La mayoría de los niños y adolescentes que residen en los centros de acogida presentan un vínculo de apego alterado. Muchos han sufrido maltrato en sus diferentes formas, y presentan en un porcentaje elevado apego desorganizado.
Las cifras de apego desorganizado varía en las muestras de niños maltratados entre un 45% (Lyons-Ruth, Connell y Zoll) y un 80% (Carlson, Ciccheti, Barnett y Braunwald, 1989). La investigación a nivel de grupo ha establecido el apego infantil desorganizado como un predictor leve-moderado del desarrollo de problemas sociales y de conducta (Granqvist, 2017)
El apego infantil desorganizado es más común entre los niños maltratados, pero no necesariamente indica maltrato. Estas otras vías hacia el apego desorganizado pueden deberse a traumas o pérdidas no resueltas en los padres (Granqvist, 2017) Tales experiencias pueden llevar a un padre a comportarse de manera sutilmente atemorizante o atemorizada, o a mostrar conductas disociativas hacia sus hijos (Jimeno, 2017)
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Portada del libro de Nacho Serván |
“He elegido intencionadamente hablar de desorganización del apego. Este término es dinámico, alude a un proceso, o más bien a la disrupción de un proceso, y esto es mucho más fiel a la realidad de lo que sucede en la desorganización”. (Serván, 2023).
“La desorganización es la pérdida de la coordinación de los sistemas orientados a la consecución de metas relacionadas con nuestra protección frente al peligro, de modo que el sistema de apego pierde su capacidad funcional, o al menos está a punto de hacerlo. En la primera infancia esto tiene que ver con la búsqueda de seguridad en un cuidador disponible, luego, a lo largo del desarrollo a se pueden añadir las dificultades en la capacidad individual de procesar la experiencia”. (Serván, 2023).
Sea como fuere, los niños que conviven en un centro de acogida han pasado en mayor o menor medida por experiencias de malos tratos (violencia, negligencia, abandono, abuso…) y como dice Arturo Ezquerro, las primeras vivencias de apego que experimentaron no les han permitido vivir un apego saludable.
La medida que se adopta para protegerles, una vez valorado que no existen posibilidades de rehabilitación de las competencias parentales (Barudy y Dantagnan, 2010), ni tampoco es posible un acogimiento familiar, es el ingreso en un centro de acogida. Un HOGAR. Yo he pensado mucho sobre esta palabra: la idea es proporcionarles una experiencia lo más cercana posible al calor (físico y emocional) que brinda una casa. HOGAR (RAE): Familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas. ¿Logramos que sea así o el acogimiento residencial es valorado como una experiencia a evitar totalmente en la vida de todo niño que haya sufrido malos tratos?
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¿Logran los centros de menores autodenominados muchas veces como hogares transmitir el calor de un hogar? |
Hay diferentes tipos de centros para personas menores de edad. Yo me voy a referir a un centro (no especializado) para niños entre los 5 y los 12 años, es el tipo de centro que mejor conozco.
En los centros de acogida residen menores de edad cuyas situaciones familiares son muy heterogéneas:
- Niños cuyas familias mantienen contacto regular con ellos y los educadores. No tienen conciencia de haber maltratado a sus hijos y no están de acuerdo con la medida.
- Niños cuyas familias mantienen contacto regular con ellos y los educadores. Tienen una conciencia, aunque sea parcial, de haber maltratado a sus hijos y están de acuerdo con la medida (algunas familias no la quieren, pero la toleran y otras, escasas, la quieren y toleran) El grado de colaboración y participación de estas familias es más positivo y constructivo para los niños.
- Niños cuyas familias están en otras comunidades o países y no tienen vínculos familiares disponibles.
- Niños cuyas familias, por diversos motivos, no tienen relación con sus hijos en el centro de acogida. No tienen ningún vínculo familiar disponible. Sólo cuentan con los educadores.
¿Debe fomentarse el apego entre educadores y los niños?
Aunque los niños que residen en los centros han sido víctimas de malos tratos por parte de sus padres y/u otros miembros de su familia, que afecta a la calidad del apego, aquellos tienen, obviamente, un vínculo de apego con los padres (u otros) con quienes se criaron y con quienes se siguen relacionando. Es importante saber y ser conscientes de que, a veces, se confunde intensidad del vínculo (y en contextos de amenaza como lo es la retirada de tutela, la cohesión intensifica ese vínculo aún más) con calidad del vínculo. No es lo mismo. Los niños cuyos apegos se han desorganizado como consecuencia del maltrato tienen vínculos muchas veces muy intensos, pero la naturaleza de estos está perturbada.
