domingo, 1 de octubre de 2017

Cómo influye en los niños adoptados haber sufrido experiencias de malos tratos en el seno de sus familias de origen. Entrevista realizada a José Luis Gonzalo publicada por el portal webconsultas.com

Transcribo la entrevista que fue publicada en el portal de salud Webconsultas la pasada semana, la cual difundí a través de mi página en Facebook. Sin embargo, no la he mencionado en el blog Buenos tratos y para los/as que no habéis tenido noticia de la misma, por si es de vuestro interés, aquí la tenéis, a vuestra disposición.

Pregunta: En el caso de malos tratos y violencia de género, ¿cómo influye en los niños adoptados haber vivido situaciones de violencia en el seno de sus familias de origen?

Todos los seres humanos necesitamos apegarnos a un cuidador, al menos uno, competente, sensible, disponible y que otorgue al niño/a una experiencia continuada de seguridad. Esto es extremada y especialmente importante durante los tres primeros años de vida porque el desarrollo viene neurobiológicamente programado para que ese -o esos cuidadores- lo orquesten y lo estimulen. Durante los tres primeros años a través de dichos cuidadores, se sientan las bases de la seguridad, la confianza y la regulación emocional, claves para que el niño/a geste una representación de sí mismo y de los demás como alguien digno de ser amado, respetado y valorado. A partir de los tres años, el resto de personas significativas de la vida del niño/a (como los maestros, los amigos, los monitores…) son también importantes, y las vivencias de buenos tratos favorecen que el menor esté ya preparado para comenzar a socializarse. Si una persona padece malos tratos o violencia de género después de los tres años, probablemente presentará problemas psiconeurológicos pero en menor medida que si los sufre durante los tres primeros años, porque este periodo de la vida se considera muy sensible, pues es una etapa donde el menor está creando lo que se denomina el vínculo de apego que son, si recurrimos a una metáfora, como los cimientos de una casa. Estas experiencias pueden grabarse en el cerebro de los menores en una etapa en la que no pueden regular ni sus emociones, ni comprender sus estados internos ni tampoco lo que les ocurre. Los malos tratos y la violencia son como un tóxico para el cerebro. Está documentado científicamente que los malos tratos pueden dañar el cerebro en desarrollo porque un exceso de hormonas del estrés puede ser nocivo para el mismo. Cuando uso el término daño no me refiero a una lesión física ni a una enfermedad neurológica sino a un cerebro y sistema nervioso alterados funcionalmente, así como trastornos en el vínculo de apego, experiencias traumáticas sufridas y en consecuencia, afectación al desarrollo del menor.

Esto puede afectar a todas las áreas de la persona del menor: cognitiva (retrasos intelectuales, problemas para comprender su propia mente y la mente de los demás), emocional-sensorial (dificultades para regular los impulsos, las emociones, el deseo, los estados internos…) lingüística (retrasos en la aparición del lenguaje oral, alteraciones en el lenguaje comprensivo y expresivo), psicomotriz y vinculación afectiva con los nuevos cuidadores y otras personas. Todo ello puede generar trastornos de leves a severos en el aprendizaje, las relaciones con los iguales y en la relación con la nueva familia adoptiva.

No hemos comentado que el maltrato que algunos/as niños/as sufren previo a la adopción, a veces comienza desde el mismo útero materno, bien porque la madre gestante no se cuidó (o no pudo cuidarse) lo necesario durante el embarazo recibiendo las atenciones médicas y controles necesarios, o bien porque activamente dañó al bebé consumiendo alcohol o sustancias. Aquí hay un maltrato intrauterino que genera una afectación que puede manifestarse en síndromes alcohólico fetales, prematuridad… Estos menores pueden por su inmadurez, tener muchas más dificultades para poder utilizar a la figura de apego y su contacto con la misma como base de calma y tranquilidad, y por lo tanto comprometen la capacidad de aprender a autorregularse.

Pregunta: ¿Qué consecuencias tiene en su salud mental y emocional de los niños?

