Adrián Cordellat me entrevistó para la revista Padres y colegios de la que es redactor. Parte de lo que le transmití ha quedado recogido en la entrevista. Pero queda otra parte -que no se reflejó en la misma- y que no quiero que se quede en el cajón. Así pues, os la ofrezco esperando que os sea útil.
¿Cómo definirías el
concepto de resiliencia?
Es un fenómeno que
siempre ha existido pero que recientemente le hemos puesto nombre. La
resiliencia es la capacidad de todo ser humano no sólo de reponerse de las
adversidades de la vida y de los traumas, sino incluso de crecer a partir de
los mismos y salir transformado y fortalecido. Dentro de la resiliencia hay dos
visiones: una que proviene de Estados Unidos que pone el acento en el
afrontamiento positivo tras la aceptación de la adversidad o la crisis vital; y
otra, más afianzada en Europa, que postula que la resiliencia no sólo sería eso,
sino que supondría el desarrollo de cualidades insospechadas, un crecimiento
postraumático. Boris Cyrulnik, principal representante, afirma que es “un lugar, un acontecimiento, una obra de
arte que provoca un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma” Su
obra clave titulada “Los patitos feos: una infancia infeliz no determina una vida” pone el énfasis en esta idea de la reconstrucción: el patito feo del
cuento se transforma en un bello cisne.
Jorge Barudy es experto en el tema de la resiliencia y un ejemplo personal de que esta es posible. |
Hablamos de una
cualidad cada vez más mencionada y a la que se le da más valor e importancia.
¿Por qué es importante la resiliencia?
Como dice Jorge
Barudy, amigo y colega, uno de los autores y referente en el ámbito de estudio de la resiliencia, y una persona que ha demostrado que esta es posible (él es superviviente de la
tortura por parte del régimen de Pinochet, haciendo un proceso de
reconstrucción admirable y convirtiéndose en un psiquiatra que trabaja y se
compromete con la infancia maltratada), se ha puesto tan de moda que el
concepto puede ser desvirtuado. Puede usarse como receta para la felicidad y
nada más lejos de eso. La resiliencia es importante porque pone el acento en el
estudio de los aspectos que mantienen a las personas sanas o adaptadas
psicológicamente frente a las adversidades de la vida y no en lo que nos hace
enfermar. Hasta hace no mucho, la psicología y la psiquiatría han estado más
ocupadas en el estudio científico de lo que nos hace desarrollar patología. La
resiliencia es un cambio de mirada sobre la persona y cree en las posibilidades
y los recursos internos de esta para sanar de las heridas emocionales. Pero
siempre y cuando a las personas les proveamos de otras personas y entornos
solidarios que potencien dichas cualidades, pues la resiliencia es una
construcción social. Es peligroso pensar que como las personas tienen
cualidades resilientes “per se”, apoyemos los recortes en servicios sociales y
sanidad, por ejemplo. Sin un "otro" con quien vincules, al lado, y un entono favorecedor y proveedor
de recursos, la emergencia de la resiliencia es más complicada.
¿Una persona nace
con resiliencia o se hace? Quiero decir, ¿la resiliencia es algo a lo que
tenemos predisposición genética o algo en lo que hay que trabajar?
Hoy en día una
ciencia emerge con fuerza: la epigenética. Significa literalmente “sobre la
genética” Rafael Benito, psiquiatra y psicoterapeuta, amigo y colega, nos enseña que, aunque heredamos unas predisposiciones genéticas y
un temperamento, los genes sin variar la estructura del ADN, pueden ser
influenciados por el ambiente (desde el minuto cero de nacimiento) de tal modo
que unos se expresen y otros se silencien. Hay personas que pueden nacer con
una predisposición a tener problemas mentales o emocionales, pero si se
encuentran con un entorno afectivo y contenedor, no desarrollarán dichos
problemas.
