Hay
historias de vida que como persona primero y psicoterapeuta infantil después,
se te quedan, indeleblemente, grabadas en la memoria emocional. Conforme van pasando
los años y acumulas experiencias de relación interpersonal en el contexto
profesional de un tratamiento psicológico, son muchas las personas, adultas, y
sobre todo, niños y adolescentes las que han llegado a formar parte de tu vida
profesional. Niños y adolescentes con los que te relacionas semanalmente,
durante una hora. Les acompañas, en el duro camino psicoterapéutico, a veces,
durante años. Tratas lo primero, de establecer una relación terapéutica segura,
en la cual pueda sentir que es posible explorar su mundo interno precisamente
con la seguridad que tú les proporcionas. Tratas de desarrollar recursos
psicológicos para que puedan hacerle frente a los problemas y manejarlos de
otro modo. Trabajas con los padres -o referentes- y otros profesionales -como
los tutores escolares- para favorecer unas relaciones y un contexto que fomente
su estabilidad emocional, desarrollo y relaciones de cuidado (cariño y
contención) Compartes con el niño y adolescente
la superación de sus dificultades, sus logros, la transformación que va
experimentando… Transmites seguridad, serenidad y confianza en los momentos de
crisis, así como cuando hay regresiones en su proceso
personal. En base a una combinación de
afecto, límite, delicadeza, empatía, seguridad y uso de técnicas adecuadas a
los problemas que presente, siempre dentro de una relación profesional que
fomente el apego y la adherencia terapéuticas, junto con un contexto
suficientemente propicio (al menos un adulto que satisfaga las necesidades del
menor y le proteja, esto es im-pres-cin-di-ble), se consigue la superación de
los problemas o al menos, la mejoría de los mismos.
¿Pero
qué ocurre cuando nos encontramos con menores cuya capacidad para poder hacer un
apego terapéutico está comprometida? No recuerdo todos los nombres y apellidos
de los menores de edad que han pasado durante estos veintiún años por mi
consulta y por el colegio en el que trabajé. Pero tengo grabado a fuego
determinados nombres y caras de personas menores de edad que, por diversos
factores, no fue posible conseguir un apego terapéutico. Me acuerdo de ellos a
menudo, con tristeza, porque sé que las vidas de algunos han terminado por sumirles
en la adversidad más doliente, y a veces han terminado en tragedia.
¿Qué
menores son los que tienen enormes dificultades para hacer un proceso
terapéutico y comprometerse en una relación de este tipo? Son los que por su
traumática biografía presentan lo que Van der Hart y otros denominan fobia al
apego.
Pueden
presentar fobia al apego los menores de edad que presentan antecedentes de
trauma temprano (entre los 0 y los 3 años) con afectación al desarrollo y víctimas de una relación con adultos que ha lesionado el vínculo. Van
der Kolk lo denomina trastorno por trauma en el desarrollo, categoría que
finalmente no fue incluida en la quinta revisión del DSM (Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales, Asociación Americana de Psiquiatría)
Son aquéllos menores traumatizados por la violencia, el abandono severo, la
negligencia… que han dependido de una persona o personas adultas que se han
constituido en figura de apego (que, a veces, puede relacionarse adecuadamente
con el niño, incluso hasta mantener interacciones amistosas y cariñosas) y, a
la par, y sobre todo, en figura de la que hay que defenderse debido a los
niveles tan extremos de violencia física y psicológica que manifiestan hacia el
menor. Probablemente, presentarán un trastorno por trauma en el desarrollo que
se caracteriza por:
Desregulación
fisiológica y emocional
Desregulación
atencional y conductual
Desregulación
en las relaciones
Duración
de la perturbación (al menos 6 meses)
Discapacidad
funcional: el trastorno causa estrés clínicamente significativo o incapacita
en, al menos, dos de estas áreas de funcionamiento: escolar, familiar, salud,
legal, profesional (jóvenes) y grupo de iguales.
Si
la medida de protección se demora y el niño permanece en ese contexto tan
abusivo hasta los tres años (o más), más posibilidades de
manifestar vulnerabilidad a padecer fobia al apego.
