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Con este artículo despedimos la temporada del blog 2021-22.
El blog Buenos tratos regresará en septiembre de 2022, tras las vacaciones de verano.
¡Felices vacaciones a todos y todas!
La negligencia afectiva
José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo clínico y traumaterapeuta sistémico.
Miembro de la Red apega de profesionales y del equipo docente del PTSI
Llevo la mayor parte de mi vida profesional dedicado al tratamiento y acompañamiento psicológico a niños y niñas que han sido víctimas de malos tratos. Una de las tipologías de malos tratos que aprendí -gracias a la formación que hice en el Postgrado de Traumaterapia Sistémica de Barudy y Dantagnan y a la experiencia que fui adquiriendo- a detectar en las familias, y a tratar sus secuelas en el desarrollo infantil, es la denominada negligencia afectiva. También he tenido -y tengo- en psicoterapia a bastantes adultos que la han sufrido y que, con el tiempo, han sido conscientes de ello y del impacto que esta ha tenido en sus vidas.
La negligencia es una forma de malos tratos pasiva, a menudo no considerada y valorada por los servicios de protección de menores como dañina para la mente en desarrollo del niño/a, cuando está bien documentado el impacto negativo que puede tener (Barudy y Dantagnan, 2010; Johnson y otros, 2000; Lyons-Ruth, 2022). Este tipo de maltrato se da en todas las clases sociales, siendo las de clase alta las que menos se benefician de la actuación de los equipos especializados de intervención, porque existe aún un sesgo negativo en torno a las clases más desfavorecidas, mas susceptibles de que sean atendidas por servicios especializados. Cuando "la negligencia viste de Prada" (como dice Dolores Rodríguez, psicóloga) suele en general valorarse de una manera más laxa por parte de los equipos técnicos.
Qué es la negligencia afectiva
Por negligencia entendemos la incapacidad repetida por parte de los padres o cuidadores del niño, de proporcionarle los estándares mínimos de alimentación, vestido, atención médica, educación, seguridad y/o afecto. Es decir, la satisfacción de sus necesidades básicas (López, 2008) tanto físicas como emocionales. La negligencia afectiva, en concreto, resulta difícil de evaluar, si no se ha hecho una formación especializada. En mi opinión, Barudy y Dantagnan (2010) son los autores que mejor han desarrollado todo un modelo de valoración e intervención en competencia parental. Ellos han hecho, además, un análisis y estudio detallado de todas las tipologías de maltrato.
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Lo que ocurre en los casos de negligencia afectiva es que los padres o cuidadores “no hacen nada" al niño/a (Benito, 2020). Y esto es precisamente lo dañino para el desarrollo del cerebro, el cual requiere para su crecimiento de alimento físico, pero también del emocional. Este órgano no recibe los nutrientes físicos, cognitivos y afectivos necesarios para poder interconectar sus neuronas y lograr así una integración cerebral. Las neuronas están listas para conectarse, al nacer tenemos billones de ellas, pero sólo un número de estas se unirán entre sí, porque el desarrollo neuronal sigue el principio de “úsalo o tíralo” (Siegel, 2007) Las neuronas que no se estimulen tenderán a no conectarse, y las que sí se usen tenderán a activarse. Cozolino (2010) ha explicado magistralmente que el desarrollo depende de la genética y del ambiente. Este autor denomina “programación medioambiental” a esa danza entre los genes y los primeros cuidados proporcionados por la figura de apego, justo en un periodo de la vida donde el material genético se expresa en todo su esplendor. Como Rafael Benito (2020) ha dicho, también magistralmente, los tres primeros años es el periodo de la vida en el cual el libro de instrucciones, que es el código genético, es más sensible a la influencia del ambiente y los cuidadores. Todas las páginas de este libro de instrucciones, por así decirlo, están abiertas... Por eso las acogidas familiares de urgencia son medidas para neuroproteger (Benito, 2020) a los niños/as tempranamente, y proporcionarles el derecho al buen vínculo (Hernán Fernández). Estas acogidas en familia han supuesto un gran avance en materia de protección. Así pues, no se debe esperar a que se produzca el daño en el bebé a su neurodesarrollo, cuando más vulnerable es el ser humano, sino que podemos prevenir primariamente.
