Experiencias adversas en la infancia en la era de internet, inteligencia artificial y macrodatos (II):
perpetración y victimización de ciberviolencia
Un artículo de:
Iciar García Varona
Doctora en psicología
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Iciar García Varona |
El uso de las redes sociales, el teléfono móvil y todo lo que abarca el uso de Internet, se ha expandido y generalizado en nuestras sociedades, lo que, si bien ha abierto un campo de posibilidades en cuanto a la comunicación, relación y acceso al conocimiento, también ha creado un extenso campo para el ejercicio de una nueva forma de violencia hasta ahora poco conocida: la ciberviolencia. Esta entrada abrupta a nuevos mundos virtuales requiere también de nuevas formas de abordaje, entendimiento y reflexión.
Al igual que hemos ido adaptándonos (o sobreadpatándonos) al uso de Internet casi a un ritmo autómatico, comandado por el nuevo e imponente requerimiento social, se torna necesario el entendimiento de estas nuevas formulaciones, dedicando espacios de cuestionamiento y reflexión para su mejor abordaje. Esta es la pretensión de esta entrada en el blog: ahondar en las causas fundamentales de estos nuevos tipos de violencia, así como en sus consecuencias.
Con el fin de situar al lector de la mejor manera posible ante la realidad que vamos a abordar en el presente artículo, voy a tratar de centrar la conceptualización de lo que la literatura ha ido recogiendo como términos que, aun estando relacionados por tener características comunes, no alude exactamente a los mismos fenómenos.
Haremos referencia específicamente a acontecimientos como son el ciberacoso, la ciberviolencia y la ciberviolencia de pareja. Aunque son fenómenos que se superponen y aparecen como sinónimos dado que no parecen encontrarse dentro de un consenso terminológico en la literatura, diferenciaré dos formas de violencia a través de Internet que en distintas revisiones bibliográficas aparecen directamente relacionadas con la experiencia temprana de adversidad, tanto en perpetradores como en víctimas.
La Ciberviolencia (CV) hace referencia a un concepto amplio que podría dar contenido a los otros dos términos referidos, dado que alude a toda acción que se realiza en medios digitales con la intención de hacer daño o causar sufrimiento. Por lo general, se lleva a cabo mediante aplicaciones de mensajería instantánea, redes sociales, foros o salas de chat por Internet, correo electrónico o comunidades de juego. Dentro de ésta encontramos el Ciberacoso (CA) o Ciberbulling (CB) que se ha definido como “un conjunto de comportamientos realizados a través de medios electrónicos o digitales por un individuo o grupo de individuos que comunican de forma repetida mensajes hostiles o agresivos con la intención de causar daños o malestar en los otros” (Zych et al., 2018. pág 1).
La Ciberviolencia en la Pareja (CVP) se entiende como cualquier acto que conlleve difamar, insultar, intimidar, presionar o controlar al otro miembro de la pareja a través de los medios electrónicos (Donoso y Rebollo, 2018).)
Podríamos decir que bajo la conceptualización de CV subyacen los términos afines de CB y CVP, pero con la necesidad de atender a las características especiales de cada uno. Así el CB se manifiesta en forma de hostigamiento, invasión de la privacidad, robo de identidad, denigración o exclusión social (Willard, 2007). En cuanto a la CVP, este tipo de violencia se manifiesta en torno a conductas como el control del comportamiento y de las interacciones que las personas realizan en Internet, a través de las redes sociales o el móvil, mediante el uso de contraseñas y claves personales de los miembros de la pareja, lo que puede darse sin consentimiento (Backe et al., 2018; Flach y Deslandes, 2017); por otra, recurriendo a amenazas, humillaciones, y comportamientos denigrantes, con la intención de causar angustia y aislamiento (Buesa y Calvete, 2011).
Si bien el hostigamiento y la reiteración suelen ser características especiales de este tipo del CB, que además posee la característica de poder ser perpetrada por un grupo de personas o por una sola, el control y la violación de la intimidad podrían formar parte de las principales características de la CVP. Los rasgos comunes atribuibles a las distintas formas tendrían que ver con aspectos propios del ejercicio de violencia como el daño, el abuso de poder y la intencionalidad.