Las investigaciones científicas que se han hecho hasta la fecha, como dice el Dr. Rafael Benito, psiquiatra, demuestran que el maltrato en la infancia se asocia a una mayor vulnerabilidad a padecer no sólo un amplio número de trastornos psicológicos (emocionales, de conducta, en el establecimiento de los vínculos de apego, síndromes hiperactivos, de aprendizaje, etc.) sino también a un elevado número de enfermedades físicas. La salud física de las personas que han sufrido malos tratos puede ser más precaria en la vida adulta. El Dr. Rafael Benito refiere un estudio de personas que reportan experiencias adversas en la infancia que indica que existe una mayor tasa en adultos maltratados en la infancia de enfermedades coronarias, hepáticas, pulmonares y autoinmunes. También era más probable la aparición de depresión crónica y consumo perjudicial de alcohol, tabaco y otras drogas. Los intentos de suicidio eran más frecuentes, y también los trastornos por somatización, si había abuso sexual. Así pues, el maltrato no es un problema social, que también, sino de salud pública.

Además, algunos menores adoptados que fueron traumatizados por los malos tratos y la violencia pueden tener muchos problemas para adaptarse a la nueva vida porque crecieron en un entorno familiar y/o social de origen donde lo habitual era utilizar defensas ante las amenazas reiteradas que padecieron, tales como la lucha, la huida, la fuga, desconectarse mentalmente… Experiencias como los vínculos afectivos, el cariño, el afecto, la seguridad que un adulto da a todo niño/a… no las han vivido, o las han vivido contradictoriamente (las mismas personas que les cuidan son las mismas que les maltratan, con lo cual se aprende un patrón relacional para el futuro paradójico) La parte que más se ha desarrollado de su cerebro es la que se asocia con sistemas de acción de orden inferior, y el cerebro cortical (sobre todo la corteza prefrontal) el gran regulador y director de orquesta de la persona, se ha visto afectado por el impacto que los malos tratos causan en el cerebro. Hemos de concienciarnos que todo ser humano niño/a necesita de otro, adulto, sano y competente para que le ayude a comprender su mente y la de los demás a lo largo del desarrollo, y organizarla. Y como dice el Dr. Jorge Barudy, psiquiatra, en esta vida no hay nada peor que el daño que un ser humano puede ejercer sobre otro ser humano, máxime cuando se trata de una relación asimétrica y de abuso del fuerte (adulto) sobre el débil (el niño/a)

Pregunta: ¿Cómo es percibida la violencia de género por los niños?

Cómo los niños/as se explican los sucesos adversos y traumáticos es un aspecto crucial. Barudy y Dantagnan en el libro “Los buenos tratos a la infancia”, un clásico en el tema que nos ocupa, refieren que el proceso de reconstrucción de una persona que ha sufrido maltrato empieza por sentirse culpable. Los niños/as suelen sentirse así porque es muy duro y doloroso reconocer que tu progenitor te daña a ti y a tu madre. Algunos otros/as, son capaces de llegar al segundo estadio, víctima. Son capaces de verse como afectados y dañados por el progenitor sabiendo que ellos nos son responsables de nada, que nada malo han hecho ellos/as para sufrir ese maltrato. Eso es muy sano mentalmente y hay que reforzarlo. Más adelante, si el niño/a recibe ayuda a tiempo y es protegido (sin protección no hay posibilidad de reconstruirse del trauma), pasarán a verse como supervivientes y con la ayuda de adultos sanos y solidarios (sus madres, otros familiares, profesionales que les acompañan…) podrán percibirse a sí mismos y a sus conductas y formas de ser como recursos que les sirvieron para sobrevivir. Lo que ocurre es que fuera del contexto de vida donde se produjeron no les son útiles pero sí en su pasado (por ejemplo, una respuesta de alerta hiperexcitada fue un recurso muy válido para vigilar porque temes que llegue tu padre bebido a golpear a tu madre. Actualmente, fuera ya de peligro, en cambio, puede contribuir a causarte ansiedad. Esto hay que comprenderlo e integrarlo en tu vida actual). Se les puede ayudar a reconvertir los recursos de supervivencia en recursos creativos. Y finalmente, un buen número de niños/as son particularmente resilientes y llegan al estadio de vivientes, es decir, a pesar de lo traumático sufrido sienten alegría y ganas de disfrutar de la vida, consiguen transformarse y reconvertirse a nivel personal (por ejemplo, el día de mañana pueden hacerse profesionales de la ayuda)

Pregunta: ¿Cómo afronta esto la familia adoptante?

