lunes, 12 de diciembre de 2022

La invalidación en los niños/as víctimas de trauma de desarrollo

Los orígenes de la invalidación

De Peru.com
El modo en que una persona procesa los acontecimientos y las experiencias de la vida es propio y subjetivo. La necesidad de "sentirnos sentidos" (Siegel, 2007) –y por lo tanto, existentes- está presente desde que somos bebés. Tenemos, desde nada más nacer, un sistema nervioso preparado para conectar (Benito, 2020): el bebé pronto podrá centrar la mirada en el rostro de la madre, que mediante sus expresiones -a través de la vía viso-facial-, que sirven de reflejo, aquel aprenderá a tratar de responder a dichas expresiones tratando de imitar los gestos; disponemos de una amígdala preparada para reaccionar defensivamente ante las amenazas mediante el llanto –este órgano se activará ante los desconocidos, pero no ante los conocidos-; de un bulbo olfatorio listo para reconocer el olor de la madre; tenemos los centros de recompensa preparados para registrar esas experiencias de placer y con una memoria implícita que guardará la información proveniente del cuerpo y de las vísceras, que comunicarán calma y regulación, si el sistema de regulación interactiva (Schore, 2011) que establecemos con la madre (o cuidador) logra progresivamente modular esa activación y mantenerla en niveles tolerables. Disponemos de un oído que puede escuchar y familiarizarse con la prosodia del cuidador, que transmitirá señales de calma y confort, si las palabras se emiten suaves y acariciantes. La piel, a través del canal táctil sensorial, nos comunicará que las caricias, el baño suave, el contacto con la dermis del cuidador, si este está regulado y tranquilo, es una fuente de sosiego. O, si hay violencia, será una fuente de estrés que inundará el cerebro de sensaciones desagradables abrumadoras.

Todo este caudal de experiencias -cuando son agradables y calmantes- repetidas es una primera forma de validación del mundo subjetivo del infante, donde nada está ordenado y organizado aún. El bebé puede sentir angustia interna, o los cambios del entorno ser tan bruscos que provocan alto malestar; o las personas de ahí fuera –cuando aún no se diferencian del bebé- pueden generar estrés en forma de gritos, contacto brusco e incluso -como pasa en el maltrato- ataques verbales y físicos a aquel. El bebé es egocéntrico e interiorizará -y quedará registrada en su memoria implícita- que se debe a él o ella, que algo va mal en su interior. Y no se lo puede explicar. Aquí tenemos el origen temprano de muchas creencias nucleares implícitas que ponen -y pondrán- música a nuestra vida. Música de la película Tiburón, además.

Se necesita un adulto con permanencia y presencia "filtro estabilizador" (Dantagnan, 2022) que trate de conectar con y aliviar el displacer del infante, que le transmita implícitamente “puedo confortarte”, y que, además, se consiga, y que el bebé sienta e interiorice subsimbólicamente: “me siento tranquilo, importan mis demandas y malestar, me atienden, por lo tanto soy válido” Si no se consigue y se invalida al bebé activa o pasivamente (se le desconfirma gravemente en forma de maltrato o negligencia), sobre todo durante los primeros años de vida, pueden sentarse las bases que afiancen que el mundo propio no importa a nadie (tampoco a uno mismo) y que el dolor es inasumible. De ahí que muchas partes de la personalidad que los niños/as comienzan a desarrollar -sobre todo con más claridad a partir de los seis años-, tienen su origen en estas tempranas experiencias que moldean su cerebro: "Los centros cortico-límbicos superiores del hemisferio derecho, especialmente el córtex orbito-frontal, el centro del sistema de apego de Bowlby, actúan como el sistema cerebral más complejo de regulación del afecto y del estrés" (Schore, 2011)

La protección frente a la invalidación

Un bebé (Fonagy y otros, 2002) puede crecer (además quedándose en "modos prementalizadores", esto es, comprender sus estados internos y los de los otros de una manera sobreinterpretativa, tanto que se puede distorsionar los hechos de la realidad; o de un modo pseudo, es decir, creando una imagen falsa de uno mismo. Se desarrollará una u otra, o ambas, según cada persona y sus circunstancias) con este entorno invalidante durante mucho años, precisamente los más críticos, donde se desarrollan todas las capacidades humanas, incluido el sentido integrado de uno mismo, es decir, un yo que se va constituyendo de manera firme y fluida –con conciencia de continuidad y sin rupturas en este sentido-. Lo más probable es que en un entorno así la "fragmentación temprana" en partes de la personalidad (Siegel, 2007) o en "estados del yo" (Bromberg, 2011) sea la única salida para sobrevivir y evitar el dolor psíquico insoportable (el niño/a lo notará en el cuerpo).

