La entrada de hoy es continuación
de la pasada semana. Nos vamos a centrar en cómo ayudar a sanar (healing, como
se dice en inglés) esos primeros esquemas tempranos de apego cuando se han
convertido en disfuncionales. Quiero insistir en la frase de María Josefa
Lafuente, experta en apego, quien en su libro “Vinculaciones afectivas” nos
dice que “el apego temprano influye pero no determina, al menos como único
factor” Es decir, existen factores psicosociales posteriores que pueden intervenir
en esos tempranos esquemas y modificarlos. No quiero resultar determinista en
cuanto al apego. Creo que ya lo he comentado otras veces, pero incidir en esto
otra vez me parece importante. Todos sabéis que el ser humano se forja de
acuerdo al cerebro, a la mente y a las relaciones sociales (tempranas y
posteriores) Y de este triángulo y sus complejas interacciones el resultado es
la persona (con sus características, sus hábitos, sus conductas) Y cada uno de
nosotros de acuerdo a nuestra propia especificidad. Somos seres únicos, originales e
irrepetibles.
Voy a referirme
a esos niños y niñas con historias duras de vida donde el maltrato, el abandono
y/o los abusos han sido de larga duración, graves, y no han contado con figuras
adultas estables. Han sido peloteados, como dice Barudy, de un sitio a otro (por ejemplo, de
orfanatos a sus "hogares" para volver a vivir situaciones traumáticas crónicas,
en decisiones inexplicables) Estos menores son posteriormente adoptados y/o
acogidos por familias. Niños y niñas con los que trabajamos a diario. Cuando
miramos sus biografías, comprobamos con dolor que han sido tres, cuatro o hasta
siete y nueve años de duras carencias y/o maltratos que ponen a prueba la
capacidad de resistencia de cualquiera. Es, en estos casos, donde los esquemas
tempranos de apego no han sido nunca expuestos (hasta que llegan a las
familias) a la influencia reparadora (al menos de manera suficiente) de adultos
que hayan podido actuar como tutores de resiliencia.
No quiero dar la impresión de
déjà vu. Cómo reparar los apegos tempranos -y qué y cómo hacer una labor en
este sentido desde las familias y el colegio- ya ha sido comentado aquí en varios post. No tenéis más que leer estas entradas y encontraréis que ya he escrito sobre ello. Releedlas (o leedlas los que entréis nuevos al blog) Viene
bien para tener presente lo que nos recomiendan hacer los expertos como Siegel,
Perry, Van der Hart, Schore...
De lo que pienso que he hablado
menos es de la capacidad de la psicoterapia como experiencia reparadora y de la
influencia de los propios iguales (de los niños entre ellos mismos) en un
formato de interacción grupal con adultos facilitadores.
La psicoterapia
Cozolino, a este respecto, nos dice
lo siguiente: “Mientras las ratas poseen los mecanismos básicos de cuidados y
conducta maternales, nuestro cerebro
tiene mecanismos más elaborados y sofisticados para el apego. De hecho,
el cerebro humano está compuesto de redes neuronales dedicadas a recibir,
procesar y comunicar mensajes en las sinapsis sociales. La diferencia en los
humanos es que la programación ambiental de estas experiencias depende de
circuitos más complejos. Las redes de nuestro complejo cerebro social incluyen
regiones cerebrales, sistemas neurales y redes de trabajo regulatorias. Estos
son los mismos circuitos que los psicoterapeutas tratan de influenciar para
remodelar el cerebro de manera que conduzcan a adaptaciones positivas. La idea
de que la psicoterapia es un tipo de reparentalización puede ser más que una
metáfora; puede ser precisamente lo que tratamos de conseguir a un nivel
epigenético. Este tipo de investigación funda o se basa en la atención, los
cuidados y el nutrimiento afectivo como una manera de influenciar la estructura
de nuestro cerebro y sitúa a la psicoterapia en el centro, en el corazón de las
intervenciones biológicas. No es descabellado pensar que Carl Rogers (uno de
los psicólogos pioneros de la llamada psicoterapia humanista que pone en el
centro del tratamiento a la persona y a la relación terapéutica) puede algún
día tener un lugar cercano a Crick y Watson (los descubridores de la estructura
molecular del ADN) en el panteón de los biólogos”
Por lo tanto, este autor nos habla
de la capacidad de la psicoterapia como tratamiento para influir sobre las
estructuras del cerebro funcionalmente alteradas y poder actuar como fuente de
reparación. Estamos ante un tipo de neuro-fisio-psico-terapia, entonces. Esto
es apasionante y fascinante.