No todos/as los/as niños/as adoptados/as han experimentado maltrato o violencia de género en sus lugares de origen. Pero hay un número significativo de ellos/as que sí lo han padecido. La crianza de estos menores al llegar a la familia adoptiva, puede ser un desafío enorme. A las familias adoptantes hay que plantearles con claridad rotunda que el menor que será su hijo/a es posible que sólo presente dificultades que pueden ir superándose, pero también hay que transmitirles que es probable (no está descartado) que el niño/a presente un daño causado por el maltrato temprano (ya hemos referido que a edades tempranas afecta al desarrollo del cerebro y del sistema nervioso, a veces de manera permanente) que va a requerir de ellos una parentalidad terapéutica (concepto desarrollado por Maryorie Dantagnan y que explico en el libro “Vincúlate. Relaciones reparadoras del vínculo de apego en menores adoptados y acogidos”) Es decir, no van a tener que ser padres o madres diríamos convencionales sino padres y madres que van a hacerse cargo de un menor que requiere de una parentalidad que pueda reparar (total o parcialmente) los efectos de los daños que ese niño/a pueda presentar como consecuencia de los malos tratos. Y que ello puede suponer un trabajo continuado y exigente a lo largo de todo el desarrollo del niño/a hasta bien pasada la adolescencia, probablemente. El libro “Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera” escrito por un padre adoptivo ejemplar, José Ángel Giménez-Alvira, es un relato esperanzador en este sentido.

A partir de aquí hay familias que asumen los problemas o daño del menor y hacen equipo con los profesionales para poder acompañarles en el proceso de reconstrucción durante todo su desarrollo. Es una tarea extenuante en la que ellos han de cuidarse también y que precisa de paciencia, perseverancia y mucha permanencia por su parte (toda la que estos menores no tuvieron) Otras familias que llegaron a la parentalidad adoptiva sin saber y/o sin asumir que el menor necesita unos cuidados terapéuticos por su parte y ponen todo el peso del cambio en el niño/a, suelen tener muchas más posibilidades de que la adopción derive en, desgraciadamente, una ruptura, dolorosa para todos pero en especial para los menores que reviven un nuevo abandono. Y finalmente, hay un grupo reducido de familias incompetentes para cualquier tipo de parentalidad, con infancias traumáticas no resueltas, que adoptan a los menores para sanar heridas propias o cubrir necesidades inconscientes que no han resuelto en la vida. Estos padres y madres no deberían haber recibido el certificado de idoneidad. Es evidente que la selección de familias ha mejorado mucho pero no puede ser perfecta, como nada en la vida.

Por muy competentes que sean las familias adoptivas -que las hay, y muchas- el acompañamiento a estos menores, su educación, la tarea de la parentalidad y marentalidad terapéutica que tienen en sus manos es exigente, puede desgastar mucho, es a veces gratificante, y requiere estar bien acompañados por profesionales que conozcan el ámbito.

Pregunta: ¿Qué recursos tienen los padres adoptantes a su alcance para poder afrontar la crianza y educación de los hijos cuando se han dado situaciones de malos tratos?