Entrevista de Leticia Garcés a Rafael Benito
La negligencia más común en nuestros días es la afectiva, pues es menos probable encontrarse con situaciones de carencias físicas (alimentación, higiene…) Aún así, las sostenidas crisis económicas que hemos vivido en la década anterior han favorecido que se produzca un incremento de niños y niñas que pasan privaciones en este sentido. Recientemente (marzo de 2022) El diario El País sitúa a unos 700.000 niños/as en situación de riesgo de exclusión: "España destaca por sus altos niveles de pobreza infantil. Solo Rumania y Bulgaria presentan peores datos que España en la Unión Europea. La situación se agravó con la crisis de 2008 y los recortes, y las familias más vulnerables han vuelto a llevarse la peor parte del mazazo económico causado por la covid. Para combatir estas cifras, el Gobierno presentará a la Comisión Europea el 15 de marzo su hoja de ruta. Se trata del plan para aplicar la garantía infantil, un programa europeo para luchar contra la exclusión social de los menores. El Ministerio de Derechos Sociales está ultimando ese documento. Según el texto, al que ha tenido acceso EL PAÍS, se fija como objetivo bajar en 8,6 puntos porcentuales la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social de los niños y adolescentes en 2030 respecto a 2019, cuando se situó en 30,3%. Esto equivaldría a recuperar a 713.000 niños de los 2,6 millones que están en esta situación..." [...]
Aunque hay una tendencia a separar la negligencia física de la afectiva/cognitiva, podemos pensar con razón, por ejemplo, que pasar hambre también tenga connotaciones y repercusiones en el área afectiva y cognitiva, pues el impacto traumático que conlleva afecta al área emocional (aparte de que la carencia de determinados nutrientes físicos perjudica al desarrollo del cerebro) Un niño me dijo una vez en la consulta que pasar hambre era una experiencia horrible, el estómago se te retorcía y te producía un dolor insoportable. Esta experiencia es, desde luego, traumática y los recuerdos que produce son abrumadores para la persona, afectando al cerebro/mente en desarrollo, en suma, a todo el ser.
Consecuencias de la negligencia afectiva en el desarrollo del niño/a
La negligencia afectiva puede tener consecuencias para el desarrollo y el cerebro del niño/a mucho más graves que el maltrato físico y psicológico. Desgraciadamente, no suele movilizar a los equipos de protección infantil (Hughes, 2019) tanto como lo hace el maltrato físico o psicológico. Quizá porque lo que va mal es “lo que no ocurre” y esto no siempre se detecta o se atribuye a la negligencia, y/o no se tiene formación especializada, ni a veces, hay que decirlo, sensibilidad.
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La negligencia afectiva presenta niveles y puede darse en combinación con otras tipologías de maltrato. Los que llevamos años trabajando en este ámbito sabemos que un abuso sexual intrafamiliar puede -y de hecho se suele dar- ocurrir en un contexto familiar de negligencia afectiva por parte de uno o de los dos cuidadores o progenitores. En ocasiones, estos presentan otros problemas asociados como consumo de sustancias, vida errática, trastornos de personalidad, trastornos mentales... que agravan la situación de las personas menores de edad.
