sus actos afectaban a sus hijos.

“Al poco tiempo, Mario comenzó a mostrarse como era y, claro, estaba en su territorio y el trato hacia nosotros era de ignorarnos a ratos y autoritario en otros. Su adicción al alcohol se hacía evidente y es ahí cuando no lograba entender a mamá. Sus borracheras se volvieron eternas y muchas veces me tocó junto a mi hermano Fernando lo más denigrante que le puede tocar a un niño vivir en público ante la mirada de todo aquel que pasaba por la calle: ver a dos niños tratando de levantar a un borracho todo orinado para llevárselo a casa. Nos costaba una eternidad. Aún percibo ese desagradable olor a trago y orines. Llegábamos con él a casa y mamá nos recibía con cierto grado de vergüenza. Ella lo tomaba con todas sus fuerzas y se lo llevaba al baño sin techo y desde ahí se escuchaban sus gritos a mamá”

Afortunadamente, algunos faros en su camino, como Perico y Elías, así como adultos anónimos, le ayudaron a recuperar la confianza en sí mismo y en la humanidad, convenciéndose poco a poco de que era posible construir un futuro.

“Salté la reja de la casa y abrí la puerta muy despacio, entré a la casa a oscuras. Todos dormían, bueno eso creí yo en ese momento. Me metí en el cuarto que compartía con mis hermanos y Luz se acerca a mi cama y susurrándome muy despacio me dice:

¿Hueón, dónde estabas? Me tenías muy preocupada, por favor ¡¡no me hagas esto nunca más!! –me dice en un susto muy despacio. La amo por eso hasta el día de hoy, ya que fue la única de mi familia que ese día se preocupó por mí como pudo y la que supo que esa noche caminé solo y llegué a casa a las 3 de la mañana.

De la pareja que me ayudo y me salvó esa noche nunca más supe de ellos, ni siquiera recuerdo cómo se llaman. Conservé por mucho tiempo el sweater por si volvía a verlos alguna vez y regresárselo. ¡Les debo una! Sería genial saber de ellos y poder abrazarlos por lo que hicieron. Gracias a la Mirita, que yo sé que ella me los mandó, porque hasta ahora ella nunca me ha abandonado”.

La motivación de Sergio para compartir su testimonio radica en honrar a su niño interior, ayudarle a comprender lo vivido y percibirlo de una manera diferente, sin culpa y enseñándole lo que le ayudará a crecer y quienes le acompañarán en esos aprendizajes.

Es esta historia la que me impulsa a presentarles este libro, pues creo que puede ser una fuente de esperanza y transformación para otros. Dimitri nos enseña que la vida puede cambiar y que podemos resistir las experiencias más difíciles. Espero haber podido transmitirles este mensaje e invitarles a leer y compartir sus propias impresiones.

martes, 8 de octubre de 2024

Curso monográfico online: Cómo maximizar los beneficios del acogimiento familiar en la reparación del daño traumático poniendo el foco en el cerebro de los acogedores, organizado por IFIV, lunes 18 noviembre 2024


Organizado por el Instituto de Investigación 

Acción sobre la Violencia y la Promoción de la Resiliencia (IFIV)


Curso monográfico.

Lunes 18 de noviembre de 2024, de 16,00h - 20,00h


Cómo maximizar los beneficios del acogimiento familiar en la reparación del daño traumático poniendo el foco en el cerebro de los acogedores


Con Cristina Herce y Rafael Benito

Para inscribirse, click AQUÍ








lunes, 7 de octubre de 2024

La vergüenza crónica, reflexiones a propósito del libro de Patricia Deyoung


Estoy leyendo el libro “Comprender y tratar la vergüenza crónica”, de Patricia Deyoung y está siendo todo un descubrimiento. Me está ayudando a entender y tratar especialmente a determinados pacientes adolescentes y adultos que presentan trauma complejo. Sin embargo, es útil no solo en estos casos sino también para entender a otras personas que, sin haber sufrido un impacto traumático tan severo, han vivido experiencias en las que no se han sentido unidos y seguros con sus figuras de apego. 

