Seguimos dándole vueltas (si me
permiten mis amigos del blog hermano usar la expresión que les denomina) al
tema del juego. Ya empezamos la nueva temporada del blog indicando que en
general -en el ámbito familiar y en la escuela- jugar (o la metodología que
implique juego) es algo marginal. Se priorizan los deberes escolares y las
actividades extraescolares (que a veces incorporan aspectos lúdicos) Pero
cuando hablo del juego me estoy refiriendo a una actividad mucho más específica
que implica unión, conexión y sintonización emocional con el niño.
El
objetivo de la entrada de hoy es despertaros el interés por una forma de juego
en concreto que podéis utilizar con vuestros/as hijos/as. Que varias veces por
semana dediquéis un tiempo a jugar con los niños y niñas. Jugar contiene los
elementos que necesitamos para poder ayudar a nuestros menores a sanar de sus
heridas emocionales: estimula el desarrollo, fomenta la confianza, potencia el
sistema de conexión social y enseña a los chicos/as a relacionarse de manera
adecuada. Recordemos que muchos niños y niñas adoptados/as acogidos/as
mantienen la respuesta de lucha/huida que tuvo valor de adaptación para
sobrevivir en entornos hostiles y/o amenazantes para su integridad personal; o,
por el contrario, tuvieron que recurrir a distintos niveles de disociación como
mecanismo de defensa (hacer click aquí para recordar los post sobre
disociación)
Con
el juego, de una manera no amenazante, podemos contribuir progresivamente al
fomento de la capacidad de vincular con las personas de manera más segura. Es
imprescindible, eso sí, que seáis personas con disposición para jugar, cercanas
y accesibles para el/la niño/a, y que vuestra relación con él/ella no esté severamente
perturbada. Si la relación está deteriorada o estáis en un momento de crisis,
es mejor que consultéis y pidáis ayuda profesional. Por otro lado, si como
padre o madre no te ves jugando, tampoco te aconsejaría que pusieras en marcha
lo que vamos a exponer a continuación. Es necesario que el/la niño/a nos vea
como personas dispuestas al juego. Además, la actitud del adulto no debe ser
correctiva, censuradora y excesivamente directiva. Hay padres que cuando juegan
con sus hijos, les dicen frases de este tipo: “¿Para qué usas esto?” “Que los
coches se choquen no, que sean amigos”, etc. coartando su expresividad.
Solamente si el juego se torna peligroso o no se respetan los límites básicos
de no hacerse daño, es cuando se debe de limitar. Si el menor de edad repite
una y otra vez un determinado juego, obsesivamente y de manera circular, como
en bucle, también debemos reflejarlo y proponer cambiar de actividad lúdica. El
adulto se responsabiliza y hace cargo en todo momento del/la niño/a y de lo que
acontezca.
El
tipo de juego que me gustaría pusierais en marcha con los niños es una
adaptación que realizo para vosotros/as de un tipo de terapia llamada
terajuego.
El
terajuego es un método terapéutico basado en la teoría del apego desarrollado
por la autora Ann Jernberg. El terajuego se ha ido adaptando para focalizarse
en la seguridad (aportación de Bowlby, pionero de la teoría del apego); el
sistema de conexión social (teoría de Porges, que podéis refrescar consultando
este post); y las aportaciones de Panskepp (otro autor del que hablamos
recientemente cuando mencionamos la importancia del juego como organizador
cerebral)
El
terajuego se construyó basándose en la observación de las interacciones
padres/hijo/a cuyos apegos y funcionamiento familiar ofrecen una base de
seguridad al niño/a. Los padres capaces de crear una relación con su hijo/a que
apoye, nutra (también en lo emocional), estimulante y sensible y respetuosa,
pueden conducir al niño hacia el apego seguro. Los padres atentos y
sintonizados a las necesidades del niño/a pueden ajustar sus actividades de
acuerdo a las mismas.
Los
componentes básicos de una interacción padres/hijos/as que fomenta una relación
conducente a un vínculo de apego seguro son los siguientes:
ESTRUCTURA-INTERACCIÓN-NUTRIMIENTO-RETO. Los/as niños/as son diferentes y
precisan actividades de cada uno de estos cuatro componentes en diferentes
momentos y de maneras distintas.
ESTRUCTURA: Sucede cuando los padres crean unas rutinas que sean capaces de redirigir al niño
hacia conductas que puedan conducirles a la obediencia, el orden y la
organización pero sin entrar en luchas de poder. Por ejemplo, el día siempre
tiene una estructura pero además, termina con un juego por las noches para
ayudarle a entrar en un estado de calma que favorezca el sueño: somos como la
luna que ya está cansada y camina pesadamente porque es hora de dormir.