La negligencia afectiva puede ser crónica o temporal, así como severa o leve. Puede ocurrir como consecuencia, por ejemplo, de un maltrato físico o psicológico de uno de los dos cuidadores y el otro, debido al impacto traumático de la situación, que merma temporalmente sus habilidades de cuidado, mostrarse negligente. Pero una vez que este está recuperado de dicha situación, si presenta capacidad, puede activarse, con ayuda psicoeducativa, para el cuidado afectivo de sus niños/as. La negligencia también puede ser crónica en el sentido de que no se explica por una situación estresante ocurrida en un periodo de tiempo, sino que forma parte de la persona y de sus déficits, como consecuencia de que son cuidadores que fueron ellos, a su vez, víctimas de negligencia en su propia infancia.
La negligencia afectiva puede pasar inadvertida. A veces el niño/a lo exterioriza mediante problemas o síntomas (los denominados de conducta) Sin embargo, puede estar presente en algunos niños/as que aparentemente no muestran problemas de ajuste psicológico, incluso pueden obtenerse perfiles planos en las escalas que habitualmente utilizan los profesionales para evaluar las conductas y los síntomas clínicos. Los niños/as pueden manifestar una maximización de rasgos y comportamientos que son sobrevalorados por el mundo adulto, como la complacencia (cuando es compulsiva), el alto rendimiento escolar, la búsqueda de la aprobación social, la intelectualización excesiva y ser muy colaboradores, perfeccionistas y normativamente dóciles. Si no muestran síntomas de los denominados externalizantes, que son sobre todo molestos para los adultos, es posible que pasen desapercibidos. Detrás de estos comportamientos puede existir una situación familiar de negligencia afectiva de la que el niño/a -e incluso la propia familia- no sean conscientes. Detectarla para poder intervenir tempranamente con los niños/as y sus padres o cuidadores es muy importante, porque si no, pasará desapercibida, probablemente hasta la adolescencia, donde la manifestación sintomática puede cambiar y comenzar con síntomas externalizantes. Muchos de los problemas que sufren los adolescentes como autolesiones, ideas de suicidio, inestabilidad emocional, agresividad, sentimientos crónicos de vacío, angustia, impulsividad… se gestaron en la primera infancia, a veces de manera muy temprana y no siempre evidente (edad bebé) Perry y Szalavitz (2017) nos cuentan en su libro “El chico al que criaron como perro” un caso de este tipo.
La negligencia afectiva está asociada claramente con el trastorno límite de la personalidad, el trauma complejo y la disociación (Lyons-Ruth, 2022) También se asocia con el trastorno antisocial de la personalidad (Bowlby lo dejó bien claro desde hace muchos años, en 1944, pero no hemos aprendido la lección, quizá porque sus postulados eran muy exigentes con el mundo adulto para con la infancia, pero desde luego que son científica y éticamente acertados) Recientemente, Markowitsch (2014) refiere que incluso en los adolescentes que presentan rasgos o conductas antisociales, se postula que éstos podrían no haberse manifestado si no se hubiesen dado los antecedentes de maltrato en la infancia: “Un entorno adverso puede ser responsable del desarrollo cerebral anormal en las personas con tendencia al trastorno antisocial de la personalidad y a la psicopatía”
En una reciente revisión de la literatura realizada por Iciar García Varona, refiere que "numerosas investigaciones han concluido que el abuso sexual en la niñez reportado por adultos, se asoció con una amplia gama de trastornos y problemas psiquiátricos, que incluyen: Depresión, fobias, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de pánico, trastorno de estrés postraumático, trastornos sexuales e ideación suicida. Lo mismo ocurría con adultos que habían informado de abusos físicos y abusos emocionales o informaban de ACEs y que igualmente reportaban tipos de trastornos psicológicos y psiquiátricos. La negligencia se asociaba además con desórdenes de personalidad (Briere & Elliott, 2003; Dube, Anda, Felitti, Chapman, Williamson & Giles, 2001; Johnson, Smailes, Cohen, Brown & Bernstein, 2000; Lindert, von Ehrenstein, Grashow, Gal, Braehler &Weisskopf, 2014)".
