Firma invitada
PRESENTACIÓN
No nos conocemos personalmente, no nos hemos visto presencialmente. Sin embargo, la neurocepción (la información que mi sistema nervioso me envía sobre lo que Paula me cuenta y me escribe, y los detalles que tiene conmigo compartiendo sus materiales, desinteresadamente, es de confianza) me hace sentir unas sensaciones positivas y de acercamiento hacia esta psicóloga, argentina, que ejerce en Buenos Aires, y me genera el pensamiento: "Me encantaría conocerla en persona" La magia del contacto real aún no puede -ni podrá, espero- sustituir al virtual. Pero hay personas que atesoran cualidades que les permiten traspasar pantallas de teléfono y ordenador y llegarte dentro. Paula Moreno es psicóloga, con gran experiencia, trabaja como yo con niños que han sufrido malos tratos, abandono y abuso y presentan trauma en el desarrollo. Acompaña a -y hace terapia con- menores adoptados y sus familias para que los primeros puedan confiar y desarrollar la seguridad hacia los papás, tarea bien ardua, como ella dice. Y apoya a los padres y madres para que aprendan y acepten que los niños adoptados acarrean sobre sus espaldas la pesada carga del maltrato que deja secuelas en el desarrollo y por ello, como Paula afirma, precisan que ellos "puedan ver lo que no está tan claro porque no se lo han explicado. Acompañarlos en el proceso de sentirse rechazados, juzgados, perdidos, desorientados con sus propias historias de crianzas".
Para favorecer este proceso de vinculación en adopción, Paula Moreno ha creado este cuento que se puede trabajar con los niños y con las familias. Ella en este post nos explica por qué ideó este cuento y de qué manera nos puede resultar útil. Muchas gracias, Paula, por regalarnos tu tiempo desinteresadamente y compartir con nosotros tu saber y tu experiencia. Formas ya parte del ilustre elenco de colaboradores/as de este blog cuyo director se ha sentido -y se siente- muy honrado de tenerte entre sus firmas invitadas.
UN MONO A PRUEBA DE TORMENTAS
Por Paula Moreno
El lunes por la mañana y como todos los lunes, Lía esperaba en la sala. Lía es una niña de unos 8 años, de tez morena y ojos muy grandes. Viene a su terapia traída por una operadora del Hogar de niños donde vive desde hace tres años.
Ese lunes no era un lunes cualquiera. Lía traía una noticia. La operadora se había encargado de avisarle que me la contara.
- Paula, ¿Sabés que me van a adoptar? me dijo Lía. Su expresión era la misma que cuando me cuenta que tiene prueba de matemática.
Yo no sabía si ponerme contenta o preocuparme, ya que ningún profesional de los que cuidan a Lía me lo había comentado. Tendría que acompañarla en ese proceso y a los padres adoptivos y al Hogar que va a despedirla, etc, etc. Mis pensamientos empezaron a agolparse y mis emociones también.
Corría para ese entonces el año 2003 y si bien ya hacía varios años que trabajaba en un Programa estatal donde se atiende niños que han sufrido malos tratos, nunca se me había ocurrido que la adopción era parte de ese trabajo. Ese día tomé la firme decisión de que esa arista del abordaje con niños que han sufrido violencia debía integrarse al Programa.
Así fue que empecé a acopiar todo el material teórico que podía en relación a la adopción y empecé a buscar material para incluir en las sesiones con los niños. Me di cuenta, a lo largo de los años, que buscaba un cuento que me ayudase a acompañar a los niños y a los adultos que estamos involucrados en esos procesos. Un cuento que reflejara realmente lo que los niños me contaban en sus sesiones y lo que yo podía ir observando a medida que acompañaba a las familias adoptivas.
¿Pero, por qué un cuento? ¿Por qué necesitaba un cuento para que me ayude a ayudar?
Desde muy chiquita los cuentos atraviesan mi vida. Mi abuelo solía leérmelos cada domingo en un ritual sagrado de comunión entre los dos. También me convertí a los tres años en contadora de cuentos (todos aquellos que mi imaginación podía fabricar) frente al amoroso público de mis padres.
Parecería que algo comenzaba a tejerse entre el cuidado que recibí en mi infancia, los cuentos como vehículo de ese amor y lo que más adelante elegiría como mi profesión.
Vuelvo a la pregunta entonces... ¿por qué un cuento? Narrar una historia no es simplemente leerla. Narrar un historia abre posibilidades inesperadas. Y sólo podemos narrar cuando hay alguien allí para recibirlo. Es una preciosa danza de amor, un proceso transformador.
Esas historias que se pueden contar una y otra vez, hablan de nosotros mismos, hablan de nuestra propia historia. Y eso era lo que andaba buscando. Un medio hábil para que los niños puedan reescribir su historia, y sanar en ese proceso . ¿Qué loco no? Porque pienso que ese proceso me incluye a mí también.
