Diez meses, diez firmas III
Profesional invitado en el mes de diciembre 2017:
Manuel Hernández Pacheco
Título de su artículo:
"De la neurobiología a la psicopatología: la ansiedad y su orígen"
Manuel Hernández y yo nos seguíamos -y seguimos- en las redes sociales. He tenido noticia de su trabajo y propuestas teóricas y metodológicas en terapia desde hace tiempo. Me impresionaron. No hace mucho, en el Congreso Europeo EMDR celebrado en julio en Barcelona, pudimos, al fin, conocernos en persona y departir juntos sobre los temas que a ambos nos apasionan: el apego, el trauma, la ansiedad... Manuel Hernández es una enciclopedia psicológica y biológica andante. No en vano su pasado de librero y su vocación por estos temas le han hecho devorar cientos de libros. Me encantó aprender con él, y conocer de primera mano, el pasado octubre, en A Coruña, en el marco del Congreso de la International Attachment Network Iberoamericano, su modelo para entender la ansiedad y sus orígenes llamado por él mismo PARCUVE, el cual presentó allí, y sobre el que nos habla en el post que tenéis a continuación. Le propuse escribir en Buenos tratos y... ¡no vaciló! Al contrario, aceptó con gran interés y placer. Es un lujo que un profesional tan acreditado y experto como Manuel Hernández nos regale este artículo sobre la ansiedad y sus orígenes, le doy las gracias de corazón en nombre de todos/as. Manuel Hernández es la firma que cierra, brillantemente, con este post, el año 2017. Si necesitáis sus excelentes servicios profesionales, ejerce en su consulta sita en Málaga. Para conocer su web, haz click
aquí.
Manuel Hernández Pacheco. Mis orígenes académicos fueron como Biólogo y posteriormente como Psicólogo, licenciándome de las dos en la Universidad de Málaga. Ambas disciplinas se unieron cuando descubrí el mundo del apego (en gran parte gracias a José Luis) a relacionar los primeros años de vida del niño con la neurobiología y la importancia de los cuidadores como forma de ayudar a un desarrollo sano del cerebro del niño.
Quiero agradecer lo primero a José Luís Gonzalo su generosidad al ofrecerme este espacio para compartir mi pasión con todo lo relacionado con el cerebro y la psicopatología y la oportunidad de poder hablar mi libro recién publicado por Desclée.
Estos primeros años son los cimientos sobre los que se va a construir la psique del niño (construyendo sobre esta posteriormente de adolescente y adulto). Voy a explicar cómo los primeros años de vida van a ser muy importantes cuando el edificio se haya construido y haya circunstancias que pongan en peligro su equilibrio y solidez.
El niño nace con unas emociones básicas o primarias que tienen un origen genético y posteriormente a medida que descubre el mundo, acompañado de sus cuidadores y figuras cercanas, va a ir perfilando estas emociones dando lugar a lo que conocemos como carácter o personalidad. Haciendo una metáfora podemos comparar al niño cuando nace con un ordenador que trae incorporado en el disco duro un sistema operativo (por ejemplo, Windows) que nos ayuda a encender y poder empezar a trabajar con el ordenador, pero seremos nosotros con el paso del tiempo los que iremos añadiendo (o eliminando) programas que consideremos útiles para nuestras tareas u ocio. Desgraciadamente, a lo largo del tiempo, en este ordenador también pueden instalarse virus o troyanos que interferirán con el funcionamiento normal. En los humanos a estas anomalías en el funcionamiento normal las llamaríamos psicopatología.
El disco duro del niño (perdonen que abuse de la metáfora, pero creo que ayudará a hacer más ameno el texto) viene programada con siete emociones básicas que según Panksepp (un neurobiólogo recientemente fallecido) son: Pánico (separación afectiva), miedo, rabia, cuidado, lujuria, juego y búsqueda. Si se fijan las tres primeras son desagradables y no nos gustan, pero forman parte del pack porque son las que permiten defendernos de lo que consideramos negativo mientras que las otras cuatro son positivas y nos ayudan a buscar lo que nos atrae. Vamos a quedarnos con las tres primeras, porque desgraciadamente a los psicólogos nadie viene a decirnos lo bien que se sienten, eso se lo dejamos a los enamorados.
Las tres emociones primarias o innatas que me interesa resaltar son:
Pánico: Este circuito innato Panksepp lo llamo así porque está muy relacionado en adultos con los ataques de pánico. Se activa cuando nos sentimos solos o con miedo y no hay ninguna figura de seguridad cerca. Por ejemplo, imagina que una perra ha tenido una camada de perritos y te encaprichas de uno y decides llevártelo. Al principio el perrito empezará a gemir y gritar de forma lastimosa (es lo que llamamos el grito de apego), pero tú lo acariciaras, lo mimaras, le darás el biberón y el perrito se irá tranquilizando y te elegirá como su nueva figura de apego ( y tú a él). No importa el tiempo que pase, cuando no estés con él el perro se sentirá triste y contento cuando vuelva a verte.
