Mírame
Un relato de Dolores Rodríguez Domínguez
Psicóloga y Traumaterapeuta sistémica
Mírame, ¿me recuerdas?
Es muy probable que no. Ha pasado mucho tiempo, a mí se me ha hecho eterno. Puedo confesarte que he deseado mil y una vez desaparecer, acabar con mi pobre y patética existencia. Quizás algún día, si tú quisieras podría hablarte sobre esos tristes deseos. Deseos que a punto he estado de lograr alcanzar, de hacer realidad. No hay día que no me castigue por haber sobrevivido a lo que fue mi propio exterminio. El sufrimiento que provoco en los demás y a mi misma es a veces intolerable. Quisiera poder hablarte de lo que siento cuando mi necesidad vital es dejar de respirar. Pero hoy no será ese día.
Volvamos a hablar de nosotras. ¿Puedes hacer memoria?. La mía, parece haber olvidado su función, pues se esfuerza en que yo no recuerde. ¿Te lo puedes creer?. Una memoria que se esfuerza por no recordar. Podría parecer una cruel broma, ¿verdad? Pero desgraciadamente no lo es. Quizás después de hablar contigo, de escucharme, y descubrir quién soy, desearías tener una memoria como la mía, que te llevase a olvidar, olvidar todo aquello que no hiciste o que hiciste sin pensar o que hiciste cabalgando sobre tu propio miedo. Pero no lo pienses ahora. Espera a acabar.
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Por el gesto de tu rostro, parece que todavía no adivinas quién soy, ni qué hiciste por mí. ¿Te intriga?, ¿ni siquiera lo sospechas?
Quiero contarte que tú fuiste una persona muy importante para mí. No te imaginas cuánto. El día que te conocí yo me sentía aterrada, perdida, tremendamente sola, muda. Desde entonces mis días se parecen mucho a ese maldito día, pues siento ese mismo terror y soledad. Algunos incluso, pueden llegar a ser más aterradores, y mi mente entonces se ocupa de buscar y ofrecerme mi deseado alivio.
Necesito escucharme a mi misma diciéndome que entonces no sabías lo importante que eras para mí. Quiero pensar que de haberlo sabido habrías podido alzarte furiosa para romper la jaula donde me mantenían presa, sola, terriblemente asustada. Incapaz de mantenerme erguida por el peso de la vergüenza, del miedo. Sólo necesitaba tu respeto, tú compasión, que tus ojos se fijasen en mí, que tu alma descubriera la mía. Que desde donde tú te encontrabas, fuera de la jaula que a mí me atrapaba, buscaras la manera de abrir mi puerta para que pudiera salir. Pero nada de eso ocurrió. Y lejos de abrir la puerta de mi jaula, pasaste una vuelta más a la llave del candado que me custodiaba. Y ese día me condené, me condenaste a ser un alma sin luz, un cuerpo sin corazón.
Tu ceño fruncido parece comenzar a reflejar que tu memoria comienza a despertar ¿Vas recordando algo de lo que te cuento?
¿Qué te llevó a no poder ni siquiera intentar salvarme de mi terrible sufrimiento, de defender mi libertad?
Desde entonces, mi vida dejó de llamarse vida. A veces, me parece sentir que todavía permanezco presa dentro de mi jaula, queriendo romper desesperadamente los barrotes que me impiden salir. Sintiendo que me quemo por dentro y por fuera. Otras, en cambio, soy yo misma la que aterrada por el mundo corro casi sin aliento a esconderse tras esos fríos barrotes, candando la puerta tras de mí, tragándome la llave para impedir que nadie entre ni yo misma vuelva a estar tentada por salir.
¿Cómo hubiera sido mi vida si con la llave de tu valentía hubieras abierto la puerta de mi jaula? ¿Si me hubieras ofrecido tu mano, para aferrada a ella poder vencer mi temor, mi vergüenza, y bajo tu protección acompañarme a un lugar seguro alejada de los monstruos que deseaban poseer mi alma?
Me temo decirte y decirme a mí misma que nunca lo sabremos, que nada de eso está ya a mi alcance, pues esos bestiales monstruos lograron hacerse con mi cuerpo, absorbiendo mi corazón y quebrando mi mente. Ellos triunfantes, y yo derrotada.
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Y desde entonces
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Distinguir el día de la noche, no me resulta nada fácil pues mi oscuridad va más allá de la puesta y la salida del sol que tus ojos contemplan y disfrutan.
Distinguir la dulce realidad de la crueldad de mis recuerdos es tremendamente doloroso, pues mi mente no confía en ella misma. ¿Cómo podría hacerlo si cuando lo necesitó nadie le dio la oportunidad de hacerlo? Si cuando quiso gritar su dolor, lo que ella sabía, no encontró quien supiera escuchar, pudiera entender, quisiera creer.
¿Recuerdas haberlo hecho tú?
Creo que ahora tus ojos hablan por ti, pues tu mirada parece poder traspasar mi cuerpo. Reconozco esa forma de mirar sin ver. ¿A dónde te ha trasportado tu mente? Estás recordando, ¿no es cierto?
Nunca lograré olvidarte ni olvidar tu cara, aunque a veces no logre recordar o reconocer la mía cuando me miro al espejo. Es por eso, que necesito que recuerdes por mí, que recuerdes mi cara, mi silencio, mi terror, mi dolor. El que tuve en mi pasado cuando sólo era una niña, y el que siento ahora, que soy una mujer.
Tu mano colocada sobre tu pecho, intenta recuperar las riendas de tu desbocado corazón. Ahora se ve agitado por todas las imágenes que inundan tu memoria adormecida. Imágenes que te hablan de aquel día que nos conocimos. De lo importante que hubieras podido ser para mí devolviéndome mi libertad. De lo importante que acabaste siendo negándomela.
Un torrente de emociones golpean sin control tu corazón, hiriéndolo pero no de muerte. Es la culpa, el remordimiento por haberte dejado vencer por el miedo, sin pelear como la batalla lo merecía. Como yo lo merecía.
Estoy segura de que ya recuerdas la niña que fui, pues ahora puedo ver la desolación que muestra tus ojos, la misma que sentí entonces. ¿Estás viéndome verdad?.
Tú sentada frente a mí. Mi cuerpo temblando por dentro y el tuyo por fuera. Lo mismo que tiembla ahora. De haber sabido la profunda desolación en la que ibas a dejarme enterrada ¿hubieras buscado ayuda para dejar de temblar e intentar abrir mi puerta?.
Quisiera pensar que sí.
Es por eso, que ahora que conoces mi historia, nuestra historia, necesito que luches contra tu memoria, para evitar que quiera olvidar. Que olvide lo terrible que fue y sigue siendo lo vivido entonces. Lo terrible que fue que no me abrieras la puerta. No debes permitirlo. Te lo pido acurrucada desde mi oscuridad, franqueada por mis monstruos. Debes saber que si tu mente lo lleva al eterno olvido continuaras cerrando puertas de otras muchas jaulas. Como hiciste con la mía.
Y, entonces, muchas más vidas dejarán de llamarse vidas. Y los dueños de esas no vidas desearán dejar de existir en ellas, como he podido desearlo yo, como he podido intentarlo yo.
Sí, yo soy aquella niña. Aquella que tuvo que callar su dolor, amordazada por la cobardía e ignorancia de los ojos que la miraban. ¿Fueron los tuyos unos de ellos?
No seré yo quien te dé la respuesta.
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Y sí, soy yo aquella niña.. Aquella de las trenzas perfectas, de los ojitos verdes, de la faldita de tablas azul. Sentada frente a ti, dentro de mi jaula, temblando por dentro.