Diez meses, diez firmas II
Invitado del mes de marzo de 2017:
Iván Rodríguez Ibarra, trabajador social.
Título del artículo: El lenguaje adolescente: ¿jeroglífico indescifrable?
Conocí a Iván Rodríguez Ibarra cuando tuve la suerte de que fuese designado como trabajador familiar de varios de los menores que acudían a mi consulta de psicología a evaluación y/o psicoterapia del daño psicológico que presentaban, dentro del programa de valoración en intervención de la Diputación Foral de Gipuzkoa. En mi opinión, existe un indicador muy significativo para estimar la competencia relacional (no olvidemos que los daños que infligen unos seres humanos a otros, en este caso de adultos a menores, se reparan precisamente mediante una relación con un adulto sano que sea capaz de fomentar en el niño o adolescente seguridad, empatía y límite estructurante) de un educador: el relato que el menor hace del profesional y sobre todo su lenguaje corporal y gestual cuando verbaliza. Los adolescentes a los que se les denomina "con problemas de conducta" no manifiestan éstos con todos los adultos de su red. ¿Por qué? Yo creo que es por la competencia relacional de ese adulto. Nuestra firma invitada de este mes, además de ser un profesional con formación y una trayectoria amplia, posee esa competencia. Y la misma no está al alcance de todos. Es fruto de sus cualidades y valores como persona y de su trabajo de autoconocimiento. Por eso, todos los menores que he tratado en la consulta y de los que Iván ha sido su educador, expresaban siempre afecto y respeto hacia él. Porque los adolescentes son capaces de captar desde el principio en su neurocepción quienes les quieren, se comprometen con ellos y por lo tanto, desean ayudarles a salir de sus problemas. Iván nos ofrece en este práctico y original artículo parte de su sabiduría como educador mostrándonos su pericia en la lectura del lenguaje propio de los adolescentes, para así, como él dice, intervenir de una manera psicoeducativa cambiando los significados. ¡Muchas gracias Iván, por tu colaboración y por formar parte del elenco de excelentes colaboradores del blog Buenos tratos!.
Iván
Rodríguez Ibarra Trabajador social, orientador familiar y actualmente cursando
el Postgrado en Traumaterapia infantil-sistémica de Barudy y Dantagnan. Ha
desarrollado parte de su labor profesional como trabajador familiar en casos de
grave desprotección en la Diputación Foral de Gipuzkoa. Trabajando
actualmente como terapeuta de jóvenes en
el Programa de apoyo a adolescentes Norbera de la Fundación Izan .
Si nos
encontramos en un parque a un grupo de
madres con sus bebés diremos “qué tierno”. Si vemos un grupo de niños de 8 a 9
años diremos ”qué majos“. En cambio si observamos un grupo de adolescentes de 14, 15 ó 16 años probablemente pensaremos “¡Buffff que estarán haciendo o
diciendo!”.
Esta
pequeña introducción a modo de anécdota y que realmente se da más de lo que
podamos imaginar, me sirve para explicar el tema del que me gustaría hablar en
las siguientes líneas. Qué nos dicen los adolescentes con su lenguaje, cómo
podemos interpretarlo y cómo podemos intervenir de una manera psicoeducativa,
para que tanto padres, madres y/o tutores en relación con estos chavales
podamos darle otro significado ayudando
a hacer una lectura más profunda de lo que realmente nos quieren transmitir, y
de esta manera poder tolerarlo y aceptarlo mejor. En primer lugar reflexionaré sobre ciertos aspectos de la propia adolescencia y lo que supone a nivel
familiar, para terminar con expresiones concretas que utilizan los
adolescentes. No me detendré en los aspectos más neurofisiológicos de esta
etapa, ya que se han abordado en diversas ocasiones en este blog, entendiendo que es
importante tenerlos en cuenta.
Sabemos
que la adolescencia es una etapa de cambios tanto a nivel físico como a nivel
emocional y en ese periodo el lenguaje del adolescente también se modifica. Todo esto conlleva
que los padres o los adultos de
referencia se encuentren con “desconocidos” en casa a los que no saben cómo
acercarse y con los que les es muy difícil establecer una comunicación sin
entrar en conflicto. En ocasiones, el
propio lenguaje utilizado por el menor, no es aceptado por los adultos que no
saben cómo actuar con ello, no siendo capaces de aceptar la entrada en un nuevo
ciclo vital: la adolescencia.
