Os invito a visitar el blog de Janire Goizalde
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Hola y bienvenid@s a mi blog PLUMA RESILIENTE. En primer lugar, me llamo Janire Goizalde y tengo 24 años. Algunos me conoceréis por haber escrito un libro sobre resiliencia titulado “Una nueva vida florece. "Historia resiliente de mi adopción”, con José Luis Gonzalo Marrodán, un buen psicólogo y gran amigo. También han participado en este libro otros profesionales, cómo la psicóloga y psicoterapeuta familiar, Cristina Herce Sellán, que la admiro muchísimo, como profesional y como alguien cercana a mí. La razón por la que he creado este blog es porque la RESILIENCIA es una parte importante de nuestra vida.
Para las personas que desconocen esta palabra, decirles que es la capacidad para superar situaciones adversas; por ejemplo, un trauma, una tragedia, muerte de un ser querido, problemas personales, laborales, familiares, etc. Por este motivo he querido crear un blog, ya que l@s que han leído mi libro saben que soy una persona que he hecho un proceso resiliente, por todo lo que he arrastrado de mi pasado. En el libro hay varios dibujos que he hecho sobre mis sentimientos, y me gustaría seguir compartiendo mis obras sobre cómo me siento con vosotr@s, por eso dedico este blog PLUMARESILIENTE a ello.
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Hace mucho tiempo que no escribo sobre apego y me apetece hacerlo. Al mismo tiempo, pienso que la información que traslade aquí será también útil para vosotros y vosotras, familias y profesionales. Vamos a volver hablar sobre apego y adolescencia, tema que os recuerdo ya hemos abordado en el blog en tres artículos:
Hoy os ofrezco un artículo que divido en dos partes. En la primera -que expongo a continuación-, me centro en la caracterización de la etapa adolescente y hago mención al modelo mental con respecto al apego de los adolescentes. Termino con una reflexión sobre por qué son tan altas actualmente las tasas de trastornos mentales entre los jóvenes.
En la segunda -en un próximo post-, hablaré sobre cómo se relacionan los adolescentes de apego seguro e inseguro, describiré qué ocurre con aquellos que arrastran heridas infantiles en el apego y ofreceré algunas orientaciones.
Para no hablar solo de mis experiencias en consulta privada con los adolescentes y sus familias, he querido documentarme sobre el tema y he dado con un excelente artículo del profesor Alfredo Oliva, Doctor en psicología y experto en adolescencia. Así, en este post me propongo transmitiros lo fundamental que él desarrolla en dicho artículo, junto con los aportes de otros autores (algunos de ellos citados por el profesor Oliva) y mi experiencia profesional de trabajo en psicoterapia con los adolescentes. Me gustaría también esbozar un intento de dar respuesta al por qué se ha resentido tanto la salud mental de los chicos y chicas, y si todo se asocia a lo que psicológicamente nos ha traído la postpandemia o hay otros factores asociados.
Caracterización de la adolescencia y apego
En el artículo del profesor Alfredo Oliva, este nos dice que, durante la adolescencia, en relación con el apego, hay una disminución de la cercanía emocional, las expresiones de afecto (Collins y Repinski, 1994), la cantidad de tiempo que padres e hijos pasan juntos y un aumento de la necesidad de privacidad. Esto suele conllevar que los padres experimenten un sentimiento de pérdida de la niñez de sus hijos, para comenzar a verlos como personas cuyo deseo ya no pasa por convivir la mayor parte del tiempo con ellos. El interés se desplaza del ámbito familiar al ámbito de las relaciones de amistad, y los amigos -y las parejas que se formen- se pueden convertir también en vínculos afectivos sólidos y gratificantes; la necesidad de vincular se traslada con fuerza a otras personas, incluida el área romántica, impulsada también por la aparición de la pubertad, los cambios psicofisológicos y la emergencia de los impulsos sexuales.
Además -nos dice el profesor Oliva- la comunicación también suele experimentar un ligero deterioro en torno a la pubertad, ya que en esta etapa chicos y chicas hablan menos espontáneamente de sus asuntos, las interrupciones son más frecuentes y la comunicación se hace más difícil (Parra y Oliva, 2007). Las discusiones y conflictos entre padres e hijos pasan a formar parte de la vida cotidiana en familia, especialmente durante la adolescencia temprana (Collins y Steinberg, 2006). Reflejan el choque entre la necesidad de apoyo parental en un momento en el que tienen que afrontar muchas tareas evolutivas y la exigencia de exploración que requiere la resolución de dichas tareas.