Si
ese niño, pongamos por caso, ingresa en un centro de menores donde la movilidad
laboral es alta (esto, afortunadamente, hoy en día, al menos en mi provincia,
sucede con menor frecuencia) y los educadores de referencia cambian en un corto
periodo de tiempo, el niño que –conviene aclararlo- ya venía dañado a nivel del
apego y necesita la permanencia de una figura adulta en su vida para poder
eliminar el sistema defensivo y poder activar el sistema del apego sin temor,
reforzará el aprendizaje temprano de la fobia al apego y entonces, la medida de
protección, no resultará terapéutica. La fobia al apego en consecuencia, se grabará a fuego
en su mente.
¿Qué
es la fobia al apego? Aprender a nivel inconsciente -e incluso consciente- que
dar curso a las necesidades de apego es peligroso. ¿Por qué? Porque los demás
terminan por abandonar.
Lo
mismo puede ocurrir con otras figuras adultas que tienen que finalizar la relación con el menor de edad –y que han llegado a ser afectivamente
significativas porque éste ha conseguido volver a atreverse a correr el
riesgo de vincularse- como psicoterapeutas, profesores, familias de acogida…
Por ello, con los menores con fobia al apego desarrollada tempranamente, la medida de protección ha de reflexionarse cuidadosamente. Una decisión puede marcar la vida de una persona…
Por ello, con los menores con fobia al apego desarrollada tempranamente, la medida de protección ha de reflexionarse cuidadosamente. Una decisión puede marcar la vida de una persona…
En
acogimiento residencial, el educador de referencia que se asigne a ese menor
tan dañado a nivel de apego debe ser un profesional experimentado y
estabilizado y asentado en la empresa para la que trabaja. Debe ser un educador
que le pueda proporcionar elementos de resiliencia secundaria, pero para ello,
insisto, debe de permanecer con él, darle seguridad y contención. Sin permanencia
de un adulto es casi imposible reparar el apego. Y este conocimiento científico
(difícilmente cuestionable) debemos llevarlo a la práctica de la mejor manera
posible. Sé que no es fácil y que vivimos en el mundo real, pero yo, como dice Luis
Eduardo Aute: “Jamás renuncio a mi incurable desvarío de besos y quimeras” Esa
es la reflexión que quiero transmitir.
Cuando
hay fobia al apego, cuando un menor ha sentido el abandono varias veces, es
tal el dolor que conlleva la posibilidad de volver a vincularse que la fobia al
apego de alguna manera, le protege. La pérdidas podrían elaborarse con ayuda
profesional, sí, pero, como afirma Maryorie Dantagnan es tal la magnitud del trastorno de apego que en los
modelos operativos internos ya no hay espacio para poder recalificar la nueva
información y abrirse a nuevos vínculos. Por eso es importante conocer bien qué
menores presentan trauma en el desarrollo y posiblemente, fobia al apego.
Porque internamente, a nivel representacional, habrá quedado grabado en sus
mentes que las personas con las que uno puede llegar a sentirse unido,
abandonan. Y eso está marcado tan a fuego que costará (no digo que es
imposible, la resiliencia es una posibilidad a lo largo de toda la vida, por
supuesto) un triunfo que puedan integrar el vincularse nuevamente como algo
positivo. El niño o joven con fobia al apego sentirá, posiblemente, como amenazantes
los vínculos humanos.
El
educador referente que trate de trabajar con el menor para recuperarle
psicológicamente, para que conecte y vincule progresivamente, para que se
enganche al placer de vivir, tendrá una ardua y complicada tarea. El
psicoterapeuta que intente ayudarle a afrontar tanto sufrimiento, tendrá una
misión (casi) imposible. Lo más probable es que el niño o joven no quiera ir a la
terapia. Y si va a la misma y ese niño es consciente de lo que le ocurre y
puede verbalizar, expresará, como uno me manifestó a mí, algo parecido a esto:
“Yo no quiero saber nada de nadie, no me fío de nadie, la gente sólo mira por
su culo” Algunos comienzan tempranamente a mostrar una resistencia resiliente
pasiva (pasotismo, evasión, depresividad...) y otros más activa (huída, agresividad, impulsividad, etc.)
En
el caso de un acogimiento familiar, la fobia al apego la manifestarán algunos
niños mostrando por un lado, un deseo de ir al acogimiento que es la activación
de una nueva esperanza, pero por otro, a la vez, activarán un miedo
inconsciente a ser abandonados o dañados de nuevo, con lo cual podrán
en marcha el sistema de defensa con reacciones agresivas o fugas. Y en
situaciones de este tipo sabemos que los adultos acogedores tienen muchas dificultades para contener
a un menor tan dañado, máxime si se les deja con escasos apoyos...
