Cuando hemos hablado de las alteraciones en el
vínculo de apego de los menores, nos hemos referido con más frecuencia a los
apegos desorganizados que van evolucionando ya a edades más tardías (desde los cuatro años), en torno a la defensa del control punitivo. Son niños/as que para defenderse de la vivencia aterradora del maltrato (o dentro de un patrón relacional donde el cuidador se siete atemorizado por el menor), desarrollan estrategias de
control de la relación de naturaleza agresiva o coercitiva; el
diagnóstico temprano en los menores de preescolar en adelante suele ser problemas de conducta. Pero esto es solo la superficie.
Peter Fonagy postula en su libro “Teoría del apego y psicoanálisis” que para esta edad los menores con antecedentes de apego desorganizado suelen ser más agresivos con sus iguales y adultos, presentan dificultades de regulación de la emoción, el proceso de socialización está más afectado y existe una mentalización alterada –distorsionan la mente de los adultos, atribuyéndoles intenciones negativas-. Sí son capaces de ver la mente del otro, pero a diferencia de los niños con autismo –cuya visión de la mente del otro está profundamente alterada y tienen una ceguera con respecto a la misma- los menores víctimas de malos tratos leen la mente del otro, normalmente distorsionando las intenciones, deseos o motivaciones del adulto, pero no han desarrollado, al nivel evolutivo esperado, la capacidad de reflexionar sobre la misma. Mi amiga, profesora y colega Maryorie Dantagnan dice que son hackers de las mentes de los demás, pero no hay una auténtica reflexión porque esa función tuvo que anularse como consecuencia de los malos tratos sufridos en el contexto de una relación de apego temprana con el cuidador o cuidadores principales.
Peter Fonagy postula en su libro “Teoría del apego y psicoanálisis” que para esta edad los menores con antecedentes de apego desorganizado suelen ser más agresivos con sus iguales y adultos, presentan dificultades de regulación de la emoción, el proceso de socialización está más afectado y existe una mentalización alterada –distorsionan la mente de los adultos, atribuyéndoles intenciones negativas-. Sí son capaces de ver la mente del otro, pero a diferencia de los niños con autismo –cuya visión de la mente del otro está profundamente alterada y tienen una ceguera con respecto a la misma- los menores víctimas de malos tratos leen la mente del otro, normalmente distorsionando las intenciones, deseos o motivaciones del adulto, pero no han desarrollado, al nivel evolutivo esperado, la capacidad de reflexionar sobre la misma. Mi amiga, profesora y colega Maryorie Dantagnan dice que son hackers de las mentes de los demás, pero no hay una auténtica reflexión porque esa función tuvo que anularse como consecuencia de los malos tratos sufridos en el contexto de una relación de apego temprana con el cuidador o cuidadores principales.
Decimos que en este blog nos hemos dedicado más a tratar el apego
desorganizado en su vertiente punitiva que en otras vertientes que también son
formas de protegerse frente a la desestructurante vivencia del maltrato, o ante
la ausencia emocional de las figuras de apego (que no están, y cuando lo hacen no
conectan emocionalmente con el menor, mostrándose poco disponibles e incluso
con nula sensibilidad ante las necesidades emocionales): me
estoy refiriendo al subtipo de apego cuidador.
Un libro clave de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan |
Por lo tanto, hemos de cambiar la mirada sobre el niño/a cuidador: de la
estampa que enternece al adulto que valora el caso y dice que es precioso que
el menor cuide de sus papás, qué buen niño, cómo se preocupa… a evaluarlo como
algo grave sobre todo si se da en ese contexto familiar de inversión de roles
donde cuidas para evitar la desestructurante angustia de no ser cuidado, esto
es, es una defensa contra el abandono emocional. Esto es importante porque así
como el menor con rasgos desorganizados punitivos inmediatamente se valora
como una alteración severa porque agrede, se muestra hostil, marcadamente
resistente a aceptar la autoridad del adulto y sufre cambios bruscos de humor y
su conducta es perturbadora y visiblemente desadaptada, en el caso de los
menores cuidadores su comportamiento no resulta molesto para los adultos que le
rodean, sino que éstos hacen lecturas bucólicas (idílicas o hermosas) de sus
actitudes y conductas. Sin embargo, las consecuencias a futuro, si no se
interviene y se le provee de cuidados al menor, pueden ser fatales para su
salud psicológica.
