En este cierre especial de la 14ª temporada ha querido participar nuevamente Dolores Rodríguez Domínguez, psicóloga y traumaterapeuta miembro de la red apega de profesionales. El honor es para nosotros, Dolores, que nos regales tus reflexiones para nosotros/as es una gran satisfacción, pues nos permiten aprender, dada la hondura y sensibilidad con la que escribes. Muchas gracias, ya eres colaboradora habitual de Buenos tratos y lo celebramos.
En esta ocasión, Dolores reflexiona sobre un concepto propuesto por Maryorie Dantagnan al que ella denomina separación terapéutica.
Es todo un honor para mí volver a colaborar en este maravilloso blog. Gracias, José Luís, por darme nuevamente la oportunidad de hacerlo. En esta ocasión, me gustaría compartir con todos/as vosotros y vosotras un tema doloroso y delicado a partes iguales, que desde la consulta hemos abordado en colaboración con otros profesionales. Me estoy refiriendo a los procesos de separación de los menores de sus familias. Familias que pueden ser biológicas, adoptivas o familias acogedoras.
Soy consciente que tratar este tema puede generar diversidad de opiniones, sensaciones y emociones. Y a decir verdad, la idea de escribir sobre ello parte de mi propia necesidad de poder entender e integrar el impacto que provoca dichos procesos en todos los miembros que participarán de una forma u otra en ellos. Me refiero a ese triangulo conformado por la familia, el/la menor y los/las profesionales. Y es que ninguno de los vértices que lo componen quedará a salvo de los efectos de la onda expansiva, que supone enfrentarse a un proceso de este calibre, los ceses de la convivencia entre los/las menores y sus familias.
Familias que están siendo acompañadas y apoyadas por una red de profesionales en el ejercicio de su parentalidad-marentalidad (“Biológica, adoptiva o acogedora”, Jorge Barudy). Pero que a pesar del trabajo y el esfuerzo realizado, no se consigue lograr que el contexto familiar se convierta en un factor reparador del daño a nivel vincular que los/las menores presentan, dificultando y reduciendo las posibilidades de que se produzcan procesos de Resiliencia secundaria, tan necesarios para ellos/as.
Podríamos decir que, en la mayoría de los casos, son menores con profundas heridas provocadas por sus historias repletas de traumas complejos, traumas relacionales tempranos y no tan tempranos.
Un abanico de experiencias adversas, desgraciadamente demasiado amplio, que dañarán sin piedad, entre otras muchas cosas, la confianza de los/las menores para confiar en el adulto. Confiar en que serán cuidados cubriendo sus necesidades físicas, emocionales, sociales y psicológicas. De este modo, se activará en los/las menores, el “Bloqueo de la Confianza”, (Hughes, 2019). Bloqueo que de forma esperada, se convertirá en un mecanismo de supervivencia, y que despertará en los/las menores la profunda necesidad de cuidar de sí mismos/as, de confiar sólo en ellos/as y en nadie más para sentirse seguros/as y protegidos/as.
Desde el otro vértice, la familia, los/las referentes, se convertirán en un blanco fácil de dicho bloqueo, sintiendo de forma directa (a través de la hostilidad y la ingratitud) el rechazo de los/las menores a ser cuidados/as.
Y a pesar de la inicial insistencia, motivación e ilusión con que se lleva a cabo el proceso de cuidados, el permanente “rechazo” mostrado por el/la menor, pondrá en riesgo el mantenimiento de los mismos. Como consecuencia, los/las referentes principales podrán experimentar, un “Bloqueo de Cuidados” (Hughes, 2019). La presencia de este bloqueo en los/las referentes va a interferir en sus interacciones con los/las menores. Y la satisfacción por cuidar al otro, acabará desvaneciéndose.
Ambos bloqueos, dificultarán que las familias logren disfrutar del tiempo que pasan juntos, disminuyéndose intensamente llegando incluso a desaparecer, los momentos de disfrute, aprendizaje y descubrimiento mutuo. Como consecuencia, las posibilidades de reparación del sufrimiento y el daño presente en los/las menores, también se reducirán. Los/las menores volverán a sentir la falta de conexión, la falta de contención y el rechazo de los/las referentes. Y el temido sentimiento de abandono, regresará a la mente y corazón de los/las menores.
