Diez meses, diez firmas IV
Profesional invitado en el mes de octubre de 2018:
José Ángel Giménez Alvira
Psicólogo y padre adoptivo
Título de su artículo: "Qué decir a los padres adoptivos. Reflexiones sobre la adopción"
PRESENTACIÓN
Con un sentimiento de profundo agradecimiento y admiración, os presento hoy al profesional que ha colaborado este mes con Buenos tratos, ofreciéndonos un artículo sobre la parentalidad adoptiva. De todas las voces que se levantan para hablar sobre los múltiples temas que conforman este tema, emerge con valor y autoridad ganada la de José Ángel Giménez Alvira, porque lleva toda su vida dedicada a trabajar en el ámbito de la adopción y porque es padre adoptivo. La experiencia que esta bella persona siempre se brinda a contar en los foros en los que tienen a bien invitarle -a él y a su familia-, es el mejor ejemplo de lo que los teóricos de la resiliencia hablan cuando se refieren al realismo de la esperanza: la adopción puede ser un camino cargado de obstáculos, duro y amargo, para los padres o madres, pero especialmente para los hijos/as que, a veces, por las duras experiencias traumáticas no elaboradas sufridas antes de la adopción, en edades críticas para el funcionamiento y estructuración del cerebro/mente en desarrollo, no logran integrarse ni en la familia ni en el colegio y presentan alteraciones del apego y de conducta. Pero, a la vez, José Ángel Giménez Alvira nos ha enseñado que gracias a la competencia parental, a la formación, al trabajo personal y a la ayuda profesional, tras un proceso largo de acompañamiento, la resiliencia es posible, existe una esperanza no vana sino fundamentada en una labor de parentalidad terapéutica. Entonces, el niño/a convivirá en un entorno familiar capaz de potenciar un proceso de transformación personal en el cual pueda lograr a largo plazo que la herida primaria no le condicione tanto su existencia futura porque lo importante ya no será el golpe sino el significado que se le dé a este.
Me siento enormemente feliz de que José Ángel Giménez Alvira haya aceptado gustosamente escribir este artículo. Le conocí en su querida Zaragoza, hace unos siete años, cuando nos invitó a mi y a mi colega y amigo Óscar Pérez-Muga a compartir una jornada con las familias adoptivas de Aragón, con motivo de la presentación de nuestra guía "¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?. Guía para padres adoptivos con hijos con trastorno del apego". Que José Ángel nos invitara y refrendara nuestra guía como lo hizo, con rigor pero con un entusiasmo como nunca he visto, para mí fue un motivo de satisfacción y orgullo. Nos trató de maravilla y vivimos un fin de semana inolvidable.
José Ángel Giménez Alvira es autor de un libro que es y debe ser el de cabecera de toda familia adoptiva: "Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera" Y de otro -juntamente con su mujer Carmen Julve y su hijo Marcos- que es un recuerdo y un homenaje al décimo aniversario del primero: "Siete vidas tiene un gato" Los recomendamos siempre porque muchas voces hablan de la adopción, pero no con la autoridad, la mesura, la experiencia de la vida y los conocimientos científicos con los que José Ángel habla. "Indómito y entrañable" Recoge la dureza de lo que puede ser una adopción de un niño previamente maltratado, en la infancia media, con muchos problemas para establecer un vínculo de apego seguro y con alteraciones del comportamiento. Haciendo gala de un fino sentido del humor, recurso enormemente resiliente, el autor nos muestra su experiencia de la adopción y, a través de esta, cómo fueron (él y su pareja Carmen Julve) manejando y abordando los obstáculos, las alegrías, las penas, las dudas, las angustias, los desafíos, las necesidades... de este tipo de parentalidad. Es el libro que da una esperanza consistente, no efímera y de cohetería, a toda familia adoptiva con niños afectados por los malos tratos y para mí el gran libro y relato de lo que es la resiliencia en adopción. La herida primaría puede sanar gracias al fenómeno de la resiliencia, que es un proceso que emerge en los niños y niñas siempre que haya en su base y en sus relaciones un entorno afectivo y solidario. De un discurso psicoanalítico un tanto determinista a un discurso resiliente y más acorde con las modernas teorías de la neurociencia, es lo que nos propone José Ángel Giménez Alvira.