Con la aparición del lenguaje, el hemisferio derecho del cerebro va a transmitir una información sensorial, impresionista, imágenes… al hemisferio izquierdo (Benito, 2017) que está cargada de displacer, ansiedad, malestar… a veces auténticas cataratas emocionales. El izquierdo va a recibir esta información y en ausencia de relato, tenderá de algún modo a protegerse. Y las partes se afianzan aún más con la aparición de las llamadas defensas. El niño/a en ausencia de relato coherente, lo construirá en función de lo que su imaginación le dicte, pero echando mano también de algunos recuerdos deslavazados que pueda tener y en función de lo que el mundo adulto le cuenta. Y probablemente todo será demasiado doloroso para ser contado, por lo que el niño/a recurrirá a las defensas. Muchos síntomas llamados disociativos reflejan estas defensas. Con niños/as más mayores, de diez años, podremos, si les preguntamos por su vida, observar que se protegen con relatos desconectados de la emoción; incongruentes emocionalmente con lo que se cuenta; desbordados por la emoción (casi reviven o muestran juego postraumático); finalmente, el relato puede parecer elaborado, pero es algo impostado, creado por su mente imaginativa para acomodar la realidad a sus deseos (Muller, 2020)

El niño o niña tiene muchas formas
de defenderse de un dolor insoportable 
Foto: eresmama.com

Si el niño/a tiene la suerte de encontrarse pronto –aunque sea su derecho el de la protección, es casi una lotería dar con profesionales que tengan claro qué es proteger- con una medida que vele por sus derechos a ser criado en un contexto de buenos tratos y con derecho a los buenos vínculos, aquel llegará a una familia adoptiva o acogedora que le ofrece todo un sistema de cuidados, que es lo que necesita imperiosamente, pero a la vez le genera inconscientemente miedo o terror. Su memoria implícita transmite a la amígdala mensajes de que esto es amenazador, la corteza cingulada puede informar de que la familia es una experiencia intrínsecamente dolorosa y que, a la larga, abandona; y la corteza prefrontal está ausente, ha dimitido de sus funciones, está poco desarrollada y debilitada (Benito, 2017) Por eso, el niño/a puede empezar a mostrar con fuerza las partes de su personalidad que le protegen de la dolorosa experiencia interna de la invalidación (asociada a dolor emocional, pérdida, agresividad, vergüenza…). Algunos niños/as desarrollan partes agresivas (activa o pasivamente), antisociales (robar, mentir, manipular…), insensibles (duras, secas, distantes…), complacientes (aduladoras, seductoras…) cuidadoras y adultistas (cuidan ansiosamente de los padres u otros y tienen una autonomía y razonan como si fueran personas mayores)...

¿Qué ven los demás? A veces durante muchos años...

El mundo adulto (familias, profesores, psicólogos y psiquiatras u otros profesionales, a veces) ven solamente lo aparente. Lo que se muestra. El niño/a puede mostrar una fachada aparentemente sintonizada, como una parte que muestra normalidad, complaciendo y cumpliendo en exceso con las exigencias que el mundo adulto le manda, sobre adaptado. Pero internamente puede sentir muchas emociones que están desplazadas y de las que no es consciente. Todo puede estallar en la pubertad. Este tipo de niños y niñas son valorados por los adultos porque no son perturbadores. O el niño/a puede mostrar conductas hacia fuera a través de los trastornos del comportamiento, la hiperactividad o la inestabilidad emocional, la ansiedad. A veces se producen formas mixtas donde aparecen sentimientos de tristeza, soledad, miedo, ansiedad, agitación… 

Con excesiva frecuencia, estos niños/as, que tienen a sus espaldas que soportar la pesada carga del maltrato, reciben feedback negativo. Algunos y algunas son vistos como auténticos indeseables y sufren rechazo, castigo, exclusión, etiquetación, fracaso escolar, problemas serios para hacer y mantener amistades… Hace muchos años, cuando empezaba a trabajar en la consulta y la cultura de falta de respeto a los niños/as campaba a sus anchas, un profesor me dijo, al preguntarle por un alumno y su conducta en clase, algo que se me quedó grabado y me dejó atónito: "ahí te envío a esa escoria"

Casi siempre la mirada es patográfica (les diagnostican con diferentes trastornos descriptivos y etiquetadores y no contemplan una visión comprensiva de por qué el niño/a tiene esos problemas) Muchas veces se conceptualiza como un problema de límites, de familias que les hiperprotegen, de desarrollo, de hiperactividad, de retraso en el desarrollo, de espectro autista… Sin quitar ni un ápice a que pueda ocurrir todo esto -por supuesto que es relevante- no se considera el papel que el trauma complejo y temprano ha jugado en la aparición de estas conductas y síntomas. Ni se le da al sufrimiento psíquico que el niño/a arrastra -es enorme el dolor, y ellos/as hacen lo que pueden con lo que tienen- la debida importancia. Se pierde la visión humanista, tan necesaria. Y así las intervenciones se olvidan de algo importantísimo: validar al niño/a y expresarle que es una injusticia lo que ha vivido, y que somos conscientes de que todo lo que hace es para protegerse de ese dolor, que nosotros lo vemos; y que validamos su experiencia subjetiva y entendemos sus conductas y síntomas, porque son sus defensas. Ir más allá de lo aparente y tratar de validar la experiencia interna del niño/a, y el modo que tiene de ver y sentir el mundo que le rodea y de dónde le puede venir (Barudy y Dantagnan, 2005)

Casi siempre las personas adultas de mi consulta de traumaterapia recuerdan infancias donde nadie vio el dolor, nadie mostró receptividad empática. Además de maltrato y negligencia, sufrieron la ceguera de los adultos que los acompañaban en su desarrollo, los cuales solamente veían las conductas y les castigaban -suprimiendo la visión mentalizadora- por ellas. Sumiéndolos en profundos sentimientos de vacío, soledad, vergüenza, culpa… Nadie estuvo allí para reconfortar y validar. 

