jueves, 31 de diciembre de 2020

Hicieron Buenos tratos en un año de duelo (A todos/as ellos/as muchas gracias)

Durante el año 2020, Buenos tratos ha seguido su andadura gracias también a la participación de los profesionales, mujeres y hombres, que dijeron desinteresadamente "sí" a escribir un post y contribuir con ello a que sepamos más de trauma, apego y resiliencia.

1/ Todos y todas nos dejaron su saber.

2/ Todos y todas invirtieron tiempo, esfuerzo y usaron su intelecto y sus emociones para enseñarnos y conectar con nosotros/as.

3/ Todos y todas son expertos en el ámbito del apego, el trauma y la resiliencia.

4/ Todos y todas los/as colegas participaron con gran motivación y entusiasmo.

5/ Todos y todas los/as colegas recibieron como un regalo participar en Buenos tratos.

6/ Todos y todas los/as colegas lo hicieron dejando una parte de sí mismos/as que se plasmó en un post.

7/ Todos y todas participaron porque les motiva ser profesionales de la ayuda.

8/ Todos y todas escribieron textos de gran calidad y nos los cedieron para Buenos tratos.

9/ Todos y todas se sintieron muy alegres y orgullosos/as el día que su artículo se publicó.

10/ Todos y todas los/as post que escribieron fueron un éxito y alcanzaron una cifra muy alta de visitas.


En un año verdaderamente difícil y doloroso para la humanidad por la pandemia por coronavirus, la verdad es que al hacer el listado de todas las colaboraciones, observo que ha sido el más prolífico de todos. Es probable que necesitáramos más que nunca escribir, simbolizar, poner palabras para elaborar y tratar de encontrar un sentido y un significado a lo que vivimos. Esta idea, de Boris Cyrulnik, ha sido cierta en nuestro caso: en un año de trauma y adversidad, narrar y contar ha sido un factor de resiliencia para nosotros/as, y Buenos tratos ha aportado su granito de arena.

Si todos los años, como es tradicional, les honro y les homenajeo, este con más razón les doy las gracias de todo corazón a todas las personas que han colaborado escribiendo generosamente para Buenos tratos.

A todos y todas,
Foto: moniqueilles


Antes de dejaros la lista por meses, de autores y títulos de los post de cada uno/a de los profesionales, me despido deseándoos un esperanzador 2021, os doy las gracias por estar ahí y valorar el blog, un abrazo para todos/as y cada uno/a de vosotros/as. Esta canción de Pablo Alborán titulada "Gracias" nos viene muy bien para la ocasión.




Enero de 2020:

Arturo Ezquerro, "Cuento de Reyes Magos" 
http://www.buenostratos.com/2020/01/cuento-de-reyes-magos-por-arturo.html 

Jorge Barudy y Rafael Benito, conferencia pronunciada en la Universidad Católica de Santiago de Chile
http://www.buenostratos.com/2020/01/video-de-las-conferencias-pronunciadas.html

Febrero 2020:

Merecdes Bermejo, "Las emociones a través de los Plantánimals: La emocipedia infantil" http://www.buenostratos.com/2020/02/las-emociones-traves-de-los.html

Marzo de 2020:

Arturo Ezquerro, "El virus extranjero" 
http://www.buenostratos.com/2020/03/un-mono-prueba-de-tormentas-por-paula.html

Abril 2020:

Rafael Benito, "Sobre el alivio del desconfinamiento en población adolescente con antecedentes de adversidad temprana: los/as grandes olvidados/as"

Mayo 2020: 

Francisco Javier Aznar Alarcón, "Por qué importan las historias". 

Junio 2020: 

Alma Serra, "Acompañamiento en el duelo infantil. Una reflexión contracultural". 

Martin Teicher (traduce y adapta Rafael Benito), "Periodos de exposición sensible e importancia del tipo y duración del abuso"

Jorge Barudy, "La traumaterapia de las consecuencias de los procesos discriminatorios y racistas en las personas, las familias y la comunidad"

Julio 2020: 

Arturo Ezquerro, "Luces y sombras de una pandemia".

Septiembre de 2020: 

Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, "La traumaterapia sistémica, un paradigma integrador".

Loli Urizar Nieto, “El gran secreto de Luar”, un cuento creado por Loli Urizar Nieto para ayudar y a apoyar niños/as pequeños en la transición de un centro de menores a una familia adoptiva. 

Arturo Ezquerro, "Psicoterapia en el confinamiento". 

Octubre de 2020: 

José Castillo y Nuria Molina, "Una carta a Santa Claus", un cuento para ayudar a comprender a niños/as adoptados/as que han transitado momentos de adversidad temprana

Diciembre de 2020: 

Dolores Rodríguez, "El sentir de la pequeña Paloma", un micro relato para padres y madres adoptivos/as"

Arturo Ezquerro, "El poder del instinto de supervivencia: un extraordinario caso de apego grupal"

jueves, 24 de diciembre de 2020

"El otro par", un mensaje para la esperanza


Sol invictus
Foto: pijamasurf.com
Como es tradicional en este blog, el día 24 de diciembre comparezco aquí para compartir con vosotros una reflexión. La Navidad -o solsticio de invierno para los no creyentes- se pierde en la noche de los tiempos. Ya era celebrado con grandes fiestas por los romanos (Las Saturnales) El cristianismo se apresuró a quitarle el cariz pagano y lo convirtió en una fiesta religiosa -la metáfora del sol que renace invencible: el nacimiento de Jesús como triunfo de la vida (luz) sobre la muerte (tinieblas)-. Sin embargo, en nuestros tiempos se ha convertido para muchos en una excusa más para el consumo desenfrenado. Por otro lado, "sentirse forzado a estar contento y reunirse con quien no quiero por que sí, porque toca”, hace que algunas personas odien la Navidad con todas sus fuerzas y están deseando que pase cuanto antes. Otros, en cambio, la viven con indiferencia. Y no pocos también la celebran con gran alegría y mesura -entre los que me incluyo- porque la memoria de la Navidad está impregnada de bellos recuerdos.

Foto: blogs.elcorreo.com

En esta época encaramos la recta final del año. Y este 2020 a nadie se le escapa lo duro que ha sido. Un año de dolor causado por la pandemia mundial por coronavirus. Por eso, no estamos para muchas fiestas. En las mesas de muchos hogares habrá sillas vacías en los días señalados porque faltan seres queridos -que no se hubiesen ido si no es por este maldito virus-. Muchas familias optarán por la separación para cuidarse porque reunirse puede ser peligroso para la salud. El riesgo está en que en las reuniones familiares podamos contagiar a quienes amamos y eso no nos deja estar tranquilos. Nos lleva a una dolorosa decisión que supone que mucha gente pase estos días sola. Además, hemos de sumar la crisis económica que ya sufrimos -y quizá se agrave-, los enfermos que llenan los hospitales -con visitas restringidas- y la perspectiva de que el invierno puede ser aún más crudo por la llegada de una posible tercera ola del coronavirus, con la amenaza de una nueva cepa que hace que la transmisión del mismo sea un 70% más alta. 