Por eso, las separaciones [son terapéuticas (Barudy y Dantagnan, 2005), porque hay que proteger] pueden conllevar otro tipo de trauma: separación y/o pérdida. Cosas que, no debiendo de suceder en la infancia, suceden (Winnicott, 1999)
Bowlby (1983) ya habló sobre esto. En El apego y la pérdida lo explicó muy bien, y demostró como podía ser un factor de riesgo para desarrollar psicopatología en la vida adulta. Por eso, estas separaciones terapéuticas han de cuidarse: sensibilidad, honestidad y empatía. Porque desestructuran mucho a los niños (temor a la pérdida de las figuras de apego, de los amigos, del barrio, del colegio… de lo que da seguridad, pertenencia e identidad a un niño), aunque por otro lado -no lo olvidemos- les proporciona la protección a la que tienen derecho.
Al principio es normal que los niños entren al centro de acogida “defendidos” (miedo): inhibidos, agresivos, autosuficientes o demandantes… Inicialmente, potenciar un vínculo de apego con los educadores (sentido de lazo afectivo) quizá no es lo más adecuado. Al comienzo, es mejor apelar al sistema de colaboración y cooperación de las personas (Liotti y otros, 2008), hasta que se vayan familiarizando con el centro, los compañeros, los educadores… Necesitan confianza y poder predecir (tener control sobre sus vidas). El objetivo inicial será proporcionarles una ESTRUCTURA amable, contenedora y respetuosa, que permita a los niños sentir que ellos importan (VALOR) genuinamente a los educadores y satisfacer sus necesidades del mejor modo posible. (López, 1985).
A la larga -¡ojalá!- pueden establecerse y crearse lazos de afecto (vínculo) especiales entre los niños y los educadores. Sería una unión resiliente, tutores de apego (Jimeno, 2017), figuras adultas “sabias y fuertes” que puedan ofrecer un "vínculo y un sentido" al niño, las dos palabras que definen a la resiliencia. (Cyrulnik, 2003)
Algunos niños no tienen disponibilidad de figuras de apego, se les busca fuera del centro… ¿pero por qué no en el centro, con sus educadores?
Apego entre niños y educadores
Los educadores deben estar dispuestos a que se cree este vínculo afectivo. Con todos los educadores los niños satisfacen el instinto de apego (porque sin ellos no sobrevivirían y están ahí para satisfacer sus necesidades, no hay otra) Pero con otros, entre niño y educador y a la inversa, se creará un lazo afectivo estrecho (eso es también apego) que hace que surja una transformación tremendamente reparadora, que se mantiene en el tiempo, más allá de la relación profesional. Es cierto que esto puede generar rechazo en las personas menores de edad por lealtades invisibles a la familia: unas partes de la persona del niño pueden desear apegarse al educador, pero otras rechazarlo por sentir que deben ser leales a las figuras de apego primarias. Por eso hay que hacerlo siendo conscientes de ello y con total respeto por el niño. Es importante saber que si este presenta desorganización en su apego primario, la activación del modelo operativo interno de la persona menor de edad puede activar el sistema de defensa. Entonces, si se estrecha el vínculo, es decir, se ofrece una cercanía e intimidad emocional en la relación demasiado pronto, el niño puede reaccionar de manera agresiva o distante, por fobia al apego o a la pérdida del apego (Van der Hart y otros, 2008), especialmente en chicos que han pasado por experiencias previas de vínculos rotos o dañados por el maltrato y la negligencia. Sabiendo esto, es necesario que el educador vaya aprendiendo a acercarse y estrechar lazos afectivos con el chico o chica despacio, y reparando la relación, cuando sea necesario.
Incluso con niños que no entren en rivalidad con sus padres o familia, nadie estrechamos lazos pronto, nos damos un tiempo para establecer interacciones comunicativas sintonizadas y empáticas, e ir conociéndonos. Eso va entretejiendo el vínculo. Y antes de que emerja el vínculo afectivo entre ambos, el niño debe de sentirse seguro, respetado y protegido por el educador, y desarrollar una sensación de contención (Muller, 2020).
Lo cierto es que hay experiencias de este tipo (creación de vínculos resilientes) entre niños y educadores (y entre psicoterapeutas y pacientes) muy bellas.
