Diez meses, diez firmas II
Invitada del mes de enero de 2017:
Rocío Fraga Vázquez, educadora social.
Título del artículo: Acoger es crecer
Hace aproximadamente diez años conocí a Rocío Fraga Vázquez, nuestra firma invitada de este mes. Precisamente en el contexto laboral de tratamiento de los menores víctimas de malos tratos y que residen en pisos de acogida. Ella trabajaba entonces para la AEEG (Asociación de Educadores Especializados de Gipuzkoa) y yo me encargaba de la psicoterapia de varios menores que residían en los centros de acogida de esta institución. Rocío Fraga me cautivó por su capacidad para poder sintonizar emocionalmente con los niños/as pero a la par ser consistente en sus respuestas hacia ellos respecto a las normas y a los límites. Niños/as, por desgracia, muy dañados en su desarrollo, vinculación y personalidad. Porque la sintonía emocional y la consistencia de respuesta son dos habilidades que pueden reparar la capacidad de vincular de los menores cuando su apego temprano fue dañado. Y Rocío las tiene. Los niños y adolescentes con los que trabajé en psicoterapia siempre hablaban de Rocío con palabras afectuosas. ¡Buena señal! Los menores sentían que a ella le importaba de verdad sus vidas y su bienestar. Tuve la enorme suerte de trabajar con Rocío Fraga en el acompañamiento de los menores dañados por los malos tratos y aprender de ella cómo consigue ganarse la confianza, el afecto y la seguridad de los niños/as y jóvenes. Desde entonces hemos mantenido el contacto y he estado al tanto de su evolución personal y laboral. Dada su experiencia como acogedora y educadora y su buen hacer, me ha parecido que a todos/as los/as que nos juntamos en este blog nos aportaría conocer muchos aspectos del acogimiento, sobre todo emociones y procesos internos de los que no se habla y que de su resolución puede depender en parte que un acogimiento sea una experiencia de éxito para el niño o niña. "Porque al acoger un niño/a en casa estamos introduciendo una historia de dolor que va a trastocar todos nuestros cimientos" - dice Rocio sabiamente. Os dejo con ella, nuestra invitada de este primer mes del año. Rocío Fraga ya forma parte del elenco de grandes profesionales que nos visitan mes a mes desde hace dos años. Muchas gracias, Rocío, por tu colaboración.
Rocío Fraga Vázquez. Me llamo Rocío. Soy educadora y pedagoga social. Master en cooperación internacional al desarrollo. Monitora de tiempo libre. Tengo 31 años, y trabajo en la red de protección infantil desde hace casi diez. Los primeros ocho, estuve trabajando en los pisos de acogida de la AEEG, realizando diferentes funciones, y desde que finalizó esa etapa, mi pareja y yo tenemos a una persona en acogimiento profesionalizado.
El día que José Luis me pidió que relatara mi experiencia como acogedora y/o educadora, me surgieron muchas dudas, pero entre todas ellas, la más obvia fue pensar en que función iba a centrarme. Dándole vueltas al asunto, concluí que aunque son ocupaciones diferentes, tienen en común, a mi parecer, que para que ambas medidas de protección sean constructivas y exitosas, la figura en cuestión (ya sea acogedor/a o educador/a) ha de ser un/a tutor/a de resiliencia; con las diferentes connotaciones e implicaciones de cada contexto, por supuesto.
Por lo tanto, desde ahí es de dónde escribo. Sintiéndome (o al menos esperando poder ser) tutora de resiliencia. En este proceso de convertirme en tutora, me he encontrado con personas que me han apoyado, formado y dado miles de oportunidades, y no puedo hablar de mi camino sin rememorarlas. Entre ellas está María José Gorrotxategi, una persona infinitamente especial, que me enseñó a trabajar con el corazón, me dio grandes oportunidades a nivel laboral, y nos ofreció a todas las personas que trabajamos con ella aprendizajes inestimables para realizar la labor de educadora. También me brindó la posibilidad de conocer a dos grandes profesionales, una de ellas es Itziar Landaburu, y el otro José Luis; gracias a ellos he podido seguir formándome, y entre otras cosas, he podido sentirme apoyada en esta tarea tan difícil que hacemos.