La competencia m/parental suele estar afectada severamente en los casos de negligencia
Creo que debemos ser respetuosos con estos padres o cuidadores y referirnos a ellos como personas que, por su traumática historia, tienen prácticas negligentes. Como bien suele decir Jorge Barudy, "no recibieron la protección a la que tenían derecho de niños/as". Las secuelas de la desprotección que sufrieron en su infancia por parte del mundo adulto (técnicos, educadores, maestros, trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras, vecinos, familiares, amigos… que no supieron verlo) ha generado en ellos lo que Barudy y Dantagnan definen como “incompetencia parental severa y crónica”. Conclusión a la que se llega después de utilizar cuidadosa y exhaustivamente su programa de valoración de competencias parentales (Barudy y Dantagnan, 2010), y tras trabajar (psicoterapia, programas psicoeducativos de capacitación parental, atención en salud mental...) con las familias durante un periodo de tiempo suficientemente largo (no más de dos años) como para concluir que los cuidadores o padres no pueden responder positivamente al programa de rehabilitación de competencias. Si la incompetencia parental es severa y los niños/as están en riesgo, hay veces que esta valoración de las competencias parentales se hace protegiendo a los niños/as en un centro o familia acogedora. Dependerá de la valoración de cada técnico, pero no es extraño encontrarse con situaciones graves en las que los niños/as han permanecido -y permanecen- en sus hogares, padeciendo estos la negligencia afectiva sin que se adopte ninguna medida de protección.
Si los padres o cuidadores de los niños/as presentan "ausencia de empatía" (Barudy y Dantagnan, 2010) o "empatía cero" (Baron-Cohen, 2012) -lo cual conlleva una imposibilidad de ver al niño/a como un ser con necesidades propias que han de ser satisfechas-, una incapacidad para reflexionar y una ausencia de conciencia de problema y del impacto que sus actuaciones negligentes tienen en los niños/as, probablemente estemos ante una incapacidad parental severa.
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Proteger a los niños/as: una prioridad
En estos casos de incompetencia parental severa, y aunque es muy duro psicológicamente para los niños/as y sus padres o cuidadores, se debe de activar una medida de protección permanente de las personas menores de edad -o mantener la preexistente-, tratando de que aquellos sean recogidos en su dolor e implicándoles, con acompañamiento educativo, en la vida de sus hijos/as hasta donde ellos puedan o sean capaces de responder satisfactoriamente a las necesidades de sus hijos/as. Trabajar con los padres la narrativa del por qué de la medida, con empatía pero a la vez con firmeza, es necesario, aunque sea una tarea complicada por las defensas psicológicas que usan para protegerse de una medida que algunas familias niegan que sus hijos necesiten y la viven, además, de manera hostil.
Si la negligencia afectiva que los padres presentan, si esta práctica es severa y crónica y si estos han demostrado no ser capaces de hacer cambios sustantivos y duraderos en el nutrimiento afectivo y de seguridad hacia sus hijos/as o niños/as, proponer estas medidas de reintegración familiar, total o parcial, es una decisión perjudicial para los niños/as y con consecuencias a veces graves para el desarrollo sano de su cuerpo, cerebro y mente. Sin embargo, es una decisión que a menudo se suele tomar en los equipos y servicios de protección de menores, pensando en que será buena para la convivencia y el vínculo padres/hijos, bien favoreciendo convivencias vacacionales, bien con programas que tienen medios humanos y técnicos insuficientes en los que se comparte la crianza (cuando los cuidadores no son capaces, lo que pasa en estos casos es que se generan situaciones de alto riesgo para los niños y niñas), e incluso, a veces, se llega a decisiones que terminan desembocando con los niños/as reintegrados definitivamente en el hogar familiar con un seguimiento telefónico… a todas luces insuficiente. Esto, a mi juicio, no es protección...
