Os doy mi más afectuosa bienvenida a esta nueva temporada del blog Buenos
tratos, la décima, desde que en el curso 2007-08 decidí abrirlo y afianzarlo
como un espacio de conocimiento y reflexión sobre los temas del apego, el
trauma y la resiliencia aplicados a los menores que han sufrido malos tratos,
abandono y/o abuso sexual y que acarrean estas pesadas
cargas. Espero y deseo que los/as que
habéis gozado de las vacaciones de verano, del merecido descanso, hayáis
disfrutado de la vida y de vivir a otro ritmo diferente, saboreando lo que, a
veces, el día a día y sus prisas no nos deja degustar y vivir con atención
plena.
Estoy encantado de volver a escribir para vosotros/as, de estar aquí, otro
curso más. Éste con más ilusión si cabe, porque el año próximo, 2017, es el
décimo aniversario de Buenos tratos y el 11 de septiembre el blog cumplirá exactamente diez años de vida. Diez años en los que ha nacido, crecido y sigue desarrollándose porque cada día son más las visitas que recibe
de personas interesadas en esta manera de concebir, sentir y practicar la
psicología y la educación.
Os doy las gracias de todo corazón a todos/as
vosotros/as porque con vuestro apoyo y elogios al blog habéis sido y sois la
energía que lo/me mueve.
Pienso que este aniversario debemos celebrarlo como se merece, por ello estoy inmerso ya en la organización de un evento formativo y festivo en el que nos congregaremos todos/as el año que viene, en
Donostia-San Sebastián (País Vasco, España), la ciudad donde vivo y trabajo,
para darnos un homenaje por todo lo alto. Os avisaré con antelación
suficiente para que podáis organizaros y acudir a festejarlo los/as que nos citamos aquí y compartimos pasión por este modo de vivir la vida.
Y dicho esto, comenzamos con el post de hoy.
Este verano he podido leer un artículo de investigación publicado en la
revista Child and Family Social Work, 2009, 14, páginas 255-266 que el pasado
mes de mayo tuvo a bien en enviarme mi amiga y colega Cristina Herce Sellán
(¡muchas gracias Cristina por todas las picadas que me facilitas para poder
darlas a conocer a través del blog!) En el mensaje de correo que me envió me
dijo que era un artículo excelente e interesantísimo para todos/as los/as que
trabajamos en acogimiento familiar, bien como acogedores, técnicos, psicólogos,
pedagogos, maestros, psicoterapeutas, psiquiatras, trabajadores sociales…
Se titula Crecer en una familia de acogida: proveer una base segura a lo
largo de la adolescencia. Los autores son Gillian Schofield y Mary Beek, ambos del
Centre for Research on the Child and Family.
El artículo es excelente, en efecto. Pone de relieve y subraya la
importancia que la familia (biológica o acogedora) tiene para todo menor,
pues a menudo se ha extendido la idea de que siendo la adolescencia un periodo
donde el joven se centra en el grupo de iguales y/o en las relaciones
románticas, las relaciones familiares como fuente de apoyo y ayuda para que el
joven pueda proyectarse a futuro como un adulto sano y responsable no han sido consideradas por las políticas sociales y educativas como tan determinantes. En concreto, los autores subrayan el sustantivo papel que la
familia acogedora tiene para los adolescentes que conviven en ella -especialmente para los que no han podido experimentar durante un
periodo suficiente en la vida de la base segura- en la transición a la
adultez. E incluso para los jóvenes que pueden ser acogidos en la etapa
adolescente y no han experimentado esta base, tener la oportunidad de sentirla
y vivirla por primera vez puede ser reparador.
Los autores del artículo utilizan un modelo de parentalidad basada en el
apego y en la resiliencia que contiene cuatro dimensiones de cuidado:
disponibilidad, sensibilidad, aceptación y cooperación, las cuales fueron
identificadas por Mary Ainsworth (1971) como promotoras de apego seguro en la
infancia, y las aplican en el cuidado de los adolescentes acogidos. Como
podemos comprobar, es una aportación novedosa porque no son demasiados los
estudios y programas de intervención que se ocupan de la promoción del apego en
la adolescencia en familia de acogida. Hay una quinta dimensión, la pertenencia
a la familia, que han añadido, con muy buen criterio, al modelo, porque la consideran
clave y necesaria para el mantenimiento satisfactorio del acogimiento familiar
a largo plazo. Este sensible aspecto lo hemos abordado en muchas ocasiones: a
los adolescentes acogidos, sobre todo con los que presentan problemas de
comportamiento, es fundamental resaltarles la pertenencia a la familia, y no
vulnerar este principio nunca. La pertenencia y la disponibilidad de los
acogedores como fuente de apoyo y ayuda no se cuestionan jamás, aunque seamos
muy firmes con las normas y la convivencia en el mutuo respeto. Esto ofrece
elementos de reparación en la capacidad de relacionarse y vincularse sanamente, la cual estos jóvenes presentan alteraciones desde que su primer vínculo, el
de apego, fue dañado (desorganizado) en los dos primeros años de vida.
