Lo primero, desearos lo mejor para este 2023 que empieza, y con él, un año más, seguimos con el blog Buenos tratos. Dieciséis años desde que publiqué el primer artículo, 810 entradas escritas por compañeros/as de profesión y por servidor de ustedes. Todo un tratado sobre apego, trauma y desarrollo –los temas que aquí nos concitan-, que ha sido publicado en archivo pdf en tres volúmenes. Por aquí han desfilado profesionales de gran talla, siendo los colaboradores más habituales: Jorge Barudy, Rafael Benito, Andrés Climent, Arturo Ezquerro, Iciar García, Cristina Herce y Dolores Rodríguez. Un año más regresa el blog Buenos tratos con la misma ilusión y jovialidad del primer día, allá por el año 2007.
Hoy quiero hablaros sobre apego, en especial sobre los criterios que definen cuándo tenemos un vínculo afectivo con alguien ¿Por qué? Porque creo que en este mundo cada vez más frío y hostil, con el planeta dando los primeros síntomas de agonía por el efecto que la actividad humana desenfrenada está teniendo en el mismo, pienso que más que nunca las redes afectivas que establezcamos con las personas es lo que nos va a hacer posible sobrevivir. Personas que por sus cualidades de "fuerza y sabiduría" (Bowlby, 1979) puedan proporcionarnos seguridad y propósito en la vida. Pero además, el apego grupal, el grupo como figura de apego, si ya ha sido fundamental para que la especie humana sobreviva, lo será a partir de ahora aún más. Sobre esto es especialista Arturo Ezquerro, y nos hablará de ello en un próximo libro que va a ser publicado en breve.
Como sabemos, el apego (Cantero y Lafuente, 2010) es un tipo concreto de vínculo y es específico de la relación especial entre bebé/madre[1], estrecha y cercana afectivamente en el espacio/tiempo. Usamos comúnmente el término apego para hacer referencia a la naturaleza especial de las relaciones cercanas, y es verdad que la gente puede apegarse a otro a cualquier edad. Sin embargo, stricto sensu, el prototipo de la relación de apego es la que se da entre el niño/a y la madre. Sabemos que esta relación juega un papel importante como patrones preestablecidos de otras futuras interacciones sociales, aunque no determina como único factor, porque a lo largo de la vida podemos encontrarnos con personas singulares que pueden modificar nuestros modelos operativos internos (Bowlby, 1973; 1989; 2014), con los que valoramos la calidad de los vínculos, y recalificarlos, pudiendo ganar seguridad y confianza en los demás, aunque ese primer apego con la madre y/o padre fuese inicial y principalmente inseguro. No existe ningún determinismo. Ser consciente y autoconocerse es muy importante para poder reflexionar sobre la naturaleza de los primeros vínculos y sobre los que establecemos con otras personas, cómo se interrelacionan, y cómo pueden modificarse en positivo (también puede ser que la influencia de otros ahonde en la inseguridad)
A lo largo de la vida formamos, entonces, vínculos afectivos, que no son apegos, si usamos el término rigurosamente. Esto es lo que nos da sentido, cohesión interna a nuestra personalidad, felicidad y sensación de que la vida merece la pena vivirse. Disponer de amigos confiables, de una pareja con la que mantengo un estrecho vínculo afectivo/sexual, de profesores, psicoterapeutas…es lo mejor que nos puede pasar en esta vida y es lo que nos sostiene y edifica interiormente. Creo que uno de los factores que influye en el actual desmoronamiento de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes es que no disponen de esas personas, porque vivimos en una sociedad rápida, individualista, competitiva donde el valor del vínculo afectivo se soslaya. Las redes sociales favorecen los contactos, pero han tenido un efecto de pseudorelaciones donde priman conceptos superficiales como la obligada (¿siempre verdadera o falsa?) felicidad, los likes, la obsesión por contar o fotografiar lo que nos pasa más que centrarnos en experimentar y conectar con lo que estamos viviendo y con quien. Todo muy líquido, como dice el autor Bauman en su libro “El amor líquido”. ¿Qué significa el amor líquido? El amor líquido es un amor superficial, porque se basa en vínculos sentimentales frágiles, que pueden romperse fácilmente y en el que lo que importa es el momento presente, sin ataduras, compromiso o proyecto de futuro. Y una relación líquida es aquella relación, ya sea amorosa, de amistad o laboral, en la que no hay unos cimientos sólidos de confianza y apoyo para forjar un proyecto a largo plazo con la otra parte.