Portada del libro de Patricia Deyoung

Los pacientes con un trauma complejo crónico presentan síntomas muy variados. No encajan fácilmente en una categoría diagnóstica y, una vez recuperados, suelen recaer de una manera muy frecuente. La cronicidad en sus problemas de salud mental y en sus relaciones interpersonales son recurrentes. Por ejemplo, manifiestan tristeza profunda crónica, dolores psicosomáticos continuos, reacciones de ira descontrolada, se sienten fácilmente atacados e invalidados y reaccionan de manera hostil, síntomas obsesivos (con la limpieza, el orden, la gente que puede o no entrar en sus casas…), reacciones de bloqueo cuando se les presenta un problema cotidiano, déficit interpersonales (no pueden mantener relaciones cercanas y estrechas porque entran en conflicto al sentirse fácilmente rechazadas y hacen valoraciones y apreciaciones de la realidad distorsionadas o proyectivas), adicciones casi continuas (a las sustancias, o a las compras u otras actividades), imposibilidad de mantener una relación de pareja sana, episodios depresivos, muchos problemas para mantener un trabajo… Podría seguir… La disociación se ha hecho habitual en su repertorio, como dice Schore forma parte ya de su estructura neurobiologica. 

Otras veces no observamos experiencias o procesos relacionales aparentemente tan severos, pero la persona no se ha sentido amada, reconocida, validada, segura y conectada con las figuras parentales u otras personas significativas con las que se ha criado. 

Cuando uno trabaja con los modelos terapéuticos clásicos del trauma, basados en conceptualizar el caso (o evaluar) y aplicar protocolos u otras técnicas de tratamiento terapéutico eficaces para abordar los contenidos y recuerdos traumáticos asociados a los síntomas y los trastornos que presentan, lo que yo observo es que este tipo de abordajes no son suficientes. A mi juicio, este tipo de modelos no han considerado como merece la relación terapéutica. La sitúan como fundamental (en el sentido de que está en la base de todo tratamiento), pero no la valoran como la terapia en sí misma. De hecho, la herencia de todo esto es que cuando un profesional por diversos motivos (resistencia de un paciente, mecanismos de defensa que son delicados de eliminar tan rápido, falta de confianza en el profesional, no sentir seguridad con él, sentirse juzgado, traspasar límites terapéuticos…) no puede aplicar técnicas y se encuentra solo en el estar-con el paciente, siente que no está haciendo nada y que la terapia no avanza. No ve las enormes posibilidades terapéuticas de una terapia relacional. El paciente le está haciendo el regalo de seguir acudiendo y de mostrarse, pese a los riesgos, en una relación con un otro tan significativo como lo es un terapeuta… El paciente esperará a comprobar qué hacemos cuando surjan momentos críticos: “Después de la fuerte discusión que tuvimos pensé que ya no me recibirías más en la consulta". "Con el psicólogo anterior fue así, me dijo que había atentado contra su confianza y decidió suspender las sesiones” “Con el último profesional que estuve decidí no ir, dijo una frase que me molestó mucho y no volví más, nunca me llamó para preguntar por qué falté”- son frases pronunciadas por pacientes.

En este sentido, los modelos psicoanalíticos relacionales recientes, basados en los conocimientos que tenemos sobre el hemisferio derecho del cerebro, nos están aportando una nueva mirada y una nueva forma de llevar adelante los tratamientos. Autores como Schore están situando este tipo de psicoterapias en el siglo XXI y dudan de que una terapia basada solo en las técnicas y en el hemisferio izquierdo (interpretativa, cognitivo-conductual…) sea exitosa. Debemos implicar al hemisferio derecho. De este modo, Schore (2022) afirma: 

"La regulación psicobiológica interactiva [...] proporciona el contexto relacional bajo el cual el paciente puede establecer contacto, describir y finalmente regular su experiencia interna de manera segura [...] Lo que ayuda al paciente a efectuar el cambio es experimentar este empoderamiento en el contexto de seguridad proporcionado por el trasfondo de la regulación afectiva interactiva psicobiológicamente armonizada del terapeuta empático".