Posteriormente, he tenido el placer de participar con José Ángel en otros eventos formativos (ya sabéis que muchos de nosotros le hemos podido oír en muchos foros donde con buen criterio, le han invitado a contar su experiencia) y siempre ha sido un placer. José Ángel pertenece, como dice nuestro amigo común Jorge Barudy, a la manada de hombres y mujeres buenos y buenas, y le profeso un enorme cariño y una gran admiración. Le propuse escribir en el blog porque sabéis que tengo muy presente a las familias adoptivas y él no podía faltar aquí. Cuando se lo propuse, aceptó encantado, de mil amores. Que este post esté hoy aquí tiene mucho mérito, no sólo por lo que cuesta escribir sino porque poner en marcha la maquinaria mental para elaborar un artículo tiene aún más valor cuando estás aquejado de un agudo dolor de espalda que lo tiene postrado en cama y con la mente un tanto ofuscada por las medicinas. Pero él ha elegido (pues, evidentemente, le liberé de toda atadura con respecto a publicar hoy) tener disponible su artículo para todos vosotros y vosotras en el día y hora que se comprometió. Así es José Ángel: tiene un coraje admirable.
No os perdáis este magnífico artículo. Si José Ángel Giménez Alvira es capaz de escribir este rico y útil texto estando presa del dolor (todos sabemos lo mal que estamos cuando sentimos dolor) de espalda, ¡de lo que será capaz de hacer a pleno rendimiento!
Te agradezco infinito José Ángel Giménez Alvira, en nombre de todos y todas los y las que formamos parte de la familia de Buenos tratos, que hayas escrito en este blog y que lo hayas hecho en unas circunstancias de adversidad. Te deseamos una pronta recuperación y que superes esa patología de espalda lo antes posible.
El artículo que vais a leer reflexiona sobre la parentalidad y en particular sobre la adoptiva, y desgrana los elementos que tienen que tener los contextos psicosociales en los que los niños/as víctimas de abandono y maltrato deben de tener. Sus 10 principios no tienen desperdicio. En suma, un artículo de auténtico lujo.
Qué decir a los padres adoptivos. Reflexiones sobre la adopción.
José Ángel Giménez Alvira
Desde la atalaya de mi tercera edad con el camino ya recorrido en su mayor parte, me resulta cada vez más difícil hablar a los padres adoptivos desde una posición técnica o docente y es que, si algo he aprendido durante todos los años que llevo dentro del mundo de la adopción, en contacto casi diario con familias durante los últimos treinta años y sobre todo, con mi propia experiencia como padre, es que cada familia es un mundo. Cada familia tiene sus motivaciones, sus códigos, su estilo, su forma de vivir la experiencia familiar y de ayudar a sus hijos a salir adelante. No hay más que lanzar una mirada a nuestro propio patio de vecinos para constatar la multiplicidad de estilos de vida y modos de entender y vivir la familia que hoy conocemos. Vivimos en una sociedad plural y tolerante en la que ya hace mucho tiempo que no podemos hablar de un modelo único de familia.
Y todas estas familias, en su diversidad de formas y modos distintos de ver la vida, de organizarse, de relacionarse y de convivir, tienen una cosa en común: siguen cumpliendo con el inevitable rito de procrear y proteger a su prole, algo que compartimos con nuestros compañeros de viaje los animales en una función natural e instintiva que promueve de modo automático la supervivencia de las especies.
Todas esas formas distintas son perfectamente válidas para que nuestros hijos encuentren el camino que les lleve a la madurez y a la integración desde unos orígenes, la mayoría de las veces, difíciles cuando no caóticos. Muchos, la mayoría, transitan por la adopción sin especiales dificultades, otros han tenido recorridos más complicados. En uno y otro caso hacemos lo que nuestro papel de padres nos pide en cada momento: cuidar y proteger a nuestros hijos atendiendo a sus necesidades. Con mayores o menores dificultades pero siempre a su lado. Por ello, insisto, me resulta muy difícil decir cosas a personas que están en la plena efervescencia de su proceso parental, y por tanto activos, vivos y echando cada día mano a su creatividad.