Victimación y perpetración de violencia y su relación con la experiencia temprana de adversidad
La teoría del apego (Bolwy, 1967, 1973, 1980) ya indicaba cómo las relaciones entre el cuidador y el niño proporcionan una base crucial para las interacciones sociales. A su vez, varios estudios profundizaron en cómo se producen ciertos mecanismos que fomentarían continuidades entre las experiencias tempranas de cuidado y las interacciones posteriores de los individuos con sus compañeros de la infancia, sus parejas románticas y sus propios hijos (Cicchetti et al., 1992; Cowan et al., 1996). Los patrones de violencia y victimización, tienden a ser revividos en relaciones extrafamiliares (Dodge et al., 1990; Zeanah y Zeanah, 1989) en lo que se ha denominado tradicionalmente como “ciclo de la violencia”. Así, la literatura advierte de que adultos que fueron maltratados cuando eran niños tienen más probabilidades de maltratar a sus cónyuges y abusar de sus propios hijos y ser victimizados por sus parejas íntimas (Browne y Finkelhor, 1986; Dutton et al., 1995).
En sus difíciles relaciones con los padres, por ejemplo, los niños maltratados pueden llegar a esperar que la coerción, la violencia y la explotación sean fundamentales para todas las relaciones (Cicchetti y Lynch, 1995). Estas internalizaciones probablemente influirían en las percepciones de los niños maltratados sobre nuevas interacciones y guiarían sus respuestas conductuales a lo largo de distintos roles sociales (Bretherton, 1990; Greenberg, Speltz y DeKlyen, 1993; Sroufe y Fleeson, 1986). Para protegerse de lo que esperan que sea una amenaza social generalizada, por ejemplo, los niños maltratados pueden ser agresivos y dominantes en nuevas interacciones, o pueden parecer demasiado sumisos para apaciguar a los demás. Estos comportamientos pueden ponerlos en riesgo de ser agresores o víctimas respectivamente.
Esta continuidad relacional se ha atribuido a las actitudes y expectativas que los individuos mantienen a partir de las experiencias de cuidado (Main, et al., 1985; Sroufe y Fleeson, 1986, 1988). Las relaciones tempranas adversas y disfuncionales pueden conllevar que los niños que las hayan padecido generen una serie de expectativas sobre sus relaciones con los demás que se estén basadas en los mismos criterios que guiaron sus experiencias tempranas de relación, es decir, podría establecerse la creencia de que la coerción, la violencia, la explotación o el abandono sean necesarias para todas las relaciones presentes o futuras que estos niños vayan a establecer (Ciccetti y Lynch, 1995).
De esta manera, el niño se ha de proteger de lo que es esperable que sea una amenaza, es decir, que cualquier escenario social (que por su experiencia temprana de adversidad es percibido como una amenaza) requiera de respuestas como las que fueron necesariamente desplegadas en sus relaciones de cuidado, y que pueden oscilar desde la agresión y la dominación a la sumisión y el congraciamiento (con el fin de apaciguar a los demás). Ambos comportamientos colocan a estos niños y jóvenes en grave riesgo de perpetración o victimización. Desplegar una u otra respuesta dependerá de componentes, biológicos, contextuales y del tipo de adversidad o tipo de adversidades tempranas experimentadas; sin obviar el objetivo de supervivencia en un esfuerzo de mantener la seguridad dentro de sus hogares violentos, caóticos o disfuncionales (Cicchetti y Thoht, 1995; Crittenden y Di Lalla,1988).
Las emociones desempeñan un papel central en la organización del comportamiento social como ya advertía Kobak (1999) entre otros. Parece evidente, tras lo ya expuesto, que los niños y jóvenes que han vivido este tipo de experiencias tempranas esperen ser victimizados en sus nuevas relaciones sociales y afectivas y, por lo tanto, pueden reaccionar antes nuevos escenarios con hiperactivación y miedo entre otras emociones salientes. Esta misma experiencia temprana de adversidad dificulta al niño su capacidad de regular esta ansiedad y temor ante los nuevos escenarios relacionales. Así, encontramos niños y jóvenes con una marcada distancia emocional (agresores), que sugiere algunos déficits regulatorios fundamentales que les permitirían promover prácticas coercitivas. Los niños y jóvenes que manipulan y explotan a otros parecen experimentar un patrón distintivo de déficits y restricciones emocionales, como la ausencia de culpa y/o remordimiento y manifestaciones afectivas contextualmente inapropiadas, que puede promover y mantener la violencia interpersonal crónica y la explotación (Cohen y Strayer, 1996; Wootton et al., 1997).
La respuesta ansiógena también podría contribuir a un riesgo de victimización (Olweus, 1993). Estudios como los de Rosgosch et al (1995) explican cómo la excitación y vigilancia que puede será adaptativa en sus hogares, convierte a estos niños y jóvenes en potenciales víctimas de violencia con iguales. La forma de regular el miedo, la culpa y la vergüenza puede conllevar reacciones sumisas, retraídas y no asertivas que parecen favorecer la aparición de riesgo de acoso por los iguales (Schwartz, 2000), al igual que ocurriría en el caso de las parejas, en las que el tipo de complacencia y sumisión al dominio podrían ser factores de riesgo para victimización en violencia de pareja. Podríamos encontrarnos ante posturas de sobreadaptación al trauma, que se hacen extensivas en otros contextos relacionales de los niños y jóvenes.
