Diez meses, diez firmas II
Invitada del mes de febrero de 2017:
Yolanda Martín Higarza, psicóloga.
Título del artículo:
Efectos en personas adultas de los malos tratos en la infancia. La necesidad de la detección y atención temprana y la intervención sistémica.
Este mes nos regala su saber y experiencia Yolanda Martín Higarza, perteneciente a la tercera promoción de psicoterapeutas de la Red Apega, egresados del programa formativo diseñado y dirigido por Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan. Conocí a Yolanda en dicha formación, hace ya unos cuantos años, creo que el 2010. Además del extenso curriculum que atesora como psicóloga y terapeuta familiar (y formadora acreditada por la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar, los alumnos y alumnas a quienes imparte docencia tienen la maravillosa oportunidad de aprender con ella) me impresionó su tranquilidad. Pensé que los niños/as y adolescentes, así como sus familias, no se sentirían amenazados. Al contrario: reducirían sus defensas ante alguien que te inspira confianza y serenidad de inmediato. Ejerce su labor como psicóloga y terapeuta familiar en el Centro Genos, una referencia en Oviedo en esta especialidad, sobre todo en la detección e intervención sistémica en el maltrato infantil, enriqueciendo esta visión desde el modelo de la traumaterapia sistémica-infantil, el abordaje EMDR y la resiliencia. También trabaja para el sistema de protección a la infancia. Posteriormente, hemos coincidido varias veces, cuando ella se ha acercado a Donosti para participar en las Conversaciones sobre apego y resiliencia, y a la inversa, cuando servidor ha sido invitado a su ciudad a tomar parte en un evento de la misma temática. Precisamente hoy nos va a hablar sobre el maltrato infantil y cómo detectarlo e intervenir tempranamente desde el modelo sistémico, un tema que no hemos abordado en el blog. Gracias Yolanda Martín Higarza por formar parte de la manada de hombre y mujeres buenos, como dice Jorge Barudy, siendo miembro ya del ilustre elenco de colaboradores del blog Buenos tratos.
Yolanda Martín Higarza. Licenciada en Psicología. Terapeuta Familiar y Docente acreditada por la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar (FEATF) y miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Terapia Familiar de Asturias (ATFA). Mediadora Familiar por el Forum Europeo de Mediación. Formación Especializada para Psicoterapeutas Infantilles en el Instituto de Formación e Investigación-Acción sobre las Consecuencias de la Violencia y la Promoción de la Resiliencia (IFIV) y Formación en Terapia EMDR.
Trabaja como psicóloga y terapeuta familiar en el centro Genos de Oviedo y como psicóloga en la atención a familias en el sistema público de protección de menores. Colaboradora en diversas asociaciones como psicóloga, terapeuta o coordinadora de programas dirigidos a menores y familias.
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Efectos en personas adultas de los malos tratos en la infancia. La necesidad de la detección y atención temprana y la intervención sistémica.
Quiero comenzar agradeciendo a José Luis su amable invitación para participar en este blog. La recibo con ilusión y con el entusiasmo de compartir mi experiencia con todas las personas que forman parte de esta gran red de promoción de los buenos tratos.
Semana tras semana, este espacio proporciona a familias y profesionales múltiples puntos de vista, referencias y valiosos aportes que nos generan una mayor conciencia sobre la vivencia de los malos tratos y su impacto en los menores. Todas las personas que estamos cercanas a estas experiencias conocemos los daños que producen y el efecto devastador que pueden tener en todos los ámbitos de su vida.
Ser conscientes de los efectos traumáticos nos refuerza en la importancia del trabajo que se realiza con niños/as y jóvenes, desde el trabajo preventivo al más centrado en la reparación de los daños y construcción de resiliencia.
Este esfuerzo supone, además, un valor añadido cuando pensamos en las secuelas que el sufrimiento no atendido puede producir en las personas a lo largo de su vida, con el efecto multiplicador que conlleva para la transmisión intergeneracional de los malos tratos.
