El pasado verano tuve el gusto de
conocer y escuchar a Sandra Baita, psicóloga y psicoterapeuta infantil que
estudia y es experta en el tratamiento de la relación existente entre apego desorganizado y trauma,
especialmente cuando éste surge como consecuencia de una forma de maltrato
particularmente dañina y devastadora como lo es el abuso sexual intrafamiliar.
En la 13ª Conferencia EMDR
celebrada en Madrid el pasado verano, Sandra nos regalo una ponencia sobre como
tratar la disociación (esa escisión que se puede producir en la personalidad de
los niños y de los adultos para defenderse de las partes emocionales que
contienen las experiencias traumáticas) en niños víctimas de abuso sexual,
utilizando una metodología que combina el establecimiento de un sólido vínculo
terapéutico con el niño, técnicas de terapia de juego e integración de las
mismas con el abordaje EMDR. Esta excelente profesional argentina es una
garantía por su alta cualificación y su compromiso con la infancia que sufre
las consecuencias de cualquier forma de malos tratos.
Sandra Baita ha publicado un artículo disponible en internet titulado: "Trastornos disociativos, apego desorganizado y abuso sexual infantil. Implicaciones para las practicas de intervencion" En este magnífico texto Sandra argumenta que
el apego desorganizado puede confundir a los profesionales y conducirles a
tomar decisiones que pueden poner en riesgo de desprotección al menor de edad.
Si un profesional no conoce y carece de formación en las características del
apego desorganizado y la relación que éste tiene con las memorias traumáticas,
puede tomar decisiones equivocadas sobre (1) revinculacion con progenitores
abusadores; (2) recuperaciones de tutela por parte de familias que presentan
incompetencias parentales y están en procesos de intervención familiar; o (3) medidas de acogimiento (familiar o
residencial) inadecuadas y que no cubran las necesidades del menor. Y hemos de ser conscientes de que algunas
decisiones desacertadas pueden retraumatizar a los niños y adolescentes.
Por eso, me ha parecido que este
artículo merece ser difundido porque un buen número de profesionales pueden
plantearse, a raíz de su lectura, la incorporación del punto de vista del
apego y el trauma en las valoraciones
judiciales y administrativas. Especialmente trascendentes resultan los aportes
de Sandra Baita en el ámbito judicial al dictar una sentencia de
revinculación con un progenitor abusivo aludiendo, entre otros aspectos, al -aparentemente- apego positivo que el niño mantiene con aquél cuando el apego, en
realidad, es desorganizado. Las consecuencias pueden ser nefastas y terribles
para ese menor de edad.
Como sabéis por otras entradas,
el apego desorganizado es un tipo de vínculo de apego típico de la población de
niños que han sufrido malos tratos y abusos sexuales. El apego desorganizado
supone que existe un vínculo con el progenitor, sí, pero ese vínculo no esta
organizado de una manera coherente en la mente del niño, pudiendo contener
representaciones seguras, evitativas y ansioso-ambivalentes. Al tener las
representaciones mentales (fruto de múltiples experiencias relacionales con el
progenitor maltratante o abusivo que ora puede mostrarse cariñoso ora puede ser
violento) no integradas en su mente, las conductas de apego que puede exhibir
en la relación contendrán manifestaciones evitativas, ambivalentes y... también
seguras. Esto último es lo que puede llevar al profesional no formado ni con
experiencia en el marco del apego a valorar una relación entre el menor de edad
y el progenitor abusador como segura o positiva cuando no la es. El apego
desorganizado es el tipo de apego más grave que existe y el más relacionado con
los trastornos mentales.