“Con todo esto -pensé- ¿qué mensaje puedo compartir con vosotros/as queridos/as seguidores/as y amigos/as de Buenos tratos?” Con la que está cayendo, no creo que un post lleno de optimismo ingenuo y de positivismo a ultranza sea realmente bienvenido por vosotros/as. Tenemos un elefante en la habitación, enorme, y no podemos ni negarlo ni evadirnos de ello.

No me llegaba la inspiración, y para hacer los post necesitas que una idea alumbre tu cerebro. “A pesar de todo -me dije- compareceré en el blog, creo que es mejor cumplir con lo que prometí: presentarme el día convenido a la hora que siempre publico” Ya la sabéis: las 9,30 hora peninsular española. 

Hasta que el pasado domingo 20 de diciembre, hablando con unos amigos, apareció la inspiración. Hasta ahora las musas nunca me han abandonado. Gracias a mis amigos, puedo hoy escribir algo medianamente decente -eso espero, al menos, y si no confío en que me perdonareis- para vosotros/as. Concretamente, hablaba con Carlos Escribano, líder de la banda musical MOU -Memorandum of Understanding- que como bien sabéis nos honró con sus conciertos en dos ocasiones (las III y las IV Conversaciones sobre Apego y Resiliencia). Carlos me compartía que realmente ha tenido que estallar una pandemia, un detonante, para que recibamos un mensaje contundente sobre hacia dónde dirigimos el planeta, es decir, el futuro de la humanidad. No podemos cimentar el desarrollo humano y el progreso a costa de agotar los recursos, cargarnos los ecosistemas, alterar el clima y crear profundas brechas entre los que tienen los recursos y los que no los tienen, entre los países ricos y los países pobres. Y pensar que nada va a pasar. Que podemos seguir tocando la música y bailando mientras el barco se hunde, como sucedió en la tragedia del Titanic.

¿Aprenderemos algo o seguiremos igual? Todos estamos deseando que acabe la pandemia y aguardamos la vacuna con esperanza. La esperanza de… ¿volver al ritmo de antes, en el que estamos quemando la madera de los vagones mientras la locomotora desenfrenadamente no sabe a dónde va? Hay expertos que dicen que no será tan fácil, que recuperarnos de esta crisis de dolor, muerte y devastación económica (esto aún está por llegar con toda su crudeza) llevará mucho más tiempo del que podamos pensar. 

Foto: elindependiente.com
Entramos en el territorio de la incertidumbre. Y esta genera ansiedad porque sentimos que no tenemos el control y que nuestras viejas comodidades pueden verse profundamente alteradas. Lo único claro es lo que me dijo Carlos Escribano: “este virus es nuevo en el sentido de que aunque se conoce desde hace tiempo, no se ha estudiado en profundidad. A ciencia cierta, todavía no hay evidencias incontrovertibles ni sobre sus consecuencias en la salud a largo plazo ni sobre la vacuna ni sobre su impacto a nivel socioeconómico” No lo sabemos. También las teorías sobre su surgimiento arrojan dudas. Hay una versión oficial que afirma que saltó de un animal (murciélago) a un humano, pero -como bien dice Rafael Benito- esta versión a algunas personas les parece tan prosaica que el hemisferio izquierdo de su cerebro -necesitado de narraciones interesantes y fascinantes- crea las más diversas teorías, algunas realmente delirantes y trufadas de todo tipo de conspiraciones. Parece ser que con el fin de controlarnos, como si fuésemos súbditos de los habitantes de la novela 1984 del autor Orwell. “¿Quizá pensar que un ente les quiere controlar a algunos/as les hace sentir precisamente que tienen el control no dejándose supuestamente manejar?”, pensé el otro día. Como si ellos supieran lo que se cuece mientras los demás, adocenados, obedecemos ciegamente lo que dicen las autoridades sanitarias. Pero lo cierto es que la OMS (Organización Mundial de la Salud) aún no tiene pruebas definitivas sobre cómo se originó el virus. Así que, realmente, no sabemos mucho de este coronavirus. Y esta incertidumbre, como digo, nos genera ansiedad. Y es lo que los seres humanos peor toleramos. Este es uno de los aprendizajes de la pandemia: aprender a manejarnos con la incertidumbre, buscando las redes de apoyo psicosocial que nos puedan ayudar a sujetarnos. El instinto de apego es cuando ahora cobra todo su sentido y necesidad. Nos sentimos más confortados cuando las personas especiales a las que queremos nos brindan su consuelo, apoyo, calma y seguridad. 

Tras hablar con Carlos Escribano, llego a casa y estoy con ganas de ver una serie titulada “El colapso” La verdad es que su visionado te deja mal cuerpo, pero, a la par, transmite una gran lección y te abre los ojos. Mi amiga Erenia Barrero me la recomendó, habiéndome advertido antes que es muy impactante, aunque de gran calidad. Y así es. 

La serie sobrecoge mucho más porque vivimos en un contexto de pandemia por el coronavirus. Presenta un escenario distópico en el cual el mundo ha colapsado porque algo ha pasado -no se dice concretamente qué, un punto a favor de la serie pues genera desasosiego-, algo, desde luego, grave. El planeta ha reventado su sistema. No hay recursos básicos para la vida (distribución de alimentos, combustible para los vehículos, medicinas…) Reina el caos y empieza la lucha por la supervivencia. Grabada en plano secuencia, un gran recurso narrativo para rodar series de este tipo, y sin necesidad de grandes presupuestos ni efectos visuales fulgurantes, consigue traspasarte la piel, crear tensión y que te enganches a la misma. Son episodios cortos, bien narrados, con un suspense que se palpa y sobrecoge.

Un portal especializado ha dicho de esta serie lo siguiente: “Ya sea en cine o en televisión, estamos más que acostumbrados a presenciar el fin del mundo desencadenado por los motivos más diversos; desde desastres nucleares a conflictos bélicos a escala mundial, pasando por invasiones alienígenas, catástrofes naturales o resurrecciones masivas de cadáveres sedientos de sangre; pero pocos tan mundanamente aterradores como el que explora 'El colapso'.

Basándose levemente en la teoría de Olduvai, que establece que la civilización industrial actual tiene una fecha de caducidad de unos 100 años —expirando en 2030—, tras la cual experimentaría una regresión a épocas anteriores con sus consiguientes modos de vida y sistemas sociopolítocos y económicos, 'El colapso' opta por prescindir de cualquier tipo de explicación sobre el origen de la debacle para volcarse en lo verdaderamente importante: el drama.

A través de ocho episodios autoconclusivos cuyo metraje medio ronda los 22 minutos, interconectados entre sí de un modo tan sutil como inteligente, la producción de Canal+ brinda un ejercicio apocalíptico que sale triunfante del mayor reto al que se enfrenta toda antología: mantener una calidad constante en todos sus fragmentos.

En el caso de 'El colapso', las ocho piezas muestran un nivel asombroso en términos narrativos y una variedad conceptual envidiable que se traduce en una espiral de emociones que abofetea al respetable; recorriendo lugares como la angustia y la desesperación más viscerales o el conflicto humano más intimista —es difícil contener las lágrimas en el sexto capítulo—, culminando en un crítico fin de fiesta dominado por la frustración.

Pero entre una dramaturgia de primera categoría, unos personajes reales e imperfectos que proyectan lo mejor y lo peor de nuestra especie y un imaginario para enmarcar, destaca un recurso formal que impulsa al show de lo notable a los terrenos de lo excelente”



¿Llegaremos a este punto que se narra en esta serie? No lo sé. Espero que “este mundo absurdo que no sabe a dónde va”, como dice Aute, sepa cambiar el rumbo. Confío en ello, aunque depende de todos/as y cada uno/a de nosotros/as. Como bien dice el crítico de esta serie, los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Y esto en “El colapso” se ve con meridiana claridad. Hay tipos humanos y colectivos que solo piensan en ellos y en salvarse y activan su cerebro reptiliano, el cual sigue el lema hobbesiano “el hombre es un lobo para el hombre”. No quieren morir y ellos/as y sus hijos/as están por encima de los demás. Pero en la serie también aparecen personas y colectivos capaces de dar lo mejor, siendo conscientes de que solo mediante la cooperación y la colaboración social -un sistema que los humanos pueden desarrollar mucho más que ninguna otra especie animal- podremos salir adelante y sobrevivir -y vivir- todos y todas. Porges (2017) apunta que el sistema de colaboración social se asienta en el mismo sistema nervioso, hay una fundación neurofisiológica sobre la que se construye la conducta social, si es que la crianza y la educación se centran en estimular y potenciar este sistema.

Pero, ¿dónde está la esperanza de la que hablo en el título de este post? La Navidad contiene un mensaje de esperanza, la misma llegada de Jesús es el nacimiento de un Salvador para los oprimidos. Los romanos, por su parte, rendían tributo a la nueva venida de la Luz. El culto a la luz, al Sol invictus, se pierde en la historia de la humanidad, la luz vence a las tinieblas...

Foto: youtube

Es verdad que el futuro pinta un tanto oscuro, no lo podemos negar. Los estudiosos dicen que muchos efectos del cambio climático, de la sobreexplotación y expoliación del planeta ya están aquí -el coronavirus sería un síntoma- y que son irreversibles, sólo podemos frenar y paliar las consecuencias, prepararnos para poder sanar lo mejor posible a un planeta herido. 

Pero...

En mi humilde opinión la esperanza está en todos/as y cada uno/a de nosotros/as con nuestro efecto multiplicador. La familia y la educación (los/as que son educadores/as y profesores/as) tienen en sus manos inculcar en los niños/as nuevos valores que incidan en que desarrollemos nuestro sistema de colaboración social. Además de valores cooperativos, solidarios y del bien común, la experiencia y la educación en la empatía son fundamentales. Sólo así podremos aminorar el individualismo y el neoliberalismo (el crecimiento económico por encima de todo) a ultranza que asolan el planeta. Estos valores nos permitirán sacar en esta crisis pandémica -y en futuras adversidades y posibles escenarios traumáticos- lo mejor de nosotros/as mismos/as. Frenará que usemos la lucha (violencia) y la huida, que evitemos convertirnos en reptiles (depredadores) que sólo maximizan su vida y bienestar -y si hay que pisar al otro, se le pisa, primero me salvo yo- y potenciemos el cerebro superior en toda su capacidad de ver y sentir al otro como importante porque suma al colectivo.

Después de ver “El colapso” necesito sentirme mejor y no caer tampoco en un pesimismo destructivo. Por ello, cojo de mi biblioteca el libro de Luis Moya titulado: “La empatía: entenderla para entender a los demás” Y al leer un capítulo, me doy cuenta de que es posible que desde cada uno/a de nosotros/as podamos expandir esta capacidad que creo puede llevarnos a un planeta mas justo, humano y solidario. Entonces, la angustia que me había dejado en el cuerpo la serie “El colapso” va mitigándose al leer esto: “Cuando me puse a revisar todos los artículos sobre empatía y cerebro, me di cuenta de que esas partes del cerebro se solapaban de forma sorprendente con la agresión y violencia. Por ello, argumenté que los circuitos cerebrales para la empatía y violencia pueden ser parcialmente similares, es decir, las mismas partes del cerebro pueden controlar ambas. […] Siguiendo el razonamiento, ¿puede entonces la empatía inhibir biológicamente la violencia? Es por todos sabido que fomentando la empatía disminuimos la violencia; si alguien se pone en tu lugar es más difícil que te agreda. Pero no sólo es una cuestión social sino biológica. Quizá la estimulación de esos circuitos cerebrales en una dirección podría reducir su actividad en la otra” […] No quiere decir que una persona empática no pueda ser violenta, pero cuando alguien tiene la habilidad de ponerse en la piel de otra persona es más difícil que se comporte de forma violenta, al menos en ese preciso momento”

Portada de un libro de Luis Moya
Creo que debemos empezar esta labor empática en nuestros círculos para que se expanda: con nuestras parejas, con nuestros/as hijos/as (en este mismo blog ya he hablado de la empatía como la “medicina” que necesitan los/as niños/as maltratados/as; porque es posible afirmar de ellos/as que potencialmente pueden repetir el ciclo de la violencia y el maltrato, pero no están determinados/as en absoluto. Para ello hace falta sacarlos fuera de las fuentes que les dañan y trabajar duramente para revertir esos circuitos cerebrales y que desarrollen así, con paciencia y perseverancia, la capacidad de empatizar porque la han experimentado con un otro significativo, adulto facilitador), con nuestros/as amigos/as, con nuestros vecinos, con cada persona que nos encontremos a lo largo del día… Esto contagia tanto o más que el coronavirus… Contagia humanidad. 

Que el espíritu de la Navidad sople empatía todo el año. 

Cierro el libro de Luis Moya más tranquilo y calmado. Esperanzado. Y recuerdo un vídeo titulado “El otro par” que hace meses me compartió una compañera por whataap (un corto ganador de un concurso internacional) Y me viene la inspiración para este post… Todo fluyó en mi mente después de despedirme de mis amigos, el domingo 20 de diciembre de 2021. Y decido escribir sobre ello, diciéndome: “terminaré el post compartiendo con todos y todas mis queridos/as amigos/as y seguidores/as de Buenos tratos este maravilloso vídeo que escenifica sin palabras y brevemente qué es la empatía, de la buena; será el mejor modo de cerrar el artículo y de desearles una esperanzada Navidad y Año 2021”


Antes de terminar, quiero compartiros una entrevista que me hizo mi colega y compañera Elena Reiriz Piñeiro desde En Mi Lugar Seguro-blog donde ambos charlamos sobre los buenos tratos. Os dejo el enlace para quienes deseéis escuchar la entrevista. 


Buenos tratos regresará el día 11 de enero de 2021.

Cuidaros / Zaindu

lunes, 21 de diciembre de 2020

El poder del instinto de supervivencia: un extraordinario caso de apego grupal, por Arturo Ezquerro, psiquiatra

Firma invitada


Arturo Ezquerro

Solamente unas breves líneas para agradecer de todo corazón a Arturo Ezquerro su nueva colaboración con este artículo tan interesante y novedoso sobre el valor de la fratria y el poder del instinto de supervivencia plasmado en un caso sorprendente de apego grupal. Tenemos el privilegio de que nos traslade su saber en este campo de la teoría del apego en el que es experto. Arturo ya es un invitado habitual a este blog que es su casa. Honramos su tiempo, dedicación y generosidad. 

Arturo Ezquerro es psiquiatra, psicoterapeuta y grupo analista con ejercicio de 37 años en Londres, donde es profesor en el Institute of Group Analysis. Ha sido Jefe de los Servicios Públicos de Psicoterapia en el distrito de Brent. Es miembro honorario del International Attachment Network y de la World Association of International Studies. Colabora regularmente con radio, prensa y televisión, y tiene más de 70 publicaciones en 5 idiomas. John Bowlby fue su mentor (1984-1990).


Título del artículo: 
"El poder del instinto de supervivencia: 
un caso extraordinario de apego grupal"


Introducción

A finales de la década de 1980, le pedí a John Bowlby que me orientara sobre la creación de un programa de psicoterapia de grupo para niños supervivientes de maltratos y de abandono por parte de sus padres o de sus cuidadores tempranos. Estos niños vivían en un centro de acogida, en las afueras de Londres, en el cual buscábamos crear una cultura de comunidad terapéutica. 

Como parte de la preparación de nuestro programa, Bowlby me hizo inicialmente dos sugerencias. En primer lugar, me aconsejó estudiar a fondo una parte importante del desarrollo infantil: las relaciones del niño con sus hermanos y sus compañeros, que en aquella época recibían escasa atención en la literatura especializada, sobre todo la de orientación psicoanalítica. Por otro lado, Bowlby me invitó a reflexionar acerca del poder del instinto de supervivencia, según se manifestó en un caso excepcional de apego grupal infantil en ausencia total de apego individual con los padres, o con cualquier persona adulta que pudiese actuar como figura de apego. En este artículo voy a explorar algunos aspectos clave de ambas sugerencias del ‘padre’ de la teoría del apego.

La cara menos conocida del desarrollo infantil

Las relaciones con hermanos y con compañeros son un ingrediente esencial en el proceso de crecimiento del niño, pero se les ha prestado menos atención que a otros aspectos del desarrollo infantil. Dichas relaciones influyen profundamente en la formación de los rasgos del carácter y de la autoestima, así como en el desarrollo de la capacidad de bienestar, de adaptación al entorno, y de gestión cognitiva, emocional y social.

Sin embargo, en lo que se refiere a las relaciones paritarias y entre hermanos, buena parte de la literatura sobre el desarrollo infantil, en especial la psicoanalítica, ha puesto el énfasis en la rivalidad, en la envidia y en los celos. Nadie discute la necesidad de entender el origen y las manifestaciones de estos difíciles sentimientos, de cara a ayudarle al niño a gestionarlos adecuadamente. Pero la ecuación del desarrollo infantil quedaría incompleta si no se incluyesen otros aspectos importantes de este tipo de relaciones, como la amabilidad, la lealtad entre ellos y la capacidad de formar un frente unido en respuesta a una amenaza externa. De hecho, las experiencias entre hermanos y compañeros brindan oportunidades frecuentes y continuas para que el niño desarrolle una capacidad de empatía, de mentalización, y de aprender a estar en la piel del otro (Ezquerro, 2017).

Sigmund Freud escribió principalmente sobre un aspecto de la relación del niño con su hermano pequeño, tal como el sentimiento de ser destronado o desplazado en la relación con la madre. En 1917, afirmó: 

“Un niño que ha quedado en segundo lugar por el nacimiento de un hermanito, y que ahora está por primera vez casi aislado de su madre, no le perdona fácilmente este desplazamiento y pérdida de lugar” (Freud citado en Sanders, 2004). 

Varias décadas más tarde, desde la perspectiva del apego, Bowlby se refirió con más detalle a la reacción de un niño pequeño ante la presencia de un nuevo hermano:

“En la mayoría de los niños pequeños, la mera visión de la madre sosteniendo a otro bebé en sus brazos es suficiente para provocar un fuerte comportamiento de apego. El hijo mayor insiste en permanecer cerca de su madre o en subirse a su regazo. A menudo se comporta como si él mismo fuera un bebé... El hecho de que un niño reaccione a menudo de esta manera, incluso cuando la madre se esfuerza por estar atenta y receptiva con él, sugiere que hay más en juego..." (Bowlby, 1969)”.

Foto: bebesymas.com

El apego es primordialmente una fuerza instintiva que nos ayuda a optimizar la supervivencia, tanto física como emocional. Por ello, la disponibilidad y accesibilidad de la figura de apego primario es esencial en la mente del niño. Bowlby nos sugiere que la reacción de celos de un niño hacia su hermano pequeño es tan intensa porque lo percibe como una amenaza a su propia supervivencia, caso de necesitar a la madre a quien ahora percibe como menos disponible y menos accesible. De alguna manera lo que el niño siente que está en juego es su supervivencia emocional, hasta que poco a poco aprenda a adaptarse a la nueva situación.

Otra realidad que habla de la importancia de las relaciones entre hermanos es que, habitualmente, suelen ser las más duraderas de nuestra existencia. Por ley de vida, son más largas que las relaciones con nuestros padres, con nuestros hijos o con nuestras parejas. En los últimos lustros, un número significativo de autores (entre quienes me incluyo) hemos coincidido en describir la relación entre hermanos como distintiva por su poder emocional e intimidad, así como por sus cualidades dispares de competitividad, colaboración, ambivalencia y comprensión mutua (Dunn, 2014; Ezquerro, 2017). 

El niño aprende a reconocer quién es y quién no es a través de comparaciones continuas con sus hermanos y sus compañeros, imitándoles, contradiciéndoles, acercándose a ellos o evitándolos selectivamente, según las circunstancias. A nivel identitario, los hermanos y los compañeros con frecuencia representan un yo potencial sobre el que el niño puede reflexionar en relación a sí mismo y a sus relaciones futuras. 

El hermano es una figura única en la vida temprana del niño y puede ser considerado como el primer miembro de un ‘grupo de pares’, por así decirlo. Las relaciones entre hermanos en los primeros años de vida pueden verse, por lo común, como una preparación para el tipo de relaciones que el niño establecerá con sus compañeros y sus amigos fuera de la familia. Inicialmente, el hermano no es realmente una figura de apego. Sin embargo, cuando los padres están ausentes física o emocionalmente, los hermanos pueden verse obligados a acercarse unos a otros como quien se acerca a una figura de apego.

Existe un debate en curso sobre este modelo ‘compensatorio’ de las relaciones entre hermanos respecto a las relaciones entre padres e hijos. La idea de que si una relación es mala, o está ausente, la otra será buena no siempre se aplica. Hay situaciones en las cuales las malas relaciones con los padres son compensadas por unas buenas relaciones entre hermanos. Sin embargo, otras veces se observa un modelo llamado ‘congruente’, en el que si las relaciones con los padres son buenas las relaciones con los hermanos también serán buenas y, del mismo modo, si las relaciones con los padres son malas también serán malas las relaciones con los hermanos. 

Si el enlace entre los dos tipos de relación se inclina por el modelo compensatorio o por el congruente puede depender de otras variables como las discrepancias entre la madre y el padre, la etapa de desarrollo del niño, los factores ambientales y las diferencias individuales entre los propios niños (Sanders, 2004). La visión psicoanalítica tradicional del hermano como principalmente un sistema de apego rival está siendo objeto de una revisión a fondo. Cada vez con más frecuencia el enfoque se amplía para incluir el papel crucial que juega la colaboración y el apego entre hermanos. 

Fuente: eldefinido.cl

Sin duda, las interacciones competitivas entre hermanos son innegables y frecuentes, pero representan solo un aspecto de la amplia gama de capacidades que poseen los niños. A pesar del estrés emocional y el impacto en el sistema de apego del niño que conlleva el nacimiento de un hermano, éste también puede ser un estímulo para el crecimiento cognitivo, emocional y social. 

Más adelante, los esfuerzos mutuos por entenderse pueden establecer la base de un vínculo de apego afectivo y duradero. Los hermanos y compañeros pueden adoptar varios roles relacionales entre sí: pueden actuar como consoladores y maestros, como matones tortuosos y manipuladores, o como compañeros sensibles que pasen a formar una parte esencial del mundo del otro.

Bowlby hizo una distinción entre figuras de apego y compañeros de juego. Según él, un niño busca a su figura de apego primario cuando está cansado, enfermo o alarmado, y también cuando no está seguro del paradero de esa figura. Por el contrario, un niño busca a un compañero de juegos cuando está de buen humor y se siente confiado para participar en una interacción lúdica. Bowlby profundizó en este tema:

“Los roles de figura de apego y compañero de juegos son distintos. Sin embargo, dado que los dos roles no son incompatibles, es posible que en diferentes momentos un compañero desempeñe ambos roles: ... un niño mayor que actúa principalmente como compañero de juegos puede, en ocasiones, actuar también como una figura de apego subsidiaria” (Bowlby, 1969).

El poder del apego grupal en situaciones límite

Usualmente, el niño comienza su historia de apego con la madre (o figura materna), el padre y el grupo familiar. En función de las primeras experiencias de apego con figuras cercanas, cada individuo va desarrollando la capacidad de formar apegos con otros grupos. Éstos pueden ser de carácter escolar, deportivo, laboral, religioso, terapéutico, social o político. Pero hay circunstancias en las que el peligro o la amenaza a la supervivencia es de tal calibre que el grupo puede convertirse temporalmente en la única posibilidad de apego seguro.

Para ilustrar este punto, Bowlby me recomendó un artículo asombroso de Anna Freud, a quien apreciaba y con quien siempre se mantuvo en buenos términos. El artículo, titulado "Un experimento de crianza grupal" (Freud and Dann, 1951), es un relato espeluznante sobre la tragedia de un grupo de seis niños judíos (tres niños y tres niñas) supervivientes del holocausto judío en la segunda guerra mundial.

Estos niños nacieron entre diciembre de 1941 y octubre de 1942. Todos ellos quedaron huérfanos durante el primer año de sus vidas, cuando sus padres fueron asesinados por los nazis en las cámaras de gas. Los seis niños pasaron más de dos años juntos en el campo de concentración de Tereszin, conocido como de tránsito hacia la muerte. 

Estos huérfanos habían llegado a Tereszin por separado, cada uno a las pocas semanas de la muerte de sus padres. Allí fueron puestos juntos y así permanecieron hasta ser liberados por los rusos en la primavera de 1945. Fueron encontrados en situación agónica. Los rusos los trasladaron a un castillo checo donde, sin ser separados unos de otros, recibieron cuidados especiales hasta su llegada a Inglaterra en agosto de 1945. Los niños pasaron dos meses en Windermere, mientras se decidía su futuro.

El plan original era que los seis niños fuesen criados en un orfanato en los Estados Unidos. Pero el plan cambió y los estadounidenses proporcionaron fondos para costear un programa de rehabilitación terapéutica en Inglaterra, durante un año. 

En octubre de 1945, las autoridades inglesas consiguieron para este proyecto el alquiler de una casa de campo, ubicada en un entorno tranquilo y silencioso, cerca de un bosque llamado ‘Bulldogs Bank’, en West Hoathly (Sussex), a unos 100 kilómetros de Londres. 

Anna Freud fue designada para dirigir el proyecto y se llevó con ella a buena parte del personal que trabajaba en su clínica infantil de Hampstead, en el Noroeste de Londres. Inicialmente, los niños se mostraron muy hipersensibles, inquietos, agresivos y difíciles de manejar. Destruían los juguetes y respondían con fría indiferencia, incluso con hostilidad activa, a los intentos de los adultos de ofrecerles afecto y cuidados. 

Foto de Anna Freud
Fuente: psicologia-online.com

Resultó imposible tratarlos individualmente. Se comportaban como un grupo de compañeros muy compacto que se mantuvo unido en todo momento. Cada uno de ellos demostraba con su comportamiento tener una fuerte necesidad de aferrarse al grupo, como se reflejó en las notas de Anna Freud y su equipo:

"Los sentimientos positivos de los niños se manifestaban exclusivamente hacia miembros de su propio grupo. Era evidente que sentían una profunda preocupación los unos por los otros, y no parecían preocuparse por nadie más ni por ninguna otra cosa. No tenían otro deseo que estar juntos y se enojaban mucho cuando se les separaba del grupo, aunque fuera por un breve instante.

Ningún niño aceptaba permanecer en el piso de arriba mientras los otros estaban en el piso de abajo, o viceversa, y ningún niño quería ir a caminar sin los demás. En ese tipo de situaciones, el niño separado del grupo preguntaba constantemente por los otros niños mientras que todos en el grupo preguntaban sin cesar por el niño ausente” (Freud and Dann, 1951).

Los terapeutas y cuidadores estaban sorprendidos por este comportamiento y tomaron notas minuciosas del mismo en un diario de trabajo, supervisado por Anna Freud. Como ejemplo adicional sobre la naturaleza de las relaciones de estos niños, entre ellos mismos, escribieron lo siguiente: 

"El apego que mostraban los niños entre sí era completamente inusual y esto se vio confirmado por la ausencia casi total de celos, rivalidades, envidias y competiciones entre ellos, algo que normalmente suele aparecer entre hermanos o entre niños que forman parte de un grupo de contemporáneos y que provienen de familias normales… 

No hubo necesidad de instarles a que se respetaran unos a otros y a que aprendiesen a 'turnarse'; lo hacían espontáneamente..." (Freud and Dann, 1951).

Sin embargo, hubo algún comportamiento observable que se desvió de ese patrón ‘armónico’. Por ejemplo, la discriminación de una de las niñas, por parte de las otras dos niñas. Resulta que la niña discriminada no había podido comenzar el programa terapéutico con el resto del grupo por culpa de una infección. 

En algún momento a mediados de 1946, casi nueve meses después de iniciado el programa terapéutico, otra de las niñas comenzó a expresar sentimientos de envidia y de celos. Pero este tipo de comportamiento fue una excepción. En concreto, esta niña era la única persona del grupo que había tenido una muy breve relación de apego con una figura materna adulta, con anterioridad de su traslado al campo de concentración de Tereszin.

Durante las comidas, los niños se mostraban más interesados en que los otros niños comiesen que en su propia comida. Siempre insistían en que todos recibiesen los mismos alimentos. 

En los tres primeros meses (de octubre a diciembre de 1945), no hubo incidentes de enfrentamientos o de peleas de carácter físico entre los niños. Sí hubo algunas discusiones verbales entre ellos, ocasionalmente con algún insulto. Si uno de los cuidadores trataba de intervenir, el grupo se unía y todos los niños se enfrentaban hacia el cuidador y le gritaban.

Por otro lado, si los adultos intentaban ponerles límites o sujetarles en alguna excursión, para mantener su seguridad (por ejemplo, caso de tener que cruzar alguna carretera), se volvían muy agresivos contra ellos y a veces los golpeaban para que los dejasen sueltos. 

En la primavera de 1946, después de las discusiones verbales, hubo alguna pelea física aislada entre los propios niños, algo que no es inusual a esa edad. A partir de julio 1946, las expresiones de agresividad física y verbal hacia los cuidadores se redujeron mucho.

En las etapas iniciales, los niños percibían a los adultos que los cuidaban como extraños e intentaban evitarlos. No exhibían con ellos los usuales comportamientos de apego que suelen desplegarse en la infancia. Esto contrastaba fuertemente con la conducta habitual que los niños de su edad tienden a mostrar. 

En el otoño de 1946, hubo un cambio significativo: estos huérfanos comenzaron a tratar al personal de manera similar a como ellos, los propios niños, se trataban entre sí. Comenzaron a pedir a los adultos que se turnasen en sus actividades y que tuviesen raciones alimenticias equivalentes a las que ellos tenían.

Este cambio indicó que los niños empezaban ahora a ‘incluir’ al personal como parte del grupo y tenían la expectativa de que respetaran sus reglas. Ciertamente, los adultos ya no eran vistos como enemigos o forasteros, y los niños comenzaron a establecer cierto vínculo afectivo con ellos. Sin embargo, durante el tiempo restante del proyecto terapéutico, estos lazos de los niños con los adultos de ninguna manera alcanzaron la intensidad de los vínculos que los niños tenían entre ellos mismos.

Estos huérfanos habían sido severamente privados del desarrollo social temprano que habitualmente tiene sus orígenes en los apegos a la madre y al padre. Se presentaron con un perfil muy inusual y desigual. Por un lado, todos ellos eran emocionalmente y conductualmente inmaduros y perturbados. Por otro lado, mostraban cualidades que normalmente aparecen a una edad más avanzada, como la empatía, el sentimiento de justicia y la preocupación por los demás. 

El comienzo de este proyecto terapéutico fue muy difícil. En las primeras etapas, los niños no utilizaron los juguetes que les ofrecían sus cuidadores, ni ningún otro material lúdico. En cambio, dañaron muebles, destruyeron juguetes y mostraron gran hostilidad hacia los adultos. Los cuidadores y los terapeutas fueron pacientes, comprensivos y consistentemente atentos. 

Esa dinámica fue útil y, junto con el apoyo del grupo paritario y la quietud del entorno, contribuyó al desarrollo de un clima emocional propicio para ir superando gradualmente el horrible trauma que les había llevado hasta allí. 

Poco a poco, los niños empezaron a usar muñecos de peluche, a jugar con la arena y, a medida que se iban interesando más en el mundo de los adultos, también adquirieron un apetito por la lectura y la escritura.

Hacia el final del proyecto, el comportamiento y las emociones de los niños fueron más acordes con lo que normalmente se considera apropiado para su edad. La continuidad del apego al grupo, el entorno favorable y la calidad de la atención del personal permitieron a estos huérfanos formar nuevos apegos, menos ansiosos, y encontrar una senda de desarrollo más equilibrado. 

El ritmo de su progreso se aceleró. Recuperaron la capacidad de aprender y nivelaron en gran medida su desarrollo psicosocial, que hasta entonces había sido muy irregular.

Estos niños mostraron que, cuando la supervivencia está en juego, el grupo se puede percibir como más fuerte, más sabio y más capaz de lidiar con el mundo, como una base segura. Para estos niños el apego al grupo los salvó de la muerte psíquica. En el grupo paritario desarrollaron una capacidad de cuidado mutuo y de protección psicológica. 

A diferencia de otros casos de privación severa, estos huérfanos de Tereszin no se volvieron deficientes, ni delincuentes, ni psicóticos. Se agarraron a lo único que les quedaba disponible para sobrevivir. El grupo fue su tabla de salvación. 

Conclusión

Las relaciones con hermanos y/o compañeros son una parte fundamental del desarrollo integral del niño. Cuando hay una ausencia de figuras individuales de apego, el instinto de supervivencia es tan poderoso que, en situaciones excepcionales, puede hacer que el grupo se convierta en una figura de apego primario.

Referencias bibliográficas

Bowlby J (1969) Attachment and Loss.Vol. 1: Attachment (1991 edition). London: Penguin Books.

Dunn J (2014) Siblings relationships across the life-span. In Hindle D and Sherwin-White S (Eds.) Sibling Matters: A Psychoanalytic, Developmental and Systemic Approach (pp. 69-81). London: Karnac.

Ezquerro A (2017) Encounters with John Bowlby. Tales of Attachment. London and New York: Routledge.

Freud A and Dann S (1951) An experiment in group upbringing. Psychoanalytic Study of the Child 6: 127-168. 

Sanders R (2004) Sibling Relationships: Theory and Issues for Practice. New York: Palgrave MacMillan. 

lunes, 14 de diciembre de 2020

"El sentir de la pequeña paloma", un micro relato para padres y madres adoptivos/as

 

Firma invitada

Dolores Rodríguez Domínguez
Psicóloga y traumaterapeuta


PRESENTACIÓN

Me es grato presentaros la reflexión que una compañera y colega psicóloga y traumaterapeuta, Dolores Rodríguez Domínguez, ha realizado a partir de la experiencia que ella ha tenido en psicoterapia con una familia y una joven adoptada. Han sido varios meses de acompañamiento en un grupo de supervisión a su trabajo de intervención utilizando la metodología de la traumaterapia. Meses en los que hemos compartido con Dolores muchas alegrías, pero también muchas penas y sobre todo, impotencia. Porque cuando se trata de proteger, cuando ya la traumaterapia -dentro de su modelo coherente- clama que el derecho a la protección no puede ser suplido por ninguna psicoterapia individual ni familiar, cuando se señala a la red, incluso con la familia colaborando y siendo consciente de la necesidad de la ayuda, el informe de una profesional intachable -activista- debería de bastar para que las instituciones pusieran en marcha, sin mayores enredos, sus programas de protección. Pero hete aquí que no. Un expediente se mueve en círculo vicioso de lugar en lugar de tal manera que entra en bucle y, paradójicamente, termina donde empieza sin que nadie vea que, tras esos papeles, hay un ser humano cuyo neurodesarrollo no espera... A nadie se le revuelven las tripas y salva la burocracia en nombre de los derechos de los niños... ¿Cuándo nos daremos cuenta de que tras los expedientes laten vidas humanas? 

Pero al margen de dejar constancia del síndrome de la estupidez humana -ofreciendo la mejor versión posible del libro de Cipolla-, quiero rescatar la parte bella de toda esta historia. Parece una paradoja, pero lo dice el gran Boris Cyrulnik: cuando se sufre, permanezcamos atentos porque algo bello va a suceder. Los diferentes encuentros terapéuticos de Dolores con su joven paciente -en los que esta pudo experimentar lo que es ser sentida por primera vez en su vida- y su trabajo durante estos años con esta familia adoptiva, le han inspirado y han dado como resultado esta reflexión que ella nos regala, junto con un micro relato para padres y madres adoptivos titulado: “El sentir de la pequeña paloma” Micro relato que nos hace reflexionar profundamente sobre la parentalidad, en especial la adoptiva.

Felicidades Dolores, ya sabes cuánto te admiro, sobre todo tu capacidad de empatía, extraordinaria. 

Gracias por formar parte del elenco de profesionales colaboradores del blog Buenos tratos, por tu tiempo y tu generosidad al compartirnos tu experiencia. 

INTRODUCCIÓN AL RELATO, por Dolores Rodríguez Domínguez

En niños/as y adolescentes cuyas vidas han estado profundamente tintadas por el tremendo sufrimiento que provoca el abandono, la negligencia y el maltrato, la necesidad de ser reconocidos/as en su esencia, en sus maneras de mostrar su dolor y su amor, se convierte en un reto imprescindible, pero de difícil recorrido. Difícil recorrido para todos/as, niños/as, adolescentes, familias, terapeutas y un largo etc. He de decir que muchos sentimos, que este viaje, aunque difícil, no sería imposible. 

Muchos expertos/as hablan, y cargados de razón, de la invisibilidad del dolor de estos niños/as y adolescentes. Dolor invisible para los ojos del observador. Y es que “los ojos, ojos son”. Unos maestros en reconocer formas, colores, tamaños, cualquier característica física en la que podamos pensar. Sí, física. Un formato de información a lo que nuestros ojos están muy acostumbrados, y que codifican y clasifican con suma precisión. El sufrimiento invisible de nuestros niños/as y adolescentes, en muchas ocasiones, en su lucha por intentar ser visible, logra transformarse, disfrazarse y adquirir un formato más visual, a través de síntomas físicos, o a través de conductas…, conductas que entonces pasan a ser, muy pero que muy visibles para todos/as. Esas conductas tan visibles a menudo son interpretadas por el mundo adulto como síntomas y trastornos que etiquetan al joven y le “culpan” de lo que ocurre. Sin saber que en realidad, son expresiones de un profundo sufrimiento por sus duras historias y por la incomprensión que han recibido y siguen recibiendo de su entorno. Y es que a veces, hasta quienes tendrían el deber de proteger, no serían capaces de ver en esas conductas un auténtico y desesperado grito de apego.

No sería mi intención poner en duda la importancia de observar, explorar, analizar, detallar y comprender toda la información que llega a nosotros/as para poder situarnos en la historia de estos/as niños/as y adolescentes, pero si me gustaría volver a recordar que, “los ojos, ojos son”. Neguémonos a caer en el engaño de lo “nuestro ojo ve”, y empeñémonos en descubrir lo que “nuestro ojo no ve”. Lograrlo sería toda una victoria, y nos ayudaría enormemente, tanto a los profesionales como a las familias, a que la visibilidad y reparación del sufrimiento de los niños/as y adolescentes pudiese tener sentido. “Sentido”…bonita palabra de amplio sentido. Seguro que a muchos de vosotros/as os suena esta palabra, “Sentido”, y ¿“Sentirse Sentido”? (Sigel, 2007). Seguro que también. 

Y es sobre esto de lo que trata este micro relato, de Sentir. De cómo sienten nuestros/as niños/as y adolescentes, y de sentir con ellos/as, y a veces también por ellos/as. De ir más allá de “lo que el ojo ve”, y llegar hasta lo que el corazón siente, y a veces se duele. En este caso, el sentir de una adolescente al que le genera mucha confusión y miedo no reconocerse a sí misma, ni verse reconocida en los ojos ni en el corazón ni en la mente de los demás. Su lucha por abrirse paso para poder corresponder a quienes le dieron una segunda oportunidad, oportunidad con condiciones, pero en definitiva su oportunidad.


EL SENTIR DE LA PEQUEÑA PALOMA
Por Dolores Rodríguez Domínguez

Esta es la historia de una pequeña paloma. Se sentía triste, enfadada, e incluso sentía estar enjaulada. 

No se entendía qué le estaba pasando, nadie parecía entender cómo aquella pequeña paloma que tan dulce había parecido ser, lo había dejado de ser. Pues para todos era doloroso entender que ya no pareciera ser la tan dulce paloma, y a veces ni siquiera pareciera poder ser tan paloma.

Y es que, no se comportaba como lo hacían las demás palomas. Eso era al menos, lo que tanto le decían y repetían sin parar. 

Y cada vez que eso oía, más sufría, pero también más se defendía.

Y es que no parecía tener miedo a nadie ni a nada. Pero cuanta más valentía parecía mostrar, más difícil se le hacía a los demás y a ella misma ver, lo que por dentro a ella le hacía llorar.

-“Sé obediente”, le decían. 

-“Deja atrás tu rebeldía”

“Sin con nosotros quieres vivir, debes esforzarte en ser lo que nosotros esperamos de ti”.

-“¿Pero cómo?”, se preguntaba la pequeña paloma.

-“No sé bien qué debo hacer,

ni tan siquiera quién debo ser para vuestros deseos y anhelos yo pueda complacer. 

Y aunque lo intento con todas mis fuerzas, 

y aunque a veces parezco lograrlo, 

sigo sin alcanzar ser, 

aquello que no puedo ser, 

pero que vosotros desearíais intensamente tener”.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Una nueva vida florece: historia resiliente de mi adopción

Una nueva vida florece

Historia resiliente de mi adopción





PRESENTACIÓN

Este original libro es el relato descarnado de una joven que sufrió un trauma temprano antes de ser adoptada. Ella narra el florecer de una nueva vida: del sufrimiento a la belleza del crecimiento postraumático. 

Lo hace gracias a los puntos de apoyo que le ofrecen su madre y tres profesionales que han acompañado a madre e hija en su camino de transformación. El trabajo con el grupo de familias adoptivas al que pertenece la madre, la traumaterapia que ambas reciben y el tratamiento psiquiátrico desde un enfoque relacional, contado por los profesionales, arropan la narrativa de Janire, la protagonista. 


Los adolescentes encontrarán un bello relato de superación, las familias el realismo de la esperanza y los profesionales un trabajo clínico sobre trauma, narrativa y traumaterapia. Las cicatrices del alma siguen ahí, pero ella ha logrado la alegría de vivir.

Existen muchos libros profesionales y académicos que explican científicamente el trauma. Pero, a menudo, no se da voz a las víctimas de experiencias tan duras como los malos tratos en la infancia, una etapa de la vida crucial porque se asientan las bases de un cerebro sano y una personalidad adulta equilibrada. Este libro da voz a una joven, Janire, que cuenta el florecer de una nueva vida, a pesar de provenir de una situación donde estaba muerta psíquicamente, como bien expresa Boris Cyrulnik, psiquiatra y padre de la resiliencia. Un relato con toda su crudeza, pero a la vez con todo el poder resiliente. Transmite, llegando a la piel, que es posible reconstruirse de los traumas tempranos gracias a puntos de apoyo y un trabajo profesional mantenido en el tiempo, con paciencia y perseverancia. 

A la vez, el libro contiene cómo ha sido el trabajo de los profesionales que han acompañado a la madre y a la joven. Desde el modelo de la traumaterapia sistémica de los autores Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, dos psicólogos cuentan cómo la han aplicado desde el grupo de familias adoptivas del que Miren, la madre, forma parte; y desde la consulta privada o sala de psicoterapia (sala de valientes) Finalmente, una psiquiatra desarrolla, a su vez, cómo debe ser el acompañamiento médico de jóvenes como Janire y las claves principales de la adherencia al tratamiento, desmontando falsos mitos sobre la medicación psiquiátrica. 

Hemos pensado publicar este libro para:

- Dar voz a los supervivientes del trauma complejo y demostrar que la resiliencia es posible, si se ofrece un entorno afectivo y solidario.

- Ofrecer un trabajo original combinando el relato de reconstrucción resiliente de una joven con la mirada de tres profesionales de la psicología y la psiquiatría.

- Visibilizar el sufrimiento, cuyas heridas muchas veces son invisibles, de las personas que han sido víctimas de malos tratos en su infancia y la afectación que estos pueden causar en la persona, desde cuatro miradas: la propia protagonista y tres profesionales (dos psicólogas y una psiquiatra), subrayando la necesidad de un trabajo multidisciplinar y largo en el tiempo (8 años), donde no existen las soluciones mágicas.

- Concienciar de la necesidad de prevenir los malos tratos en la infancia y promover, implicando a todo el tejido social, políticas de buenos tratos, pues estos son una cuestión de salud pública.

El hecho de que la propia joven conectase con la necesidad de escribir su historia (lo hizo durante el confinamiento, en marzo, por la emergencia mundial causada ante la pandemia por el virus COVID-19) y entregara a su psicólogo el relato, fue el detonante del proyecto. Al leerlo, este quedó fascinado y sintió que aquello era la narrativa no sólo de los esfuerzos -no exentos de gran sufrimiento- de su paciente por adaptarse a su nueva vida cuando fue adoptada, y las dificultades por las que ha tenido que atravesar (emocionales, académicas, sociales y de salud mental), sino una historia de resiliencia; pues en ella se ha producido una transformación que le ha permitido sentir la alegría de vivir, a pesar de lo ocurrido (Janire expresa este sentimiento de transformación vivido por ella al elegir en el título la palabra florecer) Por eso, el psicólogo pensó que el relato merecía ser honrado y dado a conocer para que pudiese beneficiar a muchas personas. La psicóloga del grupo de familias adoptivas y otros profesionales consultados opinaron del mismo modo: que la narrativa de su historia es el vivo retrato del trauma complejo y que merecía un libro. Y a partir de aquí los profesionales que acompañamos a ambas, madre e hija, en su trabajo personal, pensamos que debíamos de arropar su relato y contar también nuestra experiencia de trabajo multidisciplinar con ellas, tanto grupal como individual.

Este libro no solo interesará y gustará a jóvenes, familias y profesionales de la adopción y el acogimiento familiar, sino a toda persona que haya sufrido malos tratos en su infancia, y a todos los profesionales que trabajen con niños y adolescentes víctimas de malos tratos (profesores, tutores escolares, orientadores, pedagogos, psicólogos, educadores sociales, trabajadores sociales, psicopedagogos, pediatras, médicos de familia, integradores sociales, psiquiatras, neurólogos, abogados, jueces…) Y a todos los interesados por las historias de vida y superación.

Portada del libro

El equipo que impulsa el proyecto está formado por:

El equipo de escritores cuenta con una dilatada experiencia en el ámbito de la protección a la infancia (adopción, acogimiento, familiar, acogimiento residencial e infancia maltratada en general) Son profesionales con más de 25 años de experiencia en el ámbito, tanto en empresas del ámbito de la integración psicosocial como en el ámbito de la salud mental trabajando en consulta privada. 

Carmen Ortiz de Zárate Aguirresarobe, psiquiatra infantil con 25 años de experiencia en el tratamiento de niños con diferentes patologías y participando en numerosas ocasiones en la terapia  multidisciplinar de menores adoptados.

Cristina Herce Sellán, psicóloga, traumaterapeuta sistémica, ha desarrollado su carrera profesional durante 25 años en el ámbito profesional del acogimiento familiar a través de la empresa Lauka (que gestiona desde hace 25 años para la Diputación Foral de Gipuzkoa, el programa técnico de acompañamiento a las familias acogedoras). También ha trabajado en la selección y formación de familias adoptivas y conduce un grupo de familias adoptivas desde el año 2004 para la Asociación de Familias Adoptivas de Gipuzkoa – Ume Alaia.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo especialista en psicología clínica, traumaterapeuta sistémico, ha desarrollado su carrera profesional durante 25 años dedicado al tratamiento psicológico de personas menores de edad. Desde 1999, su ámbito de interés profesional lo han constituido los niños y adolescentes víctimas de malos tratos, trabajando hasta el año 2018, para la Diputación Foral de Gipuzkoa. Ha trabajado desde el año 2006 aplicando la traumaterapia sistémica a niños y adolescentes adoptados desde su consulta privada. Ha publicado varios libros sobre la adopción y el acogimiento familiar. Y en el año 2019 promovió un libro solidario a través de la plataforma Goteo titulado “AcogiéndoTE – Diario de un comienzo”, en el que se da la palabra para que jóvenes de los centros de medidas judiciales y acogimiento residencial puedan contar sus experiencias en los centros.