Muchos educadores dicen que desde la frialdad, la distancia y la "profesionalidad", con estos niños no se consigue nada. Así me lo han comunicado los educadores de los hogares que superviso.
Los niños víctimas de malos tratos no confían ni se sienten seguros con los adultos, hace falta pasar por sus pruebas: “¿Es realmente congruente este adulto entre lo que dice y hace?” “¿Puedo confiar en él?” Necesitan altas dosis, y durante mucho tiempo, de receptividad empática, sensibilidad, paciencia y, sobre todo, no caer en la trampa de la dinámica maltratante en la que ellos estuvieron atrapados, que les impele inconscientemente a plantear batallas y luchas de poder, para forzar al educador a la distancia afectiva.
La relación con el niño hay que preservarla, por encima de todo. No perder de vista la aceptación incondicional, con independencia de su conducta, rasgos, creencias… Esto es lo que genera que se dé un vínculo resiliente a largo plazo. Esto es lo complicado, porque ellos rechazan -y a veces atacan duramente- a quienes quieren ayudarles y no digamos a quienes quieren vincular afectivamente. Este es el gran desafío, llegar a contribuir con nuestra relación sana a la reparación del vínculo de estos niños.
Los niños necesitan figuras de apego subsidiarias porque necesitan tener experiencias de vinculación sanas. Los centros de menores deben de mejorar en cuanto a condiciones laborales y ofrecer una ratio educador/niño que permita que los profesionales y los niños dispongan de tiempo para ir conociéndose y creando lazos afectivos. Sin amor no se puede crecer (Schore, 2022)
¿Cómo sabemos que se ha creado un vínculo afectivo?
El vínculo es persistente, no transitorio.
Involucra una persona específica, no es reemplazable con nadie más.
La persona desea mantener proximidad o contacto con la persona.
La persona se siente afligida, angustiada por la separación involuntaria de la otra persona.
La persona busca seguridad y confort en la relación con la persona.
¿Cómo debemos organizar un centro de menores en todos sus aspectos para que se convierta en una experiencia óptima de apego grupal?
Arturo Ezquerro nos habla del poder del apego grupal, un campo que él ha estudiado y en el que es un experto.
-Las personas necesitan permanecer emocionalmente cercanas a los grupos sociales.
-El apego grupal y la identificación grupal son fenómenos distintos, aunque están interrelacionados.
-El apego de persona a grupo incluye algunas de las funciones que regulan el apego de persona a persona, por ejemplo, ambos tipos de vínculos incluyen la búsqueda de apoyo y de protección, así como el desarrollo de una capacidad d respuesta mutua y de cierto grado de intimidad emocional, que son procesos relacionales clave.
-Para comprender la naturaleza del apego grupal, es esencial identificar con qué se vinculan exactamente las personas cuando se relacionan, no sólo con los miembros o líderes del grupo sino, también, con el grupo en su conjunto como-un-todo
Hay muchos factores que impiden que un niño desarrolle apego grupal a un centro:
Como dice Jimeno (2017): "La institucionalización de los menores en hogares tutelados como medida de protección, dentro del acogimiento residencial, puede provocar una carencia afectiva, debido a una estimulación insuficiente o inadecuada, que puede afectar al menor y a su futuro desarrollo afectivo, social y cognitivo. Sin duda factores de riesgo en el establecimiento de vínculos afectivos dentro de los hogares tutelados son: los educadores múltiples fluctuantes, los cambios constantes de educadores dentro de los hogares tutelados debido a contratos precarios o el contratar personas que no estén formadas como educadores sociales para ejercer dicho trabajo. Es necesario y fundamental […] reivindicar la figura del educador social como tutor de apego".
Cuando hay estabilidad laboral y buenas condiciones que dignifiquen la profesión, los educadores permanecen en sus puestos y las experiencias de vínculo de apego reparado en los niños son bellas. El niño tiene en su HOGAR a sus compañeros, su habitación, su educador de referencia, sus educadores, sus pertenencias, sus afectos positivos y negativos se transfieren allí.
Además de los aspectos organizativos y logísticos, los niños necesitan experimentar que allí se les espera, que los educadores se preocupan por ellos, que desean comunicarse con ellos, apoyarles y ayudarles, que los niños son importantes para ellos, que se les echa de menos, que esa es su casa y allí están todos esperándoles con alegría y deseos de verle. Esto es incompatible con que las administraciones públicas hayan decidido que por la noche los niños sólo cuenten con un profesional (integrador social) para un piso entero (de unos 8-10 niños) Desde aquí hacemos un llamamiento para que esto cambie y esgrimimos los argumentos de la teoría del apego y de la reparación terapéutica necesaria, a la que estos niños tienen derecho.