Este es un tema primordial, y te agradezco la pregunta. De lo que vengo diciendo, se desprende que estas familias han de contar con recursos ofrecidos por las administraciones públicas para poder sentirse orientados, apoyados y formados en esta tarea tan compleja que tienen entre manos: sanar psicológicamente a menores con antecedentes de malos tratos en la primera infancia. Los recursos que tienen a su alcance varían según comunidades autónomas, pero en general consisten en seguimientos postadoptivos (limitados en el tiempo), formaciones puntuales que organizan las asociaciones de familias adoptivas, asesoramientos puntuales de las asociaciones de familias adoptivas y grupos de padres. A partir de aquí, como cualquier otra familia. Y es cierto que un número de menores adoptados pueden ir desarrollándose bien en las familias sin demasiados apoyos externos. Pero sabemos que otro grupo no, en especial estos menores cuyos antecedentes de malos tratos son graves y continuados en el tiempo, a edades clave para el desarrollo equilibrado de mente y cerebro, y que pueden dejar secuelas permanentes. Estas familias deben de recibir muchas más ayudas por parte de la administración: seguimientos postadoptivos más extensos en el tiempo, tratamientos psicológicos o de otro tipo gratuitos y cursos y grupos de formación en parentalidad terapéutica. En alguna comunidad se está empezando a hacer, y espero que en un futuro puedan disponer de más recursos porque no se puede dejar tan solas a estas familias.

Pregunta: En cuanto a los centros escolares, ¿están preparados los educadores para trabajar con niños adoptados que han sufrido malos tratos?

Los centros escolares tienen que atender a la diversidad y educar a menores con todo tipo de características y alteraciones físicas, psíquicas y sensoriales. Es difícil dar una respuesta genérica a si están preparados o no. Los profesionales de los centros deben de formarse en las secuelas que los malos tratos generan en los menores, tanto en el aprendizaje como en la personalidad. Y cómo deben de tratarles y apoyarles. Hay centros que presentan una alta sensibilidad a estos temas y colaboran magníficamente con los profesionales (psicólogos, psiquiatras…) y las familias, y otros centros que tienen una lectura del menor exclusivamente desde una disciplina tradicional y basada en la norma (expulsiones, pensar que se pueden esforzar más, que si quieren pueden más…) No son capaces de entender que tras las conductas negativas y las dificultades para aprender, modular el deseo y regular los impulsos, está el daño que el niño/a sufrió. Hay desconocimiento por su parte y también a veces falta de sensibilidad.

De todos modos, hay que promover la formación del profesorado sobre el alumnado adoptado y sus características, incluidos los adoptados/as que padecieron maltrato en sus lugares de origen y las secuelas que eso conlleva. Están empezando a editarse guías para los centros, promovidas por los departamentos de educación de las comunidades autónomas, como la del País Vasco, que acaba de presentar una. Y cada vez nos llegan más peticiones de colegios pidiéndonos como trabajar y atender bien a estos menores, darles una respuesta adecuada a sus necesidades especiales. Hay motivos para la esperanza.

Pregunta: ¿Cómo se trabaja con las familias? ¿Hasta qué punto es el trabajo con los padres?

En nuestro modelo de terapia (Traumaterapia desarrollada por Barudy y Dantagnan, especializada para el tratamiento de estos menores afectados por los malos tratos) que llevamos desarrollando en distintos centros del país durante más diez años, partimos de una realidad: la terapia incluye siempre el trabajo con las familias. Una terapia infantil que deje fuera de la misma a las familias es negligente, como afirma el profesor de la Universidad del País Vasco, Iñigo Ochoa López de Alda. Hay familias que colaboran con el profesional llevando adelante una serie de tareas educativo-terapéuticas que están diseñadas para trabajar el apego entre el niño/a y los padres, así como otras áreas importantes. Hay reuniones periódicas con ellos a solas y con ellos y su hijo/a para trabajar aspectos concretos. Existen, en cambio, otras familias que por sus características precisan, además, de un acompañamiento y una intervención específica sobre sus personas y su historia de vida, y cómo ésta repercute en su hijo/a. Me estoy refiriendo siempre a familias con suficiente capacidad para ser padres o madres, claro. En las sesiones, les psicoeducamos también sobre la parentalidad terapéutica. Muchos consiguen hacer un cambio de mirada sobre su hijo/a, y con sólo eso, con reconocerles (¡no justificarles, ojo, es distinto!) que la manera que tienen de comportarse y reaccionar es producto de un sufrimiento y de un entorno temprano anormal, los niños/as se transforman. Hay muchos menores resilientes, capaces de transformarse desde vivencias traumáticas, pero hay que ayudarles a procesar e integrar eso en sus vidas. Y para que los niños/as hagan procesos resilientes es imprescindible que a su lado les acompañe un adulto competente que les guíe con afecto y empatía, capacidad de regularles, paciencia, perseverancia, permanencia y normas.