Por ello, no hay hogar donde no exista una tensión manifiesta u oculta entre la dificultad de los padres en aceptar que su hijo ha cambiado y el de los adolescentes de explorar el mundo, a la vez que ellos también han de hacer el duelo por el niño que acaban de dejar de ser, teniendo que asimilar muchos cambios físicos y psicológicos que en esta fase se producen. Las confrontaciones sobre la hora de llegada, el poco tiempo que pasan en casa, el posible descuido de los estudios y del orden en su habitación, la cantidad de horas que dedican al móvil y a las redes sociales, las discusiones porque la omnipotencia paterna/materna ha caído y ya no aceptan lo que digan sus padres, sino que tienen ideas propias y a veces contrarias… son habituales en los hogares de todo el mundo a estas edades. La imagen típica es la de un padre o madre hablando a un adolescente y este sin hacer caso y diciendo: "ya rayas"
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Foto Radio Polar |
La pareja, antes volcada en los niños, ahora se tiene que mirar, de nuevo, la una a la otra, y si la llama que la mantenía viva se ha apagado mucho, puede surgir una distancia que antes no se percibía, a una edad en la que los padres llegan a la madurez de su vida, que coincide con el verdor esplendoroso del adolescente. Si la pareja no tiene estructura sólida, el adolescente encontrará fisuras por donde entrar, triangulará a los padres y se beneficiará de las posibles inconsistencias entre lo que uno y el otro digan y ordenen. Lo cual agravará los problemas y desorientará más al adolescente.
Al mismo tiempo, todos los riesgos posibles rodean al adolescente, y si la comunicación no resulta fácil con ellos, se colude con no hablar de temas que son importantísimos: las relaciones afectivo-sexuales, las redes sociales y cómo manejarse, las adicciones, las relaciones con los iguales, los estudios y su orientación futura… Todo ello va a requerir que los padres no se harten del adolescente, que no le lancen el peor de los mensajes que se le puede lanzar: “no te soporto”; “vete por ahí”; “haz lo que quieras” O que no se le diga nada, se le ignore y se le haga el vacío, de tal modo que en casa sienta que no puede contar con nadie ni confiar para buscar orientación y apoyo afectivo. Casi es peor hacerles el vacío y hacerles sentir que no son los hijos que queremos “porque no estudian…, etc.” que entrar al choque y discutir; porque, aunque nos podamos enfadar, siempre existe la posibilidad de reconocer que me disparé y dije cosas que no sentía, pudiendo reparar y volver a empezar. Es más fácil y seguro discutir con los padres cuando se sabe que se podrá seguir contando con ellos (Scharf y Mayselles, 2007).
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Foto: Prezi |
Para poder acompañar a los hijos en esta etapa -mucho más complicada en estos albores del siglo XXI que a finales del siglo pasado, porque nuestra sociedad es más compleja- es muy importante el grado de seguridad en el apego que estos desarrollaron con nosotros en la niñez, que modelo representacional con respeto al apego (es la imagen de los padres representada como figura segura o insegura, confiable o no confiable, sensible y disponible o insensible y no disponible) Es decir, ¿el grado de seguridad o inseguridad en el apego se mantiene desde la infancia, o la adolescencia cambia los modelos de apego con respecto a los padres?
Continuidad o discontinuidad de los modelos de apego construidos en la infancia
En relación a este tema, el profesor Alfredo Oliva afirma que existen datos que indican cierta continuidad entre los modelos de apego construidos en la infancia y los manifestados en la adolescencia, sobre todo cuando las circunstancias contextuales son estables y favorables. Efectivamente, si las competencias parentales para cuidar, proveer de un apego seguro a los hijos y darles empatía se mantienen como una constante a lo largo de todo el proceso de crianza, el modelo mental con respecto al apego en la adolescencia se mantendrá con representaciones de uno mismo y de los demás como seguras, atravesando esta complicada etapa y sus desafíos evolutivos no sin problemas o adversidades, sino confiando en los padres para pedir ayuda, buscar confort y sentir que se podrán resolver esos problemas.
Sin embargo, los modelos representacionales pueden experimentar modificaciones, de la seguridad a la inseguridad cuando se producen cambios importantes en las condiciones de crianza (Hamilton, 2000; Weinfield, Sroufe y Egeland, 2000) En efecto, que los padres o cuidadores por diversos factores que afectan temporal o definitivamente a su competencia para cuidar, o por la experimentación de adversidades o acontecimientos estresantes y/o traumáticos (pérdida de uno de los progenitores, divorcio conflictivo…) favorezcan que las representaciones de apego se vean afectadas y desarrollen inseguridad con respecto a los progenitores.