Es posible que los aspectos culturales pesen e influyan en el
rol de cuidadora que sobre las mujeres todavía recae y pesa. En cambio, en el
caso de los hombres, cuando he tratado niños o jóvenes, la inversión de roles que tenía lugar en éstos no era tanto en la esfera de proveer cuidados a los padres (en algunos sí, claro) sino
en aspectos relacionados con tomar el control dominando: ellos toman las decisiones en el hogar, ponen las normas, se organizan y organizan la casa...
Cuando se interviene con estas familias y menores en situación de
desprotección, si las capacidades parentales no son recuperables y se evalúan
como severas y crónicas (Barudy y Dantagnan, 2010, "Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Manual de evaluación de las competencias y la resiliencia parental") un asunto muy delicado es
qué contexto de cuidados ofrecer a estos menores. No nos olvidemos que el hecho
de que un niño/a cuide a sus padres es muy grave y que se invierten los roles:
los padres son los que se apegan a los hijos, cuando se sabe que el vínculo de
apego es de los niños/as a los padres. ¡Si los padres se apegan a los niños
pretenden inconscientemente que éstos sanen sus heridas emocionales! Para lo
que estamos preparados como seres humanos por la neuropsicobiología (mente y
cerebro) es para emitir conductas de apego con el fin de que los adultos
satisfagan nuestras necesidades emocionales (de confort y calma ante el estrés)
y de seguridad (protección frente a peligros externos o estados internos de
incomodidad, angustia…) Por ello, en las relaciones tempranas de apego aprendemos a regularnos emocionalmente, a
sentirnos seguros (interiorizamos esa seguridad y nos abrimos al
mundo y lo exploramos sabiendo que el adulto que nos cuida está ahí, disponible) a experimentar el afecto de quien nos cuida y a sentir que
alguien nos siente (Siegel 2007, "La mente en desarrollo")
Cuando los roles se invierten y es el niño/a la figura de apego de los padres
o cuidadores… ¡todo esto es al revés! Se puede afirmar que todo sucede contra
natura, pues las leyes del apego se trastocan. El control también lo ha tomado
el niño/a, porque no olvidemos que probablemente esta defensa le protege de la
desorganización grave del apego a la que nos estamos refiriendo. Internamente
bulle en ellos sentimientos de rabia, agresividad y vacío que se corresponden
con la dolorosa experiencia de sentirse no cuidados. Por ello, nos interrogamos
acerca de cuál es el contexto de cuidados (familiar o residencial) más adecuado (que mejor les repare) para estos niños/as porque (al menos en mi experiencia) cuando los menores son los
que pasan a recibir cuidados (como debe ser) y han de ceder el control a unos
adultos que se van a hacer cargo y a responsabilizarse, entonces
emerge en ellos el dolor, se produce la desregulación emocional y se resisten a
ceder y a confiar en el adulto, no le otorgan el rol de cuidador ni de autoridad
fácilmente. Se resisten porque conectan inconscientemente con una angustia que
había estado excluida hasta ese momento. Como afirma Maryorie Dantagnan, cuando
tienen que quitarse el traje (mecanismo de adaptación que les había permitido
sobrevivir) porque en el actual contexto protector de vida ya no lo necesitan,
entonces es cuando los infantes se desorganizan. A nivel sintomatológico, además de
la desregulación emocional, pueden aparecer problemas de conducta. El niño/a siente que ser cuidado es una amenaza, activa su chip (modelo operativo
interno) que contiene las dolorosas experiencias registradas en su memoria
emocional relativas al abandono y si la defensa ya no le sirve, se
desorganizará.