Hay diferencias entre los animales (los mamíferos, porque los reptiles no lo tienen) y los seres humanos, y es que en nosotros este circuito se activa cuando nuestras figuras de apego no están físicamente (porque me han ingresado en un hospital o me dejaron internado en un colegio) y cuando no están disponibles emocionalmente (porque mi madre está muy ocupada o deprimida).
Abandono emocional puede ser porque mis figuras de apego están deprimidas, o discutiendo todo el día entre ellos o porque mi abuelo murió y mi mama se puso mala de la pena, o porque enfermaron de algo grave… El circuito del pánico se activará de forma muy intensa porque el abandono sea prolongado en el tiempo o porque sea muy intenso.
Cualquier situación de amenaza o miedo relacionada con las figuras de apego activa este circuito, ya sea por abandono o negligencia, abusos físicos, psicológicos o sexuales. Multitud de situaciones pueden hacer que se dispare, porque mi madre me cuenta y me hace hacer cosas que no corresponden a mi edad, o porque veo violencia en mi casa, porque tengo que cuidar y proteger a mis hermanos de una forma excesiva para mi edad, etc…
Miedo: El circuito del miedo es filogenéticamente más primitivo que el anterior (y si lo compartimos con los reptiles), aunque se puede confundir con el del pánico son diferentes y utilizan sustancias, órganos y circuitos cerebrales diferentes.
El miedo se relaciona directamente con el circuito del dolor y la ansiedad, podemos tener miedo a los aviones, a las jeringuillas o a las alturas… Este circuito cerebral (a diferencia del pánico), se calma con ansiolíticos (benzodiacepinas).
Cuando se activa el circuito del miedo nuestro cerebro automáticamente desarrolla actividades relacionadas con la rabia.
Rabia: Este circuito se vincula a todo lo que significa lucha/huida, es una emoción claramente defensiva que sirve para conseguir dominio y estatus y para poner límites. Como dije anteriormente siempre que hay rabia hay miedo y siempre que hay miedo hay rabia.
Esta emoción tiene una particularidad y es que puede ir hacia dentro, es decir inhibirse, por ejemplo, porque no queremos ser una carga o preocupar a los seres queridos o porque si la expresamos pueden pegarnos o insultarnos y hablamos de “rabia inhibida” “fría” o “parasimpática”.
Esta rabia que aprendemos a guardarla en la infancia hará que tengamos rasgos de personalidad cercanos al apego evitativo, es decir evitaremos mostrar nuestras necesidades y aprenderemos a huir de situaciones que puedan resultar conflictivas o dolorosas. Pero también puede ir hacia fuera y hablamos de “rabia expresada” “caliente” o “simpática” y si sale con demasiada frecuencia tendremos tendencia a tener un apego ansioso, mostraremos enfado, rabia y queja constantemente como forma de sentirnos vistos y/o entendidos.
En una persona equilibrada estas dos formas de rabia se alternarán de forma adaptativa y hablaremos de apego seguro, pero si se expresan de forma exagerada o inadecuada entonces hablaremos de apego desorganizado. Es un poco confuso, pero en un gráfico se verá mejor
Estas emociones de las que hemos hablado hasta ahora las compartimos con todos los mamíferos, pero hay lo que conocemos como “emociones secundarias” que solo poseemos los seres humanos estas pueden ser el orgullo, la avaricia, la lujuria, la ambición y las que nos interesan más ahora la culpa y la vergüenza.
Estas dos emociones secundarias aparecen en el niño como forma de sentir algo de control en sus relaciones con sus cuidadores. Todos los seres humanos tenemos estas emociones, cuando están en un nivel óptimo son adaptativas, pero si son muy intensas se vuelven patológicas.
Los niños que han tenido en la infancia un apego inseguro desarrollan emociones y sensaciones patológicas como forma de adaptarse a las circunstancias de sus cuidadores. Al sentir que las personas que tienen que cuidarles y protegerles son una fuente de amenaza y miedo entran en una paradoja irresoluble. A veces, es porque esas figuras nunca están disponibles o no existen como en niños abandonados, aunque luego sean adoptados y vivan en una familia normal el daño estará hecho y estas sensaciones de miedo y rabia pertenecerán a su ADN emocional.
