lunes, 20 de diciembre de 2021

El ciclo del miedo ante el abuso sexual, por Dolores Rodríguez Domínguez, psicóloga


Firma invitada

Dolores Rodríguez Domínguez


Nuestra sociedad bajo el pesado yugo del miedo: librarnos es nuestro gran reto pendiente para que las víctimas de abuso sexual en la infancia y adolescencia y sus familias se sientan arropadas por el cálido manto protector que entre todos y todas debemos tejer. 

Las informaciones publicadas en el periódico El Diario Vasco, el 18 de noviembre de 2021 sobre los datos que recoge el último informe realizado por Save the Children en torno a las cifras registradas de denuncias por abuso sexual a menores son abrumadoras y angustiantes. Cito textualmente: [A diario más de 15 niños y adolescentes denuncian haber sido víctima de abuso sexual ante la policía y los jueces. En 2020 fueron 5.865 las denuncias con menores víctimas…”Son cifras para la vergüenza”….., ....“se trata de un problema invisibilizado y desatendido desde el ámbito político y judicial.” Afirma Andrés Conde, director general de esta ONG.]. Y desde luego, razón no le falta. Cada vez son más habituales las publicaciones relacionadas con esta realidad tan dolorosa y sangrante, que nos habla de la crueldad y sufrimiento que nuestros niños, niñas y adolescentes están padeciendo, y cómo los organismos políticos y el sistema judicial actuales siguen sin estar a la altura para poder garantizar la protección y seguridad de los/as menores y sus familias. 

Estos informes estiman que sólo en un 15% de los casos se llega a denunciar, y que las víctimas en España podrían situarse entre 800.000 y el millón. Si la cifra de denuncias realizadas puede hacernos estremecer, éste cálculo estimado de las posibles víctimas puede llevarnos a un estado de temor intenso como sociedad. 

Si a todo esto le añadimos, los datos también publicados sobre el porcentaje de casos denunciados que se desestiman, que no llegan a cruzar ni siquiera las puertas de las salas de los juzgados, entonces puede llevarnos a la pérdida de la seguridad y confianza en la justicia. Dejándonos en la más profunda desesperación y desesperanza. 

 

Justicia
Foto: desdelaplaza.com

 

Dar a conocer todos estos datos supone una denuncia pública de las deficiencias del propio sistema judicial. Una reclamación más que justificada para exigir una mejora en los recursos ya existentes. Recursos que deberían garantizar la cobertura y protección a menores víctimas de violencia o abuso sexual, cualquiera que fuera su tipología, y que a día de hoy no logran hacer.

Pero si permanecemos atentos y observamos el sentir y el actuar de la población, podremos descubrir que también infunde, sin que esa sea su intención, una tremenda alarma y miedo en la sociedad. Inseguridad en las familias, en las/os menores de edad, y en los/as profesionales que debemos velar por garantizar la seguridad y la protección de las víctimas y sus familias. 

Alarma, inseguridad, temor, desesperación, desesperanza, todas estas emociones y sensaciones de peligro, que van filtrándose lentamente en los cuerpos y mentes de todos y todas, y que como consecuencia de ello, activarán nuestro sistema nervioso autónomo. Según la Teoría Polivagal (Stephen W. Porges), éste será el sistema encargado de poner en marcha los mecanismos de defensa, de lucha, huída o bloqueo, para hacer frente a cualquier situación percibida como amenazante o peligrosa.

¿Es éste nuestro problema?, ¿que se activen nuestros sistemas de defensa? Muy probablemente no, pues estos vienen programados de forma biológica y son necesarios para la supervivencia de la especie. Sin embargo, no darnos cuenta de que a través de ellos no logramos regular ni reducir nuestro miedo, quizás si pudiera serlo. 