Conviene tener en cuenta que
aunque la psicoterapia tiene un poder para sanar (healing) el cerebro social,
no es lo único ni muchísimo menos. Los psicoterapeutas no somos magos. Toda la
red psicosocial coordinada debe de ayudar con sus influencias psicosociales
positivas -basadas en el buen trato- a hacer esta tarea de curación. Y, por
supuesto, la familia, puntal insustituible y que, bajo coordinación del
profesional, puede favorecer mucho la resiliencia de los menores. Una persona
comentó en un foro de facebook que los padres y las familias adoptivas también
pueden posteriormente influir en negativo en los niños y niñas y cambiar el rumbo de
sus vidas hacia la retraumatización y no hacia la resiliencia. Estoy totalmente
de acuerdo y alabo la toma de conciencia de esta persona.
¿Qué debe hacer y cómo actúa un
psicoterapeuta? Tendría que detenerme mucho tiempo en ello, es imposible que
pueda tocar todos los puntos, excede los propósitos de este blog, pero daré al
menos unas pinceladas. Cogeré cada uno de los tres casos de la pasada semana y
os diré cómo procedí con cada uno de ellos.
Iker necesitaba ante todo y sobre
todo sentir una sensación de seguridad ante la persona del terapeuta, pero a la
vez la firmeza del mismo, la capacidad de que puede contener y hacerse cargo de
lo que surja. Dado que su apego temprano (como hipótesis antes de recibirle en
la consulta) es desorganizado (traumatizado por la violencia, presenta una
tendencia a tener estados disociativos cuando percibe una amenaza: estalla
violentamente), lo primero es mantener una prudente distancia preguntando dónde
se quiere sentar en la sala. No tener contacto físico inicial con él ni ser
excesivamente amable ni tampoco distante. Preguntarle siempre y pedirle permiso
para todo (cualquier actuación bienintencionada por nuestra parte pero sin
previo aviso puede desatar su cólera porque se sienta amenazado o presionado)
Como primera tentativa, la semi-directividad con estos niños suele funcionar.
Las horas, los lugares, dónde se puede y no se puede estar en la consulta, en
suma, las normas básicas, explicitadas (sobre todo el “aquí nunca nos haremos
daño”) Para conectar con el niño, ser prudentes y adelantarle todo lo que vamos
a hacer (incluidos nuestros movimientos) Decirle si sabe por qué está en consulta.
Explicarle brevemente -y dibujando mientras hablamos- lo que vamos a hacer,
cómo funciona una terapia, qué hace un psicoterapeuta, la confidencialidad, en
qué nos centraremos al principio. Y dejar caer, de una manera metacomunicada sutilmente, que
este es un espacio -y que somos una persona- con la que puede atreverse a hablar
de todo lo que quiera, le vamos a apoyar, validar y contener en lo que surja.
Apelaremos inicialmente más a la colaboración y la ayuda que al apego. Con menores como Iker trabajo, al principio, para la estabilización emocional y
uso técnicas no verbales, principalmente. Después de la estabilización -que ya
repara e integra el cerebro-, empezamos un trabajo consistente en darse cuenta
de cómo el trauma y lo que vivió le afecta en la actualidad, validando su dolor
y trabajando para que comience a verse como víctima. En esta fase la meta es
empoderarle y darle muchas estrategias para que sea capaz de darse cuenta de
cómo el pasado le influye en el presente. En un último estadio (sólo en un
último estadio, cuando ya se ha cimentado lo anterior), es cuando tratamos la
integración de las vivencias traumáticas mediante el trabajo de la narrativa de
su historia de vida y otras técnicas. En todas las fases participan los
cuidadores o referentes del menor. En función de cómo evolucione, hay que
incidir de nuevo en una fase u otra. También nos ponemos en contacto con otros
profesionales significativos en la vida del niño (profesores, psiquiatría…)
Con Adela, la actuación es bastante similar. En este caso se trata de una joven ambivalente con mucha capacidad de reflexión pero con estados de activación interna cuando entraba en relaciones sociales, sobre todo. La principal tarea, tras la fase de estabilización, era que se hiciera consciente de su modelo interno de trabajo muy marcado por la creencia “no soy querible” y que pudiera asociarlo con su biografía y con cómo ésta, al no estar elaborada, le influía en el presente. Con jóvenes como Adela muy dados a la inestabilidad, los arrebatos, el dramatismo en cuanto a la disponibilidad de la figura del terapeuta, las posibles transferencias que se den con éste son objeto de atención y de trabajo porque le ayudan a darse cuenta de que se pone en juego del pasado en esa figura. Dotarle de estrategias para manejar la activación (como el mindfulness) y de habilidades sociales y de técnicas para autocontrolar la impulsividad, es también objeto de tratamiento, con el fin de mejorar sus funciones ejecutivas. La disponibilidad del terapeuta se mantiene siempre, no la exageramos en los momentos de más emocionalidad por parte del paciente.
