Lo primero de todo, os envío a todos/as mis mejores deseos para este 2014. Que nos acompañe la salud, la paz y que tengamos vínculos sanos y constructivos. Comed, vivid y amad.
Lo segundo, os pido disculpas porque ha salido durante unos breves minutos en pantalla otro post distinto a éste. Nos correspondía hablar de las dificultades de atención en el niño/a y del abordaje terapéutico mindfulness como tratamiento; pero ha sucedido un problema técnico ajeno a mi voluntad que me ha obligado a cambiar el tema que estaba previsto por este otro. Dentro de 15 días tendremos la entrada que correspondía para hoy.
Empiezo el post con este vídeo que ejemplifica -de una manera gráfica y excelentemente reconstruida- qué es la respuesta de lucha o huida. Una respuesta natural de nuestro cerebro para hacer frente a las amenazas. La amígdala, esa estructura que está en el núcleo mismo del sistema límbico (“como si estuviera dentro del hueso del melocotón”, les suelo explicar a los niños que vienen a mi consulta. Por cierto, no sabéis lo que les atrae y les interesa la neurociencia expuesta de una manera atractiva, claro. Les da sentido a muchos sucesos que han padecido), es la responsable de activar esa repuesta. La amígdala no se puede entretener. Está en juego la vida. Por ello, tras una valoración rápida y automática de la situación, se encarga de dar la voz de alarma para que, como podéis observar en el vídeo, nuestro organismo reaccione. Cuando entra en juego la parte del cortex frontal, es cuando podemos inhibir y entender lo que ocurre. “No hay motivo para correr o pelear, eres tú” – dice la chica al final del vídeo.
Cuando lo descubrí en youtube (suelo andar buceando por ese inmenso almacén en busca de vídeos psicoeducativos interesantes. Aprovecho la ocasión para comentaos que, si descubrís alguno, me lo enviéis. A veces, son amigos o colegas los que me tienen al tanto de lo que allí se va publicando. Otras veces, como en ésta, soy yo mismo el descubridor) en seguida me vino a la mente cómo se tiene que sentir un niño o niña que convive durante años en un contexto de estrés permanente (siempre tóxico, pero para la mente en desarrollo, extremadamente sensible y por lo tanto altamente vulnerable) como lo es un ambiente familiar caracterizado por la violencia intrafamiliar (víctima de malos tratos directos o indirectos) Un clima de tensión crónica donde la base familiar de seguridad está ausente. Peleas horribles, gritos, descalificaciones, ataques a la autoestima, amenazas…
El cerebro de estos niños y por consiguiente, su cuerpo, están como los de esta chica del vídeo. Así día sí y día también. Eso además, proviene de las personas que les deben de cuidar y ofrecer seguridad, amor y tranquilidad. Cuando pueden escapar o luchar por lo menos tienen una alternativa. Aún recuerdo cómo me impactó el relato de un niño adoptado cuando me contó cómo se enfrentó a su padre, empujándole súbitamente contra la ventana, cuando intentaba agredir a su madre. También me acuerdo de la sensación de terror permanente que una adolescente me transmitía cuando me contaba que su padre, con una orden de alejamiento por extrema violencia hacia su madre, podía aparecer en su hogar en cualquier momento. Y esto cuando los menores pueden recurrir a la lucha o la huida. Otras veces no pueden ni luchar ni huir y no les queda más remedio que recurrir a la disociación como defensa. Cuando el perpetrador es además, una figura adulta con la que te vinculas y su estilo, algunas veces, es amable y tranquilo pero súbitamente se puede tornar en abusivo o violento, el tipo de vínculo que se desarrolla es de tipo desorganizado. No nos olvidemos que los niños obtienen de la relación de sus padres los elementos y las claves que les den seguridad. El cerebro de los niños, con el tiempo, se parece al de los padres (Siegel) En el caso de progenitores que tienen traumas no resueltos, los niños desarrollan una mente tan incoherente como la de aquéllos. Realmente el cerebro del niño es moldeado por la calidad de las relaciones a las que éste es expuesto. Y el desarrollo pleno del cerebro del niño no sólo depende de los genes sino de las relaciones de parentalidad bientratante. Los padres orquestan (sobre todo en los primeros años de vida) una auténtica programación ambiental de las predisposiciones genéticas (unos genes pueden activarse, otros silenciarse…)
Una de las herencias nefastas de ese vínculo de tipo desorganizado es que, fuera del contexto en el que se generó, la respuesta de lucha o huida es claramente desadaptativa. Deja –entre otros muchos problemas- lo que en psicología se denomina un nivel alto de arousal (el arousal es el grado de activación generalizada del organismo)
Cozolino nos dice en su libro “Neuroscience of psychotherapy” que el asunto expuesto de una manera no técnica, es el que sigue: cuando todo va bien y nosotros estamos en un estado de calma (se entiende muy baja activación), no hay razón para aprender nada nuevo. En el otro extremo (que es lo que les ocurre a los niños hiperarousados por el trauma de la violencia y los malos tratos), estados de elevado arousal y peligro no dan lugar a un aprendizaje cortical sino que llaman directamente a una acción del sistema límbico del cerebro (dentro del cual está la amígdala) Un estado de mente a mitad de camino entre los dos aparece como el óptimo para nuevos aprendizajes y solución de problemas.