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Portada del libro de Arturo Ezquerro donde habla del poder del apego grupal Foto: Sentir Editorial |
¿Cómo mejorar la calidad del apego entre padres/hijos en un centro de acogida?
Es necesario distinguir entre familias con incompetencias parentales severas y crónicas (con las que, probablemente, el trabajo será para mejorar la relación m/padres-niños/as, pero siempre protegidos en el centro de acogida, sin expectativa de retorno) y familias con incompetencias mínimas o parciales (Barudy y Dantagnan, 2010)
Lo ideal sería que existiese personal especializado y liberado para este cometido, porque el trabajo con los m/padres, incluso aunque las personas menores de edad no vayan a retornar a convivir con sus familias en sus hogares de origen, es clave para intentar que no se produzca una fractura entre el centro y la familia, es decir, vida residencial, por un lado, familia por otro.
Todo lo que se haga para que las relaciones entre los m/padres y los niños, niñas y adolescentes mejoren y los primeros participen y se involucren en la vida de sus hijos/as (sabiendo lo que cada familia puede aportar de acuerdo con su competencia), es fundamental. También no es menos cierto que hay que tener siempre in mente la idea de la protección del niño, por encima de todo, a pesar de que sean sus padres. No deben esgrimirse argumentos biológicistas ni de intensidad del vínculo para justificar relaciones entre hijos y padres donde los primeros sufren las prácticas maltratantes de los segundos.
Si el acogimiento residencial logra ser familiarizante (Barudy y Dantagnan, 2005) y la persona de edad y sus p/madres sienten que los educadores y la casa son como una tribu que apoya y ayuda en lo que aquellos no pueden, por su carencias en los niveles competenciales como m/padres, habremos hecho mucho para reparar también.
Partimos de algo muy importante: para que los educadores que trabajan educativamente con los m/padres puedan hacerlo, han de ver a estos como los niños/as maltratados, abusados y negligidos que ellos mismos fueron. Toda persona tiene un niño/a interno, que en este caso está herido/a. No recibieron, como dice Jorge Barudy, en su infancia, la protección a la que tenían derecho, y su niño o niña interior no ha sanado. Por lo tanto, ellos y ellas necesitan la reparación también. Verlos como m/padres que son personas, que sufren y que pueden mostrar su sufrimiento a partir de síntomas y conductas determinadas con sus hijos/as, que tienen prácticas maltratantes (pero no son maltratadores), ayuda a poder EMPATIZAR con ellos. Para estrechar lazos afectivos con los niños, también hay que tratar de hacerlo con los padres, o al menos tener una buena relación de colaboración. Y no siempre estos nos lo van a poner fácil.
Sus conductas son como el iceberg que esconde en el fondo un gran dolor, una infancia desgraciada y una evolución hacia la transmisión intergeneracional del trauma en sus hijos/as. Son familias que están "organizadas por traumas", usando expresión de Jorge Barudy.
Por eso, la recepción en el centro a los p/madres debe ser siempre cordial y amable. Han de sentirse bienvenidos/as. Muchos necesitan un tiempo para hablar de ellos. Mostrar conexión emocional e interés genuino en sus vidas, les ayudará a que perciban que a los educadores les interese lo que les ocurre. Los p/madres también importan a los educadores. Dicho esto, aunque la conexión emocional y la empatía son importantes, en la experiencia de los educadores que trabajan con m/padres también señalan que lo es el MARCO ESTRUCTURAL Y LOS LÍMITES. Como algunos de sus hijos/as, no los tienen interiorizados.
Un límite no es decir un “no puedes hacer eso”, sino presentarlo como un entorno de cuidados que nos permite relacionarnos y convivir en el mutuo respeto. Por eso, es el educador quien afirma: “Es mi responsabilidad”
Los tiempos de relación han de estar centrados en el niño y en su necesidad y los educadores con respeto, mediante el juego y las conversaciones, van aproximando y vinculando de una manera más sana y segura a los niños con sus padres, siempre con el educador como esa figura sabia y fuerte que regula a todos, padres e hijos.
¿Es posible hablar de apego entre compañeros de centro de acogida? ¿Y entre hermanos que conviven en el mismo centro?