Pregunta: En algunas webs hemos leído acerca de la herida primaria, ¿en qué consiste?

De ello habla la autora Nancy Newton Verrier en un libro titulado “El niño adoptado. Comprender la herida primaria” Ella en este libro desarrolla que la dinámica madre hijo/a, relacional, prenatal, perinatal y postnatal, los intercambios que tienen lugar durante esas fases supone una pérdida muy difícil, pues representa la separación entre ambos. El niño/a pierde el contacto con su madre biológica (al separarse para ser adoptado o institucionalizado previamente) física y sensorialmente (táctil, olfativo…) que le calma y regula. Crecerá con una sensación de sentirse abandonado por esta ruptura temprana, y aunque no recuerde nada, su memoria sensorial sí recordará (aunque el sujeto no sea consciente de que está recordando) y será siempre susceptible a separaciones y pérdidas posteriores y a sentirse rechazado por los demás también.

En mi opinión esto ocurre, ciertamente. Los menores adoptados son muy sensibles en general al rechazo y a las separaciones y las pérdidas. Es como un conocimiento relacional implícito temprano (en términos de una autora llamada Lyons-Ruth) del que la persona no es consciente pero que puede escenificar en el futuro ante determinadas personas y/o situaciones (las familias adoptivas saben de esto mucho cuando hablan que algunos/as menores son muy sensibles al rechazo o las pérdidas) Creo que no todos los niños/as lo presentan con igual magnitud. ¿Por qué? Pienso que si posteriormente, tienen la suerte de encontrarse con un cuidador que les dé afecto y les regule emocionalmente bien, conseguirán sanar bastante de esta herida. Y si después, la familia adoptiva es sensible a esto, le pone palabras, comprende al niño/a y le nutre adecuadamente en este sentido, los menores evolucionarán aún mejor. Y si además, algunos/as niños/as lo trabajan en la terapia, pueden superarlo. Llamarle “herida primaria” no me convence porque me parece demasiado determinista. Y si algo nos han enseñado los grandes de la resiliencia (Cyrulnik, Barudy, etc.) es que “una infancia infeliz no determina una vida” Un cuidador competente y un entorno adecuado, afectivo y solidario, pueden sanar total o parcialmente esta “herida primaria”

Pregunta: La experiencia de ser separado y el sentimiento de pérdida de los lugares de origen y del entorno personal es algo tremendamente duro. ¿Cómo sanar esa herida?

Es algo tremendamente duro, y cuando se ha sido maltratado además, todo se vive con confusión de identidad, ambivalencia de sentimientos (hacia uno mismo, los demás, su país de origen…) y sufrimiento. Porque a los niños/as les duelen los sentimientos y les duele el cuerpo. O en ocasiones, no sienten nada porque usaron la defensa del distanciamiento y la desconexión para protegerse de un dolor insoportable. Un desarrollo cerebral sano es necesario para sentar las bases de un sano desarrollo adulto. Si hay daños tempranos, prolongados y severos (maltrato físico y emocional) al cerebro le costará mucho revertir la situación porque los niños/as vienen muy condicionados por reacciones que se producen en ellos y que no dependen de su voluntad. La herida se puede sanar, parcial o totalmente, la resiliencia es posible pero necesitamos que estos menores tengan un entorno afectivo, incondicional de su persona, solidario y de apoyo. Si encuentran adultos competentes, pueden desarrollar la resiliencia. Pueden ser, siguiendo una metáfora, como la botella de plástico que la arrugas y después puedes hacerla retornar a su posición original. Se recupera, sí, pero quedan algunas marcas en la misma. Algunas de estas marcas pueden desaparecer, otras se pueden transformar en algo constructivo y otras… hay que aceptar que quedarán para siempre, como las cicatrices en la piel tras las quemaduras. Si ayudamos al niño a darle una lectura constructiva a las cicatrices, podrá aceptarlas y hasta reconvertirlas en algo constructivo. No sólo es el golpe que sufrió sino el significado que le da al golpe, como afirma el psiquiatra Boris Cyrulnik. Aceptar al niño/a, a su ser, es fundamental porque esto le permite al adulto desprenderse de lo que le gustaría que el niño/a fuera (salirse de su mente) y empezar a contemplar lo que el niño es (ver la mente del niño/a) Hay un dicho budista que dice que lo que se resiste, persiste. Lo que se acepta, se transforma.