"La neurociencia ha legitimado la subjetividad en psicología y en terapia. Tanto la ciencia como la teoría clínica coinciden en que la psicoterapia es básicamente relacional y emocional, por lo que ahora pensamos que estar emocional e intersubjetivamente con el paciente es más importante que explicarse racionalmente el comportamiento del paciente"

"El trauma relacional no se aborda mediante estrategias, técnicas, interpretaciones, etc. dictadas por la agenda de una teoría particular. Más bien, es a través del establecimiento de un tipo específico de relación que no se impone ni se manipula artificialmente, sino que se permite que emerja en la interacción conversacional".

La relación terapéutica de transferencia y contratransferencia, desde una mirada actual (casi diríamos que todo es contratransferencia porque terapeuta y paciente constituyen un cerebro bipersonal, se interinfluencian mutuamente), es la clave del proceso terapéutico. Y, además, porque muchos de los “recuerdos” de los pacientes son implícitos, inconscientes, pertenecientes a una etapa temprana (no se olvida pero no se recuerda) y solo se pueden mostrar y manifestar en lo que escenificamos con los otros. Y, en concreto, en lo que se escenifica en el marco de la relación afectivamente íntima paciente/terapeuta. La terapia relacional es la terapia, no el medio para conseguir aplicar unas técnicas eficaces. Es más: diría que cuando aplicamos técnicas hay implicaciones relacionales, conscientes o inconscientes. Están ahí, pero las obviamos. Podemos estar comunicándonos con nuestro paciente a nivel explícito de una manera, pero en la comunicación no verbal implícita pueden estar pasando otras cosas: “No te lo he dicho hasta ahora, pero me da mucho miedo estar con un hombre a solas en una sala porque cuando tenía diez años un amigo de mi padre abusó de mí. Mi padre no me creyó y mi madre se drogaba y bebía y me dijo que a ella también le ocurrió y que lo olvidara”. Una revelación así no solo requiere de un abordaje técnico para tratar ese contenido traumático sino sobre todo y ante todo, hablar y tratar sobre los sentimientos que se experimentan por ambas partes, y sobre todo acerca de la inseguridad y el miedo que esta persona siente, para poder sostener la relación y renovarla. Como dice Deyoung: "Un momento de enactment mutuo [con este término se refiere Patricia a que terapeuta y paciente escenifican juntos una actuación en la cual las necesidades y conflictos inconscientes de ambos se solapan y se encuentran, refleja una espiral de influencia mutua: el paciente actúa en el terapeuta y este en el primero] puede ser terriblemente doloroso en terapia. A veces, los clientes no pueden soportarlo o verle el sentido, y abandonan la terapia. Pero a menudo soportan quedarse si sus terapeutas pueden soportarlo con ellos, mientras comparten una convicción de que su lucha conjunta importa profundamente de alguna manera".

Creo que en el trabajo con los pacientes debemos situar la relación terapéutica como el eje vertebrador de toda la terapia. Este modelo es mucho más exigente y comprometedor para el profesional, porque le va a poner, en cantidad de ocasiones, en situaciones interpersonales donde las decisiones -qué decir, qué hacer y sobre todo, cómo actuar- van a ser muy delicadas y criticas. Y va a requerir que nosotros, como profesionales-persona con biografía, hayamos sanado de nuestras propias heridas infantiles. Porque los terapeutas pueden conducir sin darse cuenta a su paciente hacia una experiencia retraumatizante. O, por el contrario, hacia una manera de revivir de modo diferente (por lo tanto, reconstruir) lo experimentado en el pasado, con un resultado interpersonal distinto, sanador de los patrones relacionales dañados de nuestro paciente.