Yerkes y Dodson expusieron que la relación entre rendimiento o ejecución y arousal es la de una U invertida: A mayor cantidad de arousal, el rendimiento se ve mermado e incluso es nulo. Tal y como podemos ver en la gráfica:
Las neuronas del hipocampo –nos dice Cozolino- requieren bajos niveles de cortisol para su mantenimiento estructural (gracias a la neurociencia sabemos que el estrés crónico del maltrato puede producir una inundación de cortisol en el hipocampo que puede afectar a las neuronas de este órgano vital para el aprendizaje por su participación en la memoria), mientras que altos niveles de cortisol inhiben sus propiedades neuroplásticas. El cortisol impacta el aprendizaje y la plasticidad mediante la regulación de la síntesis de proteínas requeridas para el crecimiento dendrítico (las dendritas son una parte de la neurona) y los patrones de conectividad neuronal. Altos niveles de estrés también disparan la liberación de endorfinas, la cual impide tanto la síntesis de proteínas como la consolidación de la memoria explícita (la memoria verbal y episódica)
Por ello, un menor que no esté protegido de la violencia o de cualquier otra forma de maltrato tiene comprometido su cerebro y por ende, su salud, desarrollo y bienestar. Incluso tiempo después de haber padecido el maltrato, las consecuencias de la traumatización persisten. Un ejemplo claro de estos niveles de arousal (o de falta de regulación) los vemos en los menores adoptados en la segunda infancia (con seis, siete u ocho años) y que provienen de hogares donde han sido víctimas de maltrato y/o abandono. Se encuentran en permanente estado de alerta. Tanto que al percibir peligro (porque su cerebro es como si se encontrara aún en el lugar donde se padecieron los traumas), actúan, muchas veces, escapándose ante situaciones estresantes o recurriendo a la agresividad. En clase, por ejemplo, les cuesta muchísimo centrarse y suelen entrar en oposición con el maestro o en conflicto con los compañeros. Los niños de acogida que han de tener visitas con los progenitores que son inadecuadas desde todos los puntos de vista, son un sufriente y palpable ejemplo también de exposición dañina al estrés. Si hay motivos suficientes para argumentar que las visitas se espacien e incluso se suspendan, hay que tener la valentía de exponerlo. Argumentos neurocientíficos y psicológicos, como hemos visto, apoyan tales medidas.
Lo prioritario es, primero, crear un espacio y lugar de seguridad para estos niños. La norma básica es no enfurecer más entrando al choque (que es hacia donde el niño nos quiere llevar y lo que aprendió, no lo olvidemos) sino hablando al niño sin gritar pero con determinación, empatizando con él y ayudándole a que se dé cuenta de que no hay motivo para el peligro ("mira a tu alrededor: ¿dónde estás?; ¿con quién?; ¿alguien te va a hacer daño?"- le podemos decir) A veces, pueden requerir de una intervención contenedora, pero ésta sólo de justifica como medida para evitar que se dañen o dañen a otros. Hay que tratar de calmar. El adulto que está tranquilo, sereno y firme, tiene mucho camino ganado. Hay que evitar etiquetaciones, prejuicios o verbalizaciones inadecuadas al niño ("eres un desastre", "me tienes harto"; "te voy a dar un cachete" etcétera) que sólo agravarán más el problema. Cuando el niño esté más tranquilo podremos hablar (en otro momento) sobre qué o qué pasa para que se dispare y podremos negociar las cosas y transmitir las normas y la disciplina. Pero con una amígdala en pleno estallido nadie está para entender nada...
Técnicas como el mindfulness (del cual hablamos el último post) favorecen que el niño vaya aprendiendo a regular los estados de arousal y los conduzca a niveles moderados.