Los casos que yo he visto, graves, desgraciadamente, no fueron a buen término y concluyeron con el regreso de los niños/as al centro de acogida. En mi experiencia, retornar a casa no fue la solución al dolor que estos niños/as sentían. O si son adolescentes cercanos a la mayoría de edad, vuelven de nuevo a estar en el hogar negligente sin engancharse al centro de acogida, estando en riesgo para la inadaptación social, con un sufrimiento añadido que, además, retraumatiza… Estos chicos/as suelen terminar en tierra de nadie, probablemente pasando largas horas en la calle, sin afecto, estructura, límites y seguridad.
Se argumentará que es muy duro psicológicamente para estos niños/as convivir en un centro de menores durante tantos años, si no se ha dado -o se ha pasado la oportunidad- de ofrecerles una familia de acogida. Soy consciente de ello, de que el dolor es grande, sobre todo porque la mente infantil no está preparada para integrar que quien te quiere te descuida de un modo afectivo grave. A menudo los niños/as presentan procesos de negación, proyección y racionalización que reflejan su sufrimiento y el de los padres y sus defensas para protegerse de actuaciones que viven de un modo persecutorio y hostil. De ahí que la empatía y la co-construcción de un relato sean una labor terapéutica fundamental a hacer durante muchos años (durante todo su desarrollo) con los niños/as y las familias. Estas suelen quedar muy abandonadas y sin ayuda profesional, y necesitan ser acompañadas. Los educadores de los centros suelen asumir la tarea de contener emocionalmente a los padres, empatizar con ellos, aportarles explicaciones y tratar de colaborar con ellos en lo que estén capacitados. Suelen hacerlo por teléfono y en las visitas o periodos de convivencia con sus hijos, que suelen ser -o deberían serlo- supervisados por los profesionales.
Por muy negativo que pueda ser crecer en un centro de menores, creo que lo es aún más hacerlo en un contexto de negligencia afectiva familiar. Pienso que con un entorno de apoyo (educadores, psicoterapeuta, profesores y otros adultos significativos, adultos sanos de la familia...) puede darse la “resiliencia secundaria” (Barudy y Dantagnan, 2010)
Creo que las familias deben ser más acompañadas y contenidas en su dolor en este proceso, para que puedan implicarse en la vida de los niños/as, pero siempre con estos en lugar seguro, bien atendidos en sus necesidades y con vínculos resilientes con los educadores de los centros. Estos centros deberían ser organizados y estructurados para ser terapéuticos, ofreciendo una experiencia en la que los niños/as puedan crear vínculos afectivos de calidad con los educadores, manteniendo la relación con sus padres y familia de origen (siempre y cuando no sea tóxica para los niños/as). Para ello es imprescindible que los educadores -o una buena parte de ellos- permanezcan en los centros por periodos largos y que no haya tanta movilidad laboral. En los hogares que actualmente superviso, se ha cumplido esta permanencia de los profesionales y estos, capaces y trabajados para crear vínculos afectivos con los niños/as, han logrado resultados muy satisfactorios con ellos/as y sus familias. Es un acogimiento residencial que Jorge Barudy ha llamado "familiarizante".
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Sin embargo, en la práctica, este acogimiento residencial familiarizante no suele ser todavía, en muchos casos, así. Porque a las administraciones les cuesta asumir, quizá porque no es popular, la calificación de “incapacidad parental severa y crónica”, y observan que el vínculo que les une a padres o cuidadores y niños/as o hijos/as es muy fuerte. Creo que esto es una interpretación equivocada de la teoría del apego, pues lo que los niños/as necesitan son vínculos seguros y de calidad afectiva, no vínculos intensos. Lyons-Ruth (2022) ha investigado que los niños/as abandonados emocionalmente son niños/as que tienen altas conductas de aproximación a sus padres, pero no son de apego seguro, lo aparentan pero no lo son. Los denomina "D-acercamiento" y es típico de contextos familiares negligentes emocionalmente. Conviene tenerlo muy en cuenta.