Así pues en estas líneas me limitaré a hacerme a mí mismo unas reflexiones basadas en mi experiencia personal como padre adoptivo, con la esperanza de que puedan a llevar a otros a hacer su propia elaboración en el camino nada fácil de atender el día a día de nuestros hijos.
Creo profundamente que la fórmula “intuición + instinto + formación + creatividad + amor + ayuda” es el camino adecuado para que los padres adoptivos saquen a sus hijos adelante sin más complicaciones. También tengo claro que a veces, las cosas se complican y es entonces cuando con toda naturalidad hay que buscar ayuda. La capacidad de hacer eso es un síntoma de madurez y dicen los investigadores, uno de los factores de éxito de la adopción.
Si el ser humano debiese nacer en las mismas condiciones de supervivencia e independencia con que nacen la mayoría de los animales, el embarazo debería durar entre 22 y 24 meses. ¿quién podría aguantar semejante cosa? El ser humano cuando llega al mundo es un producto prematuro, no terminado, que necesita un útero social para continuar su desarrollo y que es tan importante como el útero materno. En ese útero social termina su maduración corporal y psíquica.
¿Qué necesidades debe tener cubiertas un niño en ese útero social? Un niño necesita para desarrollarse correctamente atención material a sus necesidades básicas de alimentación, cuidado y sueño, un entorno afectivo, seguro, estable y acogedor que le permita establecer vínculos seguros. Necesita afecto, normas, firmeza y límites y por último necesita tutoría, acompañamiento y comprensión durante todo su recorrido infantil y adolescente… y probablemente durante bastante tiempo más en un niño adoptado.
Como veréis solamente hablo de aptitudes, actitudes y entornos, porque eso es lo que necesita cualquier ser humano para crecer y desarrollarse con normalidad, independientemente de la construcción social que haya detrás de esto, incluido el tipo o estilo de familia. Lo importante es que esas cualidades que hemos señalado estén presentes, al margen de quién o cómo las esté dando, de cuántas personas se trate y de la orientación sexual de estas. Es decir, el tipo de familia es indiferente, lo importante es el entorno que sea capaz de crear esa familia y las posibilidades que ofrezca a los niños de tener un correcto desarrollo, de crecer adecuadamente en ese útero social.
¿Qué condición necesita el ser humano para desarrollarse adecuadamente? Fundamentalmente necesita estabilidad, que no haya rupturas en su desarrollo y en su vida. No hay nada que rompa más el equilibrio de una persona que las rupturas en su proceso de desarrollo. En la época infantil suponen un serio obstáculo para el progreso y crean muchas dificultades para el funcionamiento psíquico del niño
"El buen trato nutre las neuronas y restablece las conexiones que estaban inactivas" |
Pero hoy las neurociencias nos dicen que la plasticidad del cerebro permite la reparación y que el buen trato nutre las neuronas y restablece las conexiones que estaban inactivas como consecuencia de las carencias sufridas en épocas anteriores. La intuición de que esto podía ser así son las que llevaron desde los inicios de la humanidad a promover la adopción como vehículo para favorecer la continuidad, estableciendo puentes que permitan al menor disminuir e incluso anular el efecto de las rupturas.Es decir el útero social que, en un momento, dejo de actuar y puso al niño en situación de abandono, se puede recuperar aunque necesitará actuaciones especiales para que su acción sea efectiva.
¿Qué necesidades ha de tener cubiertas un niño para desarrollarse adecuadamente? Y dando un paso más, ¿qué compensaciones especiales debe recibir un niño abandonado para superar el profundo daño que le han provocado las dolorosas circunstancias de su vida?
Si somos capaces de dar una respuesta a estas preguntas fundamentales, nos podremos cuestionar qué entornos son los más adecuados para atender esas especiales circunstancias que tiene un niño adoptable. ¿Cómo llega un niño a ser adoptado? ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos a un niño adoptable? ¿Qué hay detrás de una situación de abandono tan radical? Indudablemente estamos haciendo referencia a graves situaciones de carencia afectiva, a daños severos producidos por el abandono, a heridas difícilmente recuperables, a vulnerabilidad, a baja autoestima, a desarrollos inestables, a desconfianza, miedo, dolor, a necesidad de ser aceptado y amado, a veces de forma compulsiva, a largos recorridos en la vida con dependencia y necesidad de acompañamiento.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a entornos adoptantes? Pues, consecuentemente, estamos pensando en seguridad, afecto, dedicación, acompañamiento, educación, aprendizaje, firmeza, sensibilidad, fortaleza, estabilidad, cariño, atención, disponibilidad, aceptación incondicional, paciencia, tolerancia a la frustración, capacidad de sufrimiento, buenas relaciones, entorno compensatorio que permita reparar daños, respeto por la historia del niño, por sus circunstancias y por sus orígenes, preparación e información.