Es acerca de este impacto, así como de las posibilidades terapéuticas en estos casos, sobre lo que me gustaría reflexionar y aportar algunos datos.
Existen importantes investigaciones epidemiológicas que sustentan la idea de una relación positiva entre las experiencias adversas en la infancia y los problemas de salud física y psicológica que afectan a las personas a lo largo del desarrollo de su ciclo vital. Incluso cuando sólo se refiere haber sufrido una de estas experiencias (por ejemplo, haber crecido en una familia donde uno de los progenitores o cuidadores consumía alcohol o drogas o haber sido testigo de violencia de género), las consecuencias en la salud física y psicológica en la edad adulta son significativas. A medida que estas experiencias aumentan los efectos negativos se multilplican.
El macroestudio denominado The Adverse Childhood Experiences Study llevado a cabo por Felitti y colaboradores (1998) es un buen ejemplo de ello. En él ya se indica cómo a mayor número de experiencias adversas se incrementan las alteraciones del neurodesarrollo, se deteriora el funcionamiento social, emocional y cognitivo, se adoptan más conductas de riesgo para la salud, aparecen enfermedades, discapacidades y problemas sociales además de producirse muerte prematura.
Es interesante resaltar que en este estudio se observó que los efectos de los malos tratos eran sorprendentemente comunes en la población general, afectaban a más del 60% de los sujetos evaluados. Se concluyó, por tanto, que eran indicadores muy potentes de un funcionamiento social, salud física y psicológica comprometidos en la edad adulta.
En relación a la salud mental, se recoge una alta prevalencia del maltrato en casi todas las categorías diagnósticas y no sólo en aquellas más relacionadas con las secuelas traumáticas, como las incluidas bajo la denominación de trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Si bien no se desestima la importancia de otros factores de riesgo que afectan a la vida de las personas (p.ej., violencia estructural o situaciones de exclusión), la importancia del estudio radica en señalar los efectos de vivencias relacionadas con el maltrato, negligencia y disfunciones familiares producidas durante etapas sensibles del desarrollo y en el contexto de relaciones significativas con funciones protectoras.
Otros estudios recientes han arrojado datos en la misma dirección, como el realizado en Reino Unido por Barboza y colaboradores (2015) donde se señala que el ambiente psicosocial estresante en la infancia y juventud guarda relación con peores datos de salud en las décadas siguientes.
Sin embargo, y a pesar de estas evidencias, la tendencia observada en la práctica clínica actual es a obviar o minimizar la importancia de la violencia interpersonal en la evaluación de las personas que reciben atención en salud mental y también en la formulación de las causas de sus dificultades (Read, 2015).
Otra de las conclusiones obtenidas es que, de no abordarlas, las consecuencias de estas experiencias son acumulativas, por lo que la prevención y detección e intervención temprana con los menores afectados por procesos traumáticos surgen como una necesidad a todos los niveles.
Esta realidad pone también de manifiesto las necesidades de apoyo en el caso de los adultos dañados por las secuelas de las experiencias adversas, especialmente cuando se trata de personas de referencia para niños y niñas y sus capacidades de cuidado pueden verse comprometidas.
Para este fin, la Terapia Familiar Sistémica nos provee de un marco de intervención privilegiado, aportando una perspectiva relacional, la comprensión contextual de las dificultades y promoviendo el trabajo con los recursos de las personas y las capacidades resilientes.
Brevemente, quiero apuntar algunas de las líneas de actuación de las intervenciones terapéuticas desde este enfoque. Si bien son procedimientos comunes al abordaje de todos los problemas desde la terapia familiar, se han mostrado eficaces para responder a las necesidades específicas de adultos afectados por el maltrato y la violencia interpersonal.