Aunque me parece que la función de educador/a y acogedor/a tienen en común que ambos son tutores de resiliencia, he pensado que será más interesante el enfoque práctico como acogedora, ya que el trabajo en pisos de acogida ya está más regulado y seguramente los lectores y lectoras de este blog ya conocen la práctica y las implicaciones de este trabajo. Además, creo que lo que voy a relatar es aplicable para educadores/as, pero vicerversa, sería más difícil, puesto que como acogedor abarcas aspectos que como educador es más difícil hacerlo; la intervención no llega a ser tan profunda.
En estas líneas, voy a dar mi respuesta a dos preguntas que creo que se hacen muchas personas al hablar o plantearse un acogimiento, sin especificar profesionalizado o voluntario; creo que las necesidades y características son las mismas, solo que cambia la intensidad de ellas. La primera de las preguntas es:
¿Qué es un acogimiento?
Es muy difícil de explicar exactamente que es un acogimiento, pero se puede empezar por dejar claro que no es una adopción. Parece muy obvio, pero en la práctica te encuentras con dilemas, situaciones, e historias de niños/as que te hacen sentir necesario aclararlo. Técnicamente, acoger a una persona es darle, temporalmente, un hogar que por diversos motivos no puede vivir con su familia. Es tan difícil de definir lo que es un acogimiento de manera más concreta, porque cada persona que participa en el proceso tiene motivos, deseos y expectativas diferentes respecto al proceso. Es decir, los/as acogedores/as lo hacen por unos motivos (cada acogedor los suyos propios) y los/as niños/as que son acogidos lo son también por otros completamente diferentes (cada niño/a también por razones distintas). Esto, convierte el proceso en una coctelera que agita emociones a veces contrapuestas entre los miembros del proceso, y puede resultar doloroso. Pongamos que alguien desea acoger para darle lo mejor de sí a un niño y salvarle de una situación horrible, pero ese niño o esa niña va a su casa porque no le han dado alternativa desde las instituciones, y realmente no desea ser acogido/a. Es un ejemplo drástico, pero no por ello poco habitual…
Lo que acabo de mencionar tiene mucho que ver con el primer punto importante, en mi opinión, al tomar la decisión de acoger, que es pensar muy bien porque uno quiere dar ese paso. Creo, en mi humilde opinión, que las personas que realizamos trabajos asistenciales, buscamos siempre el motivo en las personas atendidas, y no miramos nuestros propios motivos, que siempre existen, por muy ocultos que estén. Es importante marcar cual es nuestro objetivo personal con esta labor. Qué es lo que queremos conseguir. En mi caso, yo lo hice porque trabajar con la infancia desprotegida me aporta muchísima satisfacción, cuando los niños que he atendido han hecho avances, he sentido una sensación incomparable dentro de mi ser, quiero que sea mi aportación al mundo, mi forma de estar viva y poder hacer un efecto positivo en los demás, porque eso es lo que me hace sentirme bien; realizar un trabajo que me de algo más que una remuneración económica, un beneficio al mundo donde vivimos. Siempre he sido una persona muy crítica con la sociedad y el dolor que a veces produce su funcionamiento, y necesito ser consecuente con ello; dando mi pequeño granito de arena para mejorar nuestro mundo.
¿Qué es necesario para un acogimiento exitoso?
Antes de comenzar a dar mi opinión, me gustaría señalar que no porque se cumplan todos los puntos que voy a exponer, un acogimiento va a ser exitoso, puesto que hay otras cuestiones en juego, como por ejemplo las medidas administrativas, que escapan de nuestro control. Pero sí que me atrevería a afirmar, que si no se dan, al menos en su mayoría, es difícil que haya podido ser un proceso constructivo.
Voy a comenzar expresando cuales son las características esenciales respecto a él/la acogido/a. En primer lugar, la persona tiene que estar preparada para afrontar el proceso; tiene que tener una capacidad emocional estructurada por unos mínimos, para resistir todo lo que se le va a trastocar, que va a ser, esencialmente, todo. Funcionalmente, va a cambiar casi seguro de lugar de vida, amigos, espacios de ocio,…va a cambiar hasta su alimentación. Socialmente, se le van a pedir otro tipo de comportamientos; el nivel de exigencia es infinitamente mayor.