Es
importante tener en cuenta que en este momento deben entrar más
en juego a la hora de la relación padres-hijos otros funcionamientos
como por ejemplo la negociación, flexibilidad... y
que tanto unos como otros deben ir adaptándose a esta nueva etapa. En este
sentido, es necesario que los padres puedan entender que para poder influenciar
en los aspectos realmente importantes
para sus hijos es primordial, como suelo
decirles, dejar de “estar de frente” para pasar a “estar al lado”. Estar de
frente significa en continua pelea, en continuo cuestionamiento de las
actitudes del menor, dando muchas veces importancia a detalles más bien nimios
que desencadenan batallas campales familiares. Un ejemplo: hacer la cama. Sé
que muchos padres al leer esto cuestionarán mi planteamiento, pero ¿es tan
necesario pelearse por esto cuando quizás hay otros aspectos que necesitan
mayor atención? Deberíamos pensar que no es posible tener varios frentes abiertos y que hay que
elegir los conflictos por los cuales merece la pena entrar en discusión. No hay
que confundir “estar al lado” con
dejarles hacer todo lo que quieran, sino más bien acompañar, apoyar, y ayudarles a reflexionar
para que puedan decidir, sabiendo que a veces se van a equivocar. Saber poner
el límite con empatía, sin olvidar la necesidad que tienen de sentirse queridos y apoyados aunque a
veces sus comportamientos nos hagan pensar que quieren lo contrario. Es por ello
que ahora más que nunca necesitan un acompañamiento pero no del mismo modo que
en etapas pasadas.
Vamos escuchar lo que nos dicen de manera
directa para darle un significado más profundo, con el fin de poder entenderles
mejor. Para lograrlo, primeramente deberemos
trabajar para conseguir una buena vinculación con ellos.
“NO
SÉ”. Muchas veces cierto, ya que el
adolescente realmente no siempre sabe lo
que le pasa. Hasta ahora las decisiones eran tomadas generalmente por los
adultos pero desde hace ya algún tiempo deben decidir y tomar esas decisiones por ellos mismos (si salen o
estudian, si beben o fuman…) y en este nuevo contexto se encuentran como suelo decirles
”despistados”. Además, el mundo adulto no siempre es claro con lo que les pide,
ya que por una parte quiere que empiecen a comportarse de una manera más
adulta, pero por otra añoran muchas
veces al niño que ya no está, contribuyendo con esta actitud a ese despiste y/o
confusión de la que hablamos. Debemos recordar que si el mensaje es ambivalente no le ayudamos.
En el
trabajo diario con los chavales creo es importante aceptar ese “no sé” como
parte del proceso, si bien nuestro trabajo consistiría en ir ayudándoles a
ganar seguridad y confianza. Que aprendan a reflexionar sobre lo que les conviene, sabiendo que en el proceso van
a equivocarse, siendo importante estar en esos momentos también a su lado. Para
conseguir todo esto, es necesario no caer en recriminaciones y poco a
poco ayudarles a aclararse, a que pueda pensar que es lo que le conviene hacer
o decidir para ir pasando de ese “no sé”
a “me gustaría”.
“SIN
MÁS". Seguramente el “top” del
lenguaje adolescente y quebradero de cabeza para muchos padres. En esta etapa
de cambios, como hemos dicho muchas veces, están en la cresta de la ola ("he
salido con mis amigos y he conocido a una chica/o, siento que soy importante
en grupo…") y otras veces en la mas
profunda arena ("se han reído de mí, me ha dado calabazas…") por lo que cuando no
se encuentran ni arriba ni abajo lo pueden vivir como un “estado plano”, un
momento de calma o transición.
Como hemos
dicho hay que tener en cuenta que si uno no sabe ni cómo se siente (como
refiere Jorge Barudy, hay una “tormenta
de emociones”) es difícil que lo pueda
expresar de una manera concreta, por lo que es imprescindible ir trabajando
con los chavales los estados de ánimo, validando muchas veces que se puede estar mal, sin ser leído como síntoma de debilidad, sino como un
conocimiento mayor y más profundo de uno mismo. Hay que ir ayudándoles para que
puedan expresar de una manera más clara cómo se sienten, si arriba en esa
cresta ("estoy contento, me siento bien") o en la arena ("lo estoy pasando mal, me
siento triste o enfadado") para que después de expresar la emoción que están
sintiendo, se pueda trabajar sobre el
comportamiento.