La resiliencia es, desde luego, algo a trabajar, necesita del apoyo de personas y experiencias significativas para que hagamos un proceso en el que desarrollemos cualidades que nos permitan afrontar constructivamente los problemas y golpes de la vida, y que podamos aprender y crecer desde los mismos, crecer desde la adversidad. Como dice Boris Cyrulnik, “estás sufriendo, permanece atento que algo bello va a suceder” Se refiere entre otros aspectos, a esa capacidad de crecimiento postraumático.
Rafael Benito Moraga, psiquiatra experto en neurobiología del maltrato infantil y un gran estudioso y apasionado del tema. |
La resiliencia es, desde luego, algo a trabajar, necesita del apoyo de personas y experiencias significativas para que hagamos un proceso en el que desarrollemos cualidades que nos permitan afrontar constructivamente los problemas y golpes de la vida, y que podamos aprender y crecer desde los mismos, crecer desde la adversidad. Como dice Boris Cyrulnik, “estás sufriendo, permanece atento que algo bello va a suceder” Se refiere entre otros aspectos, a esa capacidad de crecimiento postraumático.
Tengo entendido que
hay dos tipos de resiliencias: primaria y secundaria. ¿En qué se diferencian?
Jorge Barudy es
quien diferencia entre resiliencia primaria y secundaria. La resiliencia
primaria es la experiencia de contar desde el principio de la vida con unos padres
o cuidadores competentes que nos dan seguridad, los cuales, a través de la
empatía y el afecto, con sensibilidad y también con contención y límites, son
quienes nos otorgan el fundamento para estar y ser en el mundo. Gracias a esa
experiencia de vínculo de apego seguro hacia los padres o cuidadores primarios
nuestro cerebro-mente se organiza, siendo la primera escuela de aprendizaje
emocional y social. Tomando como metáfora un edificio, la resiliencia primaria
serían los cimientos.
La resiliencia
secundaria sería la que podemos desarrollar aunque no hayamos contado con una
experiencia de apego suficientemente segura, o cuando hayamos sufrido
experiencias duras como el abandono, la negligencia, el maltrato, las pérdidas
de seres queridos u otro tipo de traumas como guerras, pobreza, privaciones,
exilio, enfermedades… sobre todo a edades tempranas, porque gracias a personas
(o experiencias significativas) y entornos de apoyo y sostén, podemos extraer
de las mismas los recursos necesarios para rehacernos. Son los denominados
tutores de resiliencia, personas que bien de una manera explícita o implícita
están a nuestro lado, cambian la mirada sobre nosotros, nos aceptan
incondicionalmente (a la persona, al ser humano), creen en nuestras
posibilidades, nos dan oportunidades y nos proveen de diferentes recursos para
poder encontrar un punto de apoyo y desde ahí transformarnos, sanar de las
heridas emocionales o psíquicas y proyectarnos a futuro como seres humanos
válidos y dignos para nosotros y los demás. La metáfora de la palanca de
Arquímedes, como dicen los autores, psicólogos Gema Puig y José Luis Rubio en
el libro “Tutores de resiliencia”, lo
explicaría muy bien: “Dadme un punto de
apoyo y moveré MI mundo” Esto es lo que los niños (y también los adultos en
momentos críticos) necesitan para hacerse resilientes.
¿Cómo podemos
ayudar/enseñar a los niños a ser resilientes?
