Estoy nuevamente sentado delante de mi ordenador, encantado de volver a escribir para vosotros/as, amigos/as, colegas y seguidores/as del blog Buenos tratos. En este momento no hay nada que me satisfaga más que compartir este post con todos/as vosotros/as y ser consciente de que puede seros de utilidad en vuestro crecimiento personal y en la tarea de criar a vuestros/as niños/as, hijos/as, sobre todo a los/as que asumís parentalidades adoptivas y de acogida, y los menores que tenéis a vuestro cargo presentan historias de vida en las que el maltrato ha estado presente. También me gustaría que leyeran este post los maestros/as y profesores, porque creo que les puede ayudar a entender los handicaps que presenta la infancia víctima de malos tratos.
Antes de seguir leyendo, tenéis que ver este breve vídeo y su metáfora.
Si hubiera estado en el
lugar y momento en el que se grabó este vídeo, le habría pedido a este hombre que les gritara a los
participantes: "Quiero que den dos pasos adelante los que no han sufrido maltrato, abandono o abuso sexual en la
infancia” Quizá deberían dar más de dos pasos...
Este vídeo no puede ser más revelador. Realmente, la metáfora se aplica a nuestros niños y niñas, adoptados, acogidos o biológicos, que han sufrido maltrato. Una vez que son protegidos deben de incorporarse a la carrera de la vida en la que -no lo olvidemos- desde la más tierna infancia hay que competir.
Este vídeo no puede ser más revelador. Realmente, la metáfora se aplica a nuestros niños y niñas, adoptados, acogidos o biológicos, que han sufrido maltrato. Una vez que son protegidos deben de incorporarse a la carrera de la vida en la que -no lo olvidemos- desde la más tierna infancia hay que competir.
¿Por qué el
maltrato restaría tantas posiciones en esta metafórica carrera? Cada vez se
recogen más evidencias de que el cerebro de las personas víctimas de malos
tratos no funciona del mismo modo que el de las que no lo sufren. Un
investigador, Martin Teicher, que estuvo en la Conferencia Europea de EMDR en
Barcelona, el pasado mes de julio de 2017, en una entrevista realizada por la
Asociación EMDR España, afirmaba que “hace muchos años tuve un elevado número de
pacientes que mantenían las mismas características clínicas, algún grado de
trastorno bipolar, trastorno borderline de la personalidad, síntomas de
epilepsia, alteraciones en el hipocampo un órgano situado en el cerebro
responsable sobre todo de la memoria] Y reuní aquello que tenían en común y que
constituía una historia de maltrato. Fue entonces cuando me di cuenta de que el
maltrato en la infancia podría estar afectando al cerebro y ser la causa de
complicaciones psiquiátricas. Esto fue en el año 1984”
Sue Gerhardt |
Teicher mantenía en dicha entrevista que “la sociedad es lo que siembra en la
forma de criar a sus hijos”, una frase que debería de conmovernos profundamente
y movilizar a todos los responsables políticos a invertir mucho más tiempo,
esfuerzo y economía en mejorar la crianza de los niños y niñas, desde el
nacimiento. Otra gran investigadora, Sue Gerhardt, en su extraordinario libro
“El amor maternal”, el cual os recomiendo que leáis, no deja dudas acerca de la
enorme importancia que la edad bebé tiene para un sano desarrollo adulto. Para
ello, la autora sostiene que es clave asegurar la continuidad de la figura de
apego -una persona competente emocionalmente, claro- que sepa cómo regular al bebé, pues
gracias a esa experiencia el infante aprende a regularse a sí mismo en el futuro. Gran
parte de las patologías adultas se asocian a un déficit en la capacidad
regulatoria que hunde su origen en alteraciones en la vinculación de diferente
índole. Esto es lo que también propone en su último libro el psicólogo y psicoterapeuta Manuel Hernández: Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen.
Una crianza basada en el buen trato contribuye a un desarrollo cerebral organizado, coherente,
flexible y con capacidad de modulación. El cuidador tiene la potestad
inclusive, si es consciente y competente, de modificar las tendencias tempranas
genéticas o temperamentales negativas del bebé. El estado psicológico de la madre
(o cuidador principal) durante el primer año es primordial, por lo que atender por sistema tempranamente e intervenir en los casos de riesgo que se detecten es una labor
prioritaria. Los bebés no necesitan socializar, ni clases o sesiones de idiomas
o música, sino un cuidador capacitado que permanezca a su lado, comprenda sus
estados internos y sea capaz de sincronizarse afectivamente con él. Si el bebé
tiene que estar tiempo con otras personas que no sean el padre o la madre o cuidador principal, es muy
importante cerciorarse sobre la competencia de esta persona sustituta. Sue Gerhardt y Manuel Hernández, en sus respectivos libros, nos abren los ojos y nos hacen conscientes precisamente de la trascendencia que tiene la crianza del bebé. Este es totalmente dependiente de la experiencia de cuidados sensibles y empáticos para poder desarrollar un cerebro y personalidad sanos.