Llegados a este punto, el desgaste físico y emocional, el sufrimiento de todos los miembros de la familia se habrá intensificado, hasta el punto de emerger en todos ellos sentimientos de rabia, rechazo, culpa, arrepentimiento, frustración, vergüenza. Sentimientos, pensamientos, y sensaciones de difícil manejo, puesto que nombrarlos en alto puede ser vivido y sentido por las familias como una dolorosa y pesada confesión de fracaso. Y es por ello, que no en pocas ocasiones las familias guardan silencio, procurando mantener “como pueden” la situación para permanecer juntos, a pesar del dolor, a pesar del sufrimiento.
Es por ello, que nuestra labor como profesionales será poder escuchar e interpretar el silencio de las familias. Intentar anticiparnos a la activación total del bloqueo de cuidados, a la pérdida total de energía de la familia. Guiar a las familias para que puedan preservar el afecto y el deseo de querer seguir conectados, de querer y poder seguir presentes en la vida de los/las menores. Poder plantear nuevas maneras de poder hacerlo, pero en las que la premisa a cumplir sea permanecer en la vida del otro, sin que eso suponga vivir todos en familia.
Abordar con las familias y descubrir con ellas, si están siendo arrastradas por la “Fantasía de Rescate” (Muller, 2020). Fantasía que emerge desde el deseo de aliviar el dolor y el sufrimiento del/de la menor y que en ocasiones ha podido ser promovida por la propia institución. O incluso por los/las profesionales, al enviar mensajes “desesperanzadores” sobre el futuro del/la menor, si no se consigue mantener en una familia. Y haciéndoles sentir que son “su última oportunidad “.
Fantasía de Rescate, que nos alcanza en ocasiones también a nosotros/as, los/las profesionales, colocando sobre nuestros hombros, la inasumible responsabilidad de convertirnos en “la única” o “´última oportunidad” de las familias.
Ser conscientes de la influencia que puede tener en todos/as, profesionales y familias, esta peligrosa fantasía será imprescindible, para no actuar desde ella. Lograrlo, nos facilitará poder cuidar y preservar el bienestar de las familias, de los/las menores, y el nuestro propio. Nos permitirá no exponerles en exceso. No exigirles más de lo que puedan dar. No exigirnos más de lo que podemos y debemos ofrecer. Llegar a ese punto, podría suponer un callejón de difícil salida, y con consecuencias muy dolorosas para todos /as pero especialmente para el/la menor ya herido/a y vulnerable.
Y de este modo, podrá abrirse ante nosotros/as la posibilidad de plantear una separación, una separación terapéutica, como una oportunidad para preservar EL AMOR. Una oportunidad para conservar antes de que desaparezca, de forma casi definitiva, lo que la familia y el/la menor ha logrado tener tras tanto esfuerzo.
Desde nuestra experiencia, hemos tenido el privilegio de haber sido testigos de cómo el momento de separación, aunque cargado de intensidad y dolor, ha brindado la oportunidad al/la menor de poder haberse sentido conectado/a, sintonizado/a y arropado/a por sus cuidadores. Conectados por compartir el dolor, la pena y el sufrimiento de la separación. “Su primera oportunidad” de sentirse importantes y valiosos para alguien. Esta si sería una oportunidad, que deberíamos poder siempre garantizar.
Honrar estos procesos tan desgarradores y dolorosos, es el objetivo del siguiente relato. Transmitir a través de palabras el sentir de los/las menores que tienen que hacer frente a procesos de separación. A través de sus ojos, a través de su piel, a través de su dolor, a través sus miedos, a través de sus deseos. Acercarnos respetuosamente a su mundo interior, y navegar a través de el. Intentar entender sus aparentes contradicciones, y darle sentido, su sentido. Y VALOR, SU JUSTO VALOR.
“HABITANDO EN TU MENTE, ANCLADO A TU CORAZÓN”
En casa ha oscurecido. Apenas entra claridad y cuando lo hace, es de tanta intensidad que en vez de alumbrar el camino a seguir, nos deslumbra a todos con feroces destellos, que nos hacen cerrar los ojos, que nos desorientan.
No sé qué pensar. Siento muchas cosas, de mí, de vosotros.
Pensé que aquí, no volvería a sentir lo que en otros lugares pasados me hicieron sentir. Me equivoqué.
Me equivoqué porque aquí estoy, otra vez, sintiendo que pierdo todo, sintiendo que no pierdo nada, porque nada tenía, nada traía. O sí, traía dolor, rabia, soledad, impotencia, miedo. Sí, todo eso, que oculté, necesité hacerlo. Pensé que podría borrarlo todo, olvidarlo, la ocasión lo merecía, una nueva casa, una familia. Me equivoqué nuevamente
Me sentí agradecido, “el elegido”, no me lo creía porque quizás tampoco sentía que lo merecía. Quería demostrarme, demostraros que no os arrepentiríais, que no me arrepentiría. Lo intenté, la verdad que sí, lo prometo, el esfuerzo lo hice e incluso durante un tiempo pensé que había logrado deshacerme de mi dolor, de mis heridas.