¿Por qué algunos pacientes presentan estos rasgos de ser, estos síntomas y estas conductas tan persistentes y continuadas? Es como si se comportaran como la osa que vivió años atada en una jaula y solo tenía un pequeño espacio para caminar en círculo. Ya fuera de la situación traumática, en libertad, la osa continúa durante mucho tiempo girando alrededor del perímetro que tenía en cautividad sin darse cuenta de que… ¡tiene todo el espacio del mundo! Este tipo de pacientes, con frecuencia se recuperan de un evento que les dispara las reacciones traumáticas pero de nuevo otro disparador les mete en similares reacciones… Es decir, hacen lo mismo que la osa: idénticas reacciones emocionales y conductuales que en el pasado, la misma repetición de patrones afectivos y vinculares, las mismas decisiones y actuaciones que llevan a similar resultado: hacerse daño y/o hacérselo a los demás. Y en la explicación de porqué se comportan así, pendulan entre culpar al exterior o culparse a ellos mismos y caer en conductas autolíticas y autodestructivas. Como la osa, no salen de ese círculo. Y los profesionales aplicamos las técnicas, llevamos adelante protocolos validados, interpretamos sus patrones y les ayudamos a resignificar lo vivido a la luz de nuevas reflexiones (cuando se abren a ello, porque la excesiva activación o las posturas rígidas defensivas hacen que solo vean una parte de la realidad, una única verdad y absoluta; y eso dificulta que trabajemos la mentalización) que conecten genuinamente con las emociones reguladas por la relación terapéutica. Y por supuesto que mejoran, y se logra ayudarles con resultados positivos en muchos aspectos de sus vidas y de su salud. Pero observo que vuelven una y otra vez a repetir cada cierto tiempo una "performance del yo" (Deyoung, 2024) similar. Los profesionales nos sentimos desbordados e impotentes. Y las personas que rodean a nuestro paciente se desesperan y sufren como ellos las consecuencias de una espiral destructiva. 

La osa que cree estar atrapada en una jaula

Leer el libro de Patricia Deyoung me ha abierto nuevas perspectivas. Esta autora plantea que en este tipo de pacientes (y en otros) lo que sienten realmente a un nivel inconsciente y desplazado al hemisferio derecho es vergüenza. Pero no entendida como esa emoción transitoria en la que tenemos una reacción somática y nos queremos esconder, como lo opuesto al orgullo. Patricia habla de vergüenza crónica. No es porque una persona fracase en ser admirada, reconocida, adorada o pase por una experiencia que suponga un deshonor o un bochorno, o una afrenta. Esta autora conceptualiza la vergüenza desde un punto de vista relacional y asociada siempre a otro. Dice Patricia:

“La vergüenza en todas sus formas es antes que nada relacional. Empieza como la experiencia del yo-en relación cuando el en-relación se ha roto o desconectado. Cuando la desconexión relacional es crónica, un profundo sentimiento de desolación toma el control, junto con la desesperación no remitente y la sensación de falta de mérito. […] La vergüenza ataca no porque una persona fracase en ser adorada, reconocida y admirada. Sino porque una persona no tiene una necesidad primaria satisfecha, concretamente, la necesidad de conexión y unión emocional. Por lo tanto, la vergüenza se puede sanar si una persona vuelve al vínculo donde la empatía y la unión emocional son posibles. Este es el trabajo de la psicoterapia orientada al yo-en-relación”.

Por eso no es necesario que se vivan formas muy extremas de malos tratos, sino que la pérdida de una manera continuada de la conexión con las figuras de apego puede instalar esta vergüenza. Con lo cual cualquier forma de comportamiento que se exhiba ante un niño pequeño que conlleve un déficit repetido y acusado de empatía, donde nos mantenemos distantes y haciéndole sentir al pequeño un vacío y una desconexión (un espacio donde no se puede estar) que vivirá como abrumadoras, puede instalar la vergüenza crónica.

Para que esto ocurra, debe existir un otro (u otros) desregulador, dice Patricia: “La vergüenza crónica es un fenómeno que se desarrolla cuando esta desintegración/desregulación se da de manera continuada y no reparada. Para sobrevivir, un yo se desconecta de la causa del dolor y aprende cómo vivir en aislamiento emocional. De este modo, el dolor de una relación rota se convierte en patrones de relación de desconexión del yo y de otros para toda la vida. Estos patrones son estresantes y debilitadores; sostienen identidades de desmerecimiento, expectativas de fracaso y exigencias de una performance perfecta, pero son más tolerables que la vergüenza aguda en curso. Estas estructuras de la vergüenza crónica están sujetas a una disociación tan poderosa como la vergüenza aguda que estas disocian”.