Por ello la psicoeducación, la formación y el acompañamiento a los adultos
que van a cuidar y educar a estos menores es fundamental. Si no se hacen
lecturas mentalizadoras (comprender adecuadamente las emociones que subyacen a
estas conductas y empatizar con ellas) sobre estos niños/as no se puede tener una
respuesta emocional hacia su sufrimiento interno, enorme, y solamente se
planteará la intervención desde lo que se aparece (los problemas de
comportamiento, los cambios de humor, la resistencia a la autoridad…) en el
exterior, poniendo el acento en los límites y no en la receptividad empática.
Estoy de acuerdo en que estos menores precisarán de un contexto familiar
(normalmente familias de acogida) estructurado, predecible, con límites y
normas claras, pero a la vez cuidadores que sean capaces de comprender las
causas de los episodios de desorganización que manifiesten cuando se sientan
vulnerables (al no poder controlar ellos la relación, es cuando su traje ya no
es eficaz y se tornarán probablemente punitivos, desafiantes y desregulados
emocionalmente) Hemos de ser conscientes que nuestra tarea es reparar a los
menores dañados por esta particular forma de maltrato que es la inversión de
roles en forma de apego cuidador, por lo que un planteamiento educativo basado
solo en tratar de modificar las conductas y no promover relaciones que fomenten
la resiliencia secundaria (familias o adultos tutores de resiliencia que se
pongan en su piel y conecten emocionalmente con lo que ellos/as sufrieron al tener
que echarse a sus espaldas la precoz tarea de ser adultos antes de tiempo),
esto es, poder permitir progresivamente que su traje respire y vayan aprendiendo a
confiar en que ellos/as pueden ser cuidados pero no serán dañados por los adultos
con los que conviven. El mensaje que deben de ir interiorizando progresivamente
(conteniendo el dolor que emergerá) es algo así como: “si aceptas mi autoridad y mi cariño y me cedes el control no me aprovecharé de
ello para hacerte daño” Esto lleva su tiempo y su trabajo, no es una tarea fácil pero es el camino, en mi opinión, a seguir con estos menores.
Los menores que llegan a la edad adulta con estos rasgos de vinculación
tipo cuidador, no es extraño que elijan profesiones relacionadas con el cuidado
a los otros (psicología, enfermería, medicina…) E incluso, la pareja que
eligen, motivados por ese modelo operativo interno inconsciente (que no ha sido
aún revisado en psicoterapia), es alguien con problemas emocionales, trastorno
de la personalidad o psicopatología. En un momento determinado el traje de
cuidador, por diversos factores, no resulta adaptativo y pueden debutar con
trastornos de ansiedad y depresión u otros. Si la sintomatología es lo suficientemente
intensa y afecta severamente a la persona, pueden acudir a tratamiento psicológico.
Creo que necesitan un psicoterapeuta sumamente receptivo a nivel empático
porque el trabajo será muy duro. Habrá momentos (cuando conecten con el dolor
del abandono infantil por parte de los progenitores) en los que el
derrumbamiento emocional sucederá y habrán de ser sostenidos por el terapeuta y a
ser posible, por personas de su contexto de vida que puedan acompañarles
sentidamente. Pero a la par, es una gran oportunidad porque, desde el mismo
núcleo del dolor, con el procesamiento y la elaboración (narrativa que aporte
otra mirada, pues es especialmente importante que no se descarte todo del
traje, pues muchos de ellos/as gracias al mismo han procurado muchísimo bienestar
a innumerables personas. Es vital para ellos validarles la parte sana del traje
que se pusieron para sobrevivir de niños/as. Porque se sienten muchas veces,
estafados: “siempre cuidando y nunca nadie me agradeció ni valoró nada”, sólo
sufrimiento y vacío interior. Pues tras el traje suelen subyacer intensos
sentimientos de vacío, muy duros) experimentan un renacimiento y comienzan a
contemplar algo que nunca habían hecho: practicar el autocuidado y el dejarse
cuidar por otros/as. Si los padres de estos adultos pueden reparar y reconocer a
la persona el dolor, y empiezan a dispensarle cuidados, puede ser muy
beneficioso para ellos/as y contribuir a su sanación. Pero si hay una negación,
proyección o minimización por parte de estos progenitores, puede ser
retraumatizante y por lo tanto, no debe promoverse.