Y es que, bajo el pesado yugo del miedo, lograr que la sociedad pueda hacer frente a una situación de abuso sexual sufrida por un/a menor, se puede convertir en un “sálvese quien pueda”. Y así, unos y otros, nos dejaremos llevar por las señales de peligro que nuestro cuerpo capta sin intentar entender por qué nos estamos sintiendo de ese modo y por qué actuamos del modo en que lo hacemos [negando/minimizando el impacto que ha podido tener la experiencia de abuso en el/la menor, apostando por las capacidades innatas de los/as niños/as por llegar a una auto-sanación, confiando en que la memoria de los/as más pequeños/as no recordarán lo ocurrido, confiando que sea el otro quien intervenga o tome parte, justificando nuestra no actuación por la ineficacia de la justicia…].

Sin darnos cuenta y muy a nuestro pesar, nos convertiremos en mensajeros de más desesperanza, inseguridad, y miedo que impactarán de lleno en las víctimas y sus familias.

 

El código del miedo
Imagen: blog.cristianismeijusticia.net


Ayudar a las familias en su propio miedo y desborde, cuando nos encontramos igualmente asustados y desbordados, se convertirá en un imposible. Dando origen a un imparable “Ciclo disregulador” (Porges, 2020).

Atrapados en este ciclo, fracasaremos en el desempeño de la función co-reguladora que tanto necesitan estas familias para lograr regular su estado de profunda inseguridad y desprotección. Nuestro miedo y el de las familias crearán una alianza sólida, logrando que permanezcamos conjuntamente “In-Movilizados” por él.

Y como consecuencia, tampoco lograremos construir un entorno seguro y protector para las víctimas, pues ellas se verán expuestas a la propia desregulación y miedo de sus familias, de la sociedad.

Ante esta situación, familias y víctimas quedarán, solas, abandonadas por todos y todas y acompañadas por el miedo. A la deriva y a merced de sus propios sistemas de defensa permanentemente activados para hacer frente a la gran amenaza y sufrimiento que supone la situación de abuso, así como un posible proceso judicial. Los mecanismos de afrontamiento como la huída, el bloqueo, y la lucha (Stephen W. Porges) serán sus únicas armas para defenderse, y en la gran mayoría de las ocasiones se mantendrán activadas por la soledad, el secretismo, la vergüenza y el silencio. 

Pero, ¿sería este escenario el idóneo para fomentar los procesos resilientes (Jorge Barudy) en las/os menores víctimas de abuso sexual? Me temo que no. No debemos olvidar, que son los contextos (interpersonales) protectores y seguros los que favorecen los procesos resilientes en las personas que han sufrido situaciones traumáticas. Pero, ¿estaríamos siendo conscientes de la gran importancia de los mismos? Me temo que no siempre.

Ante todo lo expuesto, tendría sentido pensar que sería nuestro deber y responsabilidad, conocer este proceso de activación de nuestras estrategias defensivas movilizadas por el miedo. De cómo nos puede condicionar a la hora de actuar y de qué podemos hacer para liberarnos y liberar a las víctimas y sus familias de su efecto. 

Pero ¿Cómo lograrlo?

Las luchas en solitario desprotege al guerrero, pues aunque albergue enorme energía que le moviliza para la pelea, no sentir el arrope de su batallón puede llevarle al peor de los finales: al abandono o al agotamiento total. 

Frente a una lucha de esta envergadura, como es el abuso sexual en la infancia y en la adolescencia, no podemos emprender una batalla en solitario. Debemos lograr inocular en la sociedad una cultura basada en el cuidado mutuo, donde la preocupación de todos y todas sea garantizar el bienestar colectivo. Generar un sentido de responsabilidad frente a los colectivos más débiles y desprotegidos.

 

Dibujo de una niña

 
Como sociedad, debemos lograr sensibilizarnos frente al abuso sexual y la violencia contra cualquier colectivo, sin distinción alguna, para lograr una movilización colectiva protectora. No debemos permitir quedarnos amparados por el impacto del miedo, pues debilita nuestros recursos como sociedad, y nos lleva a la inmovilización, y por extensión a la desprotección de todos y todas.

“Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más para temer menos” Marie Curie.