Ofrecer alternativas de cuidado a los niños/as de calidad
Cuando ya no es posible un acogimiento familiar o este no es ya posible por diversas causas, creo que es negligencia de la administración no estructurar los centros de acogida para responder a estas necesidades afectivas de los niños/as. Es una pena escuchar a los niños/s decir que no quieren estar en los centros porque los educadores no les pueden atender en sus necesidades emocionales debido a que tienen poco tiempo. Por las noches, hay centros en los que sólo hay un educador... Si la medida no satisface las necesidades y ya no es terapéutica, estaremos cerca de que desde la administración se cometa otra negligencia por no dotar a los centros de acogida de los medios humanos y materiales que los niños/as necesitan para su reparación vincular. Las familias verán que no les aporta y, con toda la razón, dirán que para eso están mejor con ellas...
Otras veces los equipos técnicos aluden a que la realidad familiar del niño/a es esa, y mejor que se acostumbre a ella, que vea lo que hay, pues forma parte de su vida… Me parece una frase durísima. ¡Son niños/as! Hay que pensar y meditar muy bien cada decisión que se toma sobre los niños/as, está en riesgo su salud mental futura y su bienestar biopsicosocial... La negligencia afectiva daña, y, como decimos ¡no suele darse sola sino en combinación con abuso sexual y malos tratos...! "El neurodesarrollo no espera", como bien dice Rafael Benito. Hay decisiones que pueden retraumatizar a un niño/a, por muy bien intencionadas que sean.
No olvidemos que los niños/as necesitan figuras de apego de calidad y estables en sus vidas (derecho al buen vínculo, propuesta del abogado Hernán Fernández) que satisfagan sus necesidades. Cómo dar respuesta a esto es el gran desafío de un sistema de protección, en mi opinión. Jorge Barudy revolucionó el sistema de protección porque sus planteamientos basados en la ciencia y en una metodología, la traumaterapia, que conlleva años de conocimientos y experiencia, son muy exigentes en la protección de las personas menores de edad y en poner a estos y su interés, como lo que es: superior a todo. Uno a veces asiste atónito a decisiones que buscan más contentar a las familias y que se olvidan del daño que pueden causar en las personas menores de edad. Y el daño al cerebro no es una especulación ni una intuición, la ciencia nos lo ha demostrado.
Es frecuente que estos chicos y chicas tarde o temprano acudan a buscar a sus familias para comprobar si la historia que les contaron -o descubrieron- acerca de su incapacidad es cierta. Pero si esto es así, sin ninguna duda es mejor que este descubrimiento lo hagan más cerca de los 18 años que en la infancia y la primera adolescencia, porque cuando se es niño/a se carece de recursos psicológicos para integrar el trauma complejo que esto suele conllevar y la dependencia de padres/cuidadores seguros es mayor (sentirse sólo y desprotegido es muy dañino emocionalmente, por eso se suele negar, "eso no ha pasado") Varios de los chicos/as que yo conocí de niños/as y que ahora son adultos, fueron a casa a los dieciocho años, a pesar de tener alternativas de vida preparadas por los equipos educativos. Algunos fueron de nuevo víctimas de negligencia, maltrato… duramente. E, incluso, algunos fueron echados de casa por sus propios padres... Porque aunque al principio todo era luna de miel, los problemas de negligencia y de otro tipo volvieron a surgir. Pudieron, entonces, asimilar mejor el golpe, pues con ellos se había trabajado el por qué de la medida del acogimiento; y pudieron admitir de buen grado los recursos de vida que se les habían ofrecido. Esto causa un impacto traumático, pero estimo que se está más preparado a los dieciocho -si se cuenta con recursos propios y con personas que te acompañen- que a los seis o siete años para asimilar la dureza de experimentar y tomar conciencia de la incapacidad de los padres.