Transcribo a continuación parte
del artículo de Sandra Baita donde explica por que la mente de un niño apegado
de manera desorganizada puede pasar por segura, basándose en su experiencia y
en estudios científicos. Sandra Baita tiene la virtud de escribir en un
lenguaje comprensible para los no profesionales, así que las familias lo vais a entender muy bien. No
tiene desperdicio, y sus implicaciones deben de tenerse muy en cuenta en las
revinculaciones con progenitores abusivos, en los acogimientos familiares o
residenciales (es muy importante detectar a un menor de apego desorganizado
para, por ejemplo, orientarle a un acogimiento profesionalizado o a uno
ordinario pero intensificando los servicios de apoyo al niño y a la familia) y
en los programas de intervención familiar (para no fundamentar recuperaciones
de tutela en base a vínculos aparentemente seguros cuando en realidad lo son
sumamente inseguros-desorganizados y desarrollados como consecuencia de una
traumatizacion crónica con unos cuidadores incompetentes parentalmente a nivel
severo; los mismos cuidadores tienen un apego desorganizado o no resuelto, como se
le denomina en la etapa de la adultez a este tipo de apego desorganizado que
precisamente se ha desarrollado desde la infancia sin resolverse):
"A continuación, se detallarán
brevemente las características del apego desorganizado, para pasar luego a
explicar su relación con la conducta sexualmente abusiva y el desarrollo de
trastornos disociativos.
El apego
desorganizado/desorientado (o apego tipo D) fue la última categoría descripta
luego de las categorías de apego seguro, inseguro evitativo e inseguro
ambivalente. Una de las funciones más importantes que cumple el sistema de
apego está relacionada con la respuesta a situaciones de stress, tensión o
peligro. Ante una situación en que la tensión se eleva, el niño busca a su
figura primaria de cuidado con el objetivo de volver a sentirse seguro. Cuando
la respuesta del adulto es de cuidado, confort y consuelo, se produce una
reducción en la tensión aumentada, y el niño puede entonces volver a
separarse del adulto para continuar con su juego. Esta es una descripción
sencilla del apego seguro. La respuesta del adulto moldea, en la interacción
con el niño, el patrón de apego que ese niño desarrollará. Es esperable que
un patrón de apego seguro facilite la integración de las distintas
experiencias que el niño vaya adquiriendo a medida que va creciendo,
garantizando un sentido de sí mismo cohesionado y sentando las bases para una
adecuada regulación emocional y un estilo de afrontamiento ajustado.
En el apego tipo D, se observó
que los niños despliegan conductas contradictorias de acercamiento a sus
madres. Estas conductas están caracterizadas por respuestas de congelamiento
ante la presencia de la madre, despliegue simultáneo o secuencial de conductas
contradictorias tales como búsqueda intensa de contacto junto con o seguidas
de evitación del mismo, señales importantes de tensión y ansiedad en
presencia de la figura de apego, entre otras. En contrapartida los
investigadores encontraron una respuesta atemorizada o atemorizante por parte
de la figura de apego (Main & Hesse, 1990). Entre las conductas parentales
identificadas en el desarrollo del apego tipo D – y relacionadas concretamente
con patrones maltratantes y abusivos en la relación parento-filial- se
encontraron: falta de respuesta ante la tensión infantil (como se da en la
negligencia emocional), conductas verbales negativas e intrusivas (como se da
en el maltrato emocional), conductas físicas intrusivas (como se da en el
maltrato físico), y sexualización (como se da en el abuso sexual)
(Lyons-Ruth, Dutra, Schuder & Bianchi, 2006).
Lo que la conducta de apego
desorganizado pone en evidencia es el dilema que el niño enfrenta en las
situaciones de estrés intenso cuando la figura de apego es simultáneamente la
fuente de origen de ese estrés intenso y a la vez una figura de protección y
cuidado (Harari, Bakermans-Kranenburg & Van Ijzendoorn, 2007).
En los casos de abuso sexual
infantil, a lo largo del desarrollo de la conducta abusiva, el niño se
encuentra completamente solo y aislado en tal dinámica a partir de la
coerción misma del progenitor abusivo y la presión por mantener en secreto la
conducta, bajo la amenaza de terribles consecuencias para el niño si decidiera
hablar, consecuencias mayormente emocionales tales como “no te van a creer”,
“mamá se va a enojar”, “yo me voy a morir de tristeza”, y a veces físicas,
tales como el uso concreto de la violencia física o la amenaza de uso de la
misma e incluso la amenaza de muerte para el niño, u otro ser querido. De esta
manera el niño no solo queda sometido a la relación sexualmente abusiva con
una figura de cuidado, sino que muchas veces queda aislado de la posibilidad de
acceder a una figura de cuidado alternativa, como puede ser la madre. Otras
veces, lamentablemente, la figura de cuidado alternativa es tan desorganizadora
en su conducta de apego para con el niño como lo es el progenitor abusivo (por
ejemplo, porque también ejerce alguna forma de maltrato).