Es momento de comprender nuestro miedo y el de la sociedad, de comprender cómo condiciona nuestro funcionamiento y de cómo nos hace sentir y cómo podemos hacerles sentir a los demás. De comprender que permaneciendo en los estados de miedo nuestra capacidad de co-regulación se repliega, emergiendo comportamientos centrados en la supervivencia y protección individual y no la colectiva.

Comprender el poder del comportamiento social, comportamiento que nos lleva a mantener la cercanía y proximidad con los demás. Comprender los beneficios de la conectividad social como sistema de regulación fisiológico y emocional (Dr. Stephen W. Porges, 2020). De cómo sentirnos conectados reduce y regula de forma recíproca nuestra sensación de miedo y el impacto desorganizador o paralizante del mismo. 

Comprender que permanecer conectados nos protege, nos hace sentir seguros para “poder desafiar al mundo y que el mundo nos desafíe” (Dra. Sue Carter, 2020). Sólo así podremos superar los difíciles obstáculos que nos impongan en nuestro camino, y podremos tener la posibilidad de reparar el daño sufrido. 

 



Disponer de un sistema judicial versado en leyes defensoras del bienestar del menor y donde se preserve en la práctica el interés superior del menor, es un pilar fundamental del que no podemos prescindir. Y desde luego nos queda un largo y agotador camino que recorrer. Pero si lo que pretendemos es llegar a recorrerlo hasta el final, debemos cargar nuestras mochilas de viaje de abundante antídoto contra el miedo. Elaborado con los valiosos ingredientes como son la movilización, compasión, comprensión y la protección del grupo. Parece claro que el sistema judicial no está a la altura pero, ¿y la sociedad?, ¿logra estarlo? Me temo que todavía no.

Si queremos promover el proceso a través del cual las familias puedan sentirse seguras para poder hacer el acompañamiento de sus hijas/os que desgraciadamente han sufrido situaciones de abuso sexual, y puedan actuar desde el empoderamiento, debemos lograr que se sientan arropados y aupados por nosotros/as, por todas las personas, por la sociedad.

Como expresa el siguiente relato, “prestar nuestras alas” a quien ha podido perder las suyas, hasta que se sientan seguros para sustituir las alas robadas, y recuperar la seguridad para volver a volar con ellas. Informar e informarnos como ciudadanos y formarnos concienzudamente como profesionales para poder ser igual de sabios que “el viento”, capaz de impulsar a quien lo necesita para no decaer y mantener el vuelo con seguridad hasta llegar al destino final: “volver a sentirse libres surcando el cielo”.

Te presto mis alas
Un relato de Dolores Rodríguez Domínguez

Personajes alados de Yoi
Imagen: aminoapps.com



Si cierro mis ojos, soy capaz de volver a sentir el modo en que llegaste a este mundo. No sabría explicar con palabras ese momento. Miedo, dolor, incertidumbre, deseo, alegría. Como un huracán, así fue tu llegada, logrando poner toda nuestra vida del revés. Eso fue lo que pensamos entonces. Ahora quizás después de todo lo ocurrido, quizás ahora siento que tu llegada supuso mucho más que eso. 

Juntos fuimos construyendo tu pequeño mundo, desde lo que creíamos que era lo mejor para ti. De la forma más segura que podíamos. Es posible que también cometiéramos errores, pero siempre creímos que con nuestro esfuerzo, apoyo y amor lograrías volar por ti misma. Y así fue durante unos años. Tus pequeñas alas iban desplegándose, llevándote a cada rinconcito de tu pequeño mundo. Explorando cada flor, cada piedra, cada lugar a donde tus pequeñas y curiosas alas te invitaban a visitar. Cada día que pasaba ibas ganando confianza, en ti, en tus alas, en el mundo. 

Creímos que estabas segura, y que nosotros también lo estábamos. Hasta que sin previo aviso, todo se vino abajo. Y es que ese día, mirando a través de la ventana, nos dijiste que preferías caminar en vez de volar. Que ya no confiabas en tus alas. 