Sentir que soy malo o que no valgo, hace sentir que todavía hay algo que puedo hacer por cambiar las cosas y sobre todo eximo de responsabilidad a mis padres, puesto que el vínculo de apego en un niño es prioritario sobre cualquier otra cosa. (Esto es así porque ningún mamífero puede vivir sin sus cuidadores en la infancia, al percibir que se activa el circuito del pánico se siente como que está en juego la supervivencia).
Todas estas emociones juntas dan lugar a un modelo que he creado que relaciona la neurobiología y la psicopatología y lo he llamado PARCUVE, ya que relaciona el pánico, la ansiedad, la rabia, la culpa y la vergüenza.
Un apunte que quería hacer sobre la culpa y la vergüenza, es que mientras la primera solo está en nuestro pensamiento (es verbal) la otra es somática, es una sensación que primero sentimos y luego interpretamos. Esto va a tener mucha importancia en todo lo relacionado con la psicopatología, pero excede lo que quiero explicar aquí. Si queréis conocer más detalles podéis encontrar más información en mi libro "Apego y psicopatología" Ed. Desclée de Brouwer.
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Portada del libro de Manuel Hernández Pacheco
donde profundiza en su modelo PARCUVE
para entender la ansiedad y su origen. |
Todo lo que he hablado hasta ahora ocurre en la infancia, que como hemos visto es una etapa vital para el niño en la que para sobrevivir dependerá de sus cuidadores física y psicológicamente. Cuando llega la adolescencia va a haber un segundo nacimiento psicológico. Habrá cambios muy importantes en el cuerpo y en el cerebro, el adolescente va a cambiar su prioridad que ahora no será vincularse a sus cuidadores para sobrevivir sino encontrar pareja, amigos, pandillas es decir vincularse a otras personas.
¿Qué va a ocurrir si el adolescente debido a que en su infancia no recibió los buenos tratos adecuados se siente defectuoso, incapaz, inseguro, etc.? Pues que se sentirá inferior y en desventaja frente a otros adolescentes y buscará estrategias de control que le hagan sentir mejor no con su familia o sus compañeros sino en sustancias, sexo, rendimiento o deporte compulsivo, actividades peligrosas, etc. También puede desarrollar trastornos de personalidad que son inadecuados para las nuevas circunstancias, pero ¿Qué puede hacer un adolescente cuando no aprendió otras de niño?
En mi opinión el origen de la mayoría de las patologías psicológicas son intentos del cerebro de regularse en condiciones de inseguridad, buscando estrategias de personalidad o de control que, aunque en un primer momento resultaron adecuadas por las circunstancias que vivió, pero con el tiempo se vuelven inadaptadas y patológicas.
Voy a poner un ejemplo que creo que ayudará a que todo esto se entienda mejor:
Laura es una paciente de 30 años que tiene bulimia, se da atracones y vomita cada vez que tiene una ruptura amorosa. Cuando hacemos la historia clínica vemos que tuvo un padre muy trabajador, pero siempre ausente y una madre que cuidaba de ella, pero era fría y distante. Recuerda su infancia como de mucha soledad, y que pasaba muchos ratos viendo series de televisión y comiendo.
Cuando llego a la adolescencia se sentía diferente e inferior a las otras niñas porque se veía un poco más gordita. No tenía éxito con los chicos y cada vez que se sentía rechazada (vergüenza) comía compulsivamente (lo mismo que hacía de pequeña cuando se sentía sola) y luego se sentía culpable y vomitaba. Esto que en la adolescencia fue una forma de evitar el malestar quedo grabado en su cerebro como una forma de reducir el malestar y la vergüenza quedó grabada y con el paso de los años se ha convertido en un grave problema.
La terapia consistió en buscar esos momentos de soledad, culpa, vergüenza, y hacerle sentir que la comida no era una solución, pudiendo ayudarla a encontrar nuevas maneras de regular la ansiedad.
Siguiendo con la metáfora del ordenador durante la terapia, vamos a reprogramar la información que está guardada en el disco duro del paciente (creencias erróneas, emociones y sensaciones inadaptarías, comportamientos lesivos, etc..) y vamos a ayudar a aprender nuevas variables que sean sanas y adecuadas a las circunstancias.
Para lograr esto el terapeuta debe convertirse en una nueva figura de apego que ayude al paciente a sentir seguridad y así poder cambiar los aprendizajes que en su momento fueron necesarios para poder sobrevivir pero que ahora resultan patológicos. Revivir emociones y recuerdos del pasado resulta doloroso y difícil por eso es tan importante que el terapeuta y el paciente establezcan una fuerte alianza para poder soportar el dolor que en su momento no pudo ser tolerado porque no había nadie para sostenernos.