Todo niño necesita
al menos una persona a su lado que crea en él durante todo el tiempo que dure
su crecimiento y maduración y satisfaga sus necesidades (físicas, afectivas,
éticas y normativas) Un adulto principalmente coherente pero flexible, estable
emocionalmente, afectivo pero firme en los momentos en los que hay que mantener
la consistencia ante transgresiones y que estimule el desarrollo del niño a
través del juego. No alguien perfecto -que no existe-, sino alguien consciente
de su trascendente labor de padre, madre o adulto cuidador y dispuesto a
reflexionar sobre su tarea de crianza o educativa. El resto de personas que
conforman la red social de un niño (su familia extensa, su profesor, educadores
deportivos, artísticos, amigos…) son también importantes referentes. Porque los
niños, sobre todo, aprenden de lo que ven en nosotros, de nuestro modelo de
actuación (de si somos coherentes entre lo que decimos y hacemos), de cómo
reflexionamos y afrontamos las dificultades y adversidades de la vida. Aprenden
de lo que ven y de lo que les inculcamos y enseñamos, porque lo interiorizan. Y
¡ojo! que resiliente no implica no sentir dolor ni ser invulnerable o
todopoderoso. El dolor forma parte de la experiencia de la vida. Resiliente quiere
decir que, a pesar de todo -con apoyo, pero sin suplantar a la persona-, te
rehaces y continuas el camino de la vida transformándote gracias a las cualidades
internas que emergen.
Un niño construye resiliencia si tiene a lo largo de su desarrollo un adulto competente que crea en sus posibilidades. |
¿Cómo podemos
hacerlo si nosotros, como padres, no somos resilientes? ¿Dificulta esto la
tarea?
Sí que la
dificulta. Porque un niño necesita a ese adulto competente. Si los padres no
son resilientes, dejarse ayudar para ser conscientes de ello y hacer un trabajo
personal para serlo, sería un buen indicador. Los niños pueden desarrollar, en
caso contrario, un proceso resiliente gracias a otras personas: familias de
acogida o educadores en casos graves de desprotección. También un maestro o
escuela pueden ser favorecedores de resiliencia. Si hay un potente cambio de mirada en el
profesor hacia el niño, puede hacer emerger lo mejor de este. Hay niños que
tienen en los maestros a referentes muy importantes, vitales, y como dice Boris
Cyrulnik, ellos no saben cuán trascendentes fueron para el niño.
¿Qué beneficios
tendrá para ellos a medio y largo plazo esta resiliencia?
Uno de los estudios
pioneros en resiliencia (Werner, 1992) estudió, en una isla de Hawái azotada por la adversidad
y los traumas como ninguna, a las personas desde su niñez hasta la vida adulta,
lo que se denomina un estudio longitudinal. Se esperaba en la adultez obtener
un índice alto de patología, pero los investigadores se llevaron una sorpresa:
un 30% de personas se encontraban psicológicamente bien y llevaban una vida
adaptada a pesar de haber padecido traumas severos en su infancia. ¿Qué marcaba
la diferencia? Los que no enfermaron mentalmente tuvieron la oportunidad de
tener a su lado un adulto que los aceptó incondicionalmente con independencia
de su raza, religión, etnia… Esto nos indica la enorme importancia para la
salud mental que tiene ser respetuoso siempre con la persona del niño. Así
pues, lo que está en juego a medio y largo plazo es nada más y nada menos que
la salud mental y el bienestar físico. Un pilar importantísimo lo es el fomento
de la la resiliencia acompañando al niño en su desarrollo. Lo malo es que
nuestra sociedad fuerza a los niños a una autonomía cada vez más prematura y al
“háztelo tú mismo”. Los niños para desarrollarse bien necesitan adultos
competentes emocionalmente a su lado, primero a los padres o cuidadores, y
después, a otras personas significativas de su entorno. La sociedad no lo pone
fácil porque cada vez los adultos pasan más tiempo fuera, en el trabajo, o llegan
agotados tras una dura jornada y no tienen energía para criar al niño.
¿Qué cualidades
suelen tener, generalizando, los niños resilientes?
