Diez meses, diez firmas.
Profesional invitada en el mes de febrero de 2016:
María Verónica Jimeno Jiménez
Este mes de febrero sé que esperabais a María José Cantero, Profesora Titular del Departamento de Psicología Evolutiva y Educación en la Universidad de Valencia. De nuevo vamos a postponer su participación en el blog, en esta ocasión no por problemas de agenda (de hecho, estaba/está deseosa de escribir para nosotros/as) sino de salud. Nada grave, tranquilos/as. La decisión la ha tomado servidor de ustedes quien le ha dicho que para escribir aquí (ella ya iba lanzada a cumplir con su promesa) siempre hay tiempo, pero ojos sólo tiene dos y en este momento debe de cuidarlos porque el trabajo y el estrés no le sientan nada bien. Le deseamos una pronta recuperación. Por ello, hemos vuelto a modificar los planes previstos y adelantamos la participación de María Verónica Jimeno Jiménez. Acaba de obtener un resultado brillante en la puesta de largo de su tesis doctoral y desde el blog considero necesario darla a conocer. Sabéis que en las páginas de este blog valoramos la investigación porque muchas veces refrenda nuestro trabajo y en otras nos sorprende con nuevas e insospechadas conclusiones. María Verónica aúna experiencia profesional e investigación científica, lo cual le da aún mayor sentido y coherencia a su magnífico trabajo. Ella se ha tomado la laboriosa tarea de resumirnos los aspectos y conclusiones principales de su investigación que versa sobre un tema que nos genera sumo interés: ¿Puede influir el tipo de experiencia traumática vivida durante la infancia en el desarrollo posterior de un menor? Atención que en esta investigación hay sorprendentes y útiles conclusiones. Los responsables de los servicios sociales deberían de tomar nota. Muchísimas gracias a María Verónica Jimeno Jiménez por participar y compartir su ardua y excelente experiencia profesional y tesis con nosotros/as. Os dejo con ella.
María Verónica Jimeno Jiménez. Doctora en Psicología
por la Universidad de Castilla La Mancha. Licenciada en Pedagogía por la
Universidad de Valencia y experta en mediación familiar por la Universidad de
Castilla la Mancha. Trabaja desde hace diez años en el ámbito de la protección
con menores y adolescentes que han sufrido situaciones de riesgo, negligencia
y/o maltrato temprano y que están institucionalizados en Hogares Tutelados en
situación de protección. Colabora a nivel nacional e internacional en diversas
publicaciones vinculadas al ámbito del
maltrato y abandono infantil.
En ocasiones, tal vez más de las
que creemos, los niños y niñas sufren experiencias traumáticas durante su corta
infancia que influyen de formas muy variadas en su desarrollo posterior. Como
profesional e investigadora en este campo he tenido que conocer muchas
historias de malos tratos en pequeños y adolescentes que sin duda se han
quedado grabadas en mi memoria emocional. Niños y niñas que en la actualidad
viven en Hogares Tutelados como medida de protección, ya que por diferentes
motivos tuvieron que ser apartados de su entorno familiar, donde en general,
sus cuidadores primarios no eran capaces de satisfacer las necesidades básicas
de estos menores, debido a diferentes factores y circunstancias que vulneran su
capacidad como padres provocando un ambiente
familiar patogénico. Sería fundamental contar
con los recursos necesarios para poder trabajar con estos menores en su entorno
familiar y poder así, en muchos casos, evitar emprender medidas de protección
fuera del mismo. Dentro de estas medidas, sería deseable el acogimiento
familiar, sobre todo para aquellos menores de seis años.
Las diferentes y numerosas investigaciones llevadas a cabo
han demostrado que el maltrato que se infiere en los primeros
cinco años de vida, puede ser especialmente dañino, debido a la vulnerabilidad
de estos pequeños y al hecho de que los primeros años de vida se caracterizan
por un crecimiento neurobiológico y psicológico más rápido que en los años
siguientes (Siegel, 1995). Se ha
demostrado como las consecuencias del maltrato afectan a todos los ámbitos del
desarrollo tanto afectivo social como neurobiológico provocando problemas a
nivel emocional, cognitivo, interpersonal y comportamental.