La capacidad para responder a las necesidades del menor tiene mucho que ver con motivaciones adecuadas, expectativas, tiempo de dedicación, flexibilidad, capacidad educativa, adaptabilidad del entorno a las circunstancias del menor, entender que la paternidad adoptiva añade muchos matices y funciones distintas a la paternidad biológica y sobre todo, el tiempo que ese menor va a necesitar acompañamiento. No es algo que se limite al momento en que se nos entrega un niño, sino que debe contemplar la perspectiva del futuro como un elemento fundamental.
Cuando hablamos de padres adoptivos estamos hablando de personas maduras y sensibles, con capacidad y deseo de ejercer una paternidad especial, capaces de estructurar entornos afectuosos, duraderos y firmes, de seguir durante años la trayectoria de un hijo, dándole en cada momento el apoyo que necesita. Esto no tiene ni nombre, ni ideología, ni sexo, ni religión. Es una simple cuestión de actitudes y aptitudes personales.
Desde estas reflexiones podemos plantearnos pues la pregunta tan sencilla y complicada a la vez ¿qué es ser padre/madre adoptivos? Habréis observado que cuando hablamos de padres adoptivos y de hijos adoptivos tenemos que empezar por dar demasiadas explicaciones y estas vienen no de la palabra padre, sino del adjetivo adoptivo ¿Hay alguna diferencia? ¿son iguales la paternidad biológica y la adoptiva? He oído muchas veces esa pregunta y existen hasta listas interminables de diferencias entre una y otra. Me atrevería a decir que las diferencias entre las dos paternidades son fundamentalmente teóricas
¿Qué es ser padre? Pues algo tan sencillo como estar al lado de nuestros hijos para atender a todas sus necesidades. Podríamos complicar más esta respuesta, pero vamos a dejarlo así. En definitiva, nos convertimos en el útero social en que nuestros hijos tienen que completar su maduración física y psíquica que, en muchos casos, se interrumpió bruscamente al abandonar el útero materno. Ya tenemos la peculiaridad fundamental de nuestra paternidad: recuperar la función perdida de atención y cuidado y curar la herida de la interrupción de la atención, sea a la edad que sea, sea de la forma que sea.
Y luego vienen los matices. Hay necesidades generales, alimentar, cuidar, proteger pero luego hay otras necesidades específicas de la peculiar manera de ser, de la situación, del temperamento y de las múltiples variables que se pueden dar en la vida, que hacen que ninguna paternidad sea igual. En definitiva, varían las necesidades y los padres hemos de adaptarnos como podamos para atender de modo específico las necesidades de cada uno de nuestros hijos. Complicado y sencillo a la vez.
Los padres que hemos adoptado somos padres que tenemos unos hijos con unas necesidades muy peculiares y además, nosotros mismos tenemos que tener en cuenta también las peculiaridades de nuestra paternidad, sin dejar de pensar que esa es la circunstancia en la que la vida nos ha puesto para ser padres sin adjetivos.
En primer lugar somos padres de unos hijos que no hemos engendrado, ni parido nosotros. Somos, pues, padres de los hijos biológicos de otros. Eso es peculiar. Por usar otro adjetivo diremos que somos padres sociales de nuestros hijos, considerando que la paternidad social es precisamente el constitutivo fundamental de la paternidad sin adjetivos. Esto simplemente nos coloca ya ante un montón de especiales necesidades de nuestros hijos que necesariamente se van a derivar del hecho de tener en vida separadas dos dimensiones de la paternidad: la biológica y la social.
Nuestros hijos, por tanto, vienen con una experiencia previa a su convivencia con nosotros. Tienen una vida anterior que transportan con ellos y que necesariamente, ha de producir consecuencias en su integración en nuestra vida. Traen, como se dice, una mochila que, generalmente desconocemos y que a ellos les condiciona en su pensar, en su sentir y en su comportamiento.