¿Vosotros también lo pensasteis, no es cierto? Que con vuestro amor, esfuerzo, trabajo, mis heridas habíais curado. Os equivocasteis también.
Yo también deseaba que fuera así. Pero mi historia me ha enseñado duramente que no es seguro confiar en quien te debería cuidar. ¿Por qué esta vez iba a ser diferente?
Esa duda, ese temor comenzó a envolverme de nuevo, como una armadura poderosa. Creedme que yo no quería volver a usarla, pero ella ha sido durante muchos años mi fiel protectora, creció conmigo y yo con ella. Ella me volvió a encontrar y yo la volví a abrazar.
Y desde que volví a vestirla, la oscuridad fue cada vez mayor dentro de mí. Y también fuera, en vuestra casa, vuestra familia, mi casa, mi familia.
Me he culpado durante días, noches, meses, por todo lo que ha ocurrido, me ha ocurrido, os ha ocurrido. Siento vergüenza, quisiera desaparecer, no necesitar de nadie, ocultarme en las sombras, bajo mi armadura, en silencio.
Es posible que vosotros también hayáis sentido culpa, enfado, frustración, dolor, arrepentimiento. Y debería decir quizás que os entiendo, pero me enfado, me enfada pensarlo, sentirlo en vuestros ojos, en la tristeza que reflejan.
Me enfado porque vosotros me lo prometisteis. ”Todo va a salir bien” dijisteis, y yo lo creí.
Sentir que podíais ser “mi última oportunidad” fue una tremenda losa, para vosotros, para mí. Para todos. Quiero liberarme de ese peso, de esa culpa, de esa caída al vacío que supone “mi última oportunidad”. Porque, ¡NO LO ES!
Eso quiero pensar, eso necesito. Necesito que vosotros también lo penséis.
Que os liberéis, que me liberéis. Crear nuevas oportunidades. Seguir conviviendo no lo es. Mantenernos bajo el mismo techo como forma de defender con uñas y dientes “nuestra última oportunidad”, no lo es. Porque no va a poder permitirme despojarme de mi armadura. Y seguir de este modo, acabará haciendo que necesitéis la vuestra para poder sobrevivir en esta batalla. Quizás ya habéis empezado a construirla, a utilizarla. Lo entiendo, pero me duele, me hiere.
No necesitamos más heridas, más víctimas.
Necesitamos poder blindar el amor que nos hemos tenido, el deseo de querer pasar tiempo juntos, disfrutando de unos, de otros. Este será nuestro tesoro a proteger y conservar. Esa sí va a ser una inigualable oportunidad para mí, para vosotros, para nosotros.
Renunciar a vivir con vosotros, dejar vuestra casa, mi casa, va a ser doloroso, lo sé, lo siento. Pero continuar en esta batalla, permanecer en esta oscuridad cada vez más intensa, va a llevarnos a ahogar del todo nuestro deseo de seguir viéndonos, de seguir queriéndonos. Y no me equivoco.
Deseo y necesito mantener lo que hemos descubierto juntos, lo que hemos construido. Y aunque el camino que hemos recorrido no nos lleve a compartir un hogar, si nos puede llevar, me puede llevar a sentir que éxito, que existo en vuestra mente, en vuestro corazón.
Y ese, creedme pues no me equivoco, que puede ser un buen hogar para mí. Un hogar que hasta ahora, nunca había podido descubrir.
Muller, R. (2020). El trauma y la lucha por abrirse. De la evitación a la recuperación y el crecimiento. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Hughes, D (2019) Construir los vínculos del apego. Cómo despertar el amor en niños profundamente traumatizados. Barcelona: Eleftheria
1 comentario:
Gracias por tratar este tema.
Es tan difícil vivirlo con cierta distancia. La ruptura llega después de haber puesto tanta energía por ambas partes... y llega "a malas" y con mucho reproche
Y lo peor, se vive en soledad. Por eso veo valioso este post, por la posibilidad de sentirse acompañada en el momento. Daría para un buen "post-forum" (como cineforum) en el grupo de madres de adolescentes.
¿Cómo seguir siendo "la adulta" y poder ofrecer esas manos de comprensión y liberación? ¿De verdad no es su última oportunidad?
Complicado, en ello estamos
Publicar un comentario