Además, tiene que tener una familia biológica que aunque no apoye, por lo menos entienda el acogimiento. De no ser así, es probable que el acogido se vea envuelto en una lucha entre acogedores y familia biológica, y/o sufra un gran conflicto de lealtades que le impida aprovechar la oportunidad que se le brinda. A veces se toma la medida de iniciar el acogimiento aunque la familia este totalmente en contra, y esto solo se puede hacer si luego se podrá garantizar que no se permitirá a la familia boicotear el acogimiento, puesto que de otra manera, se condenará al niño o a la niña a otro fracaso cuya responsabilidad no es suya pero que él o ella sentirá así.
Por último, los/as niños/as, exceptuando los bebés, tienen que tener un mínimo de capacidades para integrarse en una familia. Este mínimo va también en proporción de que puede resistir la familia y que no, pero hay casos tan extremadamente dañados, que proponerles un acogimiento es dañarles más aún porque no van a poder con ello, ya sea la familia, el/la acogido/a o ambos los que no puedan. Esta decisión es muy complicada, porque nunca sabes hasta qué punto es irreparable una situación, pero el daño que se le puede hacer a una persona al condenarle a otro abandono más puede ser muy grave.
La familia también tiene que tener ciertas características y condiciones. La primera condición es que todos los miembros del núcleo familiar han de estar de acuerdo, y si la familia extensa esta también de acuerdo, mejor aún, pero esto no es esencial.
Respecto a las características necesarias, enumeraría las humanas en primer lugar: capacidad de escucha activa, empatía, altruismo -de esto una buena dosis-, capacidad para poner límites asertivamente…Pero sobre todo sensibilidad, amor y humor a raudales. Porque un acogimiento, a veces es tal infierno, que o te lo tomas con humor, o no sales bien parada, y el niño o la niña peor aún.
Por otro lado, para atender adecuadamente a los/as niños/as que han sufrido historias de abandono o malos tratos, es imprescindible una adecuada formación. Leer sobre el tema es muy beneficioso, ya que aunque tengas la formación, retomar aspectos teóricos a menudo siempre es interesante, puesto que todo se olvida en el día a día, y nos sale lo más primario; actuar desde las emociones y los instintos. Supone un esfuerzo y tiempo del que a veces no disponemos. Pero siempre merece la pena, en mi caso, me ayudaron a enfocar mi labor los libros “El niño abandonado” de Rygaard y “La Inteligencia Maternal” de Barudy, Dantagnan, Comas y Vergara [Aprovechamos la ocasión para informaros que Rygaard estará con todos/as nosotros/as en San Sebastián los días 6 y 7 de octubre]
Y por último, lo más difícil. Saber pedir ayuda. Pero de verdad. Cuando te encuentras desesperado/a -que si acoges, lo estarás-, es increíblemente difícil reconocer que estas fatal en esos momentos. O que no sabes cómo intervenir en alguna situación. Esto ocurre, desde mi punto de vista, por dos factores: el primero es porque en general, los/as acogedores/as nos creemos superhéroes; y por otro lado, por miedo a que la administración nos juzgue y tome medidas al respecto. Pero sobre todo por lo primero, es por ello que realizar un trabajo personal es imprescindible, o al menos estar dispuesto/a a hacerlo cuando sea necesario.
Un desafío interesante en el proceso del acogimiento, es saber aceptar que no somos los salvadores de las/os niñas/os, que va muy unido a ese complejo de superhéroe que tenemos. Aprender a aceptar a las/os niñas/os y a su situación es muy difícil.
En mi caso, aparentemente, ya sabía que no iba a salvar a este niño de nada...Pero una vocecita, muy pequeña, me decía que sí, que yo conocía de cerca estas situaciones, y que estaba preparada para abordarlas, que sabía dónde me estaba metiendo, y que le iba a poder cambiar la vida al niño o a la niña que me asignaran ¡Ja!
Actualmente, después de mucho trabajo, he podido modificar mi objetivo: No le voy a salvar, pero sí que puedo ayudarle a ser su mejor versión. Para ello hay que aceptarle a él y a toda su mochila.