Los adultos escenifican "performances del yo", dice la autora, que conllevan reacciones de rabia, enganche a sustancias, patrones rígidos de pensamiento, persistencia en generar los mismos círculos viciosos, confirmaciones repetidas de que el otro rechaza y abandona, cambios de humor, sentirse seres despreciables, autolesiones, sentimientos intensos de odio… y actuaciones o patrones afectivos similares que conllevan repeticiones con pensamientos y creencias rígidas. De ese modo, mantienen versiones del yo avergonzadas traumáticamente alejadas de su conciencia. Les resulta más soportable estas performances que arriesgarse a vivir la "sombra del tsunami" (Bromberg, 2011) en forma de vergüenza aniquiladora. Su experiencia interna es terrible, así lo describen los pacientes. Debe ser una vivencia horrible, similar a la que tienen los protagonistas de esta película cuando ven este espantoso tsunami llegar a su ciudad…

Los pacientes traumatizados viven las reexperimentaciones 
como si de un tsunami aterrador se tratara


Veamos el caso de Miguel [modificado por preservar al máximo la intimidad]:

Con cada chico que conoce se abre a una nueva ilusión. Ha tenido relaciones con tantos que ha perdido la cuenta. Al principio, cada nueva posible pareja se la representa como buena, cercana, tierna, cariñosa… El chico debe de cumplir unos requisitos en su performance a nivel físico (tener una fisonomía concreta, si no, los rechaza) Tras el primer encuentro, donde él nunca parece desear ir más allá, es decir, crear un vínculo de pareja (aunque en muchas ocasiones manifiesta a su terapeuta quererlo) el chico y él se despiden. No han hablado nada concreto sobre si se verán más veces o no. Parece que tan solo se trata de un encuentro sexual que puede repetirse, no hay nada parecido al inicio de una relación, ni mucho menos un vínculo de pareja. Nada se ha hablado. Justamente “elige” aquellos chicos que no quieren más que encuentros sexuales y consideran que de eso se trata. Y estos creen (aunque no lo hablan) que Miguel también quiere solo sexo… Pero una parte de este quiere vincular, necesita encontrar una persona que la colme de amor. Por ello, rápidamente, nada más irse por la puerta el chico, le escribe. Si este no le contesta o no le coge el teléfono y tarda en hacerlo, la rabia y el odio le invaden. Ahora ya no atribuye cualidades positivas al chico, sino que le demoniza: es malo, le rechaza, se ha aprovechado de él, le ignora… Miguel le envía mails furibundos o audios de whatsapp donde carga contra él todo su odio porque considera que le rechaza y le ignora (lo que genera vergüenza disociada), pero es más tolerable sostener un síntoma de ira y odio continuos (donde el causante es el otro) que conectar con la vergüenza que le lleva a la desconexión profunda que sintió de bebé y de niño al ser abandonado por su padre y dejado en unas condiciones extremas para la supervivencia. Esta performance se repite una y otra vez, durante años… Solamente en la relación de transferencia/contratransferencia con el terapeuta se puede reparar esta herida, cuando Miguel siente a veces que el terapeuta le rechaza, pero a pesar de todo este sostiene la relación y mantiene el vínculo. Con él puede encontrar un espacio para poder reestructurar estas experiencias, y también las más tempranas. Para Miguel es mucho más tolerable escenificar esta performance y expulsar impulsivamente la rabia y el odio que ser consciente del sentimiento profundo de rechazo que late en él, que le lleva a la desconexión profunda que sintió en su infancia temprana cuando pasaba días y días solo en una cuna. Son recuerdos que ha disociado y que viven en su hemisferio derecho en forma de sensaciones, emociones, tonos de voz, expresiones faciales… de no estar con otro y sentir esa desintegración. Bromberg (2011) habla también de esto cuando afirma que la disociación traumática es como la "sombra de un tsunami" que amenaza la integridad del self. Y estas personas, al igual que Miguel, tienen, en palabras de Bromberg, un "detector de humo" para intuir la aparición de la sombra del tsunami y la llegada de una ansiedad aniquiladora. Podéis visitar este post.