¿Cómo contar una historia que recorre tantas tristezas? Enseguida pensé y sentí que la bisagra en los procesos de adopción es la sintonía. Esa sintonía que esos niños no han tenido y que es necesario resintonizar. Esa sintonía tiene como principal ingrediente el "sentirse sentido", la empatía. ¡¡¡¡¡Eso es!!!!!! allí nació Mono. Mono es el peluche de Fede, un niño de 5 años. Mono contará el cuento gracias a su capacidad de sintonizar con Fede, sintiendo a la par que él, pero a su vez, diferenciándose y ayudándolo a expresar lo que siente o lo que piensa. Se parece mucho a lo que buscamos que ocurra en los procesos de integración de los niños a sus nuevas familias ¿No?
Así comienza el viaje de este cuento. Mono es testigo activo del sufrimiento de Fede.
Fede necesita cuidado, caricias, límites amorosos, que no ha encontrado en su familia de origen. En su casa había gritos, castigos, violencia. Por este motivo Fede y Mono van a vivir unos años en un Hogar de niños.
Cuando los niños viven alejados de su familia, por más que hayan vivido situaciones difíciles allí, se sienten asustados y confundidos. Y no siempre los adultos que están a su cuidado prestan atención a sus cuerpitos que hablan por ellos. Fede muchas veces se congelaba del miedo. Claro que congelarse era la mejor decisión que su cerebro había encontrado para sobrevivir ante tanto dolor y vergüenza.
Vivir en un hogar de niños suele ser la mejor opción para muchos niños pero no deja de ser problemático. Como me dijo una vez una pacientita: "sólo nosotros sabemos lo que es vivir en un hogar, no tener que aferrarte a nadie por miedo a que se vayan, no tener nada tuyo, pedir permiso para todo, tener turnos para todo"
Es así que el apego de estos niños, durante esos años, no logra sanarse, y los niños siguen manifestando con sus conductas su sufrimiento.
De esta manera llegan Fede y Mono al matrimonio que va a adoptarlos. Llenos de dudas y creencias negativas: ¿será que hicimos algo mal y por eso nos abandonaron?
¿Será que tenemos algo malo dentro nuestro?
¿Somos poco queribles?
¿Cómo estar seguros que estos adultos no nos van a maltratar?
Justamente confiar y sentirse seguros con los padres es una empresa bien grande y costosa, y se requiere de mucha paciencia de los adultos. Porque los niños, al igual que Fede y Mono tienen terror y desconfianza de que vuelvan a abandonarlos, no saben lo que es recibir cuidados y amor. Y la única manera de mostrarlo es con sus "tormentas".
Por suerte Fede y Mono crearon un CONFUSIOMETRO: aparato artesanalmente fabricado con cachivaches para poder entender las emociones, las sensaciones del cuerpo y los pensamientos. Es que los niños que han sufrido trauma del desarrollo carecen de las habilidades para entender sus emociones y regularlas, ya que nadie lo hizo con ellos.
Este confusiómetro es a su vez una buena manera de mostrarle a los adultos que sus conductas son una mera manera de sobrevivir: robar, esconder comida, extrañar a los padres biológicos, no sentirse parte de la nueva familia, no tener confianza, romper los juguetes nuevos, no tolerar la felicidad...
Y fue así que este cuento cobró vida, cobra vida cada vez que lo narro a los niños y a sus familias, o a los hogares donde viven. Porque narrar un cuento tiene muchas aristas de sanación. Nos acerca palabras allí donde hay vacío, donde lo innombrable se hace presente por el dolor. Nos acerca a un acto de cuidado en el sólo hecho de contarlo, con nuestro tono de voz, nuestro cuerpo expresándolo, nuestra distancia o cercanía física con el niño, nuestra manera de abrir el diálogo luego de leerlo. Se convierte en la mejor estrategia para crear un vínculo terapéutico de apego saludable, un modelador amoroso de ese vínculo. Nos acerca la posibilidad de explorar y enseñar a explorar, cualidad perdida en los niños que no han tenido apegos seguros. Y no es cualquier exploración, sino una exploración sostenida desde la aceptación incondicional. Esta última frase es el mayor desafío, convertirla en una experiencia para el niño y esos padres adoptivos que lo recibirán. Fede y Mono aprendieron entre ellos lo que significa confiar, aceptarse y desde allí caminar juntos. Y lo mismo esperan de su familia adoptiva.
Me encuentro leyendo este cuento a las padres adoptivos con la intención de hacer visible lo que para ellos no está tan claro porque no se los han explicado. Acompañarlos en el proceso de sentirse rechazados, juzgados, perdidos, desorientados con sus propias historias de crianzas. Tal vez como dice Mono y Fede creando sus propios confusiómetros.
Así nació "Un mono a prueba de tormentas", de una trama amorosa que empezó a entretejerse en los hilos de mi infancia, de la historia de cada niño, de la historia de cada cuidador. Una trama que sostiene la esperanza y el coraje de atravesar las peores tormentas de la mano del amor incondicional de los adultos que tenemos que cuidar de los niños. Con la firme convicción de poner palabras a todo lo que no está dicho a lo largo de los procesos de adopción, por lo menos desde un cuento.
Una trama que encierra ese amor por los niños y que se convierte en el acto más revolucionario que podamos realizar.
La ternura en todo lo que hace y manifiesta, la ternura que tanto necesitan los chicos... una y otra vez -y seguiré-¡gracias Paula! ¡Y gracias José Luis por sumarla a tu riquísimo blog!
ResponderEliminarLaura.