Personalmente no
soy partidario de hablar de resiliencia como algo logrado sino como un proceso
que empieza desde que nacemos, sentando, gracias a los buenos tratos, las bases
de un desarrollo sano físico y mental, hasta que morimos. Constantemente
estamos en ese camino de cultivar la resiliencia. Los niños que van
construyendo resiliencia van presentando cualidades en la primera infancia de
confianza y seguridad en el mundo adulto. Hacia los cuatro años, van siendo
capaces de regular sus emociones y pueden comprender que el otro tiene una
mente. Hacia la edad de comienzo de la primaria, están en situación de socializar
adecuadamente colaborando con los iguales. En la segunda infancia, son más
estables emocionalmente, toleran mejor las frustraciones, perseveran ante las
dificultades, se muestran más optimistas y esperanzados ante los reveses de la
vida y creen más en sí mismos. Muestran más capacidad para compartir y
participar en actividades con gozo y disfrute. ¡Siempre con un adulto a su
lado!, porque los cerebros de los niños son inmaduros y están en desarrollo, y
precisan, como dice Jorge Barudy, “tomar prestado” el de los adultos. No nos
olvidemos que los niños, con ayuda, pueden ir consiguiendo estas cualidades si
no antes, posteriormente.
Capacidad de
adaptación, positivismo, gestión emocional… ¿la resiliencia ayuda a desarrollar
muchas de las características cada vez más cotizadas y que los padres más
deseamos en nuestros hijos?
Sí, pero no nos olvidemos que no hay recetas. Y que los niños no son de ninguna manera por ellos mismos, que los rasgos que desarrollan son de naturaleza interpersonal en función de la calidad de las relaciones que hayan tenido, y que la resiliencia se va consiguiendo a lo largo del desarrollo vital siempre y cuando los padres y adultos que formen la red psicosocial del niño se impliquen y trabajen por y para ello. Sin tiempo y sin dedicación al niño, sin presencia y permanencia adulta, es muy complicado hacerse resiliente. Que nadie piense que la resiliencia te cae del cielo o naces con ella.
Cuando se habla de
resiliencia infantil, muchas veces nos referimos a la capacidad de los niños de
sobreponerse a situaciones traumáticas, como malos tratos, durante sus primeros
años de vida, y desarrollar elementos positivos a partir de esas experiencias.
Pero la resiliencia, ¿se puede trabajar también a partir de situaciones menos
traumáticas?
Por supuesto, el
proceso de construirse como una persona resiliente no sólo es a partir de
traumas complejos como lo son el abandono y el maltrato. De las adversidades,
crisis vitales, retos y desafíos de la vida, de su aprendizaje y superación,
también se desarrolla la resiliencia. Si un niño, por ejemplo, tiene que
repetir curso, de cómo los adultos que estén a su lado le ayuden a entenderlo,
aceptarlo y afrontarlo dependerá que desarrolle una sana autoestima. Si procesa
constructivamente la experiencia, eso le fortalecerá. Boris Cyrulnik afirma que
no podemos ser felices tanto si vivimos sin tener que afrontar ninguna
adversidad como si sólo recibimos golpe tras golpe, trauma tras trauma. Un ser
humano feliz y pleno es el que ha sido capaz de integrar el placer y el dolor
como parte de la vida, y aprender de ambos. Tenemos que enseñar a los niños
(desde la familia y la escuela) que todas las experiencias que nos toque vivir
nos van a aportar -nos harán sentir emociones intensas como la rabia, la frustración,
el miedo y, a veces, dolor emocional-, vamos a forjarnos como seres humanos
aprendiendo de ellas, atravesándolas y saliendo fortalecidos. Pero es
imprescindible que los niños no estén solos en esto, tiene que haber, insisto,
un adulto competente –al menos uno- a su lado el tiempo que necesiten antes de
que puedan ser autónomos. Y después, cuando ya somos adultos, yo apostaría,
como dice la psicóloga Maryorie Dantagnan, profesora, amiga y colega, por una independencia, pero con
otros.
REFERENCIAS
REFERENCIAS
Werner, E. (1992). Protective factors and individual resilience. In S. Meisels &J. Shonkoff (eds.) Handbook of early childhood intervention, (pp. 115-133). New York: Cambridge University Press.
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