Su experiencia anterior es casi siempre dolorosa. Ellos provienen del abandono, del desamparo, del maltrato y arrastran con ellos el dolor de unas experiencias muchas veces terribles. Provienen de entornos sociales generalmente marginales y de culturas muy distintas a la nuestra.
Y hay otra cosa que me parece importante señalar. Cuando hablamos de paternidad no estamos hablando solo de niños, sino de otras muchas cosas. Yo recuerdo que cuando comencé mi carrera profesional, cuando preguntaba a los aspirantes a la adopción por qué querían adoptar, una respuesta muy habitual era “porque nos gustan mucho los niños” y ya me preocupaba a mí que ese pudiera ser el único motivo que tenían para adoptar, porque estos niños de la adopción, como todos los demás, son niños, como quien dice, los diez primeros minutos de la vida, porque enseguida entran en la pubertad, son adolescentes y se hacen adultos. Nuestra paternidad sigue estando vigente durante todo ese tiempo porque el acompañamiento que los padres que hemos adoptado tenemos que hacer de nuestros hijos es de por vida. No se acaba nunca… Y además tenemos que inventarnos nuestra manera de ser padres porque nadie nos puede enseñar cómo debemos ser padres de unos seres tan especiales.
¿Por qué queremos adoptar? |
La paternidad adoptiva nos pone frente a un tipo de paternidad para la que no hemos tenido ningún aprendizaje y al carecer de modelo, nos lo tenemos que inventar. Las necesidades y exigencias de nuestros hijos distan mucho de las que puede tener cualquier niño no adoptado y eso les crea muchas dificultades al enfrentarse a las expectativas, generalmente muy estructuradas de los adoptantes. Aprendemos a ser padres siendo hijos y tomando modelo de nuestros propios padres y familiares, pero a los adoptantes ese aprendizaje no nos sirve para entender el comportamiento de nuestros hijos. Por eso la adopción supone un aprendizaje nuevo y continuado. Ellos han tenido un proceso educativo, han interiorizado valores, sistemas éticos y principios que tienen, a veces, muy arraigados y que, en muchos casos, se contraponen a nuestros valores y certezas.
Todo esto me ha llevado a pensar mucho a lo largo de los años sobre cuáles deberían ser los elementos fundamentales y distintos que configuren el entorno familiar adecuado para ser verdaderamente el útero social que necesitan nuestros hijos para crecer y madurar. Todo lo que os digo ahora es fruto de una reflexión personal como padre adoptivo y fruto de nuestro trabajo durante los años que duró el proceso de crecimiento de nuestro hijo.
¿Qué elementos deben configurar los entornos que atiendan a estos muchachos?
Primero y ante todo situarnos ante una filosofía positiva que reconozca y admita la capacidad innata que tiene el ser humano para hacer frente a la adversidad y recuperarse de la misma, la capacidad de reparar los daños por sí mismo y seguir adelante, la capacidad para superar sus problemas más profundos y para luchar con éxito por sí mismo, por su salud mental y física y por su integración social. Solamente desde esta manera de pensar podemos establecer acciones que nos ofrezcan posibilidades. Nos convertimos así en los tutores de resiliencia de nuestros hijos y por tanto en protagonistas activos de su cambio y recuperación. Estamos hablando de algo que hoy ya tiene vías formales tanto teóricas y actitudinales como terapéuticas, que van desde la Logoterapia de Viktor Frankl, psiquiatra austríaco, hasta las más modernas teorías de la resiliencia representadas por Boris Ciryulnik y Jorge Barudy.
Deben ser entornos que ayuden a establecer vinculaciones. El vínculo personal es el elemento que configura la madurez y una de las carencias más importantes que suelen presentar nuestros hijos por sus historias personales. Las relaciones de apego de los primeros años tienen una crucial importancia tanto por sí mismas por constituir la base y el modelo para relaciones emocionales posteriores. El establecimiento de apegos seguros es la base de un correcto desarrollo y hay que trabajar en su construcción o su recuperación.