Paradojalmente, la relación del
niño con el progenitor abusivo también suele incluir experiencias positivas,
y de cuidado, que se dan por fuera de la interacción sexualmente abusiva. En
consecuencia, al observar la relación global entre el progenitor sexualmente
abusivo y su hijo, las experiencias que el niño incorpora de dicha relación
son múltiples y contradictorias entre sí (Liotti, 1999): el niño se
relaciona con un padre que abusa, lastima, presiona, ruega, juega, enseña, y
que puede pasar de un rol a otro sin transición alguna, de manera
completamente abrupta, como si se tratara de diferentes padres en la misma
persona física. Según Liotti (1999) el niño con apego tipo D puede construir
e incorporar internamente y de manera simultánea estructuras de significado
que se corresponden con las diversas experiencias –múltiples y
contradictorias- vividas en esa relación de apego: soy malo y responsable por
lo que me está pasando - soy bueno y querido – mi papá es malo y tengo que
cuidarme de él – si hablo soy malo, tengo que cuidar (a mi papá para que no
vaya a la cárcel, a mi mamá para que no se ponga triste). Estas múltiples
representaciones internas, según el autor, no pueden ser integradas en una
única memoria y estructura de significado cohesiva, por lo cual, permanecen
disociadas. En consecuencia, plantea, frente a experiencias de estas
características pareciera ser que grados extremos de disociación son un
resultado esperable de semejante interacción, no por razones defensivas, sino
porque es imposible organizar información tan contradictoria en una estructura
cohesiva, coherente e integrada de significado.
Cada una de estas
representaciones disociadas que el niño tiene de sí mismo, tendrá patrones
de apego diferentes a las representaciones abusivas y no abusivas del padre
(Blizard, 1997).
Una de las más terribles
paradojas que ofrecen estas situaciones –y que muchas veces se torna
intolerable para los operadores que intervienen en estos casos- está dada
precisamente cuando el niño manifiesta una fuerte adherencia a su cuidador
abusivo (Blizard, op.cit). Esta adherencia es una de las manifestaciones de los
patrones de apego desorganizado descriptos anteriormente, y sirve a los
propósitos de poder conservar una relación de apego que se sigue percibiendo
como necesaria, como toda relación de apego; de ahí entonces lo que
anteriormente se planteaba en términos de dilema.
En términos de intervenciones,
ya sea terapéuticas, ya sea de protección, es fundamental comprender que la
relación positiva que el niño puede declamar hacia su padre no implica que el
niño no fue dañado por el abuso, no invalida su ocurrencia ni garantiza que
el abuso no se pueda volver a repetir en el futuro.
La relación entre abuso sexual,
apego desorganizado y disociación (Barach, P., 1991; Liotti, 1999; Lyons-Ruth,
K., 2005) permite explicar muchos de los fenómenos que se observan en esas
relaciones, y que son asiduamente utilizados para sustentar decisiones de
revinculación o reunificación. Por ejemplo, si el niño pide ver al padre, o
si en un encuentro con éste se muestra afectuoso o cariñoso, ésto puede ser
tomado como una señal de que la relación es inocua, (en algunos casos,
incluso, hasta de la inexistencia del abuso o de su escaso o nulo daño sobre
el niño), privilegiando en consecuencia una relación de parentesco por sobre
los efectos nocivos que el patrón de apego propio de esa particular relación
de parentesco ha tenido sobre el niño. Así se opera una disociación del
sistema (Waters, Potgieter Marks & Baita, 2005), que también elige colocar
su foco atencional sobre una parte de la realidad, haciendo de cuenta que la
otra parte, simplemente, no existe".
Esta semana
participo como ponente en las jornadas formativas organizadas por Norbera con motivo de su 15º aniversario. Bajo el lema "El adolescente y su realidad (en) época de crisis", se celebran el jueves 18 de abril en el aula magna
de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco en Donostia. La resiliencia es el tema estrella de estas jornadas. Agradezco a Norbera la distinción que me ha hecho al invitarme a participar en las mismas.
Gracias a la excelente labor de esta institución se han podido beneficiar de sus programas psicoeducativos numerosos adolescentes y sus familias a lo largo de estos 15 años. ¡Felicidades!
Cuidaos / Zaindu
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