La ciencia psicológica especifica que estas representaciones negativas de uno mismo, de los demás y de las relaciones transmiten patrones sociales desadaptativos a través de relaciones y de generaciones. La neurociencia ha avalado este tipo de perfiles neuropsicológicos, explicando cómo las consecuencias cerebrales del maltrato asientan las bases de estos funcionamientos psicológicos. Davis et al., (2015) señalan, entre otras, a la regulación emocional y a las dificultades en la cognición social como consecuencias de la cascada de acontecimientos que marca la configuración cerebral de los niños y jóvenes que se desarrollaron en entornos adversos. Las dificultades de regulación emocional tienen su origen en la irritabilidad límbica fruto de la hiperexcitabilidad amigdalina, así como la desregulación alostática a largo plazo del eje fisiológico del estrés (Mesa- Gresa y Moya- Albiol,2011).
Ciberviolencia
A día de hoy encontramos que el uso que se hace de las redes y de los dispositivos móviles en niños y jóvenes, fundamentalmente en los adolescentes, tiene que ver con un uso relacional. El 47% de los jóvenes reconoce que ha sufrido situaciones desagradables den el uso de redes (López y Galán, 2012). Entre el 38% y 1l.18% de menores con móvil, indicaban haberse sentido acosados sexualmente a través de este medio (García y Moreno, 2006). Estudios como el de Korchmaros et al. (2013) indican que entre un 12% y un 17% de jóvenes reconocían que habían cometido algún tipo de abuso a través de Internet.
Los mayores riesgos parecen estar asociados a la proliferación de información gráfica de tipo personal que ha sido publicada por ellos mismos o por terceros, con comentarios de naturaleza injuriosa (Marín et al. 2016).
El acoso y el ciberacoso son dos constructos relacionados (Baldry et al. 2021), tanto por sus características comunes como por el hecho de que los acosadores escolares tienen más probabilidad de convertirse en ciberacosadores (Zslia et al., 2018). Además, en ambos casos parece existir una fuerte correlación con la experiencia temprana de adversidad entre víctimas y perpetradores, como hemos podido ver en párrafos anteriores.
A pesar de la estrecha relación entre ambos fenómenos es más peligroso el CB que el acoso tradicional por dos causas fundamentales. En primer lugar, los perpetradores tienen la capacidad de ocultar su verdadera identidad, lo que facilita su perpetración y dificulta a la víctima la identificación de sus agresores. En segundo lugar, el daño potencial de un único acto (como el envío de una foto con contenido privado) podría convertirse en un ciclo interminable de acoso, dada la rápida viralización con procura el uso de Internet. Es decir, con muy poco, con una única acción, se puede extender la victimización a muchos lugares y a lo largo del mucho tiempo, lo que confiere a este tipo de violencia un elevado potencial traumático para la víctima.
La prevalencia de este tipo de prácticas es muy elevada. El CB puede ser experimentado por entre el 20% y el 40% de los jóvenes (Tokunaga, 2010), lo que confiere a esta problemática de un importante interés tanto por su elevada presencia en nuestras comunidades como por la gravedad de las consecuencias para las víctimas.
La depresión, ansiedad, angustia, tristeza, estrés, baja autoestima y los pensamientos suicidas son algunas de las consecuencias del CB (Kowalski et al. 2014; Zalaquet y Chatters 2014; Zsila et al. 2017).
Estudios como el de Miller et al (2023) apuntaban a que la victimización por acoso y ciberacoso eran calificados por las víctimas como un evento tan negativo y angustiante como otras ACE (Adversity Child Experiences) experimentadas (maltrato físico, abuso sexual, violencia de género…); por lo que este tipo de victimizaciones, dado su potencial traumático, debe considerarse como una ACE más tanto en sus consideraciones científicas, de investigación y de tratamiento por su importancia en lo referente a la acumulación traumática y del daño en las víctimas.