Dimensiones de la base segura en la adolescencia propuestas por Gillian Schofield y Mary Beek. |
Este modelo de base segura –exponen los autores en el artículo- se
recomienda porque promueve la competencia, la confianza y el vínculo en niños y
por lo tanto, como una valiosa base sobre la que formar y apoyar a los
acogedores (no nos cansaremos de incidir e insistir en que las formaciones para
los acogedores deben ser continuas e incluir contenidos de crianza terapéutica
y también trabajo sobre la persona del acogedor y el sistema familiar)
El modelo de intervención de estos autores es relevante y por ello forma
parte de un programa de entrenamiento en el Reino Unido denominado Habilidades para Acoger. También ha sido
aplicado en Noruega.
Los autores examinan cómo la investigación sugiere que el modelo de base
segura puede ser útil en la comprensión de cómo aproximarse al cuidado de los
adolescentes que están en acogimiento permanente.
A continuación, os ofrezco un resumen del primer tema que los autores abordan en el artículo (la importancia de la familia para el adolescente
acogido); y para un próximo post me centraré en exponeros las principales características de las dimensiones. Ello se debe a que el artículo es extenso.
La importancia de la vida familiar para los adolescentes acogidos
En este modelo, las relaciones familiares positivas que tuvieron lugar en
la infancia, continúan siendo importantes en la adolescencia. En una completa
ausencia de relaciones familiares de apoyo, esto es, cuando un preadolescente o
adolescente es precipitadamente puesto en la “independencia” o se le permite
confiar en la familia biológica (cuando es incompetente parentalmente) y puede volver a dañarle, probablemente no podrán desarrollarse, si han de contar
solo en su resiliencia o características personales.
Este tema que abordan estos autores lo podemos confirmar desde nuestra
experiencia: los jóvenes que no han podido utilizar el tiempo que necesiten la
base segura que es la familia o persona significativa sobre la que apoyarse y a partir de la cual hacer la transición de la adolescencia a la adultez,
y se les empuja o “anima” a “hacerse mayores”, “saber lo que es la vida”, “hacerse
un hombre/mujer”, “aprender a base de…”, cuando no están preparados porque
aún padecen y acarrean las consecuencias en forma de secuelas que el maltrato
deja a nivel de vínculo, trauma y desarrollo madurativo, tienen riesgo de
fracasar en este proceso porque se sienten literalmente en el vacío. Las
transiciones han de hacerse adaptadas al ritmo y posibilidades de cada menor.
Lo que suele ocurrir es que se confunde base segura con dependencia, mimos,
infantilización del joven… Y este concepto de Ainsworth no tiene nada que ver
con eso, porque precisamente la finalidad de esta base segura es
conseguir un sano equilibrio en la vida entre autonomía y necesidad de los otros.
Aunque para algunos jóvenes pueden existir algunos miembros en su familia
biológica que les pueden proporcionar apoyo práctico o emocional, para la gran
mayoría es la familia acogedora la que seguirá ejerciendo un rol decisivo en
cuanto a la importancia que tiene para ayudarles a dar pasos seguros en el
afrontamiento de los desafíos a los que tienen que hacer frente a partir de los
16 años en educación, búsqueda de empleo, gestión del dinero, relaciones
interpersonales e incluso paternidad. En definitiva, continúan ayudándoles a
construir resiliencia transmitiéndoles un sentimiento que les hace sentir a
ellos la seguridad. Esto lo saben -y lo hacen- cientos y cientos de familias acogedoras que
lo son todo para sus menores acogidos. Gracias a la solidaridad de muchísimas
personas anónimas que sacan adelante a estos menores, la gran mayoría de las
veces con apoyos institucionales mínimos.
