Unas breves líneas para agradecer a Dolores Rodríguez Dominguez de corazón su participación en el blog con esta profunda reflexión sobre la necesidad de que los padres, madres y referentes que educan a los niños/as revisen su propia historia personal, pues esta, como ella bien dice, es un "baúl de los recuerdos" que se abrirá y se manifestará en la crianza de los niños/as, se colará en el lenguaje de lo implícito, especialmente a través de lo procedimental, es decir, de todos aquellos actos provenientes de nuestro pasado, que nos repetimos una y mil veces que nunca haríamos, pero que nos sorprendemos a nosotros mismos (o nos los hacen notar terceras personas, con incredulidad por nuestra parte) haciéndolos, sintiendo impotencia y, a la vez, miedo. Por eso este artículo de Dolores atesora un gran valor, porque pone de relieve la importancia de este trabajo, siempre que se haga acompañado de un profesional empático y sensible que no nos juzgue, sino que nos ayude a crear una narración honesta y emocionalmente equilibrada de nuestra historia con nuestros propios padres o cuidadores. El artículo de Dolores culmina con uno de los preciosos microrelatos que ella acostumbra a regalarnos, donde de una manera poética nos invita a descubrir nuestro fiel reflejo.
Muchas gracias a Dolores Rodríguez, colaboradora habitual del blog de la Red Apega, cuyas palabras escritas con maestría y sensibilidad nos harán reflexionar y nos llegarán internamente, pues ella tiene la capacidad de entrar delicadamente no solo en las mentes sino en los corazones.
Esperamos verte de nuevo por aquí, Dolores, pues ya formas parte del ilustre elenco de profesionales colaboradores de Buenos tratos. Gracias por hacer Buenos tratos.
Título del artículo:
"El poder y el valor de lo inconfesable"
El abordaje terapéutico de la historia personal de la/os referentes (padres, madres, acogedores, educadores...) como un requisito indispensable del que no se puede ni se debe prescindir para intentar ofrecer una Marentalidad-Parentalidad de calidad a nuestras/os niñas/os.
En el trabajo con las familias con menores a cargo, que se encuentran inmersas en procesos de crianza (terapéutica o no), se plantea en muchas de las ocasiones una necesidad vital de difícil aceptación por parte de las figuras que son o serán los referentes principales. El trabajo de la historia personal de cada uno/a de ellos y ellas. Historias de vida que les remontan a su más temprana infancia, y en las que desde el espacio terapéutico, se les anima a abrir ese Baúl de los Recuerdos, que no en pocos casos dan por olvidados, zanjados y superados.
Recuerdos y experiencias sobre el modo en que fueron cuidados, queridos, respetados, escuchados, comprendidos, validados, y un largo etc. Todo aquello que deberíamos haber recibido y sentido como hijas/hijos, cuando éramos niñas/os en la relación con nuestras figuras principales y personas cercanas que nos cuidaron. Todos esos indispensables y valiosísimos “ingredientes” que aparecen a largo de las innumerables publicaciones de este nutriente blog.
Si en nuestro caso fuimos alimentados con gran parte de ellos, esto nos proporcionará la oportunidad de desarrollar las herramientas para hacer frente a los futuros obstáculos de nuestra vida, de una manera suficientemente satisfactoria.
Sin embargo, cuando en nuestra infancia han estado presentes otro tipo de “ingredientes”, aquellos que interfieren y dificultan el poder disfrutar de una crianza basada en el paradigma de los buenos tratos (Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, 2005), entonces nuestro desarrollo y bienestar podría verse gravemente comprometido. Me refiero a infancias en las que nos hemos podido sentir ignoradas/os, invalidadas/os en lo que éramos y en lo que sentíamos. Infancias donde hemos podido sufrir la ausencia de un/una referente sintonizado/a con nuestras necesidades por falta de disponibilidad física o emocional. Infancias donde han estado presentes el abandono, negligencia y maltrato físico, emocional, y así un nuevo largo etc, sobre el que también se ha hablado en este blog en muchísimas ocasiones.
Si pudiéramos elegir y decantarnos por ser alimentados con unos u otros “ingredientes”, sería muy fácil la decisión a tomar. Pero esa elección, desgraciadamente no está a nuestra disposición.
De hecho, nadie puede evitar tener una infancia, evitar ser o haber sido hija o hijo, ni evitar por sí misma/o los sufrimientos que cada una/o haya padecido ni las secuelas de los mismos. Esto parece ser, un hecho incuestionable. Del mismo modo que, cada vez son más las/os profesionales que afirman con la misma contundencia, que las coordenadas que nos guiarán en el ejercicio de la marentalidad- parentalidad tienen mucho que ver con el tipo de cuidado que recibimos siendo niñas/os. El impacto de las carencias, sufrimientos y heridas infantiles sufridas y no resueltas, quedarán grabadas y guardadas en el interior de la persona.