Por lo tanto, en la génesis de la vergüenza crónica está, como refiere Patricia, la vivencia prolongada de una desconexión con las figuras de apego que conlleva una experiencia intolerable de desintegración. Así, dice Deyoung: “Las relaciones son lo que mantienen al yo en una completitud integrada, y el bienestar personal depende de ese sentido integrado del yo-en-relación. […] Desde el momento del nacimiento, el impulso por la coherencia convierte los patrones de experiencia afectiva y emocional inmediata en patrones de expectativas y respuesta con los cuidadores. […] Pueden aparecer en terapia como las experiencias de ansiedad, depresión, disminución y fragmentación de un cliente, y también como la incapacidad del cliente de conectar de una manera que ayude. […] El terapeuta trata de crear una relación donde una experiencia del yo más coherente sea posible para el cliente”.

Los padres o adultos que cuidan al niño han de ser extremadamente responsables en el modo en el que vinculan con el niño. Qué le transmiten mediante mensajes verbales y no verbales sobre su ser. Hablamos de que cuando nos equivocamos con ellos la reparación es posible, pero no es menos cierto que hay experiencias tempranas relacionales tan severas y duraderas que dejan una huella en la psique tan marcada que no resulta fácil de reparar posteriormente. Es posible que nuevos patrones relacionales, nuevos esquemas mentales, nuevas experiencias vividas con personas sanas… contribuyan a crear un sentido coherente de uno mismo, así como volver a sentirse en conexión con otro. Pero, tengámoslo en cuenta, es costoso y conlleva un gran esfuerzo continuado relacional. Y no tenemos ninguna garantía de lograr dicha reparación. Por lo tanto, la toma de conciencia y el trabajo personal preventivo son totalmente necesarios. En los últimos tiempos se le está concediendo mucha importancia al sistema nervioso autónomo y a la teoría polivagal y sus conexiones con el cuerpo y las acciones que moviliza (lucha, huida, etc.) Y aunque sin duda la tienen, como bien dice Rafael Benito, es importante la integración vertical pero también la horizontal, hemisferios derecho e izquierdo, que también participan en nuestras relaciones con los niños y adultos, a través de los gestos, la prosodia, la mirada… (hemisferio derecho del cerebro, que sería algo así como la música) y de los mensajes verbales (hemisferio izquierdo del cerebro, la letra) y qué grado de coherencia hay en la comunicación entre ambos.

¡Qué enorme importancia tiene lo que vivimos de niños con nuestros padres o cuidadores! Así pues, dice Deyoung: “cuando somos pequeños y clásicamente nos portamos mal, el descontento del padre o de la madre causará momentáneamente una desconexión (esto es un elemento clave en el modelo de esta autora), vergüenza y sentimientos de desmoronamiento. Un progenitor competente reconectará lo más pronto posible, enderezando el sentido del yo del niño. Esta desintegración tolerable se convierte en una oportunidad para el niño de asimilar un sentido del yo a veces malo. Las pequeñas roturas, si se restauran rápidamente, ayudan al niño a integrar sentidos emocionales de bondad y maldad. […] El daño permanente de la vergüenza crónica es el resultado de un patrón de momentos de desintegración no restaurada en los que el niño tuvo que luchar solo para restablecer el equilibrio. En vez de integrarse, la separación de bueno y malo se refuerza. El niño puede intentar actuar como un niño completamente bueno o completamente malo, al tiempo que también intenta borrar la experiencia confusa y totalmente dolorosa de desintegrarse solo, especialmente cuando esto sucede a menudo. Así, la desconexión no restaurada entre el cuidador y el niño es lo que conduce a la vergüenza crónica. Cuando un niño ya no es capaz de sentirse conectado y reconocido por una persona que lo acoja en su ser emocional, su experiencia de un yo coherente se desintegra”.

Por ello, muy temprano en el desarrollo, desde los dos-tres años, es importante que el niño no viva una escisión entre bueno/malo. El adulto que es capaz de transmitir al infante que “no es malo sino alguien digno aunque haya cometido errores” y se mantiene conectado pese a todo, está sentando las bases de una buena salud mental. Y esto es difícil sobre todo al relacionarse con niños con historia de trauma temprano o del desarrollo, que son especialistas en tocar los botones del adulto y hacer que este se desregule, perdiendo el control emocional o bien poniendo una distancia (lo más duro para un niño que ha sido abandonado o ha vivido trauma) que aumenta la rabia y la hostilidad de este (porque la tiene impresa en su hemisferio derecho desde bebé). El adulto, desde la seguridad y la calma atenta que ayuda a estar presente (no confundamos calma con imperturbabilidad adulta o indiferencia, no es lo mismo), va conectando con el estado del niño y le ayuda progresivamente a modularlo.