Las relaciones de vínculo en la adolescencia -dicen los autores- cambian en esta etapa en la familia. Además, las relaciones entre los miembros de la
familia en cuanto a que los cuidadores sean base segura, se negocian En las
relaciones padres-adolescentes el grado de reciprocidad es probable que
aumente, pues los adolescentes comienzan a ofrecer, así como a esperar, apoyo e
interés. Les preguntan, por ejemplo, por su día en el trabajo y se interesan por cómo ha
pasado el profesor las vacaciones. Los adolescentes pasan a ser receptores de
cuidado para convertirse en potenciales proveedores del mismo.
Esto mismo pasa también en las relaciones familiares de los adolescentes acogidos, pero la gran diferencia es que las reciprocidades suceden con menos probabilidad en las familias donde no se ha dado esa base de seguridad. Cuando los adolescentes son ansiosos, inseguros y desconfiados, y particularmente cuando no tienen resueltas en las relaciones la pérdida y el daño sufridos, encontrarán muy difícil no solo ajustarse a las demandas de los otros adolescentes sino utilizar a los cuidadores como una base segura para ayudarles a gestionar sus desafíos diarios. La necesidad de defenderse contra la ansiedad, el miedo a la soledad, a fallar, a ser dañado o dañar a otros hace que estas estrategias maladaptativas aprendidas tempranamente en la infancia puedan seguir persistiendo en la adolescencia, haciendo que sean más disruptivos.
Esto mismo pasa también en las relaciones familiares de los adolescentes acogidos, pero la gran diferencia es que las reciprocidades suceden con menos probabilidad en las familias donde no se ha dado esa base de seguridad. Cuando los adolescentes son ansiosos, inseguros y desconfiados, y particularmente cuando no tienen resueltas en las relaciones la pérdida y el daño sufridos, encontrarán muy difícil no solo ajustarse a las demandas de los otros adolescentes sino utilizar a los cuidadores como una base segura para ayudarles a gestionar sus desafíos diarios. La necesidad de defenderse contra la ansiedad, el miedo a la soledad, a fallar, a ser dañado o dañar a otros hace que estas estrategias maladaptativas aprendidas tempranamente en la infancia puedan seguir persistiendo en la adolescencia, haciendo que sean más disruptivos.
Los adolescentes pueden, además, reaccionar al estrés de la transición
adolescente mostrándose muy demandantes, dependientes y emocionalmente
preocupados por los cuidadores, miembros de su familia biológica e iguales.
Mediante la evitación de la expresión de emociones y retirándose de la
necesidad de relacionarse; o mediante el control, la depresión o la estrategia
punitiva/agresiva.
La intensidad de las reacciones de algunos jóvenes acogidos para impedir la
llegada de la adultez (algunos jóvenes entran literalmente en pánico y lo
muestran de muchos modos) y la pérdida de la infancia y del derecho a ser
apoyado por la familia como niño, no es sorprendente en el contexto de sus
experiencias previas de pérdida y separación. Lo que sorprende es –prosiguen
los autores- como, en contra de todo pronóstico, algunos jóvenes provenientes
de una infancia traumática son capaces de hacer un buen uso de un cuidado sensitivo
y activo cuando se les ofrece, y además les ayuda a desarrollarse y crecer como
personas en casa y en el colegio. Sin embargo, a pesar de que la evidencia
teórica y de investigación apoya la importancia de las relaciones seguras -que
apoyan a los jóvenes incondicionalmente- entre los miembros de la familia en la
adolescencia, estas necesidades son a menudo infraestimadas o minimizadas. Es
un tema complejo, pero el hecho de que algunos adolescentes encuentren las
relaciones familiares íntimas o cercanas demasiado demandantes o amenazantes
parece haber conducido a una política y práctica que espera que los
adolescentes no serán capaces de beneficiarse de un cuidado sensible familiar.
Sin embargo, la investigación demuestra que tanto para los chicos/as que
continúan en los acogimientos familiares permanentes en la adolescencia como
para los que cambian de hogar en esta etapa, la tarea de lograr una familia
acogedora que pueda proveer de una base segura hacia la vida adulta es muy importante y –para algunos- una meta alcanzable.
Me satisface y me atrae muchísimo la propuesta de estos autores porque
cuestionan el concepto de que los acogimientos familiares en la adolescencia tengan menos interés y fundamento reparador de los daños que en la infancia. Es cierto que cuanto antes se
intervenga en una situación de maltrato grave y prolongado en la infancia,
mejor. Antes de los dos años, como afirma mi amigo y colega Rafael Benito, hay
que tratar de darle al niño la oportunidad de reparar los daños con una
experiencia de base segura, e incluso evitar los susodichos daños desde la prevención. Pero ello no quiere decir que sea imposible intervenir
desde la base segura con adolescentes. Lo que necesitamos es ser conscientes
de la afectación psíquica que presentan y ofrecerles ese cuidado sensible del cual muchos
chicos/as se pueden aún beneficiar. Para ello la familia de acogida debe estar
bien seleccionada, motivada, formada y acompañada.