Con los hermanos, siempre se busca que cuando los niños ingresan en un centro estos puedan hacerlo juntos. A veces debido a que algunos centros están organizados por edades, no es posible. En ese caso tienen relación y contactos lo más frecuentes posibles.
Hay grupos de hermanos que pueden ser una importante fuente de apoyo, colaboración y seguridad. No son figuras de apego sensu strictu, pero sí pueden ser un vínculo afectivo muy importante y gratificante. Sobre todo, cuando la expectativa es un acogimiento residencial permanente. En algunos casos han resultado ser fundamentales, pues amenazada la seguridad por la ausencia de los propios padres, los hermanos pueden ser una fuente compensatoria.
Pero no es menos cierto que algunos niños provienen de estructuras familiares tan supervivenciales y "organizadas por traumas" que funcionan con sistemas de acción de orden inferior (Van der Hart y otros, 2008): pelear, agredirse, odiarse, rechazarse, celos… Puede ser una relación destructiva reflejo de la gravedad de sus disfuncionales sistemas familiares. Cuando esto es así, primero es importante que puedan aprender de los adultos y de otros niños con los que no hay una relación tan enconada patrones de vinculación sanos, para poder después convivir progresivamente.
Como dice Arturo Ezquerro (2023), el grupo que los iguales proporciona puede convertirse en una experiencia de apego grupal, sobre todo cuando la supervivencia es necesaria. Él nos habla de un extraordinario caso de apego grupal.
El vínculo entre iguales no es el mismo que entre los adultos/niños (este es jerárquicamente más vertical), está orientado a la obtención de seguridad. Entre los niños es más horizontal (aunque también hay roles y funciones), pero pueden ser fuente de apoyo y afecto. El niño que vive en el centro cuando se representa este, incluye a los compañeros.
Los compañeros de centro de acogida, si el menor de edad está abierto a ello, son también fuente de apoyo, consuelo, diversión, modelo… también de rivalidad por las figuras de referencia que son los compañeros. Es posible que puedan dañarse entre ellos al no haber tenido referentes sanos. Por eso se convierte en una oportunidad única para trabajar estos aspectos.
Cuando un niño se va del centro a una nueva ubicación, hay duelo; y se abren los propios duelos.
Grandes amistades han surgido entre compañeros de centro.
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Foto: psicoactiva.com |
¿Cuáles otras figuras de apego pueden ser relevantes para los niños/as?
Si son dos las palabras que posibilitan la resiliencia ("vínculo y sentido"), según Cyrulnik (2003), es sensato pensar que proporcionar a los niños figuras adultas, que permanezcan en sus vidas, maduras, estables emocionalmente, capaces de ofrecer un apego saludable al niño, puede favorecerla. Son los llamados tutores de resiliencia (Puig y Rubio, 2015), personas elegidas por el niño que se convierten en un modelo de identidad y en el viraje de su existencia. Es un proceso del que no se es consciente, son los llamados tutores de resiliencia IMPLÍCITOS. El significado que se le da a esa relación es lo más importante.
Otros pueden constituirse en tutores de resiliencia EXPLÍCITOS: los profesionales, por ejemplo.
La aceptación incondicional es lo que a la larga favorece un proceso resiliente, que los esfuerzos y valoración personal de los chicos y chicas se vean reconocidos. Si no ofrecemos vínculos, los chicos los buscarán en otras personas, grupos… y no siempre serán sanos, a veces serán destructivos.
¿No hay futuro a la larga si un niño se desarrolla en un centro de acogida o es posible la resiliencia secundaria?
“La adversidad relacionada con el maltrato infantil es un importante y evitable factor de riesgo para la enfermedad mental y el abuso de sustancias. Aunque la asociación entre maltrato y psicopatología es convincente, hay una apremiante necesidad en conocer cómo el maltrato aumenta el riesgo de trastornos psiquiátricos. La evidencia disponible sugiere que el maltrato altera las trayectorias del desarrollo cerebral para afectar a los sistemas sensoriales, la arquitectura de redes de trabajo y circuitos implicados en la detección de la amenaza, la regulación emocional y la anticipación de la recompensa” (Martin Teicher, 2016)
El maltrato y las experiencias adversas que pueden sufrir los niños pueden afectar a su salud mental. Es importantísimo que el maltrato no se vea como un problema social. ES DE SALUD MENTAL=BIO-PSICO-SOCIAL. Atender a los niños y ofrecerles todos los tratamientos y experiencias psicosociales reparadoras es un DERECHO que ellos y ellas tienen.