INTERACCIÓN:
¿Cuántas veces a lo largo del día tu cara mira sintonizadamente a la de tu niño/a?
¿Os miráis casi de soslayo? Cuando le hablas para cualquier cosa (darle una
instrucción, hacerle un comentario, contarle algo…) ¿le miras a la cara?
Mirarse a los ojos y sonreír y reír en una relación sintonizada, es la base de
la interacción. Si mirar a la cara resulta amenazante para el niño/a,
evidentemente no se hace (o se hace de otro modo: por ejemplo, poniéndose unas
caretas) Un padre o una madre adecuados seleccionan lo que necesita en cada
momento.
NUTRIMIENTO:
Un niño de cuatro años entra en casa y el padre o la madre observan que tiene
una herida en la rodilla. Uno de los dos le limpia la zona, le pone una tirita
y le da un beso en la misma. Con este ejemplo ponemos de relieve con claridad
qué queremos decir cuando hablamos de nutrimiento.
RETO:
Un padre o madre persuade a su hijo para que una vez que ha conseguido lanzar
la pelota hasta un determinado lugar, pueda intentar lanzarla un poco más lejos.
Otro ejemplo que clarifica qué puede ser un reto. No se trata de fomentar la
competitividad sino de crear retos que puedan empoderar al niño/a y animarle a
superar obstáculos (a sabiendas de que puede lograrlos, claro)
Desarrollamos
más extensamente estas dimensiones y proponemos algunas actividades lúdicas
para fomentarlas.
ESTRUCTURA
En
una relación padres/niño-a o adulto/niño-a es el mayor de edad quien está al
cargo. El tono puede ser firme y directivo en el día a día, y durante el juego,
si se necesita con determinados/as niños/as en momentos concretos. Firmeza no
quiere decir rudeza ni pérdida del control emocional por parte del adulto ni
descargar nuestra cólera en el menor. Firmeza no equivale a tratar mal al niño,
ni mucho menos. La firmeza es un tono y una voz que transmiten determinación y
ayudan al menor a contenerle, si lo necesita.
En
el día a día con el niño/a (y cuando se juega) hay claridad y organización. Con
ello ayudamos al menor de edad a reducir la ansiedad y la incertidumbre (muy
presentes, por desgracia, en el pasado de muchos de nuestros niños y niñas)
El
juego comienza con un principio, una mitad y un final (se pueden acordar con el
niño/a) La sesión de juego tiene una duración determinada. Esto estructura ya al/a
la pequeño/a.
Juegos
estructurados como lanzarse la pelota, encestarla en una pequeña canasta, meter
las fichas en la boca de una rana de juguete, lanzar los dardos… Pueden ser muy
adecuados para ayudar al niño a seguir turnos, esperar, observar lo que hace el
otro, tolerar la frustración cuando se pierde… También podemos estructurar el
juego haciendo variar la intensidad del mismo (por ejemplo, vamos a lanzarnos
la pelota a cámara lenta; a cámara rápida; a cámara normal) Con ello podemos
enseñar al menor a regular los estados emocionales internos y la activación
generalizada del organismo. En este sentido, son muy apropiados los juegos que
chocan las manos entre sí -y que es más habitual verlos en las niñas- mientas
se canta una canción.
El
adulto siempre está preparado para modificar la actividad con el fin de
adaptarla a las necesidades del niño/a. Estar al cargo no significa ponerse en
una actitud de rígido control, lo cual puede ser contraproducente. Si un día el
niño/a no tiene energía o está cansado y habíamos previsto jugar a lanzarse la
pelota, hemos de amoldar el plan a cómo se siente ese día, con otro juego más
calmado, y hacérselo notar.
Cuando
se termina -adulto y niño/a ya habían quedado de acuerdo previamente-, se
recogen los materiales que se hayan podido utilizar.
La
estructura ayuda a que el niño/a, en el juego, desarrolle sentimientos de
seguridad y confianza en el cuidador, así como la experiencia de aprender a
regularse.
INTERACCIÓN
Si
os imagináis la escena de un niño/a y un adulto jugando a esconderse la cara
tapándose la misma con la mano (apareciendo y desapareciendo) o con una sábana,
y el niño y el adulto estallando en un mar de risas (conectando cara a cara y
sintonizando y resonando emocionalmente), nos podemos hacer una idea de lo que
es interacción.
Hay
niños/as que pueden tolerar mejor que otros el contacto y la interacción cara a
cara en estos juegos. Por ello, conviene que regulemos el mismo usando quizá
más paradas o no manteniendo un contacto muy prolongado, haciéndolo con
aproximaciones, en intervalos de tiempo. Los juegos que suponen contacto cara a
cara (como todos los que sean imitación de gestos, juguemos a mirarnos con ojos
de lobo; con ojos de gato; con ojos de pez…) son muy útiles para todos/as los/as
niños/as que han sufrido experiencias de deprivación (tienden a evitar el
contacto e incluso, de disocian) Se puede graduar la distancia y el tipo de
juego: por ejemplo, vamos a jugar a que nos miramos con catalejos.