Un elemento fundamental para la madurez personal y afectiva es la autoestima. Baste con señalar que la autoestima es uno de los más potentes predictores de la salud mental de una persona, de modo que una autoestima positiva se relaciona con buena estabilidad emocional, estado de ánimo positivo, sentimientos de competencia personal ante los retos y exigencias que la vida plantea, etc. mientras que, la autoestima negativa predispone a la depresión, a los sentimientos personales negativos, a una menor motivación ante situaciones que exigen esfuerzo, etc. La autoestima es susceptible de aprendizaje y mejora cuando se reciben refuerzos positivos en los primeros años, por lo que es necesario establecer programas de promoción de la misma, que ayuden a conocerse, a valorarse y a elaborar una visión de sí mismo realista y positiva. Se trata de conseguir que cada persona sea consciente de su dignidad, su valor y capacidad, se sienta digna de amar y ser amada y se involucre confiadamente en las relaciones sociales para conseguirlo.
Consecuencia de la autoestima y una correcta elaboración de vínculo es la empatía, fundamental para el desarrollo de relaciones correctas interpersonales, que convierte a las personas en receptores privilegiados de los sentimientos y estados de los demás. Constituye la base de la confianza, de la solidaridad, la ayuda y el intercambio personal. Es susceptible de aprendizaje y debe constar como elemento fundamental en la formación afectiva y emocional de nuestros hijos. Proporciona alegría de vivir, serenidad y permite establecer redes sociales seguras y relaciones gratificantes.
Para ello es necesario asimismo fomentar la expresión y aceptación de emociones y sentimientos propios. La libre expresión de sentimientos es un elemento de satisfacción que proporciona libertad, sinceridad y basa las relaciones interpersonales en decisiones propias y auténticas lo que proporciona al individuo una agradable sensación de iniciativa y creatividad. Este elemento es también susceptible de aprendizaje y por tanto elemento indispensable en las relaciones familiares como base de la educación afectiva de los hijos.
Deben ser entornos reparadores de los graves daños causados por el abandono y la deprivación afectiva. Estamos, en muchos casos ante menores muy dañados a los que nadie ha ayudado a confrontar su dolor y su miedo. El daño interno que llevan consigo se traduce en características y comportamientos que muchas veces son abordados desde perspectivas exclusivamente educativas sin acabar de comprender su carácter de síntoma de problemas emocionales profundos y arraigados y por tanto susceptibles de intervenciones terapéuticas especializadas.
Otra tarea importante de estos entornos ha de ser acompañar en la elaboración de los necesarios duelos que, en muchos casos, tienen pendientes estos niños y que han de superar para poder seguir adelante. Me refiero a los duelos de separación de su familia, que con frecuencia están presentes de forma inconsciente y no les permite avanzar en otras tareas, los duelos de la separación de su vida infantil y el miedo que les provoca tener que enfrentarse a una nueva realidad, desconocida y por tanto amenazante, por las cuentas pendientes y sin resolver que tienen en sus vidas.
Hay que crear entornos que ayuden a elaborar y completar la propia historia. Los niños vienen a nuestras casas con su pasado, su historia y su “mochila” Cerrar los relatos de vida de estos hijos que tienen serias carencias/faltas a la hora de comprender su propia trayectoria vital y grandes vacíos para la comprensión de sus propios comportamientos, reacciones, miedos y actitudes. Muchos de ellos no son capaces de hacer un relato mínimamente coherente de sus vidas, tienen lagunas enormes y necesitan imperiosamente informaciones que les permitan cerrar el círculo. Ello no es fácil porque en la mayoría de los casos, esas lagunas y vacíos están unidas a situaciones emocionales muy negativas que van a exigir un esfuerzo especial por parte de los padres que hemos de ayudarles en sus búsquedas, temores y silencios.
Aquí radica fundamentalmente la tarea educativa añadida que tenemos los padres que hemos adoptado. Somos padres como todos los demás a los que las necesidades de nuestros hijos obligan a conformar el entorno familiar de una manera inclusiva, con unos matices especiales que favorecerán su correcto desarrollo.