Es
preferible no apelar en esos momentos al vínculo y tratar de conseguir un
entorno contenedor y donde pueda apelarse a la colaboración. Si se opta por un
entorno residencial, ha de ser lo más estable posible. La posibilidad de la
psicoterapia debe de seguir ofreciéndose porque si en un momento dado accede y
cae en manos de un profesional que esté formado en trauma, podrá comprender la
fobia al apego y trabajar teniéndola en cuenta. Una razón para llevarles a la
terapia puede ser para algunos una conducta que pueda darle problemas (por
ejemplo, robar), motivo funcional por el cual podrían engancharse inicialmente
a la misma.
Pero
no sólo existe la fobia al apego sino también su contrapartida: la fobia a la
pérdida del apego. Tal y como Sandra Baita
refiere: “Los niños en acogimiento familiar o residencial: tienen una parte
ligada al padre o a la madre biológicos (figura de apego) que es la que le
dificulta al niño el establecimiento de una (nueva) relación de apego con sus
acogedores, como si ligarse afectivamente a éstos fuera una traición al progenitor biológico”
“En
los niños acogimiento residencial, la fobia a la pérdida del apego es la que
advierte que ya es tiempo de salir del centro para volver al contacto con él o
los progenitores abusivos y abandónicos. Estos niños se fugan o se van a sus
hogares escapando del peligro “olvidado” de lo que significaba vivir con sus
familias de origen. Y vuelven a irse de nuevo cuando se activa el peligro, en
esta sucesión de partes activadas por la necesidad del apego y la defensa ante
el mismo”
Dice
Sandra Baita: “Es necesario acompañarle en el duelo por lo perdido, así sea que
lo perdido fuera un único gesto, una sola vez, en medio del maltrato” Hubo una
parte que sí ligó afectivamente con los progenitores que maltrataron, aunque
fuera una mínima afectividad.
“Una
integración difícil de lograr, aunque no imposible. Hay que ayudarle a ver a
los propios padres en las dimensiones paradójicas en las que el niño los ha
conocido: como fuente de peligro y como fuente (deficitaria e incompleta) de un
mínimo afecto” (Sandra Baita)
Tal
y como Maryorie Dantagnan afirma, como personas que pueden ser buenas pero
hacer cosas malas (descuidar a los niños, pegarles…), en un lenguaje que el
niño puede entender, porque no tuvieron la oportunidad de aprender a ser padres
y repitieron lo que con ellos hicieron.
Afortunadamente,
la ley se ha reformado y ningún niño menor de tres años pasará por un
acogimiento residencial. Permanecerá un breve tiempo en un centro para ser
valorado (o en una familia acogedora temporal) e irá a una familia de acogida o
adopción. Esto sin duda, es un logro en el camino de una sociedad basada
en el buen trato. Solamente, en mi opinión, apuntaría que: (1) Hay que destinar
más medios humanos y económicos a los acogimientos familiares. Si se estima que ésta es la mejor medida de protección, en general, y se apuesta por ella, hay que hacer un análisis de necesidades y dotarle de todos los medios que se precisen. Hay comunidades
autónomas donde éstos brillan por su ausencia. Aunque todo es mejorable, Gipuzkoa
es un modelo a seguir (2) Sería necesario evaluar el apego del niño que va a
ser acogido o adoptado y estar atentos sobre todo al apego desorganizado, pues
éste puede tratarse tempranamente de una manera más eficaz y con más
probabilidades de éxito.
Sin
embargo, siempre habrá menores de edad que precisarán de un centro de acogida.
Y habrá menores de edad (de seis, siete, ocho o nueve años, o más) con fobia al
apego que inicien un acogimiento familiar o adopción. Deberá ser un acogimiento
o adopción reforzada (con recursos educativos y terapéuticos continuados para
la familia y el menor) porque sabemos que con mucha probabilidad una fuerza
inconsciente empujará a estos niños a odiar, como ya decía Winnicott, y el
riesgo de fracaso y re-traumatizar al menor y ahondar más en su fobia al apego,
es alto. Conocer la fobia al apego y a la pérdida del apego, dentro de la
traumatización compleja, me parece fundamental. Os recuerdo el libro: “El yo atormentado”, clave para quien trabaje con adultos o menores con trauma
complejo.