Foto: Fundación Sonría 

Mensajes sociales

"Encima -me decía una joven en terapia- hemos de escuchar mensajes sociales en los que si no somos positivos, si no conseguimos las metas, si no deseamos nuestro sueño o lo decretamos, si no nos sentimos bien y nos sentimos enfadados, secos, tristes y sin ganas de nada somos gente amargada que sobra y que no genera buenas vibraciones. Sin molestarse un ápice en preguntarnos e intentar captar por qué nos sentimos así, directamente somos molestos porque no compartimos esa filosofía barata de mueble de libros de autoayuda o superación: `Consigue tus metas en 5 pasos´ `El poder de…´ `Tú puedes ser…´ `Consigue lo que otros no han conseguido…´ Y eso nos fastidia y molesta aún más. Yo me rebelo contra eso, porque el cambio es mucho más profundo y requiere implicación de quienes nos rodean."

"Yo -siguió- que además tengo un problema físico en los brazos, me enfadan también los mensajes que nos lanzan a las personas con discapacidad: no hay metas, no hay límites, tú puedes, no existen barreras… Todo esto es inalcanzable para muchos de nosotros y yo, al menos, me siento terriblemente mal cuando veo que no puedo estar a esa altura".

Esta joven jamás había sido validada emocionalmente por nadie en su dolor y en las injusticias que había vivido -su discapacidad, traumática, había sido ocasionada por la maldad de unas personas-. Ha sufrido innumerables situaciones sociales donde le han burlado y ridiculizado, muchas veces ante la mirada pasiva de los demás. 

El lento camino de la reparación

El camino de la reparación y la sanación, habida cuenta de que en muchas ocasiones las personas que acuden a tratamiento han sufrido trauma -otros seres humanos les han hecho daño-, pasa por, precisamente, sentir que por primera vez son vistas y validadas emocionalmente. Un entorno no invalidante en la experiencia subjetiva, en la manera que tiene la persona de vivenciarlo, es fundamental para sanar del trauma. Sobre todo, en el caso de los niños/as cuyas conductas más efectos negativos producen en el entorno. Ello no quiere decir que les dejemos hacer lo que quieran y que toleremos comportamientos inaceptables. No confundamos. Pero han de sentir que entendemos y vemos sus sentimientos, y ofrecerles un marco explicativo que reformule sus síntomas (Barudy y Dantagnan, 2005) 

Pero, además, el terapeuta es convocado a ser testigo de una gran injusticia y aquí no valen las medias tintas. Quiero terminar con estas palabras de Judith Herman, tan geniales y acertadas, que creo son un mensaje bien claro para todos/as hacia dónde va el camino de la recuperación. Si no, las defensas jamás dejarán de hacer acto de aparición y el dolor no podrá salir y ser sanado por personas bondadosas.

Portada del libro de Judith Herman


"Es responsabilidad del terapeuta usar el poder que le ha sido conferido sólo para fomentar la recuperación del paciente, resistiendo toda tentación de abusar de él. Esta promesa, que es central para cualquier relación terapéutica honesta, es de especial importancia para pacientes que ya están sufriendo como resultado de que un otro ha hecho un ejercicio arbitrario y abusivo del poder 

El terapeuta es convocado para ser testigo de un crimen. Debe asegurar una posición de solidaridad con la víctima. Esto no significa la idea simplista de que la víctima no puede equivocarse, sino implica más bien una comprensión de la fundamental injusticia de la experiencia traumática y la necesidad de una resolución que restaure alguna sensación de justicia. Esta afirmación se expresa en la tarea cotidiana del terapeuta, en su lenguaje, y sobre todo en su compromiso moral de decir la verdad sin evasiones ni disfraces. El rol del terapeuta es a la vez intelectual y relacional, y fomenta a la vez el insight y la conexión empática". (Judith Herman, 1992)


REFERENCIAS


Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Benito, R. y Gonzalo, J.L. (2017) La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Benito, R. (2020). Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y la adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.

Bromberg, P. (2011). La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. Madrid: Ágora relacional.

Dantagnan, M. (comunicación personal, 16 de octubre 2022).

Fonagy, P. Gergely., Jurist, E., Target, M. (2002). Affect regulation, mentalization, and the development of the self. NY: Other Press.

Herman, J. (1992). A healing relationship. in Trauma and recovery. J. Herman, Trauma and recovery Glenview, IL: Basic Books (Harper Collins), 133-155

Muller, T. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la recuperación a la evitación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Schore, A. (2011). Prólogo. En La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional. (pp 18-55). Madrid: Ágora relacional. 

Siegel, D. (2007). La mente en desarrollo. Como interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

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