Vamos poniendo punto final por hoy y lo hacemos, como es costumbre, con la
picada. Os anuncio la aparición de la segunda edición ampliada del
libro de Sue Gerhardt “El amor maternal” (se nos acumula el trabajo, ¡pero
bendito trabajo leer libros!) Esta psicoanalista explica de una manera rigurosa
a nivel científico pero con un lenguaje accesible a todas las personas, la
extrema importancia que el amor maternal (el afecto materno temprano) tiene
para el futuro desarrollo y equilibrio psicológico de cualquier persona. Los cuidados
maternos orquestan el desarrollo y producen modificaciones en la expresión de
los genes, de tal modo que se colocan marcadores en éstos favoreciendo que unos
se expresen y otros se silencien. El afecto materno temprano pone marcadores y
favorece que se lean los genes que tienen que ver con la regulación emocional,
la empatía, la autoestima y el sentimiento interno de seguridad. Si queremos
una sociedad más justa y más humana, hemos de ocuparnos de los bebés, pues
podemos prevenir, si fomentamos el apego seguro, dice Gerhardt, la delincuencia en nuestra
sociedad. Todos/as los/as que trabajan o se relacionan con bebés y niños/as han
de leer este libro. Celebramos su reaparición, esta segunda edición, porque la
primera estaba agotada y era una lástima que un libro así no se reeditara. Era solo cuestión de tiempo porque la
editorial Elefthería me ha anunciado en un mail su reaparición y me solicitan
difusión a través del blog. Por supuesto, accedo gustoso y encantado porque
merece la pena darlo a conocer, leerlo y sobre todo aplicar los conocimientos
en nuestro trabajo diario con nuestros/as niños/as.
Os transcribo parte de la información que me han facilitado desde la
editorial a modo de reseña, pues esta reedición viene con novedades: "La decisión de coger en brazos y consolar a
un bebé que llora o ignorarlo puede parecer una elección personal de los
progenitores, sin embargo, las consecuencias de una u otra acción influirán en
el cerebro del bebé de una u otra manera. Una crianza amorosa no es solamente
una decisión educativa sino que moldea las conexiones cerebrales del bebé
predisponiéndole a un futuro desarrollo con empatía, autocontrol y conexión con
los demás. El amor maternal explica por qué el amor es esencial para el
desarrollo del cerebro en los primeros años, y cómo las interacciones tempranas
pueden tener consecuencias duraderas para el futuro de la salud emocional y
física. Esta segunda edición es consecuencia del éxito de la primera, respecto
de la que se ha actualizado la investigación científica abarcando los recientes
descubrimientos en genética y conexión mente y cuerpo. En esta segunda edición,
revisada y ampliada, se incluye además un nuevo capítulo destacando la
creciente comprensión de la influencia del embarazo en la formación del futuro
bienestar emocional y físico del bebé".
Sue Gerhardt fue entrevistada por Punset en el programa Redes y en la misma expuso algunos de los descubrimientos de la neurociencia en cuanto al cerebro del bebé y la extrema importancia de este amor maternal.
Sue Gerhardt fue entrevistada por Punset en el programa Redes y en la misma expuso algunos de los descubrimientos de la neurociencia en cuanto al cerebro del bebé y la extrema importancia de este amor maternal.
Antes de fin de año nos espera el profesional invitado del mes, correspondiente a "Diez
meses, diez firmas": Cierra brillantemente el año -el 19 de diciembre- la psicóloga y psicoterapeuta
experta en apego y trauma, y especializada en adopción, Montse Lapastora, que
ha preparado un artículo para todos/as nosotros/as.
Cuidaos / Zaindu
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