“ME
DA IGUAL”. Quieren hacer ver que no sufren
y que muchas cosas no les importan o no les afecta tanto, pero ¿realmente es
así?. Recordemos nuestra propia adolescencia y evitemos a veces hacerles
preguntas tan directas que les llevan a contestar ese "me da igual" cuando nosotros sabemos que no es real. No conozco a nadie que le de igual salir o
estar castigado, suspender o no hacerlo, o llevarse mal con sus padres. Es
difícil discutir todos los días en casa y que no te afecte. Pero ¿cómo reconocer
que sufres, que te duele y que tus padres, que sientes que no te entienden, son
en parte responsables de ese sufrimiento?. No es fácil reconocer que uno se
siente diferente, que no es importante... en este sentido creo que es bueno trabajar
la nueva posición del chaval en la familia preguntando y hablando “con
él” (parte activa, escucha, en definitiva, en palabras de Dan Siegel, "sentirse sentido") y no tanto “a él” (solo se le pregunta). Por otra parte habrá que trabajar la responsabilidad de la propia conducta
por parte de las partes implicadas, para poder negociar y llegar a acuerdos que
supongan un mayor acercamiento. No se dan cuenta, y hay que hacérselo ver,
que están jugando a la sokatira (deporte
rural vasco donde dos equipos contarios deben tirar con todas sus fuerzas hacia
su campo arrastrando al contrario), cuando lo que deben hacer es volver a
acercarse y reencontrarse.
“NO
ME RALLES”. Contestación muy habitual de
muchos adolescentes cuando se les pregunta sobre algunas cuestiones. Pero si
pensamos que nos preguntan las mismas cosas todos los días, ¿no nos rallaríamos?. Revisemos cómo es la comunicación familiar.
¿De qué habla una familia con sus hijos adolescentes?. Pretendemos que
nos digan cómo se sienten cuando a veces ellos mismos ni lo saben. Quizás
habría que empezar por revisar dicha comunicación familiar, entendiendo que
para llegar a que puedan hablar de “sus cosas” en casa debe establecerse esa
dinámica de comunicación en la familia. Parece que se les exige a los chavales
que cuenten como están cuando los adultos no somos capaces de contar “nuestras cosas” más allá de
algunas banalidades sin aparente importancia. Y digo sin aparente, porque a mi
entender es desde dichas banalidades donde comienza una comunicación más
profunda. Están hartos de “¿Cómo ha ido el colegio?, ”Has estudiado? ¿Vas a
salir?... ¡Yo también lo estaría! Hay que hablar en casa y hablar por hablar, hablar del tiempo, de Trump, de Siria, del Tambor de Oro... y sobre todo -y repito- hablar con ellos no tanto hacia
ellos y así poco a poco también podremos
entablar conversaciones sobre otras cuestiones importantes, pudiendo
introducir nuestras emociones y
sentimientos, haciendo de modelo para ellos.
“NIPA”. Responden esto cuando piensan "¿Por qué tengo
que hacer algo que no quiero?". El adolescente está instaurado en el principio
del placer: “hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero”. El placer
(además del componente neurofisiológico que tiene que ver con el desarrollo del
núcleo accumbens) está supeditado a la escasa tolerancia a la frustración que
muchos chavales desde edades tempranas han experimentado y por lo que llegando
a esta edad crítica es difícil que cambie fácil y rápidamente. Así se lo explico
muchas veces a ellos mismos haciéndoles ver que durante años han funcionando
sin demasiados límites poniéndoles ejemplos sobre maneras de frustración que no
han tenido.
El trabajo
consiste en que puedan interiorizar poco a poco que esa escasa frustración a la
que se han visto sometidos les está llevando a un funcionamiento que poco les beneficia.
Aquí es importante introducir una nueva palabra hasta ahora para muchos de
ellos desconocida “NO”. Es muy importante saber decir y aceptar un "NO" sin perder
de vista lo comentado anteriormente relacionado con la negociación, la flexibilidad...
Es aquí
donde debemos ayudarles a diferenciar entre lo inmediato y lo que supone un
esfuerzo y una continuidad. No debemos olvidar que en la adolescencia es
primordial para ellos el momento, lo
urgente y por ello es difícil que
entiendan que no siempre lo urgente es lo importante. El trabajo consiste en
que también puedan ir aplazando ese placer, marcando objetivos a más medio-largo plazo (anticipar ventajas o adelantar inconvenientes) donde puedan ir
viendo las consecuencias beneficiosas de tal espera.
Introduzco
aquí un par de expresiones que un cierto números de chavales con los que
trabajo a diario me refieren.
“SOLO
ME ENTIENDEN MIS AMIGOS". A esta edad el
grupo es importante ya que se debe dar un diferenciación de los padres buscando
su propia identidad y quiénes mejor
que los que están como uno mismo para poder ayudarte y entenderte. El grupo da
la pertenencia que el chaval necesita, por lo
que ir en su contra no es lo más aconsejable. Como padres
y/ o tutores hay que tolerar que algunos amigos y/o parejas de los chavales no
nos gusten e intentar ayudarles a entender qué es lo que se debe esperar de un
amigo o de una pareja, con el fin de que poco a poco sean capaces de hacerlo.