Es fundamental que seamos muy conscientes de cuáles son las necesidades que tienen nuestros hijos y ellos nos las van a comunicar todos los días si sabemos escucharles. Está claro que su lenguaje comunicativo no es el habitual. Ellos no saben expresarse como hacemos nosotros habitualmente a través de la palabra y por tanto lo harán por medio de su conducta. Sus comportamientos especiales, a veces extemporáneos e incluso agresivos, son el método por el que nos están expresando lo que sienten, lo que desean y lo que esperan de nosotros y lejos de irritarnos cuando se producen, hemos de considerarlos una oportunidad para entenderlos mejor.
Pero de la misma manera que ellos nos manifiestan sus sentimientos y deseos a través de la conducta, también están atentos a lo que nosotros les decimos no con las palabras, sino con nuestras acciones. En este sentido nuestras actitudes de cada día en la relación con ellos son las que les están haciendo entender nuestra comprensión, nuestros sentimientos y nuestra aceptación.
A modo de ayuda práctica y sin ánimo de exhaustividad, voy a señalar un listado de 10 principios que me parecen básicos para transmitir a nuestros hijos con nuestra actitud cotidiana, creando con ellos el entorno que les ayude a desarrollarse individual, familiar y socialmente.
En primer lugar la incondicionalidad de nuestra paternidad. La paternidad es un hecho irreversible que nunca tiene marcha atrás. El mensaje que deben recibir, claro y nítido un hijo adoptivo desde el primer día es este: Estaremos contigo y te querremos pase lo que pase, hagas lo que hagas y seas como seas. No te vamos a abandonar nunca. Estaremos a tu lado aunque no nos guste lo que haces, aunque no entendamos nada de lo que pasa y aunque no respondas a las expectativas que tenemos sobre ti. Este mensaje hay que grabarlo a fuego desde la actitud y desde la palabra.
A veces la paternidad adoptiva flaquea cuando los hijos no responden a nuestras expectativas y nos invade el pánico y la duda. Ellos necesitan constatar que los queremos y aceptamos tal y como son y no que solo los querremos cuando sean como nosotros. Esto me parece de suma importancia.
En segundo lugar encauzar su vida con los límites necesarios. Nuestros hijos son a veces como un torrente desbordado que arrasan todo lo que se les pone por delante. Necesitan unos límites claros y firmes pero asequibles y asumibles por ellos, que irán siendo más y más fuertes en la medida en que vayan desarrollando su capacidad de asumir normas, algo que, al principio de la convivencia, puede costarles mucho aceptar.
Procuraremos siempre dar ejemplo de coherencia con nuestras vidas y nuestras acciones. No entrar en contradicciones graves es fundamental y eso es un ejemplo para ellos. No olvidemos que nos observan permanentemente y están muy pendientes de nosotros. Mientras exploran otras posibilidades de vida, seguimos siendo su modelo.
No perder nunca el respeto a nuestros hijos, a pesar de todos los pesares. Nuestros hijos son seres humanos con su dignidad y sus derechos. Sus incoherencias son fruto de su vida anterior de la que ellos nunca han sido responsables.
No nos vamos a dejar llevar por la compasión ni vamos a admitir que nadie los compadezca. Aquello de “pobrecito, con lo que ha sufrido en su vida…” “déjalo pasar porque…..ahora que tiene unos padres…” etc. etc. No. Vamos a ser muy firmes y vamos a hacer aquello que nosotros creemos es lo que ellos necesitan para progresar
No te vamos a engañar nunca. En nosotros siempre encontraran respuestas verdaderas y cuando no tengamos respuesta les diremos sencillamente “eso no lo sabemos”.
Y cuando no se nos ocurra nada, no haremos nada. Adoptaremos siempre la misma respuesta: Estar allí presentes, sin más. Ya se nos ocurrirá algo... pero si esto no sucede, no pasa nada. La presencia permanente es también muy importante porque nuestros hijos necesitan tener referencias cercanas al alcance de su vista. Hemos de creer que el simple estar allí en sus vidas es un elemento terapéutico de primera magnitud, por eso no es necesario estar maquinando siempre actividades, estrategias, acciones y movimientos. Esta hiperactividad educativa los desconcierta a ellos y a nosotros y muchas veces lo que todos necesitamos es silencio, proximidad, presencia, complicidad…
Nos acomodaremos todo lo que sea posible a su ritmo, porque hemos descubierto que es una barbaridad pedirles que sean ellos los que se acomoden al nuestro desde el principio.Esto, aunque parezca mentira, es lo más difícil por las implicaciones de toda índole que tiene. Ya no hace relación solamente a lo que sucede dentro de casa, sino que tiene repercusiones sociales importantes que pueden complicar mucho la situación. Pensemos, por ejemplo, en el modo de aplicar este principio a las relaciones con el ámbito escolar.