Portada del libro "Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen" |
A este respecto, Teicher dice: “El
maltrato infantil es muy poderoso y es el factor más importante de prevención y
riesgo de la enfermedad mental. Si se reduce el maltrato infantil, estaremos
ayudando a millones de individuos y estaremos ahorrando mucho dinero. Esta es
una idea transformadora porque podemos reducir la enfermedad física y la
enfermedad mental y, aunque sería duro porque podríamos tardar 25 ó 30 años en
ver los beneficios de reducir el maltrato, habría resultados. Pero en muchas
ocasiones, las familias no son conscientes de que su comportamiento con el niño
pueda tener tanta influencia”
En efecto.
Maltratar, como afirma mi amigo y colega Rafael Benito, no sólo es lo que tiene que ver con "el hacer" (pegar, humillar, vejar,
insultar, despreciar…) sino con el "no hacer" (dejar al bebé sólo, no interactuar
con él, no responder a sus intentos de comunicación, atender sólo sus
necesidades físicas, anteponer las necesidades del adulto a las del bebé; y no
digamos ya actuar de modo claramente negligente o, por ejemplo, abandonarlo en la cuna durante
horas y horas…) Esto último no está aún socialmente tan claro que constituya un tipo de maltrato. Muchos padres y familias no son conscientes de que esto puede afectar psiconeurológicamente al bebé.
La moderna ciencia de la epigenética nos entrega, basándose en la investigación reciente, un hecho que resulta asombroso pero que ya se intuía: es posible transmitir a la futura descendencia, por mecanismos epigenéticos, las pautas de crianza. Por consiguiente, el trabajo con las familias para concienciarlas del daño que dichas pautas de crianza pueden ocasionar en los niños/as es una labor de primer orden. Y proporcionar a los menores, lo más tempranamente posible, una familia acogedora competente, si los padres biológicos presentan incapacidad parental severa y crónica, una decisión a tomar con prontitud. Porque como dice mi amigo y colega Rafael Benito, “el neurodesarrollo no espera”
La moderna ciencia de la epigenética nos entrega, basándose en la investigación reciente, un hecho que resulta asombroso pero que ya se intuía: es posible transmitir a la futura descendencia, por mecanismos epigenéticos, las pautas de crianza. Por consiguiente, el trabajo con las familias para concienciarlas del daño que dichas pautas de crianza pueden ocasionar en los niños/as es una labor de primer orden. Y proporcionar a los menores, lo más tempranamente posible, una familia acogedora competente, si los padres biológicos presentan incapacidad parental severa y crónica, una decisión a tomar con prontitud. Porque como dice mi amigo y colega Rafael Benito, “el neurodesarrollo no espera”
Así pues, retomando
la metáfora, no nos debería extrañar que cuando los menores deben de emprender
la carrera de la vida (por ejemplo, pasar de residir en un
orfanato a una nueva ciudad con nuevas personas, dieta, hábitos e insertados
en un colegio donde deben de ponerse en posición de correr, con muchos metros
de distancia con respecto a los que no han sufrido traumáticas experiencias de
maltrato en su vida) y perciban las enormes dificultades que tienen para
alcanzar al resto (en rendimiento académico, en popularidad, en habilidades
sociales, en regulación emocional…) decidan abandonar la carrera, agredir al
contrario para escalar posiciones o bloquearse en el proceso. Surgen, así, los
inadaptados sociales o los que quedan al margen. Cuesta mucho representarse que quien te pone un cuchillo en la garganta para robarte el dinero fue alguien que probablemente sufrió maltrato en su infancia. En ese momento sólo
pensamos en la maldad que tiene, pero Baron-Cohen en su libro “Empatía cero” ya
nos explicó que el origen de la crueldad está muy posiblemente asociado con la
desconexión temporal o definitiva (como ocurre con los psicópatas) de la
empatía.
Portada del libro de Baron-Cohen "Empatía cero" |
También puede, tristemente, ocurrir que los participantes de la carrera decidan quitarse ellos de en medio, esto es, se suiciden. Del suicidio se habla poco. En la población de personas
maltratadas ocurre. ¿Y en la población general? En el diario local de mi ciudad apareció poco antes de Navidad una noticia que afirmaba que en Gipuzkoa (el nombre de la provincia) sucede ¡un suicidio cada cinco días! Esto
es tremendo y debería poner en jaque a las autoridades del país. Lo que yo
animaría a hacer es una investigación que pueda arrojarnos luz sobre la
incidencia del maltrato en personas que se suicidan. Porque por aquí, como
afirma Teicher, tenemos una vía de prevención primaria cuyos resultados pueden
verse a largo plazo.