Acompañada y formada en las cinco dimensiones que favorecen el desarrollo
(maduración, crecimiento personal), a saber: disponibilidad, sensibilidad,
aceptación, relaciones familiares y cooperación. Dado que desarrollarlo todo,
como he comentado, en un solo artículo es muy extenso, en el próximo post
volveré con el tema para lo que falta. Será para el 3 de octubre porque antes,
el día 19 de septiembre debuta este curso, inaugurando la temporada de Doce meses, doce firmas Anna Badia
Munill, psicóloga experta en apego y trauma, que tiene su consulta particular
en Madrid y Vicepresidenta de La Voz de los Adoptados. Un lujo contar con ella.
La primera picada de esta temporada es un vídeo que me ha enternecido.
Todas las personas sensibles que lo han visto comparten ese mismo sentimiento.
Me gusta este vídeo porque desacraliza el origen biológico y todas esas
supuestas leyes del amor que afirman que los vínculos de consanguinidad son los válidos
y los otros, de menor valor.
El sistema de cuidados y el vínculo de apego tienen un punto de apoyo en la biología pero no son patrimonio exclusivo de ella. Es una experiencia neuroafectiva que hunde sus raíces en el conocimiento relacional implícito almacenado en la memoria. La búsqueda del vínculo de apego tiene un valor etológico porque así podemos sobrevivir pero no quiere decir que tengamos que formarlo exclusivamente con quienes tenemos un parentesco biológico. Así nos lo demuestra esta perra Husky que ha sentido la necesidad de cuidar de este gatito y lo adopta. Una perra y un gato son mamíferos pero no son de la misma especie biológica; y sin embargo una cuida, el otro vincula y se asegura sobrevivir. Esto es lo verdaderamente asombroso. El vídeo me ha venido a la mente mientras escribía este post sobre acogimiento familiar: los vínculos que se establecen entre los menores acogidos y las familias pueden ser igual de sólidos que el de esta perra y este gatito, si sabemos ser tan sensibles y disponibles como lo es ella. Con los humanos todo es más complejo, de acuerdo, pero no por ello imposible. Un bello y tierno vídeo para empezar el curso.
El sistema de cuidados y el vínculo de apego tienen un punto de apoyo en la biología pero no son patrimonio exclusivo de ella. Es una experiencia neuroafectiva que hunde sus raíces en el conocimiento relacional implícito almacenado en la memoria. La búsqueda del vínculo de apego tiene un valor etológico porque así podemos sobrevivir pero no quiere decir que tengamos que formarlo exclusivamente con quienes tenemos un parentesco biológico. Así nos lo demuestra esta perra Husky que ha sentido la necesidad de cuidar de este gatito y lo adopta. Una perra y un gato son mamíferos pero no son de la misma especie biológica; y sin embargo una cuida, el otro vincula y se asegura sobrevivir. Esto es lo verdaderamente asombroso. El vídeo me ha venido a la mente mientras escribía este post sobre acogimiento familiar: los vínculos que se establecen entre los menores acogidos y las familias pueden ser igual de sólidos que el de esta perra y este gatito, si sabemos ser tan sensibles y disponibles como lo es ella. Con los humanos todo es más complejo, de acuerdo, pero no por ello imposible. Un bello y tierno vídeo para empezar el curso.
Algo bueno tenía q tener el mes de septiembre! Por fin se reanuda el blog! Aunque en estos meses he aprovechado para leer publicaciones anteriores y leer dos libros recomendados por ti y q me han resultado tremendamente interesantes (rompecabezas y el yo atormentado. Este último en proceso aún). Para mi, descubrir tu blog y a partir de él, tu trabajo, ha marcado un antes y un después en mi labor profesional. Tuve la oportunidad de conocerte personalmente en enero en Sevilla, y pude comprobar q a tu gran valía profesional se une una mayor si cabe a nivel personal. Mi mas encarecido agradecimiento por todo lo q nos aportas.
ResponderEliminarHola Gemma: Encantado de que este blog, las publicaciones y mi trabajo signifiquen tanto para ti. Gracias por el regalo que me haces al poner este comentario y compartirlo. Un abrazo, José Luis
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