En mi opinión esto es más característico de las relaciones que los adolescentes establecen en la actualidad –que no cristalizan en un vínculo- que las que instaurábamos, por ejemplo, en mi juventud, la de los años ochenta. En aquella época, el asociacionismo, por ejemplo, estaba en pleno auge, y muchos/as de las personas de mi generación establecimos fuertes e intensos vínculos –y de calidad, que es lo que importa- en las asociaciones del barrio -bien civiles o religiosas-, donde conocimos adultos "fuertes y sabios" (Bowlby, 1979) con los que vinculamos y que contribuían a hacernos sentir más seguros y protegidos, y que formaban tribu con nuestros padres y familia. Creo que los valores que nos sustentaban -y eran referencia para nuestra generación-, se han desmoronado, en parte porque las instituciones civiles y religiosas han perdido confianza y han entrado en crisis, sin poder ser sustituidos por otros fiables. Los chicos y chicas de hoy en día todo se lo plantean de manera líquida. Es, por ello, por lo que padres y madres, educadores, psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales… y también todos los/as que ejercen en una parentalidad terapéutica, como las familias acogedoras y adoptivas, tenemos el desafío de ser figuras seguras y confiables con nuestros niños/as y adolescentes. Y eso lo lograremos si somos capaces de crear vínculos afectivos.
No es fácil establecer un vínculo afectivo. Requiere trabajo personal, una revisión de nosotros mismos, nuestra biografía, nuestros rasgos, cualidades, puntos fuertes y vulnerables. Normalmente, necesitamos pasar por una relación afectiva, estrecha, segura y confiable con otro, cuya mirada bondadosa y compasiva sea capaz de ayudarnos a querernos a nosotros mismos. Querernos porque antes hemos experimentado lo que es ser querido, visto y respetado en lo fundamental (aceptación del núcleo de nuestro ser) por ese otro. Puede ser con un profesional (psicólogo/psicoterapeuta que destaque por sus cualidades humanas), pero también puede darse en el contexto de otras relaciones. Si hemos sido capaces de hacer un proceso de este tipo y nos reconocemos como personas con sana autoestima, estables emocionalmente, con capacidad para la receptividad empática y con deseo de vincular íntima y afectivamente con otro, podemos ofrecer a nuestros niños, niñas y jóvenes experiencias vinculares de calidad (reflexivas, de aceptación, seguras y confiables), que puedan registrarse en su mente y contribuir a modificar las creencias nucleares negativas que sobre sí mismos puedan tener.
¿Cómo sabemos que tenemos un vínculo afectivo con un niño, adolescente u otra persona? Hay cinco criterios que definen un vínculo afectivo (Bowlby, 1973, 1989, 2014). Puede decirse que si los cumples, has logrado vincular –porque es un proceso en dos sentidos-, aunque como adulto deberás haber hecho un esfuerzo mayor porque eres la parte "fuerte y sabia" (Bowlby, 1979) de ese vínculo (en el caso de que sea una relación adulto/niño o niña).
1. El vínculo es persistente, no transitorio. No se limita a un periodo de tiempo sino que la relación y el deseo de estar con esa persona (porque me siento unido y con deseo de verla y relacionarme con ella, nutrirme de lo que me da y le doy) se mantiene a lo largo del tiempo. No hay nada más para el bebé que su madre, entre los 9 y los 18 meses es una experiencia impresionante. Nada más desean dos amantes que estar entrelazados y juntos en el espacio/tiempo. Con nuestros hijos/as no concebimos una relación transitoria sino permanente en el tiempo, con ganas de vernos, compartir, reír, jugar, abrazarnos, a veces enfadarnos pero reconectamos, y queremos que no acabe nunca.
2. Involucra una persona específica, no es reemplazable con nadie más. (“Este vínculo refleja la atracción que un individuo tiene por otro individuo”. (Bowlby, 1979) Por eso cuando se rompe, sufrimos. Sufren mucho los niños y niñas cuando las administraciones hacen acogidas de urgencia que se prolongan años para después, ofrecer al niño o niña otra familia (por ejemplo, adoptiva). Conlleva la ruptura de un vínculo con esos acogedores que no se puede reemplazar con nadie más. Por eso, Bowlby (1953) dijo que la interrupción, separación o alteración del vínculo de apego dejaba secuelas en el desarrollo de la personalidad. Por eso la gente se siente mal cuando su mascota ha fallecido y le dicen: “¡cómprate otra!”… Como si eso se pudiera reemplazar así de fácil. Por eso sufrimos cuando muere un ser querido, porque lo que teníamos con ese ser no es sustituible. Y, por ello, en otro orden, también nos produce malestar que nos cambien de médico, de psicólogo, de persona de confianza en un banco, que nos atienda una máquina o una computadora por internet, nos manden autoservirnos en una cafetería… todo menos que esté presente nuestra persona de confianza; por eso lo extrañamos y sentimos malestar: porque esa persona no puede ser sustituida fácilmente por otra o por máquinas.