Hay
muchísimos juegos que implican interacción y que pueden servir de medio además
para favorecer interacciones cara a cara. Todos los juegos de mesa (los de
cartas, oca, parchís…) en los que el adulto puede jugar con la gestualidad (e
incluso teatralizar los gestos, llevando a la práctica, por ejemplo, el poner cara de póquer) son muy válidos.
Realmente, cuanto más sencillo el juego y menos tecnológico, mucho mejor.
NUTRIMIENTO
El
nutrimiento lo conocen muy bien la mayoría de los padres y madres (y adultos)
que son afectivos, cariñosos y transmiten ternura y cercanía, permitiendo vivir
la misma con comodidad.
Los/as
niños con apego seguro, cuyos padres y entorno han sido competentes en
satisfacer sus necesidades, han brindado a sus hijos/as las primeras
experiencias de nutrimiento físico y afectivo. Algo tan cotidiano como sentar
al niño en las piernas, mientras se le abraza, es algo que, desgraciadamente,
no experimentaron muchos niños/as que tuvieron que vivir en un orfanato desde
nada más nacer. Al mismo tiempo, nutrimiento consiste también en hacer sentir
al niño/a que él es especial. Especial no en el sentido de convertirlo/a en el
centro del universo, hacerle egocéntrico/a, sino que él/ella es único/a con
características propias que lo hacen original, irrepetible e inmejorable para
nosotros/as. Hay niños/as que, desafortunadamente, no han podido experimentar sentirse
pertenecientes y queridos/as por alguien de manera única.
Finalmente,
muchos niños/as con experiencias extremas (como violencia en el hogar,
convivencia desde edad temprana en orfanatos de baja calidad, víctimas de abandono
emocional…) no han tenido a nadie que celebre sus logros: las primeras palabras,
el gateo, dejar los pañales… Sólo sufrieron experiencias emocionales dolorosas
(a veces en grado sumo)
Los
padres pueden nutrir al niño/a (si éste lo recibe bien; siempre graduaremos las
expresiones de afecto según el menor de edad las tolere; hay niños/as a quienes
no les gustan los besos, pero sí reciben bien un entrechocar de manos, por
ejemplo) en cualquier momento del día y de mil maneras.
El
juego es ya un nutrimiento. Se puede contemplar, en el tiempo que se esté
jugando, el poder tomar una ligera merienda, algunos días con algo que le guste
especialmente al niño/a. Durante el juego se pueden propiciar, suceder sin
forzar, excelentes, únicos e impagables momentos en los/as que el adulto y el/la
niño/a se pueden sentir conectados el/la uno/a con el/la otro/a (pero sin
invadir) En esos momentos, el adulto puede expresarle al niño/a que le gusta
tal y como es. Hay que ser habilidoso para transmitir el mensaje de que ellos/as
son amados simplemente por cómo son, incluyendo sus vulnerabilidades, defectos
e imperfecciones. Esto es un poderoso mensaje sanador.
RETOS
Los
retos que suponen un desafío al alcance del/la niño/a y en los que éste/a sale
exitoso/a, son una importante fuente de empoderamiento y autoestima. Les
permite recuperar el poder perdido (que se perdió en los momentos y situaciones
en las que padecieron los distintos sucesos traumáticos, a menudo duros y a
veces padecidos durante tiempo prolongado)
Los
retos también ayudan a regular el nivel de activación generalizado del
organismo (en psicología se le denomina arousal)
y a aprender a canalizar adecuadamente emociones e impulsos como la rabia y la
ira.
En
el juego con el/la niño/a los/as padres/madres podréis proponerle retos acordes
a sus posibilidades que traigan como consecuencia el éxito (en el caso de no
calcular bien y no obtener un resultado positivo, es un buen momento para
ayudarle con la frustración, para que pueda entender que los fracasos forman
parte de la vida)
Retos no significa meterle al niño en una
dinámica competitiva porque los menores traumatizados han tenido que pasar y
sufrir desafíos innecesarios y adoptar el rol de adulto cuando no lo tenían que
hacer. Los retos deben incluirse siempre como el último estadio, cuando hayamos
trabajado los aspectos anteriores. Además, podemos dejar que las cosas se conviertan
naturalmente en retos: “Has apilado tres cojines, ¿podrías apilar cinco
cojines?”, por ejemplo. Los retos son especialmente necesarios para los/as
niños/as que presentan pasividad, indefensión o tienen miedo de su propia
rabia.