Y
especialmente (y con esto introduzco la primera picada de este curso) recomendable
es el extraordinario libro de Sandra Baita titulado: “Rompecabezas. Una guía introductoria al trauma y la disociación en la infancia” Sandra Baita es una
psicóloga y psicoterapeuta infantil argentina que ofrece sus servicios
profesionales en Buenos Aires. Experta en trauma complejo, trastornos del apego
y docente en varios programas formativos a nivel internacional (como el de la
International Society for the Study of Trauma and Dissociation) Su compromiso
con la infancia maltratada, abusada y abandonada es digno de encomio. Tuve el
placer de escucharla en un Congreso de EMDR
Europa, hace tres años, y su ponencia sobre el tratamiento psicológico
de los menores con trastorno disociativo fue de lo mejor del evento. Porque
Sandra tiene gran competencia profesional pero es una persona que se implica
con el corazón en lo que hace. Fruto de esa implicación es este libro, para
profesionales. Lo recomiendo porque ofrece una completa revisión teórica del trauma y el
apego. Desarrolla, además, ampliamente el concepto de disociación, exponiendo
algo que estábamos esperando: una adaptación de la teoría de la disociación
estructural de Van der Hart y otros a la infancia. Ofrece cómo evaluar la
disociación, con útiles y prácticas herramientas, cómo diferenciar la
disociación de fenómenos evolutivos normales y cómo intervenir. Lleno de
viñetas clínicas y sabias y emotivas reflexiones sobre la protección a la
infancia y el papel de la sociedad. Excelente, libro, sin duda. Felicidades,
Sandra. Precisamente ha sido este libro el que me ha inspirado este post.
Segunda picada de este curso: He insistido muchas veces en la
necesidad que los profesionales y otras personas que acompañan a menores
dañados en el apego y con trauma complejo tienen de formarse, si quieren hacer
una intervención sanadora y reparadora. Pues bien, tenéis la oportunidad -los
que residís en Madrid, alrededores u os queréis desplazar- de hacer una formación
sobre crianza terapéutica los días 15 y 16 de octubre de 2015. Impartido por
las impulsoras de este tipo de formación, las psicólogas Elena Borrajo y María
Vergara, “…el curso es una introducción
al ámbito de la crianza terapéutica, que nace con la idea de ofrecer una
formación especializada a profesionales, educadores, acogedores u otros
técnicos del ámbito de la protección infantil, cuya labor es el acompañamiento
y apoyo al desarrollo de niños/as y adolescentes que han sufrido situaciones de
malos tratos, abandono, negligencia o violencia”
Hay
muy pocas plazas, información e inscripciones:
http://www.lacasaencendida.es/es/cursos/la-crianza-terapeutica-4686
Tercera y última picada: ya sabéis que tenemos el evento (jornada formativa) titulada: "II Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil", que se celebrará el 27 y 28 de noviembre de 2015. Contaremos, entre otros ponentes, con Maite Román y Maryorie Dantagnan. Si queréis asistir, no lo dejéis para el final, pues las plazas se llenan pronto. Para los que tengan dificultades en inscribirse porque no están muy familiarizados con la tecnología, he elaborado esta guía de ayuda.
Tercera y última picada: ya sabéis que tenemos el evento (jornada formativa) titulada: "II Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil", que se celebrará el 27 y 28 de noviembre de 2015. Contaremos, entre otros ponentes, con Maite Román y Maryorie Dantagnan. Si queréis asistir, no lo dejéis para el final, pues las plazas se llenan pronto. Para los que tengan dificultades en inscribirse porque no están muy familiarizados con la tecnología, he elaborado esta guía de ayuda.
Regresamos con otro post temático el 21 de septiembre. Ese día escribe en Buenos tratos el primero de los muchos profesionales que lo harán a lo largo de este curso 2015-16: “Diez meses, diez firmas”, he titulado, como sabéis, esta iniciativa. Debutaremos con un post escrito por nuestro psiquiatra de cabecera y experto en
neurodesarrollo, Rafael Benito Moraga. Versará sobre trastornos de alimentación
y maltrato. Le he propuesto este tema porque el post que escribí en su día
recogiendo la ponencia que sobre el particular impartió en el Congreso
Iberoamericano de Psicología de Oviedo… ¡Es la más visitada de todas! No me extraña, pues Rafael Benito atesora gran experiencia y formación, y capacidad para transmitir. Así que
el tema interesa, y mucho. Y es un tema sensible y propio de abordar en este
blog ¡Os espero!
Hola. una información muy completa y pràctica. Seguimos en contacto
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