"¿Qué está ocurriendo en el adolescente que recurre al cannabis para evadirse?" |
“SOLO ESTOY BIEN CUANDO FUMO”. Cuando
un chaval nos expresa lo arriba indicado, tenemos que preguntarnos qué está
ocurriendo, para que deba recurrir al cannabis con la intención de dejar de
pensar en todo aquello que les preocupa o atormenta. Es necesario hacer una
lectura más amplia del “fuma porque quiere” debiendo entender que detrás del
consumo hay muchas partes de
insatisfacción y de malestar, que hacen que quién está fumando lo haga porque no tiene
o no sabe otra manera de abordar dicho
malestar y sufrimiento. En ocasiones será necesario trabajar con los chavales de manera indirecta
el consumo a través de aspectos de sus
vidas que no están funcionando de manera sana y adecuada (nivel escolar, relaciones sociales o
disputas familiares…) con el objetivo de que puedan darse cuenta de todo ello.
Asimismo, será importante adecuar las expectativas a las posibilidades del
chaval, entendiendo que no es lo mismo una reducción progresiva del consumo que
un abandono inmediato del mismo.
Para
terminar también quiero apuntar que sería adecuado poder reflexionar sobre el
lenguaje que utilizan los padres y/o tutores con los adolescentes ya que tiene
mayor incidencia de lo que podríamos pensar en un primer momento. Expresiones
del tipo “No sirves para nada” “Nos estás arruinando la vida” "Vas a ser
como tu…” pueden ser frecuentes cuando
los adultos se desbordan y desde luego nada aconsejables ni como modelo para
ellos ni como forma para acercarnos y entenderles.
El blog Buenos tratos regresa el lunes 3 de abril a las 9,30h.
Siempre me alegra leeros porque veo que la comprensión hacia el dolor de los niños, adolescentes y jóvenes que han sufrido malostratos crece con los años, y por lo tanto las intervenciones son cada vez mas tempranas y de mejor calidad.
ResponderEliminarPero a la vez pienso, ¿Y que sucede con los adultos jóvenes, 20-25 años, que no fueron intervenidos en ningún momento anterior? Sin ser menor de edad, estando fuera del sistema, sin haber sido nunca orientado o educado, sin haber tenido ninguna figura de apego sana o de referencia, totalmente solo y sin recursos ¿Qué sucede entonces?
He visto jóvenes, compañeros, que pidieron ayuda y nunca la recibieron, y por sí mismo, dentro de sí mismos, no encontraron un buen camino y prefiero ignorar cómo han acabado... Personalmente me considero con suerte de tener un caracter observador que me ha hecho evitar meter la pata y que es especialmente útil a la hora de construir una vida de la nada, sin tener ni idea de cómo es el mundo de verdad, porque lo único que se conoce es dolor e incomprensión. Resulta difícil no dejarse llevar por la rabia acumulada y hacer lo primero que se viene a la cabeza.
Tengo una suerte enorme porque he atinado sin saber qué hacía, nunca caí en habitos tóxicos ni en relaciones conflictivas, y actualmente soy estudiante universitario, y aunque mis condiciones de vida sean precarias sé que en un futuro con esfuerzo seran mejores. Pero sé que muchos otros no han tenido tanta suerte, no han podido o no han sabido encontrar un camino y se han perdido, no por torpes o por falta de voluntad, sino porque encontrar por dónde caminar cuando sólo se sabe que el mundo es peligroso y nadie se ha molestado en enseñarte nada es una tarea casi imposible.
No puedo, simplemente no puedo dejar de pensar en aquellos que sé que se han perdido, arruinado, causado mas dolor, ... por no saber estar en este mundo, porque nadie les ha dicho que hay amor y nadie les ha enseñado nada, por ya ser demasiado mayores cronológicamente aunque emocionalmente se pueda seguir teniendo 10 años.
En mi mente utópica, algún día habra algo, buscaré algo, crearé algo para orientar, ayudar, acoger a aquellos que no fueron ayudados cuando eran menores de edad y ahora se ven completamente solos, entre una familia disfuncional y un estado al que ya no les interesan, sin recursos sociales y muchas veces sin tampoco económicos.
Muchísimas gracias por este comentario tan sentido y empírico. Comparto contigo el que tengamos en nuestro pensamiento y en nuestro corazón a todos/as aquellos/as que hace muchos años, no podían beneficiarse de los servicios sociales por no estar estos tan desarrollados. Y también por los/as que actualmente sufren en silencio y por diversas razones no optan a las ayudas. Efectivamente, la resiliencia es una construcción social que solo emerge en las personas gracias al entretejido de instituciones y personas que con solidaridad ponen los medios necesarios para que las personas tengan puntos de apoyo en los que asentarse para transformarse. Sobre todo los menores que son quienes menos recursos personales tienen. Confiemos en el realismo de la esperanza: de que estas personas descubran en algún momento una persona, situación, actividad, encuentro, experiencia... que suponga el inicio de un proceso resiliente. Saludos cordiales, Jose Luis.
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