Las pautas que vimos en los post de psicoeducación vienen muy bien para ayudar al niño a conocer sus emociones y expresarlas, aprender a tomar conciencia de que su sistema de alerta está desregulado, aprender qué situaciones y estímulos disparan respuestas y reacciones de ataque, desarrollar soluciones u opciones ante los problemas más reflexivas…
Lo que observo en mi práctica clínica es que los adultos (padres, madres u otros) que son más tranquilos; que saben gestionar sus propias emociones; que mantienen y preservan la relación ante todo (respetan a la persona del niño y si alguna vez -porque somos humanos- se propasan, son capaces de pedir perdón al menor); que son modelo de modulación emocional y solución de problemas ellos mismos; que mantienen expectativas realistas (acorde a las posibilidades del niño, adecuándose a su nivel madurativo); que saben usar el sentido del humor; que tienen habilidades para sacar al niño de un estado de mente de obstinación u hostilidad (mediante el juego, por ejemplo); que se preguntan qué ocurre hoy para que el niño se comporte así; que son capaces de retomar la relación y volver a empezar (superan el orgullo propio) y que se prodigan espacios de apoyo social y de autocuidado, son los que, a la larga, van fomentando un proceso resiliente secundario en el menor. Lo que al principio parecía increíble de lograr, se va tornando en estados de calma en el niño, de regulación de ese arousal, de expresiones como “me fío de ti”, “te quiero”, “estoy feliz en esta familia”, etcétera. Es poco a poco, pero cuando suceden, la satisfacción del terapeuta es grande pero la vuestra, familias, padres y madres… ¡es inmensa! Todo llega con paciencia y perseverancia. Hay que pasar por fases en las que toleremos el odio, pues por un lado viven la esperanza de que es una oportunidad de tener lo que en derecho les corresponde (una familia) y quieren hacerlo bien pero inconscientemente, el trauma se actúa. Una vez que esto se supera, todo transcurre por cauces más tranquilos.
Termino el post de hoy con una picada: la semana pasada el diario El País publicó un reportaje en torno a una realidad doliente y que conviene hablar de ella para entre todos los agentes sociales, poder erradicarla: el racismo en general y el que sufren los niños adoptados internacionalmente en particular. El reportaje es también una oportunidad para poder versar sobre temas que preocupan a los adoptados y sus familias: los orígenes y la búsqueda de los mismos. Son entrevistados excelentes profesionales, y entre ellos, mi amigo y colega el psicólogo Óscar Pérez-Muga, quien co-escribió la guía para familias adoptivas que ya conocéis: "¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?" El reportaje -titulado: ¿Cómo vas a ser del Atleti si eres negro?- hace mención a la guía. Para leerlo, haced click aquí.
Hasta dentro de quince días (el lunes 27 de enero, a las 9,30h hora española)
Cuidaos / Zaindu.
6 comentarios:
Hola Jose Luis. Me gustaría poder aclarar algo, cuando hablas de reacciones de ataque y huida además de lo que literalmente significan estas palabras. Imagino que también caben otro tipo de reacciones o conductas que suponen huidas o ataques, no se si podías decirme qué otras reacciones son de huida, por ejemplo, además de "salir corriendo" u otras reacciones que suponen "ataque" además de agredir físicamente...
Marta
Hola Marta: Como tú muy bien dices, son reacciones. Son automáticas y se ponen en marcha para la supervivencia. Implican ataque (físico, aunque también verbal; también puede ser arrojar o tirar cosas)Huida es escaparse de la amenaza, salir corriendo, fugarse. Son reacciones que tienen los menores en contextos que son seguros pero que ellos interpretan como amenazantes (por la similitud simbólica que puede existir entre las situaciones del pasado y las del presente que actúan como disparadores)y reaccionan para defenderse de ese peligro percibido. No son elaboradas (sino serían respuestas) Son reacciones. Saludos, José Luis
Me han recomendado el neurofeedback para bajar el nivel de activación de mi hijo. Me puedes dar tu opinión?
Si, te lo recomiendo. No lo he usado nunca pero he hablado recientemente con colegas que lo utilizan y hablan del mismo como una técnica muy eficaz para favorecer la regulación emocional. Dentro de la psicoterapia, el primer bloque de trabajo consiste en trabajar con el niño o menor de edad la estabilización conductual y emocional. Para ello, como una técnica más para este fin, esta indicada. Después, hay que trabajar más cosas con el paciente, pero para ese fin si que te la recomiendo. Saludos
Hola José Luis. He oído hablar del Neurofeedback y me interesa informarme sobre él para mi hijo adoptado, que está teniendo problemas crecientes de comportamiento en el colegio.
¿Sabes de algún profesional por los alrededores-te hablo desde Bilbao- que lo utilice?
Muchas gracias por tu blog
Hola, en Bilbao no conozco a nadie personalmente, pero desde Vitaliza sarea, los psicólogos que lo han dado a conocer y han formado a profesionales en el neurofeedback, es posible que sí conozcan. Te dejo su web:
http://www.vitaliza.net/
Saludos,
José Luis
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