En este trabajo terapéutico, generar seguridad y reparar la capacidad de una vinculación sana son tareas que ocupan un espacio central. Crear una base segura es un elemento esencial ante cualquier tipo de demanda y más aún cuando se trabaja con “sistemas organizados por traumas”, según la denominación de Bentovim (2000). Como señalamos anteriormente, las vivencias de malos tratos dan lugar a estrategias relacionales disfuncionales, dificultades que a su vez están intrincadas en experiencias transgeneracionales de maltrato y vinculaciones inseguras.
En consecuencia, una parte importante de la labor terapéutica estará relacionada con la reparación de los vínculos, a menudo terriblemente dañados por personas significativas en contextos de cuidado y en las primeras etapas de la vida. Citando al terapeuta familiar John Byng-Hall, el objetivo general de la terapia es establecer una seguridad desde la que explorar nuevas soluciones y es papel del/a terapeuta proveer temporalmente de una base segura para lograrlo.
Por tanto, la alianza terapéutica será la base de cualquier cambio. Establecer una relación de colaboración y confianza requiere también de elementos como la disponibilidad, la validación de experiencias, generar un contexto de protección y el apoyo para la exploración y la puesta en práctica de nuevos recursos.
Desde la consideración de la presencia de disfunciones como el resultado del uso de procedimientos para afrontar tareas vitales y problemas y en relación a otras personas de los sistemas en los que estamos involucrados (Alonso, Ezama y Fontanil, 2014), la construcción de nuevas estrategias es otra tarea fundamental del trabajo terapéutico. Mediante las herramientas que nos proporcionan los diversos enfoques sistémicos y otros modelos tratamos de construir nuevos procedimientos y fomentar los propios recursos de las personas para alcanzar sus objetivos y afrontar problemas (p. ej, transiciones en las etapas del ciclo vital, regulación de afectos, fracasos en las metas relacionales, etc.).
Se trata de construir alternativas de respuesta que no den lugar a disfunciones, que sean diferentes de aquellas que hayan demostrado su ineficacia, basadas en soluciones ya presentes en el repertorio de la propia persona, generar nuevas narrativas no saturadas del problema y que construyan nuevos significados, proyectar soluciones en el futuro y todos aquellos medios que contribuyan a generar cambios respecto a las metas establecidas por el propio interesado/a.
Todas estas tareas se llevan a cabo bajo diversos formatos, no necesariamente mediante un trabajo conjunto con los/as implicados/as. En muchas ocasiones, las metas se establecen respecto a personas que no están ni estarán presentes en las sesiones y aun así el efecto de los cambios tendrá influencia en ellas. Este enfoque contextual y relacional de la terapia familiar implica que los cambios que se propician a nivel individual tendrán un reflejo en las interacciones.
En definitiva, pensamos que el tratamiento del trauma en cualquier etapa de la vida ha de ser un abordaje sistémico, comprometido con todas las personas afectadas y centrado en sus recursos y objetivos.
También quiero reiterar la importancia de considerar la infancia como un periodo crítico para el desarrollo integral de las personas y, por tanto, una oportunidad para promover el bienestar general de la población.
Para finalizar, recojo las palabras de Margaret Mead que sintetizan espléndidamente las ideas que he querido compartir: “La solución a los problemas de los adultos de mañana depende en gran medida de cómo nuestros niños crecen hoy”.
Muchas gracias a todos/as.
Referencias
Alonso, Y. Ezama, E. y Fontanil. Y (2014). Pasos hacia una psicopatología de las estrategias.
Barboza, C. et al. (2015). Adverse childhood experiences and physiological wear-and-tear in midlife: Findings from the 1958 British birth cohort.
Bentovim, A. (2000). Sistemas organizados por traumas, el abuso físico y sexual en las familias. Piados. Buenos Aires
Byng-Hall, J. (1995). Creating a Secure Family Base: Some Implications of Attachment Theory for Family Therapy.
Felitti, V. et al. (1998). Relationship of childhood abuse and household dysfunction to many of the leading causes of death in adults. The Adverse Childhood Experiences (ACE) Study.
Read, J., Hammersley, P. y Rudegeair, T. (2015). Por qué, cuándo y cómo preguntar sobre el abuso infantil.
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