Es posible también
que algunos participantes en la carrera no la puedan terminar no sólo porque
enfermen mentalmente, sino porque desarrollan prematuramente una enfermedad
física. El maltrato –nos ha enseñado mi amigo y colega Rafael Benito
consultando estudios sobre la materia- está asociado a un amplio número de
enfermedades físicas. Y esto era algo que también intuíamos. Cuando empecé a
tratar a estos niños y niñas, observé que bastantes de ellos tenían o
desarrollaban pronto enfermedades. La investigación lo ha corroborado. Por lo
tanto, el gasto sanitario podría verse reducido –y lo más importante: la
calidad de vida de las personas- si se interviene tempranamente para prevenir el
maltrato.
Algo que ayudaría
mucho sería la creación de un Ministerio o Departamento que velara por el Bienestar Emocional de las personas desde su nacimiento. Es una idea que
propone Sue Gerhardt y que hoy en día nos parece ciencia-ficción pero que sería
el único modo de tratar de asegurarnos las mayores cotas de felicidad,
desarrollo y calidad de vida humana.
¿Se le puede dar la
vuelta al daño que el maltrato causa en las personas? Teicher dice: “¿Podemos
arreglarlo? Esta cuestión todavía no ha sido bien investigada, aunque tenemos
datos preliminares diciendo que sí se pueden revertir en el daño en el
hipocampo, pero no hemos hecho un análisis sistemático. Creo que en parte lo
que podemos hacer es revertir, compensar; lo hemos visto en investigaciones con
personas que tienen habilidades con las que compensan las alteraciones en el
cerebro. Hay mucha esperanza para las personas que han vivido estas
experiencias".
Así es. Hay que
afirmar, junto con Teicher, que sí, que hay esperanza. En la carrera puede
haber personas que lleguen al mismo nivel que los demás e incluso que
sobrepasen al resto y alcancen cotas inimaginables. La esperanza está en la
potenciación de la resiliencia secundaria, de la mano de los tutores y tutoras
de resiliencia. Tal y como Boris Cyrulnik expresa, los tutores de resiliencia son personas que explícita o
implícitamente asumen el significado de la existencia para el menor. Capaces de
mirarle con otros ojos -¡hay que ver el poderoso poder que tiene el cambio de mirada
sobre el niño/a!- disponen de recursos externos el tiempo suficiente que aquel
necesite para remodelar su cerebro y beneficiarse e integrar internamente
dichos recursos.
Lo que ocurre es que los adultos nos desesperamos pronto, nos cansamos, nos agotamos... porque los menores víctimas de malos tratos presentan un tipo de crianza muy exigente y requieren -sostenidas en el tiempo- de muchas dosis de paciencia, energía, perseverancia, autocontrol emocional y sacrificio personal. Trabajarnos mucho nuestra propia persona e historia de vida. Sin embargo, a la larga ofrece frutos y los niños y niñas se transforman a través de un largo proceso de reconstrucción.
Yo –y muchos de mis colegas u otros profesionales- podemos dar fe de que esto es posible. Hemos acompañado a personas menores de edad que tras un largo proceso de trabajo de toda la red psicosocial que les sostiene, han conseguido sentirse equilibradas, llevar una vida normal y suavizar sus heridas tempranas. Lo cual no quiere decir que internamente no sigan sintiendo dolor emocional o tengan problemas, sino que han sido capaces de elaborarlo y transformarlo en modos constructivos ("revertirlo", como afirma Teicher) Ahora que me voy haciendo mayor y he entrado en la cincuentena y bastantes de los niños y jóvenes que traté se acercan a la veintena o la sobrepasan, me escriben, me llaman, me los encuentro (algunos vienen a visitarme) y me dicen: “De todo aquello (se refieren a sus alteraciones emocionales, o a los síntomas que presentaban) ya nada” “Estoy bien” “Paso por malas rachas, pero sé cómo recuperarme sin caer en…" [Se refieren a la conducta destructiva que presentaran] “Me acuerdo mucho de las sesiones” Y una constante -o denominador común- es que ninguno de ellos o ellas se acuerdan de las técnicas de terapia, de las devoluciones o de las interpretaciones que pudiéramos hacer para ayudarles, sino de la experiencia en sí de la terapia y de la calidad de la relación.
Lo que ocurre es que los adultos nos desesperamos pronto, nos cansamos, nos agotamos... porque los menores víctimas de malos tratos presentan un tipo de crianza muy exigente y requieren -sostenidas en el tiempo- de muchas dosis de paciencia, energía, perseverancia, autocontrol emocional y sacrificio personal. Trabajarnos mucho nuestra propia persona e historia de vida. Sin embargo, a la larga ofrece frutos y los niños y niñas se transforman a través de un largo proceso de reconstrucción.