Pregunta: La palabra abandono parece ser tabú entre las familias pero, ¿se sienten abandonados los niños adoptados?

Los niños/as adoptados/as pueden sentirse abandonados por lo que hemos explicado en relación a la pregunta de “la herida primaria”. Pero no olvidemos que a veces no sólo se han sentido abandonados sino que han sufrido una tipología de maltrato llamada abandono. Porque la respuesta que algunos países -a través de los distintos centros de acogida u orfanatos del mundo- han dado a ese bebé -cuyos padres biológicos no pueden hacerse cargo- ha sido la de tenerlos abandonados, con cuidados de bajísima calidad, sin estimulación, juego, permanencia, calidez… aspectos todos que nutren el cerebro/mente e imprescindibles para crecer y desarrollarse. Y esto es así porque esos orfanatos no tienen medios y/o porque el personal no es consciente de que la ausencia prolongada de un adulto puede dañar a un bebé… Éste necesita de ese adulto totalmente, depende de él para su supervivencia física y emocional, y para construir su mente. Hemos hablado de que el maltrato activo daña. Pero el “no hacer” (como dice mi amigo y colega Rafael Benito, psiquiatra), esto es, el ignorar, apartar y en su extremo ser negligente y abandonar a un niño/a durante horas solo en la cuna de un orfanato, también puede dañar el cerebro. Cyrulnik refiere que ese niño/a es posible que desarrolle escasas conexiones neuronales, habrá como una “muerte psíquica” Afortunadamente, hay un proyecto para mejorar las condiciones y los cuidados de los orfanatos de todo el mundo liderado por el psicólogo danés Peter Niels Rygaard, experto en trastornos del apego.

Pregunta: ¿Les genera culpabilidad?

Como hemos comentado anteriormente en la pregunta en la que he respondido hablando del proceso de reconstrucción de las víctimas de malos tratos, puede generarles culpabilidad, en efecto.

Pregunta: Para los padres en estos casos la empatía y el apoyo será esenciales pero... ¿es difícil no caer en la sobreprotección?

La empatía es una competencia parental que te capacita como padre y madre. Por lo tanto, padres y madres adoptivos/as empáticos son padres y madres que van a contribuir a que su hijo/a sane porque eso contribuye a reparar el daño en el vínculo de apego y además, crea y/o estimula los circuitos neuronales que se asocian al cerebro social. La empatía supone no reemplazar al sujeto, es ponerse en la piel de la persona, responder emocionalmente reflejando con sensibilidad el sentir del otro, es esa capacidad de hacerle sentir a alguien sentido (como dice Dan Siegel en su libro “La mente en desarrollo”) Sin embargo, la empatía no es actuar por el otro suplantándole, ni resolverle los problemas a los niños/as, ni impedirles experimentar para poder aprender (experimentar sabiendo que hay un adulto ahí que me ayudará con esa experiencia y me recogerá) La sobreprotección es frenar la autonomía del niño/a y responde a necesidades y motivaciones inconscientes del adulto, éste no ve al niño/a y sus necesidades, sino que el menor se convierte en un apéndice de él (un adulto que no es capaz de ver al niño como un sujeto con mente propia)


José Luis Gonzalo Marrodán

Psicólogo clínico y psicoterapeuta infantil y adultos
Fuente: www.webconsultas.com

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