Sobre todo, si las conductas parentales relacionadas con el apego (Belsky, 1999) inciden negativamente en los hijos porque estos no están disponibles, rechazan o maltratan. Y cuando los adolescentes deben hacer frente a situaciones especialmente estresantes (Allen et al., 2003) como las que hemos mencionado (pérdidas, muertes, malos tratos, violencia de género, enfermedad grave de los progenitores…)
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Las conductas parentales relacionadas con el apego han de ser seguras Foto: mentes abiertas psicología |
Además, el profesor Alfredo Oliva afirma que la experiencia en la relación con los iguales o con la pareja a lo largo de estos años también podría explicar la discontinuidad en la seguridad del modelo de apego, Así pues, puede ser fuente que refuerce la seguridad previa en el apego, o, al contrario, que acentúe una inseguridad preexistente. Sobre todo, los vínculos románticos, cuando los adolescentes (seguros o inseguros en el apego temprano) forman una pareja más estable y en ella se transfieren inconscientemente los propios modelos de apego temprano. Si ambos miembros de la diada son inseguros, entonces la relación puede tornarse una experiencia que en vez de vivirse con felicidad y disfrute es fuente de ansiedad y dolor.
Los padres, en contra de lo que se piensa, son figuras de apego fundamentales en la adolescencia
En todo caso, los padres son figuras de apego claves en esta edad, aunque el joven tenga una tendencia a volcarse más con los amigos y relaciones románticas. Y no sólo los padres, en mi opinión otros adultos (seguros, confiables, empáticos y disponibles) juegan un papel muy relevante como figuras en quienes encontrar calma, orientación, confort y seguridad. Son figuras de apego subsidiarias hacia las cuales los chicos y las chicas pueden sentir afecto y formar parte de su universo vincular. No nos olvidemos que la adolescencia es otra etapa bebé en la cual el cerebro experimenta una gran revolución (Benito, 2020), vuelve a producirse un periodo de poda neuronal (qué conexiones se afianzarán y permanecerán, y cuáles se desecharán por su irrelevancia), con lo cual la necesidad de contar con adultos que sean buenos arquitectos del cerebro de los jóvenes es fundamental. El profesor Alfredo Oliva coincide con este punto de vista cuando afirma que los adolescentes mostrarán una mayor tendencia a la exploración cuando sientan que sus padres están disponibles y les muestran su apoyo. De hecho, y aunque chicos y chicas aumentan sus conductas exploratorias y reducen las manifestaciones abiertas de apego en su tránsito a la adolescencia, la mayoría disfrutan de relaciones cálidas y estrechas con sus padres, necesitan su respeto y aprecio, y en condiciones de estrés tornan a sus padres, que continuarán siendo importantes figuras de apego, incluso durante la adultez emergente. Por ello, necesitamos padres y adultos con mayor sensibilidad ante los estados emocionales de sus hijos, porque la seguridad en el modelo mental de apego favorece la autonomía de estos, dice Alfredo Oliva.
Trastornos mentales en la adolescencia y apego
Creo que una de las causas de que estemos ante una oleada de trastornos y alteraciones mentales en la adolescencia (
consultad esta reciente noticia) no sólo es por las consecuencias de la pandemia, sino porque, en mi opinión, cada vez observo que la calidad del vínculo de apego entre padres e hijos se resiente más. No porque los padres hagan daño a sus hijos en forma de maltrato activo, sino precisamente porque los padres “no hacen” lo que deberían hacer: ser adultos presentes, sintonizados emocionalmente con sus hijos, capaces de mostrar empatía, de mantener conversaciones con ellos donde estos aprendan sobre las emociones y a comprender su mente y la de los otros, a regular estas y a disfrutar juntos. Y esto es así desde la infancia, periodo en el cual los niños experimentan mucha soledad y vacío, y al llegar a la adolescencia, con el cambio y las exigencias de ser autónomos, no tienen una seguridad interiorizada ni unas herramientas psicológicas desarrolladas. Entonces, ante los problemas, se derrumban anímicamente, y si se dan otros factores asociados (externos o internos), aparece el malestar emocional e incluso los trastornos.