Y aquí viene lo rematadamente difícil. Su mochila tiene diferentes compartimentos; primero están los dos más grandes, que son su historia y su comportamiento (posiblemente disruptivo) y emociones. Después está un segundo bolsillo lateral, su familia, o familias de acogida anteriores, pisos de acogida, familia extensa…En el otro bolsillo están las dificultades añadidas que él o ella pudiera tener: una discapacidad, enfermedad…Y todo eso, lo tienes que aceptar. Pero no para llevarlo tú, si no para enseñarle a ella, o a él, después de hacer el largo proceso de aceptación, a llevarla dignamente. Esto supone que le puedes ayudar a ordenar la mochila, o a saber cómo quitarse un peso que le impide caminar, pero lo tiene que hacer él o ella y cuando esté preparado/a. Y a veces queremos ayudarle demasiado, y lo queremos hacer con prisa por la urgencia de “curarle”, y no nos damos cuenta de que en ese momento no puede.
Por último, diré que un acogimiento es un desafío, y es un proceso muy complicado, en el que influyen innumerables factores. Hay que ser consciente de que estas metiendo una historia de dolor en tu casa. Cuando llegas a entender que no le vas a salvar, que ya es muy difícil de asumir, y has llegado a poder reflexionar sobre esto, te das cuenta de que de alguna manera, el sufrimiento que trae el niño te ha comido terreno en tu vida. Se te mueven todos tus cimientos emocionales, y te contagias, de alguna manera, de su dolor. Ellos devuelven al mundo lo que este les ha dado, y en ese momento, por simplificar, nosotras/os somos los que recibimos ese daño. Hay veces que una no se reconoce en sus respuestas o emociones ante algunos actos del niño o niña. Y eso asusta. Ojalá tuviéramos libertad de hablar de esas emociones oscuras que sentimos las acogedoras o acogedores; del gran apoyo que necesitamos para poder llevar a cabo nuestra labor.
Desde esas emociones que he sentido en el duro proceso de adaptación, puedo decir que me ha llevado a conectar y entender porque la persona que yo atiendo no puede (aún) modificar -o al menos pensar- sobre algunas reacciones disruptivas que presenta. Si yo tengo estas emociones, ¡¡qué no tendrá este niño!! Hay algo que a veces hacemos las personas que nos dedicamos al trabajo asistencial, y es pedir cambios comportamentales más rápidos, reflexiones más profundas o respuestas más maduras a las personas que atendemos que a nosotras mismas, o incluso a nuestros/as familiares o amigos/as adultos/as. Además de pedirles que nos cuenten todo lo que les pasa, sabiendo que gran parte de lo que nos cuenten lo vamos a tener que contar a toda la red que le atiende.
Me gustaría finalizar esta aportación enfatizando lo importante que es que las acogedoras y acogedores tengamos un apoyo antes, durante y después del acogimiento. Entiéndase por apoyo: formación permanente de calidad, supervisión cercana y constante del caso y de ayuda para el acogedor y la acogedora; a todos los niveles que pueda necesitar cada persona, ya sea en recursos materiales, como en colaboración interprofesional.
Sería interesante que se garantice que todos los/as acogedores/as puedan sentirse aceptados/as y reconocidos/as, que se le facilite identificar, admitir y trabajar esas emociones que sentimos todos/as cuando acogemos, sin miedo, puesto que trabajarlas es lo que hará que el acogimiento pueda ser exitoso, sentir que el hogar que ofreces es algo más que un lugar donde la institución pone a un número de expediente, poder hablar con confianza y ser tratado de la misma manera, para que la acogedora o el acogedor pueda ofrecer, a su vez, un espacio reparador y resiliente a la persona o personas que atiende. Estas emociones, son comparables a las crisis, cuándo se elaboran, pueden ser enriquecedoras.
Me gusta pensar que los tutores de resiliencia somos jardineros de las flores que son nuestros niños, que pese a la dura tierra donde les ha tocado crecer, florecen, con un buen cuidado. Pero no se nos puede olvidar que el jardinero también descansa y se cuida. Y crece.