Muchos de nuestros pacientes sienten, cuando cometen errores, que son las peores personas. Sienten desprecio por todo su ser, y en el fondo anida la vergüenza que condujo a la desconexión, que en el caso de ser continuada, lleva a la desintegración. Hemos de esforzarnos en que los niños se sientan conectados con nosotros, válidos, dignos, respetados y amados, cuando no satisfacen nuestras expectativas o se equivocan o cometen errores, algo muy frecuente porque son seres en desarrollo y lo más normal es esperar que sean falibles. “Abracemos la imperfección”, dice Ana Gómez. “Soy digno y merecedor, aunque a veces me equivoque”, conduce a la culpa sana y no a la vergüenza desreguladora. Este es el mensaje fundamental.

Debemos tener un profundo respeto por los niños y sus derechos. Hemos de medir muy bien las frases que les decimos y cómo se las decimos. Como hemos dicho, cuando nos equivocamos con ellos, se puede reparar, sí, pero no olvidemos que esto no siempre ofrece el resultado esperado con todos porque hay niños y adolescentes que no siempre se abren a ello ni les llega internamente la reparación. Podemos cometer errores, por supuesto, somos humanos, no podemos ser perfectos y serlo sería peor. Sin embargo, no podemos exhibir el descontrol emocional y/o el modelo de la cara congelada (distante) como tácticas de relación y disciplina habituales con el niño. Tengamos presente que lo que les decimos -y cómo se lo decimos- a los niños es muy importante y tiene una gran influencia en su desarrollo, un gran impacto. Si conlleva la presencia de un otro-en-relación desregulador, puede instalar la vergüenza crónica en ellos. Como padres, cuidadores y profesionales de la infancia, debemos de hacer trabajo personal y revisar nuestras heridas y sanarlas. Schore lanza en este sentido un mensaje que nos tiene que hacer pensar mucho: una persona (padre, madre o profesional) solo puede aspirar a sanar a un niño o adulto, paciente o no, sólo hasta el nivel de sanación que aquella haya logrado en sus competencias vinculares y empáticas.

Sobre la psicoterapia, si el trauma es fundamentalmente relacional, aquella será relacional. Así pues, las técnicas y los protocolos, válidos, tendrán su espacio y sentido si hacemos que toda la terapia se vertebre en torno a lo relacional. Por otro lado, abordar la vergüenza, tan desintegradora de la persona, es muy delicado. No puede aludirse a ella directamente, no es siempre recomendable hacer esto. Patricia propone un programa de trabajo que requiere ir por partes, de un modo más indirecto a otro más directo, sobre todo cuando la vergüenza está disociada. Esto será motivo para que escriba otro post.

REFERENCIAS

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional.Madrid: Ágora relacional.

Schore, A. (2022). Psicoterapia con el hemisferio derecho. Barcelona: Eleftheria.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Congreso Internacional de Acogimiento Familiar Especializado, en Barcelona, Madrid y San Sebastián, 4, 5, 6 y 7 de noviembre 2024

 CONGRESO INTERNACIONAL DE ACOGIMIENTO FAMILIAR ESPECIALIZADO

Un congreso en el que participan expertos nacionales e internacionales en el ámbito

Un congreso para compartir conocimiento y experiencia en cuidados para la reparación del trauma infantil. El modelo de acogimiento familiar especializado de especial preparación será el eje vertebrador de las jornadas, con aportaciones profesionales de referentes clave de diferentes ámbitos como la neurociencia, así como perspectiva desde la experiencia en otros países.

Barcelona, Madrid, San Sebastián, 4, 5, 6 y 7 de noviembre de 2024

PROGRAMA: CLICK AQUÍ

INSCRIPCIONES: CLICK AQUÍ