No nos lo podíamos creer ¿Qué había podido pasar? ¿Por qué ibas a querer renunciar a la libertad que te daban tus alitas? Aquellas que te daban la oportunidad de perseguir tus sueños, cualquiera que estos fueran. 

En nuestra mente no entraba semejante renuncia. Me entristece recordar, que en un principio pudimos ser poco comprensivos con aquella extraña elección que habías hecho. Renunciar a volar. 

Nuestra hija, aquella pequeña que tanto había disfrutado de cada vuelo que habíamos hecho con ella, y de los que había empezado a hacer ella por sí misma.

Nos sentíamos confusos, sin saber muy bien cómo ayudarte, ayudarte a recuperar tu ilusión por volar, por ser libre nuevamente. A veces, intentábamos provocar tu interés, sin lograrlo. Y logrando sin quererlo, que entre nosotros se creara esa distancia. 

Nunca nos habíamos sentido tan lejos de nuestra pequeña, ni incluso cuando acostumbraba a surcar el cielo, lejos de nosotros. Puesto que en esas ocasiones sentíamos el calor de nuestros corazones, físicamente lejanos pero amorosamente conectados, y muy pero que muy cercanos.

Cada mañana amanecíamos juntos y separados a la vez. 

Nosotros queriendo creer que quizá no era tan malo dejar de volar, que podrías caminar igualmente. Que tus pequeñas piernas cumplirían sin apenas darte cuenta la función de tus alas. Y que también te guiarían para alcanzar tus sueños. 

Tú con tus ojitos brillantes pero a la vez tan distintos, distintos a los que creíamos conocer, recordar, cuando surcabas el infinito cielo.

Y así pasaron los días, quizás más de los que debieron pasar. Y poco a poco, dejaste de hablar del cielo, de lo bonito que era volar. De lo libre que te sentías desplegando tus ligeras alitas. Y tus ojitos dejaron de brillar, y ya no se veían distintos. Se veían tristes, sin luz. Y nosotros nos fuimos contagiando de tu tristeza, o quizás tu tristeza era la que nuestros ojos reflejaban desde hacía tiempo. 

Todos parecíamos haber cambiado tanto. Y no sabíamos bien el por qué. El por qué de tu mirada triste, ni el por qué de la tristeza de la nuestra. Intentamos con todas nuestras fuerzas convencernos de que realmente no querías volar, intentamos olvidar que un día lo podíamos hacer juntos. Hasta que finalmente todos dejamos de hacerlo, todos dejamos de volar. 

Sin embargo, cuando pensábamos que todo estaba perdido, que te habíamos perdido, que nos habíamos perdido, un golpe de viento inesperado abrió las ventanas de tu habitación, dejando caer tus alas al suelo. Estaban escondidas, tras las tupidas cortinas, bien ocultas para que nadie pudiera encontrarlas. Nos miramos en silencio antes de que sintiésemos cómo despertaba en cada uno de nosotros un profundo dolor que comenzó a recorrer nuestro interior sin control.

No fue fácil. Nos enfadamos con nosotros mismos, con el viento, porque con su descaro descubrió tus alas. Y aunque nos duela en lo más profundo de nuestra alma, también nos enfadamos contigo. Pues pensamos que era una manera de mostrar tu rebeldía contra nosotros, dejar tus alas para ponerte a caminar.

Y entonces apareciste tú ante nosotros. Y al alzar tus pequeñas alas hacia ti, tus ojos volvieron a brillar y como si de un manantial se tratase, comenzaron a brotar de ellos, infinitas lágrimas. Y con ellas, se iban desvelando todos tus secretos hasta ahora ocultos, ocultos junto a tus alas. Tu vergüenza, tu culpa, tu dolor, tu incomprensión, tu miedo, tu soledad. En silencio, sin apenas quejarte, llorabas. Y nosotros contigo. 