En ocasiones, permanecerán tan profundamente custodiadas bajo llave, que apenas podremos distinguir de forma consciente su presencia. Esperando sigilosamente el momento para reaparecer nuevamente. Y convirtiéndose de este modo, en nuestro particular y pesado Baúl de los Recuerdos.
Recuerdos dolorosos y no siempre accesibles para nosotras/os, que durante el ejercicio de nuestra marentalidad-parentalidad podrán hacer acto de presencia, golpeándonos duramente con toda su crudeza. Como consecuencia, será muy probable que nuestras competencias y habilidades en el desempeño de nuestras funciones como referentes principales “suficientemente buenos” (“madre suficientemente buena” Donald Winnicott, 2009) puedan verse condicionados, al igual que el desarrollo sano de nuestras/os hijas/os.
El ejercicio de la marentalidad-parentalidad, abrirá de par en par nuestro baúl. Y cual caja de Pandora, de él emergerá nuevamente el devastador impacto que tuvieron las heridas sufridas en el pasado cuando éramos niñas/os. El dolor y sufrimiento que desde entonces albergábamos dentro de nosotras/os quedará liberado, haciéndose muy presente en nuestro presente. Desde este escenario, poder disponer de “los ingredientes” necesarios para garantizar una crianza basada en los buenos tratos, se convertirá en una tarea muy pero que muy complicada.
Cuando fuimos hijas/os no tuvimos la posibilidad de elegir el modo en que nos quisieron y cuidaron. Pero ahora que vamos a ser o ya somos padres, madres, tutores, tutoras, acogedores y acogedoras, sí podemos aprovechar la oportunidad de replantearnos cómo llevar a cabo el cuidado y la crianza de nuestras/os hijas/os. O al menos hacer el intento de no llevarlo a cabo desde nuestras heridas y sufrimientos del pasado.
¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad? Creo firmemente que no deberíamos.
Es entonces, cuando se convierte en una prioridad para nosotras/os, tener la oportunidad de resolver y reparar las heridas que continúan abiertas, y de intentar mitigar su impacto. Poder beneficiarnos del acompañamiento de un/a profesional capaz de ofrecernos la seguridad, respeto y empatía que necesitamos para poder sentirnos preparadas/os para iniciar así ese largo y difícil viaje a nuestro pasado. Pasado que en ocasiones puede llegar a ser muy doloroso y cruel. Hacer el intento por afrontarlo en solitario, sería un fracaso muy doloroso y casi asegurado.
Y es que podemos afirmar con toda seguridad, que los retos a los que nos tendremos que enfrentar para lograrlo, elevan el trabajo terapéutico a la categoría casi de “hazaña”, pues lograr la conquista de nuestra historia, reconciliarnos con nuestro pasado y con nosotras/os mismas/os, nos llevarán a cada una/o a tener que afrontar titánicos obstáculos.
Entre ellos, el miedo a sentirse cuestionada/o, juzgada/o como madres, padres, como personas. El dolor y la vergüenza que nos produce desvelar nuestra historia, nuestros secretos, nuestro sufrimiento, nuestras heridas, todo bien oculto y no compartido con nadie como muestra de respeto a nuestra familia, cual juramento de lealtad y defensa del honor de quienes nos debieron cuidar. Dejar de minimizar las situaciones vividas en el pasado, restándole toda la importancia e impacto que sí tuvieron en nosotras/os. Dejar de sentirnos débiles por mostrar nuestra vulnerabilidad, nuestro dolor, nuestra necesidad de recibir ayuda, calma y consuelo. Poder “abrazar la verdad de nuestro pasado” (Robert. T Muller, “El trauma y la lucha por abrirse”), en definitiva lograr abrazarnos a nosotras/os mismas/os.
Por la valentía de aquellas madres y aquellos padres que se lanzaron a embarcarse en un viaje hacia su historia pasada.
Por aquellas y aquellos que todavía están en la duda, atrapados por el miedo, la vergüenza y el dolor, pero a punto de dar el salto.
Y por aquellos y aquellas que se encuentran aún lejos de poder darlo. Que necesitan mantenerse alejadas/os de sus historias, de sus heridas, llegando incluso a negar la existencia de las mismas.
Para todas/os ellas/os va dedicado este micro-relato. Desde todo mi respeto y admiración hacia sus historias “inconfesables” y hacia todo el esfuerzo que han realizado, realizan y realizarán por convertirlas en sus grandes verdades confesables.
MI FIEL REFLEJO
Esta soy yo. Me miro al espejo. Ahí me reflejo, se refleja mi imagen, lo que proyecto actualmente, lo que los demás ven de mi, cada mañana, día tras día. Me siento segura, sí, lo estoy, mis ojos lo dicen. De eso se trata. De avanzar, de no mirar atrás, de no dudar, de no sentir miedo. No lo tengo.