Yo –y muchos de mis colegas u otros profesionales- podemos dar fe de que esto es posible. Hemos acompañado a personas menores de edad que tras un largo proceso de trabajo de toda la red psicosocial que les sostiene, han conseguido sentirse equilibradas, llevar una vida normal y suavizar sus heridas tempranas. Lo cual no quiere decir que internamente no sigan sintiendo dolor emocional o tengan problemas, sino que han sido capaces de elaborarlo y transformarlo en modos constructivos ("revertirlo", como afirma Teicher) Ahora que me voy haciendo mayor y he entrado en la cincuentena y bastantes de los niños y jóvenes que traté se acercan a la veintena o la sobrepasan, me escriben, me llaman, me los encuentro (algunos vienen a visitarme) y me dicen: “De todo aquello (se refieren a sus alteraciones emocionales, o a los síntomas que presentaban) ya nada” “Estoy bien” “Paso por malas rachas, pero sé cómo recuperarme sin caer en…" [Se refieren a la conducta destructiva que presentaran] “Me acuerdo mucho de las sesiones” Y una constante -o denominador común- es que ninguno de ellos o ellas se acuerdan de las técnicas de terapia, de las devoluciones o de las interpretaciones que pudiéramos hacer para ayudarles, sino de la experiencia en sí de la terapia y de la calidad de la relación.
Portada del libro "Siete vidas tiene un gato" |
Esto nos regala una
interesante clave, a mi juicio, y que ya ha sido contada por otras personas
(José Ángel Giménez Alvira e “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”, el libro más realistamente esperanzador en adopción. Este pasado año se ha celebrado
el décimo aniversario de su publicación y han editado, para conmemorarlo, “Siete vidas tiene un gato. Conversaciones en familia sobre adopción”, en el que -ahora sí, ya mayor de edad- participa el hijo de José Ángel y Carmen, Marcos.
Estoy pendiente de leerlo): hemos de preservar la calidad del vínculo por
encima de todo durante largo tiempo. A pesar de todo lo que Marcos sufrió e
hizo sufrir a sus padres adoptivos, la permanencia de estos, la paciencia y la
perseverancia, y el convencimiento de que su hijo no es malo sino un niño con una mente en desarrollo que necesitaba reconstruirse, propició que, finalmente, pudiera resiliar. Es
también crucial desde dónde nos explicamos las alteraciones de los menores (no
son intrapsíquicas, se aprendieron en la relación “con los otros”,
desorganizados y alterados a su vez; luego se pueden aprender nuevas y sanas formas de
relación y conducta “con unos nuevos otros”. Demos tiempo al tiempo y tengamos
como un mantra la palabra paciencia)
Tengamos presente
que no es voluntad de estos chicos y chicas obrar y comportarse de manera
negativa, sino que son procesos inconscientes sin
posibilidad de libre albedrío. A ningún chico o chica le satisface perder o
abandonar la carrera. De hecho, David Eagleman, en un fascinante libro llamado
“Incógnito. Las vidas secretas del cerebro”, dado a conocer por Rafael Benito -que está a la última de todo lo que sobre este tema se publica-, refiere que
científicamente no se ha demostrado que exista el libre albedrío en el cerebro.
Existe la posibilidad de hacer balances, como si en nuestro cerebro estuviera un parlamento que
discute y se imponen unas voces frente a otras. Ayudarles a darse cuenta de los
mecanismos inconscientes y a hacer opciones positivas (en los que se imponga el
grupo parlamentario más sensato) es nuestro trabajo, para fortalecer su corteza
prefrontal que es ese gran nudo ferroviario por donde pasa toda la información
que llega al cerebro. Que nadie piense que castigando o con tácticas coercitivas o
apelando al “has de hacer más, esforzarte más” (¡como si no lo hicieran!) conseguirán cambiar o
modificar las decisiones y conductas de estos chicos y chicas. Aprender a hacer
opciones, beneficiarse de lo que la consecuencia enseñe, apoyar su regulación
emocional, poner límites y normas claras, predecibles, flexibles y coherentes,
dispensarles afecto incondicional (se acepta siempre a la persona del niño aunque no su conducta si es dañina) y mostrar empatía, son los ingredientes
necesarios en un proceso y un camino donde el acompañamiento y la presencia de
adultos significativos es insustituible y vital.
Por todo ello, y
como corolario, al igual que afirman en el vídeo, “acerquémonos a quien tenemos
al lado y aprendamos de su historia”, ¡hagámoslo! Apoyémosle y veamos como
acompañarle y guiarle en esta carrera de la vida.
Cuidaos / Zaindu.