Esto tiene importantes consecuencias a nivel social y sanitario: cuanto más cambian las personas que son responsables del cuidado y bienestar de otras y con quienes se tiene un vínculo, más se resiente nuestra salud mental. ¿Lo saben nuestros políticos?
3. La relación es emocionalmente significativa. Sentimos por esa persona, valoramos que nos importa, por eso hay un involucramiento emocional y dolor si se le pierde, porque todo nuestro sistema emocional se activa debido a que la persona es altamente significativa.
Algo se muere en el alma cuando un amigo se va
Dice una popular canción.
4. La persona desea mantener proximidad o contacto con la persona. Uno de los criterios observables para determinar que existe un vínculo entre dos personas es el deseo de estar próximos (con más o menos distancia, pero hay percepción de proximidad) El bebé desea estar en el cuerpecito de su mamá y llora si se le separa, cuando es muy pequeño. Por eso dejarlos en la cuna y que lloren es una aberración desde el punto de vista de la teoría del apego: porque están formando un vínculo y nos necesitan cerca para regularse e interiorizar que se sienten amados y seguros en los brazos, que dan sostén. Las parejas desean estar juntas y abrazadas estrechamente. Como dice Luis Eduardo Aute:
Abrázame, abrázame
Y arráncame el escalofrío
Abrázame, abrázame
Que me congela este vacío
5. La persona se siente afligida, angustiada por la separación involuntaria de la otra persona. Cualquier pérdida que podamos experimentar en la vida será lo más parecido a lo que el bebé siente en la cuna cuando llora y la figura de apego no acude ni acudirá: el desamor más profundo, seguido después de una fase de protesta, reclamo y reclamo, "grito de apego" (Ogden y Fisher, 2016); para, finalmente, entrar en una fase depresiva. La muerte de un ser querido es la separación definitiva y la más angustiosa, de la que muchas personas no se recuperan nunca. Por eso, Luis Eduardo Aute le pide a la figura de apego:
Abrázame, hasta que la muerte nos abrace
Incidiendo con ello en la misma idea que Bowlby (1979): la necesidad de establecer vínculos afectivos es “de la cuna a la tumba” Afortunadamente, el vínculo trasciende la muerte porque la representación mental de la persona y lo que este significa vive en nuestro recuerdo y puede ser evocado. Sufrimos por la ausencia de esa figura y porque las funciones que puede hacer, tan necesarias, ya no las hace; y porque no le volveremos a ver ni a tener experiencia de proximidad física con ella.
Y, además, añadimos otro criterio para saber si existe un vínculo afectivo:
La persona busca seguridad y confort en la relación con la persona. El apego es seguro si lo consigue, el apego es inseguro si no lo consigue. Lo más definitorio de un vínculo es la seguridad y el confort que nos proporciona. Cuántas personas al perder un vínculo significativo han sentido que se derrumbaba con él su seguridad interior. Es la búsqueda de seguridad lo que lo distingue, más que el afecto o el amor, que son ingredientes necesarios, pero no suficientes. Esto es lo que lleva a hablar de “vínculos parentales” hacia el niño/a y “apego del niño a los padres” Porque si no, los niños/as pasarían a ser como las figuras de apego de los padres, se invertirían los roles.
Así pues, para este año que comienza, propongo que podamos proporcionar a los niños, niñas y adolescentes figuras adultas fuertes, confiables y seguras con las que puedan mantener un vínculo afectivo.
Feliz 2023 pleno de vínculos de calidad.
REFERENCIAS
Bowlby, J. (1953). Cuidado maternal y amor. México: Fondo de Cultura Económica.
Bowlby, J. (1973). Attachment theory, separation anxiety and mourning. En D.A. Hamburg y K.H. Brodic: American handbook of psychiatry. Vol. IV. New Psychiatric Frontiers.
Bowlby, J. (1979). The Bowlby-Ainsworth attachment theory. Behavioral and Brain Sciences, 2(4), 637-638.
Bowlby, J. (1989). Una base segura: aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Barcelona: Paidos Ibérica.
Bowlby, J. (2014). Vínculos afectivos: Formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Morata.
Cantero, M.J., Lafuente, M.J. (2010). Vinculaciones afectivas: Apego, amistad y amor. Madrid: Grupo Anaya.
Ogden, P., Fisher, J. (2016). Psicoterapia sensorio-motriz. Intervenciones para el trauma y el apego. Bilbao: Desclée de Brouwer.
[1] Madre es un término universal para designar a una figura de cuidados exclusiva para el bebé.
Excelente
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