Nada importa todo lo vivido, todo lo ocurrido en mi pasado. Es pasado. El presente que dibujo es otro, quiero que lo sea. Me esfuerzo para que así sea.
"Estoy segura", me lo digo. Y se lo digo a cualquiera que pose su mirada en mí. Su mirada de duda, de cuestionamiento. Parecen culparme.
"¡Cómo se atreven!" "¡No me conocen, no nos conocen!"
Tengo muy claro lo que quiero hacer, o más bien, lo que no quiero hacer, lo que no quiero repetir. Lo he pensado infinitas veces.
"Sé que puedo hacerlo sola". Me lo digo, me lo quiero creer, lo defenderé hasta el final. Recuerda, el objetivo es avanzar, mirar hacia delante.
Todo parece fluir, respiro, creo avanzar.
Sin embargo, en ocasiones y a pesar de mi esfuerzo, voces ajenas logran alcanzarme, logran atravesar el cristal en el que me reflejo. No sé muy bien cómo ocurre, ni cuando, ni por qué, pero me aturden, me amenazan, me hieren. Necesito no escucharlas. Defenderme consume mi energía, pero tengo que mantenerme firme, infranqueable. Sin dudar.
Siento que estoy en una lucha constante. Y en plena batalla, resulta difícil poder escuchar ese hilo de voz que a veces parece tan lejano. Inmersa en este caos no logro distinguir claramente de donde procede. Pero parece un lamento, un suspiro, un quejido de afilados dientes.
Contengo la respiración.
No podría decir muy bien cómo, pero siento que es parte de mí, que está ahí, que es esa parte que no se refleja en el espejo al que me asomo cada mañana. ¿Es posible que esa voz represente mi pasado, mi historia cuando sólo era una niña?
¿Cómo es posible?
Estaba segura de que había logrado tomar el control de mi vida como adulta, como mujer, como madre.
Comienzo a dudar- "¿Qué debo hacer?"- me digo.
Apenas respiro. Cierro mis ojos.
Si me dejo llevar por ella, por su dolor, su fuerza, creo sentir miedo, dudas, inseguridades. No puedo distinguir a quien pertenecen. Me siento confusa.
¿De qué me serviría volver la vista atrás, hacia mi pasado, de cómo fui cuidada, atendida, querida?, ¿volver la vista hacia mi interior?
¿Puedes decírmelo?
¿Qué me ocurrirá si dejo de defenderme? ¿Si permito que salga, si empiezo a escucharla, a distinguirla, a diferenciarla?
Siento que me ahogo.
Quizás lleve tiempo evitando este momento, sentarme frente a ella, contemplarla, escuchar su voz, su historia, su dolor, sus miedos, su vergüenza, su soledad. Soledad que en ocasiones, me parece muy familiar. Quizás sea la mía también.
Y sí, no lo niego. Si presto atención, siento su tristeza, su ira, su necesidad de huir, de gritar, de defenderse. Reconozco su miedo, y siento miedo de él. El silencio no ayuda, la soledad tampoco.
¿Cómo lo logra? Es posible que ese sea su gran poder. Ser capaz de comunicarse conmigo, de llamar mi atención. Debo estar atenta.
Vuelvo a respirar.
Quizás llegó el momento de hacerlo, de ofrecerle mi atención, mi cuidado. De emprender este viaje a mi pasado, a esa historia que compartimos. Y es que ahora empiezo a verlo. Veo que ese pasado se refleja en mi presente. Cuando menos me lo espero quedo presa de él. Sin defensa posible.
No quiero seguir defendiéndome, quiero reconocerme, poder reconciliarme con mi pasado, con su reflejo. Poder entenderlo, dolerme de él, sin esconderme, sin sentirme avergonzada, sin tener que disculparme.
Quiero intentarlo, lo necesito. Dicen que no hay historias de vidas perfectas, ni familias perfectas. La mía, es muy probable que no lo fuera. Ahora no necesito ocultármelo.
Abro mis ojos y compruebo que sigo respirando.
Presiento que mi presente y futuro está por escribir, por descubrir. No necesito historias perfectas, ni tampoco maquillar mi pasado. Necesito poder sentirme protagonista de mi historia, conocer sus luces y alumbrar sus sombras. Dejar de parecer “perfecta”, porque no lo soy, ni debo, ni quiero serlo. Dejar de buscar ese reflejo en el espejo.
Deseo tener la oportunidad de reparar mi presente, mi futuro. Esa seré yo, y ese será el reflejo que me devolverá mi querido espejo cada mañana, y que cada noche abrazaré triunfante al acostarme.
REFERENCIAS
Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.
Muller, R. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la evitación a la recuperación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Winnicott, D.W. (2009) Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
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