Otros
retos ayudan al niño/a en la regulación y canalización de la ira y la
agresividad. Tras este tipo de ejercicios y juegos, los menores de edad
funcionan luego de una manera más tranquila. Por ejemplo, usando unos
palitroques de poliespan (como unas
barras con las que se puede golpear fuerte pero sin dañar) se le puede proponer
golpear la pared todo lo fuerte que pueda. Podemos regular el ejercicio y
conducirlo a manifestaciones más tranquilas, si el niño precisa esto.
Amplificar como un eco, emocionalmente, el logro y la superación del reto, es
lo que el adulto debe de devolver al niño/a.
Espero,
una semana más, que esta entrada os resulte interesante y la podáis aplicar en
vuestro día a día. Creo sinceramente que el juego interactivo, nutriente y
estructurado con el niño/a se está perdiendo. Y nuestros menores de edad lo
necesitan por encima de todo. Todos/as los/as niños/as lo necesitan, pero los
traumatizados, especialmente.
Cerramos
la entrada de hoy con esta picada (picada triste la de esta semana pero
necesaria) que pretende denunciar y despertar nuestras conciencias. El
psiquiatra donostiarra Joaquín Fuentes, una eminencia en el mundo del los trastornos
del espectro autista, ha sido galardonado recientemente (agosto 2014) en el
marco del XXI Congreso Mundial de Psiquiatría Infantil, con la medalla que otorga la Asociación del mismo
nombre. Es el máximo reconocimiento internacional que existe en su
especialidad. Desde aquí, mis felicitaciones.
Joaquín
Fuentes fue entrevistado en El Diario Vasco por este motivo el pasado 31 de
agosto y afirmó lo siguiente (estamos totalmente de acuerdo): “Durban [ciudad Sudafricana donde se
celebró el Congreso] ha sido la
constatación por parte de todos del sufrimiento que existe en el mundo. A los
seres humanos nos sale de manera espontánea cuidar a los niños y a las personas
vulnerables, es algo que hemos tenido desde Atapuerca porque evolutivamente es
necesario, pero resulta que de repente, en pocos años, este esquema ha cambiado
y ahora tenemos niños que sufren secuestros, que son rehenes, los alistan en
ejércitos, les obligan a asesinar a gente, los maltratan, los violan… es una
negación horrible de algo que es consustancial con el ser humano. Estropeamos
el desarrollo de estos niños para toda su vida y convertimos la promesa de la
humanidad en el desastre de la humanidad”
Existe
La Convención de Los Derechos del Niño desde 1989 (este año celebramos, además,
el vigésimo aniversario de su proclamación) Todos los agentes sociales debemos,
desde nuestros respectivos roles y lugares, velar por estos derechos. Pero los
gobiernos de los diferentes países y en concreto la UNICEF, deben de poner
todos los medios necesarios y adoptar todas las medidas a su alcance para
evitar las atrocidades que están ocurriendo y de las que están siendo víctimas
indefensas miles y miles de niños/as de todo el mundo. Fuera de nuestras
fronteras donde los niños y las niñas padecen todo tipo de calamidades y
atrocidades. Y también aquí, cerca, a nuestro lado, tenemos el escalofriante
hecho de que han aumentado, desde 2009, las muertes de mujeres, este pasado
verano, por violencia del hombre contra la mujer. Muchas mujeres injustamente
asesinadas con hijos e hijas que pierden a sus madres, por lo que éstos/as son
víctimas a su vez y sufren un trauma. Y no parece que esto, por desgracia, vaya
a tener fin. Han de ponerse todos los medios para garantizar la protección de
las mujeres y los/as niños/as
La
entrada que rescato hoy de la memoria de Buenos tratos no puede ser otra que un
artículo que publiqué hace un tiempo en la Revista Haurdanik que edita la
Asociación AVAIM (Asociación Vasca para la Infancia Maltratada), y que también colgué en el blog, titulado: “El impacto de la violencia de género en niños y adolescentes”
POST SCRIPTUM: Antes de publicar la entrada, me llega la grata noticia (ayer domingo) de que mi amiga y colega Conchi Martínez (del blog hermano Resiliencia Infantil) ha publicado un maravilloso post en el que da cuenta, con sentido y cercanía emocional, de lo sucedido en las "III Jornadas Europeas sobre Resiliencia" celebradas esta pasada semana en Barcelona, organizadas por EXIL (dirigido por Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan) y en las que tuve el honor de participar. Os recomiendo que leáis dicho post haciendo click aquí. Las jornadas fueron excelentes, cargadas de momentos emotivos, sabiduría científica y el reencuentro feliz con amigos/as y colegas de la red APEGA.
Cuidaos
/ Zaindu