Con el paso de los años, he ido acumulando experiencias
profesionales en el marco del acogimiento residencial en hogares tutelados como
medida de protección con menores que han
sufrido experiencias traumáticas de diferente naturaleza y gravedad. He sido
testigo en primera persona de como las experiencias traumáticas vividas durante
la infancia afectan de modo diferente a
cada víctima dependiendo de diferentes factores relacionados con el propio
menor y con su entorno, por ello es fundamental detectar a tiempo
una situación de riesgo, ayudar a restablecer el equilibrio roto mediante las
actuaciones adecuadas antes de que sea tarde, o evitar que un niño o una niña
sufra durante un período de tiempo tan prolongado que le produzca un daño
físico o emocional irreparable, así como analizar las diferencias en el
desarrollo a pesar de haber sufrido similares historias de maltrato.
Por todo ello
centré mi investigación en menores
acogidos en hogares tutelados en situación de protección, los cuales han vivido
durante su infancia experiencias traumáticas que han influido en su posterior desarrollo. Diferentes estudios han demostrado que el clima
social familiar juega un papel fundamental en el desarrollo de vinculaciones
afectivas y en la adaptación personal y social de los adolescentes. Según la
investigación de Pichardo, Fernández de Haro y Amezcua, (2002), los
adolescentes cuyo clima familiar es percibido como elevado en cohesión,
expresividad, organización y afecto, así como niveles bajos en conflicto,
evidencian una mayor adaptación general que sus iguales cuyas percepciones
sobre la familia van en la línea inversa. Un inadecuado contexto familiar
influye en el desarrollo posterior de los menores. Fonagy (2004) hablaba de la
importancia de la relación del menor con la madre en el desarrollo de una
vinculación afectiva positiva, la creación de esta vinculación afectiva
positiva e intensa, influirá directamente en el desarrollo posterior del menor.
El desarrollo de un vínculo seguro refleja una experiencia de interacción
positiva y adaptada a las necesidades del niño/a, mientras que el desarrollo de
un vínculo inseguro nos alerta sobre la posibilidad de alteraciones
relacionales que están afectando negativamente al menor (Cantero y Cerezo,
2001).
En concreto,
en mi tesis doctoral titulada “Experiencias
traumáticas en la infancia y su influencia sobre el desarrollo afectivo social
y la memoria autobiográfica en menores institucionalizados. Comparación con un
grupo control” he tratado de conocer
las diferencias en el vínculo de apego desarrollado con la madre, el nivel de adaptación personal
y social, los niveles de depresión y la capacidad de acceso a recuerdos autobiográficos
entre menores institucionalizados y un grupo de menores que vivía con sus
familias biológicas. Los resultados señalan, a nivel general, que los
menores de los hogares tutelados que
habían vivido experiencias traumáticas
durante su infancia comparados con un grupo de menores que no habían
sufrido experiencia traumática alguna, percibían a sus madres como menos
afectuosas durante su infancia y se percibían a ellos mismos como más inseguros
hacia ellas en la actualidad. A nivel de adaptación personal y social los
menores maltratados eran más inadaptados a nivel familiar, emocional y percibían
una peor calidad de vida relacionada con la salud. Estos menores mostraron un mayor
estado de ánimo depresivo y mayor dificultad en la memoria de trabajo y en la
capacidad de acceso a recuerdos autobiográficos. Por lo que podemos resumir que
el hecho de haber sufrido una experiencia traumática durante la infancia puede incidir
en el desarrollo afectivo-social posterior, en la memoria de trabajo y en la
capacidad para acceder a recuerdos específicos de tipo autobiográfico. Estos
resultados coinciden con los obtenidos por Main (1995) donde se sugirió que el
diseño u organización de las relaciones de apego durante la infancia se asocia
con los procesos característicos de la regulación emocional, las relaciones
sociales y el acceso a la memoria autobiográfica.