No dar ultimatums. Eso es un gravísimo error. El ultimátum cierra puertas y nos pone en una difícil situación si no se cumpla la alternativa. Nuestros hijos tienen a veces comportamientos erráticos e incoherentes que no caben en una alternativa “o haces esto, o pasará esto otro”. Hay que dejar siempre puertas abiertas con flexibilidad, para que puedan reflexionar y tomar decisiones acertadas.
Confianza y persistencia. Lo que viven junto a nosotros no pasa en balde. Deja unos posos, tenemos que esperar que aflore, que siempre lo hace. Cuando comienzan a construir sus vidas independientes, el modelo que tienen es el que han vivido junto a nosotros y entonces ellos mismos se sorprenden al constatar que edifican sobre los valores y principios que adquirieron en la convivencia con sus padres. Hay esperanza y no debemos perderla nunca.
La pregunta que debemos hacernos cada día es ¿cuál es el objetivo? ¿que se porten bien con nosotros para que estemos tranquilos? ¿que nos dejen vivir en paz? ¿que se acomoden cuanto antes a nuestras expectativas? O más bien que aprendan a vivir, que construyan bien su vínculo afectivo, que adquieran hábitos que luego les sirvan para recomponer sus actitudes personales y sociales y construir adecuadamente sus vidas.
No os quepa la menor duda que el esfuerzo que hacen nuestros hijos por salir adelante es ingente y que solo con nuestro apoyo y ayuda lo van a conseguir.
Muchísimas gracias por esta reflexión y sobre todo gracias por compartirla. En estos momentos es una situación muy dificil la que estoy viviendo con mi hijo, pero me has dado la serenidad y confianza que necesitaba para seguir. Gracias
ResponderEliminarCuando nosotros estábamos pasando una etapa muy difícil con nuestro hijo, José Ángel nos alivió y nos dio esperanzas. Nunca olvidaré una conversación que tuve con él por teléfono y que de tanto nos ha servido. Ahora nuestro hijo tiene 18 años y las cosas van mucho mejor, ha abandonado las conductas de riesgo, se cuida la salud y aunque tiene dificultades para aprender, es consciente que ha de luchar para tener un buen futuro, también se muestra dialogante, sereno, responsable y mucho más cariñoso. Habla de su pasado sin dolor y entiende el porqué fue adoptado. Ayer mismo me decía que sus padres biológicos eran buenas personas, pero que no estaban preparadas para cuidar a un hijo. Aprovecho esta oportunidad para agradecer a José Luis, a José Ángel, a Javier...toda la ayuda que nos han prestado con sus libros o su reflexiones en este blog. Muchas gracias de todo corazón.
EliminarHola buenos días. Le daremos las gracias a José Ángel Giménez. Me alegro mucho de que su artículo te haya dado esos recursos que necesitas. Un abrazo, y gracias por tu comentario. JL
ResponderEliminarMe ha parecido interesantísimo... dice verdades como puños... mi experiencia con dos hijas acogidas y luego adoptadas ha sido así.José ángel habla por experiencia y eso se nota. Me parece fundame tal cuando hace referencia a dos cosas: la estabilidad y la seguridad. A mi modo de ver son la base sobretodo porque, efectivamente, hay veces que uno ya no sabe cómo actuar en algunas situaciines complicadas. A nosotros nos ha servido mucho el que sepan que nosotros estamos ahí y que, aunque hagan locuras, siempre dejaremos una puerta abierta. Gracias a todos los q nos echáis una mano en la tarea de ayudar a nuestros hijos.
ResponderEliminarBuenas noches, Gabriela: muchas gracias por tu comentario, me ha encantado cuando dices que los chicos y las chicas "sepan que estamos ahí". El mensaje de la incondicionalidad es muy importante para los jóvenes adoptados, y creo que José Angel y el relato de su experiencia son un ejemplo de ello. Un saludo afectuoso, José Luis
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