Los padres no son los únicos responsables de esto, el marco laboral tal y como está concebido, pensado para trabajar y producir, se da de tortas con las necesidades de los niños, es un horario pensado para que los padres lleguen agotados, sin tiempo, fuerza y ganas para poder estar con sus hijos. Apenas hay tiempo para los deberes (siempre deberes escolares), las duchas, la cena, la cama… y ojalá un ratito para leer un cuento, si es que hay tiempo. No hay más. Los fines de semana, los videojuegos o cualquier ocio más claustrofílico predomina por encima de que los niños tomen la calle y se relacionen entre sí. Cada vez es más habitual ver a adolescentes juntos... cada uno absorto en su móvil.
En las escuelas, no se habla sobre relaciones, no se estrechan los vínculos aprendiendo como una tribu, fomentando la cooperación y el apoyo de los unos hacia los otros. Así, se llega a la adolescencia con una gran inseguridad de base, con lo cual la exploración del mundo y el afrontamiento de las exigencias de este se hacen totalmente imposibles para los adolescentes. Se crea así un caldo de cultivo óptimo para poder desarrollar síntomas como la ansiedad, la depresión y las autolesiones, reflejo de un mundo interno que no pueden mentalizar y que colapsa, mostrando un sufrimiento del que no saben cómo salir ni tienen la expectativa de que los otros vayan a poder ayudarles. Fue desde la infancia, estallando en la adolescencia, donde se gestó en la persona menor de edad un esquema cognitivo-afectivo que contiene creencias tales como: "mis necesidades emocionales no importan"; "los adultos no están disponibles"; "mejor me lo resuelvo solo"; "no puedo confiar"
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El lema de la "Asociación para el Desarrollo y la Promoción de la Resiliencia" (ADDIMA), cobra su máxima importancia en el acompañamiento a adolescentes |
Con todo, soy optimista, porque si proveemos a los adolescentes de adultos en los que puedan confiar, empáticos y sensibles, gracias a esos puntos de apoyo, podrán ganar en seguridad, afrontar los desafíos de la vida y disfrutar de nuevo de esta. Es una etapa de gran riesgo pero también de gran oportunidad (Benito, 2020). Ahora bien, hemos de ser incondicionales y acompañarlos, que no se sientan solos, con respeto y fomentando la autonomía y la capacidad para resolver problemas, y que sepan que vanos a estar ahí para ellos y ellas.
REFERENCIAS
Allen, J. P., McElhaney, K. B., Land, D. J., Kuperminc, G. P., Moore, C. M., O’Beirne-Kelley, H. et. al. (2003). A secure base in adolescence: Markers of attachment security in the mother-adolescent relationship. Child Development, 74, 292-307
Belsky, J. (1999). International and contextual determinants of attachment security. En (J.Cassidy y P.R. Shaver, eds.). Handbook of Attachment: The- ory, Research and Clinical Applications, pp. 249- 264. New York: Guilford.
Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.
Collins, W. A. & Repinski, D. J. (1994). Relationships during adolescence: Continuity and change in in- terpersonal perspective. En R. Montemayor, G. R. Adams, y T. P. Gullotta (Eds.), Personal rela- tionships during adolescence (pp. 7-36). Thousand Oaks, CA: Sage.
Collins, W.A. & Steinberg, L. (2006). Adolescent de- velopment in interpersonal context. En N. Eisen- berg (Vol. Ed.), Social, emotional, and personality development. Handbook of Child Psychology (W. Damon and R. Lerner, Eds.). (pp. 1003-1067). New York: Wiley.
Hamilton, C. E. (2000). Continuity and discontinuity of attachment from infancy through adolescence. Child Development, 71, 690-694.
Oliva Delgado, A. (2011). Apego en la adolescencia. Acción Psicológica, 8 (2), 55-65.
Parra, A. & Oliva, A. (2007). Una mirada longitudinal y transversal sobre los conflictos entre madres y adolescentes. Estudios de Psicología, 28, 93-107.
Scharf, M. & Mayseless, O. (2007). Putting eggs in more than one basket: A new look at develop- mental processes of attachment in adolescence. En M. Scharf, y O. Mayseless (Eds). Attachment in Adolescence: Reflections and New Angles: New Directions for Child and Adolescent Development. (No. 117) (pp. 1-22). San Francisco: Jossey-Bass (Wiley).
Weinfield, N. S., Sroufe, L. A., & Egeland, B. (2000). Attachment from infancy to early adulthood in a high-risk sample: Continuity, discontinuity, and their correlates. Child Development, 71, 695–702.
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