En segundo
lugar, me planteé como objetivo analizar las características del grupo de
adolescentes institucionalizados atendiendo a la naturaleza de la experiencia
traumática vivida que provocó la medida de protección y estudiar la relación entre las distintas
variables consideradas. En líneas generales, los menores institucionalizados que
habían percibido a sus madres como más afectuosas y menos controladoras durante
su infancia fueron los que más seguros se percibían hacia ellas en la
actualidad. Se observó que un pequeño porcentaje de los adolescentes informaron
de un vínculo óptimo con la madre durante la convivencia en la familia. Por tanto,
según la percepción y el relato retrospectivo del menor existía una adecuada
vinculación afectiva con la madre con anterioridad a la medida de protección.
Esto nos debería ayudar a plantearnos si en estos casos la medida de protección
era necesaria y la única posibilidad, tal vez hubiese sido necesario plantearse
una intervención en el núcleo familiar para intentar evitar el acogimiento
residencial.
Otro resultado
interesante que se obtuvo fue que los menores que más tiempo habían vivido con
sus familias biológicas antes de entrar al hogar tutelado eran los que
mostraban mayor capacidad resiliente. Recientemente se han empezado a estudiar
los procesos de resiliencia en adolescentes con medidas residenciales teniendo en cuenta que no todos los niños son
afectados del mismo modo por las experiencias de maltrato infantil, pues éstas
dependen de la edad y del período de desarrollo que vive el/la niño/a, así como
a los contextos y formas de maltrato que recibía (Daining y DePanfilis, 2007;
Drapeau et al., 2007). Llama la atención este resultado, ya que estamos hablando
de contextos familiares desestructurados, con grandes conflictos internos y con
falta de cohesión, pero tal vez deberíamos pensar que son contextos donde los
menores tienen que aprender a desenvolverse y a resolver ciertos conflictos sin
una figura de apoyo. En muchas ocasiones estos menores tienen que hacerse cargo
de hermanos más pequeños o de ciertas responsabilidades que no son las
adecuadas a su edad, desarrollando así capacidades resilientes que les ayuden a
salir adelante.
A
modo de conclusión y dando respuesta a la pregunta ¿puede influir el tipo de experiencia traumática vivida durante la
infancia en el desarrollo posterior de un menor? quiero destacar que el
hecho de haber sufrido un tipo de maltrato u otro no influye en la adaptación
personal y social, memoria de trabajo y memoria autobiográfica de estos menores.
Por lo tanto, incidimos en el hecho de que
es el haber sufrido experiencias traumáticas durante la infancia y no el tipo concreto
de experiencia traumática vivida, lo que afecta al desarrollo posterior de
estos menores. Ha quedado reflejada la importancia de establecer vínculos
afectivos positivos para un adecuado desarrollo afectivo y social, memoria de
trabajo y memoria autobiográfica.
Los resultados
obtenidos en la tesis doctoral proporcionan información útil y valiosa no solo
en el campo de investigación de las posibles consecuencias del maltrato
infantil sino también en el campo de los servicios sociales, de los
profesionales que trabajan con estos menores y con sus familias biológicas,
ayudándoles a prevenir situaciones de maltrato y a reducir el daño provocado
por el mismo. En este sentido, esta investigación puede ayudar a concienciar a
la sociedad sobre la necesidad de detectar a tiempo los casos de maltrato
infantil así como destacar la importante labor que puede realizarse en los
hogares tutelados donde se debe satisfacer las necesidades básicas de los
menores y realizar una labor educativa y
psicológica fundamental sobre estos. Sería interesante elaborar programas
educativos y terapéuticos que reforzasen y ayudasen a restablecer los vínculos
afectivos de los menores que han sufrido maltrato, para garantizarles un
desarrollo posterior óptimo.
Desde la administración debe promoverse un
acogimiento residencial de mejor calidad, con mejores programaciones y actuaciones
profesionales; un acogimiento residencial muy centrado en las necesidades de
los niños y niñas que por él pasan, que deben constituir la preocupación
central de todos los que en él tienen algún protagonismo y alguna
responsabilidad.
Me gustaría
terminar este artículo agradeciendo a mis directores de tesis: Dña. Mª José
Cantero López profesora titular del Departamento de Psicología Evolutiva y de
la Educación de la Universitat de València y a D. José Miguel Latorre Postigo
profesor titular del Departamento de Psicología de la
Universidad de Castilla La Mancha, sin los cuales esta investigación no hubiese
sido posible. Gracias por vuestro interés, apoyo, asesoramiento y sensibilidad.