Con Peter es complicado entrar en
conexión porque a diferencia de Adela, él cierra todas las puertas y además
(también a diferencia de Adela que le encanta estar con el terapeuta -cuenta los días que faltan para la sesión-,
y hablar con él, y que le preste atención, y que le ayude a aprender a
calmarse, aunque a veces dude de él) no quiere venir a la psicoterapia. A él no
le pasa nada ni tiene ningún problema. Los culpables de todo son los de la
administración que le han ingresado en un centro sin motivo alguno. Peter tiene
cerrado y bloqueado la conexión entre hemisferio derecho e izquierdo. Sus
primeras experiencias en las que sus padres debían de haberle prestado su
hemisferio derecho para gozar de la conexión emocional, no se produjeron
suficientemente. Peter es un desierto emocional. Uno de los jóvenes más
puramente evitativos que he visto en mi carrera profesional. Y despreciativos.
Con él lo prioritario era comprenderle, entender que no quisiera venir pues es
normal que nos asuste la soledad e intimidad con un psicoterapeuta. En vez de
ir contra sus defensas, aliarnos con ellas. Y metacomunicarle que él tendrá sus
buenas razones, como dice Maryorie Dantagnan. Con estos chicos y chicas, lo
prioritario es que vengan y que no nos echen de sus mundos cerrados y privados
donde no necesitan de intimidad vincular con nadie. Coger cualquier centro de
interés o preocupación funcional que tengan y trabajar desde ahí (les puede
preocupar robar, suspender o cualquier otra cuestión práctica) Ir entrando muy
poco a poco, yo me imagino el proceso como una ostra: si tocamos, se cierra. El
trabajo de conexión emocional ha de ser muy lento y usando terceros elementos
como el juego, las películas, los juegos de tablero (les encantan, normalmente;
les permiten expresar mucho hacia el terapeuta desde ese tablero o tercer
elemento, lo cual es bueno porque alude a la relación de alguna manera)
Utilizar la música es también una buena idea. No aludir inicialmente a los
sentimientos sino empezar por lo que los personajes, el juego, la música… nos
dice o nos hace pensar. Estos chicos y chicas sí nos necesitan pero en la
distancia. Empezarán a poder unirse a nosotros con una cuerda simbólica de lo que
es el vínculo que nos mantenga a distancia. En su inconsciente, en su memoria
implícita vivieron que la cercanía emocional es peligrosa. Puede dañar. Lo peor
que podemos hacer con estos menores de edad es forzarles en lo que tienen
carencia y no pueden hacer. Hay que estar muy de lejos para que algún día
llegue el momento de que su cerebro/mente pueda ir conectando con el otro sin
sentir amenaza y acercarse emocionalmente más.
Otro elemento que considero es el
uso de un animal (un perro) como Loretta Cornejo -y su equipo- utiliza en su
centro de psicoterapia Umayquipa de Madrid. Todavía no lo hago porque no estoy
formado. Quiero poder aprenderlo para comprobar el potencial que un
perro facilitador -con unas características y una historia especiales- tiene
para contribuir a sanar el apego. Un perro como lo es Horatio, otro co-terapeuta más y
miembro del equipo de Umayquipa.
Este enlace a un vídeo es un reportaje que Telecinco hizo a Umayquipa para difundir la labor curativa (healing) que un perro como Horatio puede favorecer en los niños en el ámbito de la psicoterapia como co-terapeuta:
De los tres casos que he expuesto,
los dos primeros han estado (Iker y Adela) cinco años en psicoterapia y su
evolución actual (siempre con idas y venidas, por supuesto) es bastante satisfactoria
con un ajuste suficiente a nivel emocional y social. Con el tercero, Peter, en
cambio, no pude dar con la tecla adecuada y abandonó la terapia tras tres meses
de asistencia regular. Le llamé varias veces por teléfono. Pero no se quería
poner. Comunicó a sus educadores que no iba a acudir más. Los fracasos
terapéuticos duelen por no poder ayudar al paciente, pero aprendemos, quizá,
más de ellos para poder mejorar nuestra tarea terapéutica, tan apasionante, tan
gratificante a veces, tan dura otras…
Bueno, esto es lo que he escrito
hoy, un tanto a vuela pluma y de acuerdo a mi experiencia.
Otro día os contaré el beneficio
que una psicoterapia grupal puede tener en los menores que presentan
dificultades en las relaciones interpersonales.
Pero, antes, la semana próxima,
vuelvo con unos cuentos sobre adopción interesantísimos y muy útiles.
Cuidaos / Zaindu
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