Si les ofrecemos experiencias de relaciones reparadoras, es posible que hagan un proceso de reconstrucción resiliente. No exento de dolor y de cicatrices que pueden reabrirse, pero la mejor de las terapias son otros seres humanos solidarios estables y afectivos en sus vidas. Hemos visto muchos casos así. No están abocados a una vida adulta desgraciada ni a la patología ni a la inadaptación social, ni mucho menos.
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De izquierda a derecha: Jorge Barudy, Maryorie Dantagnan y Boris Cyrulnik en una jornada formativa en San Sebastián Foto: Centro EXIL de Barcelona. |
¿Qué tipo de psicoterapia?
La que ofrece un vínculo (por que es necesario que la figura del psicoterapeuta, fuerte y sabia como afirmaba Bowlby, se convierta en una persona y en una experiencia relacional que pueda conducir el apego del niño hacia la seguridad) y también un sentido a las experiencias traumáticas. Porque con el profesional se puede, a su debido momento, desarrollar una narrativa elaboradora de lo que me ha sucedido: del maltrato, de la negligencia, del abandono. El cambio de mirada es fundamental.
Los modelos terapéuticos deben de estar informados por la teoría del apego.
Profesionales formados, psicólogos o psiquiatras, en psicoterapias especializadas y con experiencia en el ámbito.
Profesionales que tengan su historia de vida revisada (psicoterapia personal).
Profesionales supervisados.
Los modelos interpretativos se están complementando (porque se está comprobando su trascendencia) con modelos relacionales. La cura por la palabra no basta, sino que debe ser la cura también mediante una comunicación neuroafectiva. Todo lo que acceda al hemisferio derecho, sede del inconsciente, es fundamental.
Los modelos de psicoterapia deben de ser
adaptados al sufrimiento infantil y han de utilizar una sala y unos materiales y técnicas adecuados para los niños, donde el juego y el cajón de arena han demostrado ser abordajes que se adaptan al ritmo del niño y son respetuosos con él. En este sentido, la
Traumaterapia infanto-juvenil sistémica de Barudy Dantagnan es el modelo por el que apostamos y que, tras más de veinte años de aplicación, ha dado resultados satisfactorios.
REFERENCIAS
Barudy, J., Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.
Barudy, J., Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental. Barcelona: Gedisa.
Bowlby, J. (1983). El apego y la pérdida. La pérdida. Barcelona: Paidós.
Carlson, V., Cicchetti, D., Barnett, D., & Braunwald, K. (1989). Disorganized/disoriented attachment relationships in maltreated infants. Developmental psychology, 25(4), 525.
Cyrulnik, B. (1999). Los patitos feos. Una infancia infeliz no determina la vida. Barcelona: Gedisa.
Cyrulnik, B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Volver a la vida después de un trauma. Barcelona: Gedisa.
Ezquerro, A. (2023). Apego y desarrollo a lo largo de la vida. El poder del apego grupal. Barcelona: Sentir.
Granqvist, P., Sroufe, L. A., Dozier, M., Hesse, E., Steele, M., van Ijzendoorn, M., ... & Duschinsky, R. (2017). Disorganized attachment in infancy: A review of the phenomenon and its implications for clinicians and policy-makers. Attachment & human development, 19(6), 534-558.
Jimeno, M.V. (2017). La figura del educador social como tutor de apego en los hogares tutelados para menores en situación de desprotección. Revista de Educación Social, 25, 236-244.
Liotti, G., Cortina, M., & Farina, B. (2008). Attachment theory and multiple integrated treatments of borderline patients. Journal of the American Academy of psychoanalysis and Dynamic Psychiatry, 36(2), 295-315.
López, F. (1985). La formación de los vínculos sociales (Vol. 4). Ministerio de Educación.
Lyons-Ruth, K., Connell, D. B., & Zoll, D. (1989). 15 Patterns of maternal behavior among infants at risk for abuse: relations with infant attachment behavior and infant development at 12 months of age. Child maltreatment: Theory and research on the causes and consequences of child abuse and neglect, 464.
Muller, R (2020). T. El trauma y la lucha por abrirse. De la evitación a la recuperación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Puig, G., Rubio, J.L. (2015). Tutores de resiliencia. Dame un punto de apoyo y moveré mi mundo. Barcelona: Gedisa.
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Winnicott, D.W. (1999). Estudios de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Paidos.