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Igualmente encontramos que las redes sociales y los dispositivos móviles se han convertido en un medio para el control y para el ejercicio de prácticas abusivas dentro del núcleo de la pareja. Durante la adolescencia, los datos obtenidos en el estudio de Montilla et al. (2016) señalaban que las principales conductas relacionadas con la violencia de pareja tenían que ver con el intercambio de contraseñas, uso no permitido de material gráfico íntimo, usurpación de claves de correo electrónico, control de amistades en redes sociales y amenazar con la publicación de material no autorizado. La ciberviolencia parece estar relacionada con la dependencia emocional y con la inseguridad en el apego (De los Reyes et al., 2020). Así parece que la dependencia emocional se configura como una variable predictora de ciberviolencia. La dependencia emocional es entendida como una tendencia a la responder a necesidades de afecto insatisfechas a través de otras personas (Castelló, 2000). El miedo a la soledad, necesidad de aprobación y subordinación son rasgos definitorios de la dependencia emocional. Estas necesidades pueden ser atendidas mediante un uso desmesurado del dispositivo móvil con una finalidad de proximidad y control sobre el otro (Morey et al., 2013).
Desde la teoría del apego y desde el miedo al abandono que manifiestan las personas con apego inseguro (Milkulincer y Shaver, 2011) también se pueden encontrar relaciones con este fenómeno. Estudios como el Reed et al. (2016) apuntan de que un apego ansioso puede estar relacionado con la ciberperpetración de violencia tanto en hombres como en mujeres.
Conclusiones
Para concluir sería interesante reseñar cómo a aspectos relativos a la desregulación emocional y al apego deficiente son aspectos importantes para el abordaje de las causas explicativas del riesgo de perpetración y victimización de conductas abusivas mediante el uso de Internet. Puede el lector observar cómo estos mismos aspectos fueron reseñados en el artículo anterior sobre adicciones conductuales y uso de Internet en personas víctimas de ACE, lo que nos sitúa ante aspectos fundamentales que habremos de tener en cuenta en la atención a chicos y chicas víctimas de experiencia temprana de adversidad.
Los problemas de regulación emocional en personas afectadas por trauma temprano están en la base de una gran parte de los problemas de salud física y psicológica de los individuos, en cuanto al tipo de respuesta disfuncional que la apersona emite con finalidad homeostática; por lo que nuestras intervenciones adquirirán sentido en la medida en la que podamos contribuir al reconocimiento y manejo del mundo emocional del individuo desde el establecimiento de relaciones seguras y confiables.
Por su parte, la prevención de la ciberviolencia podría ser tomada en cuenta desde el abordaje de experiencias adversas en la infancia y desde el establecimiento de relaciones de calidad en niños y jóvenes. Este tipo de relaciones seguras y confiables puede proteger a los niños y jóvenes de victimización y/o perpetración de la ciberviolencia.
Los ambientes nutritivos a nivel relacional, emocional y recursivo donde se promuevan conductas prosociales de cooperación, ayuda y cuidados, se tornarán ambientes y contextos donde el ejercicio de violencia apenas tenga cabida y donde este sea innecesario como estrategia de supervivencia.
El uso responsable de Internet pasa por favorecer contextos alternativos de relación, preferiblemente contextos naturales de interacción donde potenciar el apoyo social y la pertenencia, mediante el fomento de comunidades responsables y comprometidas con la sostenibilidad de las relaciones humanas y del medio ambiente.
Permítame el lector compartir unas líneas sobre una reflexión que me ha acompañado a lo largo de la construcción de este artículo. Me cuestiono si, en ocasiones, las acciones o las elusiones de responsabilidad en el uso de Internet, pueden ser ejercidas desde la banalización y la merma de las actitudes necesarias para afrontar ciertos desafíos de la vida.
Las distancias emocionales que nos facilitan la comunicación mediante dispositivos, las publicaciones meramente expositivas, las sobreexposiciones propias y de otros (especialmente de los niños), los automatismos en publicaciones y viralización de determinados contenidos sin cuestionamientos (que tan propicio se postulan en este tipo de medios con un solo “click”). Tantos ejemplos de un uso distorsionado y perjudicial de la red que nos alejan de la consecución de fines tan necesarios y pertinentes como los que este blog pretende (el buentrato).
Me pregunto si el propio uso fallido de Internet favorece actitudes relacionadas con el hiperconsumo, el narcisismo, la egolatría, el nihilismo y todos aquellos aspectos que ahondan en la perseverancia por cultivar un mundo desigual, deshumanizado, capitalizado, atomizado en definitiva de todos aquellos valores que nos alejan del buentrato y de sociedades más equitativas y justas
Ante la tesitura de estar en terrenos pantanosos y muy cercanos al existencialismo y a la movilización de los pilares estructuralmente emocionales, de creencias y valores, donde lector y autora nos hayamos podido sentir incómodos, es momento de volver al amparo de la intelectualidad, pero si podemos acompañar esta escritura y posterior lectura de algo de conexión emocional, seguramente estas se tornen mucho más productivas. Intentémoslo.
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