Nuestras lágrimas seguían a las tuyas, queriendo alcanzarlas, queriendo abrazarlas. Al acercarnos a ti, bajaste tu mirada, mientras tu cuerpo temblaba. Desplegamos nuestras alas, y te envolvimos suavemente con ellas. Permanecimos en silencio, meciéndote al compás del batir de nuestras alas. Levantaste la mirada, esta vez posaste tus ojos en los nuestros, y con los nuestros te invitamos a mirar el cielo. Tus ojos volvieron a brillar, pero esta vez reflejaban una profunda calma y cierta esperanza.

Y entonces volvió a ocurrir, el viento volvió a soplar, esta vez de forma más suave, logrando que nuestros corazones de nuevo sintieran esa conexión, ese calor que habíamos dejado de compartir, y que tanto necesitábamos volver a sentir.

Y dejándonos llevar por el viento y el lenguaje de nuestros latidos, abrimos nuestras alas, y manteniendo tu mirada con la nuestra, alzamos el vuelo, contigo sobre nosotros. Recibiendo nuestra protección, nuestro soporte para volver a volar, para volver a recuperar tu libertad, surcando nuevamente el cielo. 

Pero nuestro entusiasmo no nos permitió ver que quizás fue demasiado pronto para ti, pues en pleno vuelo, atemorizada cerraste fuertemente tus ojos. Tu cabello suelto comenzó a enredarse con el nuestro y sintiendo que podíamos perder el control, el temor se apoderó de los tres. 

Y entonces volvió a ocurrir. Sin saber muy bien cómo, el viento nos susurró al oído, sosegándonos, y logrando que el calor de nuestro corazón brotara más fuerte. Y de forma mágica, como si de un bálsamo milagroso se tratara, la calidez de nuestros corazones acarició tu temor, acunándolo. Y de nuevo tus ojos volvieron a brillar, reflejándose el cielo en ellos. 

En pleno vuelo, y al volver a mirarte, quisimos gritar que nadie debió arrebatarte tus pequeñas alas, y con ellas tus sueños, tus deseos. Pero nuestras voces apenas podían escucharse. Es por eso, que sentimos que debíamos compartirlo con el viento. Nuestro gran aliado en el vuelo, cuando con su destreza nos ayuda a mantener nuestro rumbo. Quien nos empuja con su fuerza cuando nuestras alas pierden la suya. Ese gran sabio del arte de volar, que planea sobre el aire, la tierra y el mar. Que puede llegar a cualquier rincón, rompiendo el silencio del lugar para desvelar aquellos secretos que nunca debieron serlo. Y que si la ocasión lo requiere, puede tornarse con fuerza y convertirse en un poderoso huracán, para proteger otras alas, otros sueños, otras almas.

De regreso, todo parecía tan distinto, el cielo, nosotros, tú. No podemos decir si era mejor o peor que tiempo atrás, cuanto tú tenías tus alitas. Sólo que era distinto.

Reconozco que tardamos tiempo en poder entender y aceptar lo que te había ocurrido, lo que te habían hecho a ti y a tus pequeñas alas. Ahora sabemos y sentimos que fue profundamente doloroso e injusto para ti, que sin piedad se atrevieran a dañar tus alas. Nunca debió pasar. Y aunque lo hemos deseado y reclamado con todas nuestras fuerzas, no hemos encontrado la manera de que pudieras recuperar tus antiguas y queridas alas. Pero a pesar de todo, creemos que no debes renunciar a tus sueños, renunciar a la libertad que te ha dado volar, y si de momento quizás no puedes tener tus alas, nosotros podemos prestarte las nuestras para seguir volando, para seguir soñando. 

Y así nuestra valiosa niña, cuando tus nuevas alas estén acabadas y tú estés preparada para poder volver a vestirlas, volverás a volar por ti misma y nosotros volveremos a volar contigo. Nuevamente libres, nuevamente surcando el cielo.

No tengas prisa pequeña, esperemos al viento. Él guiará nuestras alas, para nosotros guiar las tuyas.


REFERENCIAS

“La neurobiología del amor y las relaciones humanas” (2020) Dr. Stephen W. Porges y  Dra. Sue Carter Porges . Formación Instituto Cuatro Ciclos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario