Firma invitada
Andrés Climent Jordán
Andres Climent Jordán. Soy psicólogo y terapeuta familiar y de pareja. Tengo 47 años y los primeros 15 de trabajo los desarrolle en una Comunidad Terapéutica para personas que sufrían adicciones. En relación al artículo, allí conocí excelentes personas que, a la vez, habían ejercido “malos padres” pero que pudieron recuperar su pretensión de cuidar bien.
Con el tiempo compaginé con una jornada parcial en Servicios Sociales y conocí algunos de los menores que no tenían buenos padres, siendo muy útil poder estar en las dos posiciones para comprender las diferentes perspectivas. Soy padre de un niño de 14 y una niña de 10 y en mi intento de ser el mejor padre posible para ellos me doy cuenta de lo difícil que me resulta cumplir con mis intenciones (con el agravante de la profesión, el acceso a recursos, etc…). En 2010 me inicié con Mindfulness y compasión como manera de cultivar “autoapego seguro”, sanar y cultivarme desde dentro y así intentar ser un mejor recurso (más que un problema) para los demás. Tengo cierta obsesión con integrar y conectar lo que estudio, conozco… y una clara afición (vamos a dejarlo en ese término) por el chocolate. Actualmente realizo práctica privada en Valencia y Xàtiva.
Desde ahora será un motivo de satisfacción (en mi curriculum interno) haber participado en este blog que dirige José Luís, a quién admiro y aprecio desde antes de conocerlo personalmente. La lectura de sus libros, del blog, por lo que compartía desde cada lugar que se estaba formando… me parecía un manantial de generosidad, amabilidad y sensatez. Tenerlo cerca (al invitarle a Valencia) sólo confirmó que era lo que parecía a todos los niveles, pues también lo disfrutamos como formador y en el trato directo. Así que, José Luís, gracias por la invitación, es todo un honor.
Y para mí también es un honor que formes parte del elenco de ilustres colaboradores de Buenos tratos, Andrés. Conocí a Andrés en Valencia, invitado por su centro Terapia Familiar Valencia, de referencia a nivel estatal en formación en este ámbito, y me sentí excelentemente bien acogido por él y sus compañeras. Andrés es una persona que sabe cuidar, está atento a lo que necesitas y hace que te sientas como en casa, pues cuando uno deja su hogar para ir a otro lugar agradece mucho la hospitalidad y la calidez en el trato. (Excursus: No dejes tu afición por el chocolate, Andrés, son riquísimos todos los que me ofreces cuando voy a vuestro centro). No me cabe la menor duda de que sus pacientes y alumnos se sentirán acogidos y en seguridad. Andrés es un gran profesional con una dilatada experiencia, pero sobre todo atesora cualidades personales que son imprescindibles para ejercer la profesión de psicólogo-terapeuta: sensibilidad y empatía. Hemos compartido excelentes momentos con su equipo y con los alumnos en las diversas formaciones que hemos dado allí, por lo que en un rinconcito de mi corazón vive Terapia Familiar Valencia. Gracias, Andrés, por regalarnos tu tiempo y ofrecernos este interesantísimo artículo sobre cómo trabajar la capacitación parental, haciendo una excelente revisión del libro de Stefano Cirillo "Malos padres"
Y para mí también es un honor que formes parte del elenco de ilustres colaboradores de Buenos tratos, Andrés. Conocí a Andrés en Valencia, invitado por su centro Terapia Familiar Valencia, de referencia a nivel estatal en formación en este ámbito, y me sentí excelentemente bien acogido por él y sus compañeras. Andrés es una persona que sabe cuidar, está atento a lo que necesitas y hace que te sientas como en casa, pues cuando uno deja su hogar para ir a otro lugar agradece mucho la hospitalidad y la calidez en el trato. (Excursus: No dejes tu afición por el chocolate, Andrés, son riquísimos todos los que me ofreces cuando voy a vuestro centro). No me cabe la menor duda de que sus pacientes y alumnos se sentirán acogidos y en seguridad. Andrés es un gran profesional con una dilatada experiencia, pero sobre todo atesora cualidades personales que son imprescindibles para ejercer la profesión de psicólogo-terapeuta: sensibilidad y empatía. Hemos compartido excelentes momentos con su equipo y con los alumnos en las diversas formaciones que hemos dado allí, por lo que en un rinconcito de mi corazón vive Terapia Familiar Valencia. Gracias, Andrés, por regalarnos tu tiempo y ofrecernos este interesantísimo artículo sobre cómo trabajar la capacitación parental, haciendo una excelente revisión del libro de Stefano Cirillo "Malos padres"
"Malos padres"
Por Andrés Climent
Mi admiración por Cirillo se remonta a algunos libros en los que aparecía como coautor: Muchachas anoréxicas y bulímicas (Paidós, 1999) y La familia del toxicodependiente (Paidós, 1999) por su manera de relatar en profundidad las trayectorias multigeneracionales (“recorridos” como denominan en la Escuela de Milán) que derivan en problemáticas como los trastornos alimentarios, adicciones, etc… en familias muy vulnerables por sus graves déficits.
Solemos buscar sentido a las historias. En este caso que hagan comprensible (no por ello admisible) contextos que no procuran buenos tratos y que se desvían de aquello para lo que naturalmente venimos equipados, cuidar de otros y especialmente de nuestras crías. “Malos padres” es una obra que ayuda a ampliar el foco desde lo histórico a lo presente y de lo individual y familiar a lo sistémico para dar con algunas claves para la comprensión y, desde ahí, el diseño de la mejor intervención posible en cada caso por parte de las redes de intervinientes.
Intentaré compartir lo que pueda ser más novedoso de este autor y como él mismo dice (conferencia de 48 minutos en YouTube muy recomendable https://youtu.be/7YrEqC6fCfc) lo que aún no le consta que se realiza para que las intervenciones tengan como foco el Interés Supremo del menor (que incluye procurar, si es posible, un vínculo “suficientemente bueno” con sus progenitores) de apostar fuerte por la recuperabilidad de sus padres y el continuar con su familia de origen. Por supuesto que habrá casos donde claramente los padres no se podrán recuperar para la función parental y hay que decidirse por otras alternativas. Otros casos claramente sí tienen un buen pronóstico, pero habría un porcentaje de casos en los que puede haber confusiones o intervenciones en las que se complique o cronifique más algo que ya ha transcurrido con muchas dificultades.
De entrada, los niños quieren a sus padres y estar con ellos. Sin embargo, también existe lo contrario, como comenta nuestro querido José Luis Gonzalo en algunos niños que saben y se dan cuenta (aunque una parte de ellos no se lo pueda ni quiera creer) de su ambivalencia respecto con el retorno con su familia biológica. Algunos no querían volver (y lo confesaban en secreto profesional) y otros cuando eran revinculados a sus hogares (donde no existía una recuperación de la competencia parental) a la semana estaban ellos mismos tocando el timbre del centro de menores en el cual residieron.
En los casos donde evidentemente los padres no se podrán recuperar (o capacitar suficientemente por primera vez) para la función parental, los equipos familiares no deberían invertir sus recursos limitados en alargar intervenciones familiares que no pueden lograr una capacitación parental. Si se mantiene al menor en el ámbito familiar apelando sólo a que hay un vínculo fuerte (siempre existe pues le es necesario) ¡que sea de calidad! Porque, aunque sus padres le quieran, le maltratan (el maltrato daña el cerebro del niño, como bien recogen los estudios del equipo de Martin Teicher de la Universidad de Harvard y las repercusiones negativas que esto tiene para el sano desarrollo de la futura personalidad adulta). Una mente infantil necesita de un contexto de cuidados bientratantes, que procuran un óptimo desarrollo (Barudy y Dantagnan, 2005). Así, la labor de los servicios de protección a la infancia ha de ser la de proporcionar a estos niños con padres no recuperables vínculos resilientes alternativos en familias acogedoras o centros, estables y de calidad. En definitiva, alternativas y recursos adecuados y adaptados a las necesidades de los menores.
Al principio del libro el autor nos plantea ya una clara reflexión: en el pronóstico de si los padres (en plural, aunque puede ser para uno de los dos) van a poderse recuperar o capacitar para ocuparse de su hijo, tiene una influencia clave que la red asistencial profesional tenga capacidad y voluntad para ayudarles, dirigiéndose al niño inacabado que hay él. De esta manera, nos presenta a los padres también como pacientes en quién trabajar, aunque no lo pidan, nieguen necesitarlo y pongan resistencias (quizás por una “desconfianza básica”). Así, lo primero es poner a salvo al menor, interrumpir cualquier maltrato mientras se intenta mantener el vínculo (excepto en caso de delitos, situaciones graves… y cuando el menor necesite que no haya contacto). Usamos la regla de dividir la edad de los menores maltratados entre 3 o 4 para acercarnos a su edad evolutiva. Con ciertos padres podríamos ampliar esa división por números más altos, hasta llegar a estadios prementalizadores en casos graves, que explicarían algunos déficits producto de sus propias experiencias infantiles no elaboradas.
Cirillo relata como ni el menor ni sus (“malos”) padres suelen pedir ayuda a los recursos profesionales (al menos a nivel terapéutico). Pero muchas veces los padres sí acuden a sus familias de origen, con quienes pueden sentir que hay “deudas afectivas” por saldar en relación a carencias precoces. Así, se situaría a los menores en un rol instrumental en el que las necesidades de otros pueden estar por delante. Por ejemplo, la necesidad de una madre que no fue atendida por su propia madre de que ahora ésta se haga cargo del hijo para compensar y reparar indirectamente un daño histórico. En este sentido, una máxima de Stefano Cirillo es: “no intervenir sin comprender”, en referencia a evaluar buscar con claridad cuáles son los factores clave que explican el maltrato y entonces procurar la intervención precisa que necesita cada familia. Los “juegos familiares” que describen magistralmente para los múltiples casos que aparecen en el libro son relatos con tal coherencia que resultan evidentes (más dada la amplísima experiencia del autor) para comprender las circunstancias históricas que han llevado a que las actuales sean tal y como son. En los mencionados “recorridos” (del libro "La familia del toxicodependiente") diferencian 3 trayectorias que guardan mucha conexión con las relaciones que sabemos que decantan hacia estilos de apego evitativo, ambivalente o desorganizado. En cada recorrido mencionan un tipo de “abandono” predominante, siendo original el “cuidado remedado” que parece intachable pero afectivamente es frío, no empático. Y ya apunta qué tipos de familias, figuras parentales van a ser más trabajables y cuáles prácticamente incapaces.
En el momento de la detección de maltrato se propone una pronta intervención con los padres (excepto delitos) para comunicar francamente el daño observado y verificado, así como intención de ayudar a su hijo (primeras medidas necesarias para ello) y a la familia en conjunto para intentar que sigan juntos (“estamos para ver si es posible ayudarles”). Cita a Tomkiewicz al decir: “si apostáis a que son irrecuperables, ganaréis. Debéis apostar contra la hipótesis cero y, algunas veces, sólo algunas, venceréis”, como un postulado ético anticipando que raramente habrá implicación natural, búsqueda de ayuda o agradecimiento… pero “tendrán sus razones” (parafraseando a Maryorie Dantagnan) si contemplamos la afirmación de Cirillo: “un padre que maltrata es un niño incompleto que no fue bien cuidado y un cónyuge insatisfecho en su ilusión de ser reparado”. En este punto, considerando la transmisión generacional del maltrato me surgen algunas preguntas como: ¿en qué edad, momento, circunstancias podemos pasar de considerar a alguien víctima y buscar protegerlo, ayudarle en su recuperación, etc… a ver a alguien (básicamente) como perpetrador a quién apartar, condenar?, ¿seria justo ofrecer (a quién lo pueda aceptar y aprovechar) ahora la ayuda que quizás no tuvo antes en su desarrollo?
Propone reunirse pronto y observar finamente indicios de reconocimiento y alianza en los padres (o alguno de ellos) y valorar el riesgo de quién aparece como el violento. En función de la gravedad de los hechos y el nivel de negación (o reconocimiento) el equipo decide el curso de la denuncia. Esta fase es esencial pues admitir responsabilidad, que no se ejerce bien como figura parental no es fácil y más si la creencia es algo así como: “si reconozco, me declaro responsable y me quitaran a mis hijos”. El reconocimiento puede ser proceso lento (en espiral como los estadios de cambio) y puede favorecerse si los profesionales facilitan que los padres contacten con su historia vincular, su propio sufrimiento en la infancia y les facilite empatizar con su hijo. Quizás así emerja el deseo de no repetir patrones dañinos. Reconocer su sufrimiento favorece que lo puedan hacer ellos con su hijo. Si no se producen asomos de ningún tipo estaríamos considerando que el nivel de negación complica la recuperabilidad y habría que buscar alternativa para el menor. A nivel operativo distingue 4 tipos de negación (adaptado de Trepper y Barret, 1989):
· De los hechos: “¡no es verdad!”;
· De la conciencia: “¡estaba fuera de mi!”;
· De la responsabilidad: “¡me ha provocado!” y
· Del impacto: “¡no es tan grave!”.
Este libro da muchas pistas de cómo pueden los equipos crear un contexto adecuado y evitar caer en deslizamientos contextuales entre ayuda y control, mantener una “doble transparencia” con el poder judicial y la familia, paciente y, a la vez, insiste en activar al número menor de actores necesarios y adecuados de la red profesional, actuando sinérgicamente y con continuas reflexiones y búsqueda de acuerdos. También aporta detalles de cómo preparar a los menores en cada momento (incluyendo la separación, visitas, posible despedida definitiva...) y valorar muy bien la adecuación del tipo de medida (acogimientos con abuelos, los plazos, el contacto con los padres…) dentro de un plan continuamente revisado y ajustado que proteja a los hijos y (si es posible) ayude a sanar a los padres. También es fundamental valorar si los progenitores van a ser capaces de compatibilizar ser pareja y padres o no pueden con ambas exigencias por sus déficits.
En la fase de investigación invita a salir de trámites ritualizados, aislados y de exclusiva protección del menor para indagar de manera comprensiva, profunda, basada en pruebas, datos y secuencias temporales pues sólo así se pueden conocer las causas del maltrato y su abordaje. Reflexiona sobre lo esencial de valorar bien qué recursos, profesionales… son más adecuados para evaluar a los padres y tratarlos, a quién convocar para cada sesión y quién de la familiar y de los profesionales debería estar presente (también tras el espejo o circuito cerrado de TV, mediante informes, etc…).
Los resultados de esta investigación se recopilan en una narración completa, coherente e integradora basada en varios informadores y discutida en toda la red (que vigila de no polarizarse según con quién tiene más contacto, trabaja, el mandato de su organización, etc…).
A partir de ahí se inicia el proceso de intervención y pronóstico positivo o negativo de los padres.
Para el pronóstico presenta unas pautas guía indicadoras de recuperación de la competencia parental, con los parámetros clave:
- Daño: nivel y si persiste. Este parámetro estaría constantemente monitorizado.
- Reconocimiento: culpa, autocrítica, responsabilización e intención de reparación y cambio.
- Hipótesis etiopatogénicas: primero entre el equipo y después con los pacientes.
Desde su perspectiva trigeneracional justifica los casos en los que pide paso el trabajo terapéutico con la familia de origen de los “malos padres” pues lo no resuelto como hijo aparecerá en la relación de pareja y con los propios hijos. Esta idea la sintetiza Framo así: “cada uno dice a su cónyuge y a sus hijos aquello que no ha conseguido decir a sus padres”. En función de la disponibilidad, evolución, etc… se podrán dar varios escenarios en respecto al contacto y relación futura con la familia de origen, con la pareja, y con los hijos.
Al final del libro dedica un apartado a las vivencias de los profesionales y cómo tomar conciencia y manejo de la ambigüedad, el miedo, la rabia… con unos pacientes con quienes se realiza un rol más de “comercial que de dependiente de una tienda”. Aconseja que busquemos con ello un equilibrio entre “bastón y zanahoria” (confrontar y confortar, apoyar, reconocer). Según la relación que se establezca con ellos será posible ir viendo al actual agresor como una víctima en su infancia, adolescencia… que no tuvo la protección y ayuda necesaria.
Respecto a la red asistencial debe procurar estar “desenredada y sin agujeros antes de faenar” con un claro protocolo, jerarquía, referente del caso etc… evitando lo que Odette Masson apuntaba como intervenciones fragmentadas basadas en visiones “fotográficas” de los padres que maltratan en vez de sus historias complejas y con propios maltratos sufridos y no reparados. Esta autora anima a evitar “maltratar a los padres que maltratan”.
Para quién note interés en lo resumido de este autor (no sólo de este libro) le diría que se anime a realizar la inversión de leerlo pues encontrará innumerables pistas útiles para el buen hacer profesional que tanto nos importa a quienes tenemos el privilegio de acompañar a personas en su sufrimiento y recuperación. La toma de conciencia tanto de las tendencias personales, desde nuestro rol profesional, como equipo y el equilibrio de posibles sesgos cognitivos, emocionales, automatismos… seria un eje esencial para activar una reflexión y unos ajustes que nos ayuden a ayudar mejor. En relación al tema, me gustaría poner un ejemplo: podríamos observar respecto a los “malos padres” dentro de un continuo y para cada caso, ¿en base a qué tendemos hacia una reactiva culpabilización o a la excesiva “justificación” de ellos? (las palabras suelen ser demasiado concretas para expresar las complejidades que queremos describir). Estaríamos entre dos extremos de inercias que podemos tener internamente, intra equipos y entre equipos, profesionales, servicios…
Quizás desde ahí podamos contribuir mejor a las necesidades de los menores (actuales) y a las de quienes lo fueron y no tuvieron las condiciones adecuadas para ser pronta y adecuadamente detectados, ayudados y asistidos. Algunos de ellos ahora son (aún) “malos padres”. Los que puedan ser ayudados en su (re)habilitación de funciones para ejercer como buenos padres deberían tener esa oportunidad.
Para terminar, quiero compartir una oración que conocí hace poco y que, ojalá, pueda ayudarnos a encontrar el lugar óptimo desde el cual ayudar:
“Cada uno está en su propio viaje vital, yo no soy la causa de su sufrimiento y no está bajo mi control que no sufra, por más que lo desee… aún así, haré lo mejor que pueda para ayudarle”
BIBLIOGRAFIA
Barudy, J., Dantagnan, M. (2005). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.
Cirillo, S.; Berrini, R.; Cambiaso, G.; Mazza, R. (1999). La familia del toxicodependiente. Paidós Terapia Familiar.
Cirillo, S.; Berrini, R.; Cambiaso, G.; Mazza, R. (1999). La familia del toxicodependiente. Paidós Terapia Familiar.
Selvini, M; Cirillo, S.; Selvini, M.; Sorrentino, A.M. (1999). Muchachas anoréxicas y bulímicas. Paidós Terapia Familiar.
Cirillo, S. (2005). Malos padres. Modelos de intervención para la recuperación de la capacidad de ser padre o madre. Gedisa.
Buenos tratos regresa el 27 de abril, aunque seguiremos publicando materiales sobre la crisis del coronavirus con reflexiones y recursos útiles durante la cuarentena. Cuidaos / Zaindu.
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