Esto nos lleva también a señalar que los chicos/as que salen del sistema de protección a los 18 años no disponen de recursos adaptados a ellos/as, es una asignatura pendiente: ofrecerles alternativas de vida estables hasta una edad en la que alcancen una mayor madurez, en torno a los 25 años. Muchos/as se ven abocados a la mayoría de edad a estar en la calle, o con su familia (con la dureza que supone, si les admiten), o en pisos que tienen un nivel de exigencia y estructuración que no todos/as pueden alcanzar.
Finalmente, comentar que en estos casos de familias con incompetencia parental severa y con prácticas negligentes hacia sus hijos/as, es muy importante la formación del técnico y su trabajo personal. El técnico que tiene clara la medida y se muestra empático pero firme, transmite esa seguridad a las familias en sus comunicaciones y devoluciones. Una técnico de protección de menores, psicóloga -con la que estuve tomando un café recientemente- y amiga me dijo que hay que hablarles a las familias cuidando muy bien los mensajes pero con claridad y firmeza. Me comentó que ella había tenido muchas experiencias de familias que no habían aceptado la medida de protección en su momento. Ella recordaba que un día, años después -se le quedó grabado-, un padre le paró en la calle y le dio las gracias por la decisión que tomó porque fue acertada, aunque en su momento no lo entendiera ni aceptara. Porque en verdad las medidas de protección hacia sus hijos/as son para ayudarles a ellos/as también, no echándoles responsabilidades de crianza y competencia parental que por diversas causas no pueden asumir.
La necesidad de mantener una mirada sistémica
Creo que también los profesionales de la psicología y psicoterapia infantil debemos de tener, ante una petición de tratamiento para un niño/a, esta mirada que valore la base de cuidados, porque corremos el riesgo de focalizar el problema en el niño/a, de buscar un diagnóstico y de hacer una terapia individual. Por eso creo que hemos de no utilizar nunca los abordajes EMDR, caja de arena, neurofeedback… exclusivamente sin la visión sistémica, que requiere un abordaje terapéutico integral del niño/a en su sistema (familiar, escolar…); y, en su caso, la derivación a los equipos especializados de protección con los que trabajar en colaboración.
"El trauma causa daño cerebral, no de la otra manera" (Teicher, 2000)
Terminamos este artículo con estas palabras de Martin Teicher (2000) Tuvimos el placer de conocerle en Donostia en octubre de 2019, en las IV Conversaciones. Él y su equipo en la Universidad de Harvard ha investigado sobre el trauma de abuso en todas sus formas. Creo que no deja lugar a dudas de que es dañino para el desarrollo del cuerpo, mente y cerebro de los niños/as. Podéis leer los artículos que Rafael Benito tradujo al español que resumen las dos conferencias que pronunció en Donostia hace tres años:
http://www.buenostratos.com/2020/06/maltrato-infantil-periodos-de.html
http://www.buenostratos.com/2019/12/impacto-del-maltrato-infantil-en-la.html
"Mi hipótesis es que el trauma de el abuso induce una cascada de efectos, incluyendo cambios en las hormonas y los neurotransmisores que median el desarrollo de las personas en regiones del cerebro que son más vulnerables. Probar esta hipótesis en humanos es difícil, porque el abuso no es siempre un acto aleatorio. Si observamos una asociación entre una historia de abuso y la presencia de una anomalía física, el abuso puede haber causado esa anormalidad. Pero también es posible que la anormalidad ocurriese primero y ello elevara la probabilidad del abuso, o que la anormalidad ocurriera en la familia y esto condujera a abusos más frecuentes, o que fuera debido al comportamiento de los miembros de la familia u otros parientes.
Para tratar de resolver estas comprometidas hipótesis, llevamos a cabo estudios de estrés temprano en animales, donde elementos potencialmente confusos pueden ser cuidadosamente revisados. La observación de resultados paralelos en animales y en personas, ha reforzado nuestra hipótesis de que el trauma causa daño cerebral, no de la otra manera". (Martin Teicher, 2000)
REFERENCIAS