Proseguimos con esta tercera entrega dedicada al desarrollo de respuestas consistentes por parte del cuidador ante las conductas de los niños que han vivido trauma complejo. Es uno de los aspectos a tener muy en cuenta dentro del bloque dedicado al apego; la propuesta -ya sabéis- es de las autoras Blaustein y Kinniburgh, en su libro titulado: El tratamiento del estrés traumático en los niños y adolescentes.
¿Por qué algunos niños responden
de manera negativa cuando se les alaba su comportamiento? Para algunos niños que
han experimentado trauma, las recompensas y la atención positiva pueden
disparar respuestas negativas. Hay varias razones para esto.
Una razón estriba en que la
alabanza puede ser lo que se denomina en psicología “ego-distónica” (esto es,
no sentida en sintonía con el “yo”) Para los niños que tienen un fuerte sentido
de que algo va mal con ellos, la alabanza puede no ser congruente o cuadrar con
su auto-percepción y pueden, por lo tanto,
sentirse aterrorizados, viviéndola como trampa o como algo falso.
Otra razón está en que las
frases positivas pueden elicitar miedos en relación al apego. Los niños que han
sido impactados por el trauma a menudo han experimentado múltiples pérdidas –de
cuidadores, de lugares y de otras figuras importantes en su vida- Una relación
positiva con un adulto puede elicitar miedos que significan una reviviscencia
de lo ocurrido en el pasado. El miedo en la mente del niño sería algo así como
esta pregunta: ¿Para qué me voy a apegar con alguien que podría hacer de nuevo
lo mismo conmigo? (dejarme, pegarme, devaluarme…)
Respuestas cuando la alabanza
actúa de disparador ante el niño
No tomárselo de manera personal.
Es algo difícil de conseguir y de hacer, pero muy útil si nos mentalizamos de
que estamos ante un niño que ha sufrido mucho, traumatizado por las pérdidas y
por los efectos del abandono en la mente en desarrollo. Es normal que el niño
desconfíe y se descuadre ante las alabanzas y el cariño. Puede que el cariño y
las frases positivas las viviera en un contexto donde los cuidadores, después
de alabar, en una conducta incoherente, castigaran. Si somos capaces de darnos
cuenta de que “no va contra nosotros” sino que es un reflejo o una
transferencia de relaciones que en el pasado ha tenido, y estamos tranquilos y
respetamos y sobre todo comprendemos al niño empáticamente, hemos hecho mucho
camino. No me canso de repetir que lo que el niño abandonado o maltratado nunca
vivió es una relación empática en la que pudiera sentirse sentido. Aquí está la
clave.
No discutir. Es importante que
como cuidadores aprendamos a no enredarnos en discusiones que no son productivas
y que lo único que hacen es que entremos en escalada para ver quién queda
por encima. Esto es ponerse al nivel del chico o chica y en mi opinión poco
recomendable, eficaz y, a la larga, fomentador
de discusiones que entran en círculo vicioso con probabilidad alta de perder el
control. Si devolvemos una alabanza al niño y éste la rechaza o nos rechaza y
se la toma a mal, enfadándose o reaccionando de manera negativa, no hay que
discutir con él sino decirle, por ejemplo: “Bien, yo me siento orgulloso de ti
por haber aprobado las matemáticas, pero es bueno para ti que tú te sientas del
modo en que tú quieras”
Permanecer en sintonía con el
afecto del niño. Como hemos comentado muchas veces, el problema de los niños
con apegos subóptimos es que sus cuidadores no sintonizaron emocionalmente de
manera apropiada con ellos. Sintonizar es conectar con el niño y reflejar sus
estados internos sin invadirlos, reflexionándolos. Es propio de los apegos
seguros. Las personas que saben sintonizar emocionalmente y resonar los afectos
de los otros, tienen muchas probabilidades de haber vivido una experiencia de
apego seguro.
Por ello, si el niño empieza a
alterarse, a entrar en escalada ante la alabanza, es importante responder al
afecto que está subyacente. Por ejemplo: “Me doy cuenta de que te altera
escuchar esto. ¿Un abrazo podría ayudarte a sentirte mejor?”
Guía general para la gestión de
las conductas
Para muchos niños traumatizados,
los límites en el pasado han sido punitivos, inconsistentes y hasta
inexistentes.
Los niños pueden utilizar estrategias
rígidas de control que les ayudan a sentirse mejor. Debido a esto, ellos pueden
inicialmente resistirse a los límites y hemos de partir de esta comprensión. Si
los adultos se alteran al comprobar que los niños no responden a nuestras
normas y no se preguntan qué puede estar ocurriendo para que pase esto,
entonces la conducta del niño empeorará al no sentirse entendido ni encontrar
la debida firmeza en el adulto (amable pero firme ante algunas conductas que no
se pueden tolerar)
Si elegimos unas cuantas normas
básicas que es necesario cumplir para que todos vivamos y nos sintamos mejor
(recordad que José Ángel Giménez Alvira en su libro “El hijo que vino de fuera”
escribe que para educar a su hijo nunca renunció a que las normas básicas
establecidas desde el primer día, los mínimos, dejaran de cumplirse), el niño -si
observa que respondemos consistentemente (es decir, damos las mismas
respuestas)- aumentará su sensación de control, se sentirá seguro y
progresivamente nos lo irá cediendo.
Los adultos pueden ser
titubeantes a la hora de establecer los límites con los niños que han
experimentado trauma. Sin embargo los fallos en el establecimiento de límites
puede enviar a los niños mensajes de manera inadvertida, tales como:
El niño es incapaz de controlar
su propia conducta.
El niño está demasiado “dañado”
para comportarse.
El niño no es merecedor de la
atención del cuidador.
El cuidador es incapaz de manejar
la conducta del niño.
Hemos de darnos cuenta que todos
estos mensajes incrementan la percepción de poder del niño el cual puede aumentar
las conductas negativas.
En contraste, establecer
expectativas consistentes y límites envía un mensaje diferente. Comunica que:
El niño es capaz de aprender a
controlar su conducta.
Los adultos tienen la habilidad
de cambiar su conducta de una manera que es apropiada a la situación.
El niño es merecedor de la
atención del cuidador.
El cuidador puede hacer que ambos
(niños y él) se sientan seguros.
Continuamos la semana que viene
con la última parte de la psicoeducación en lo que a los aspectos de dar respuestas
consistentes por parte del cuidador se refiere.
Después, para terminar el año, os hablaré de una metáfora (que me ha encantado) que explica por qué los niños con dificultades de aprendizaje tienen baja autoestima.
El nuevo año lo abriremos con dos propuestas: (1) una reflexión de mi amigo y colega Óscar Pérez-Muga a propósito del Día internacional de los Derechos del Niño; y (2) un libro -que hace mucho tiempo yo estaba esperando que apareciera y al fin alguien se ha animado- titulado: "El niño y la niña adoptados en el aula", escrito por Ana Francia.
Y tras esto, pronto os hablaré de mi nuevo libro, el cual saldrá a la venta en febrero de 2013. Es sobre la técnica de la caja de arena, de la que ya os he hablado en más de un post de este blog. Se titula: "Construyendo puentes. La técnica de la caja de arena (sandtray)" Estará editado por Desclée de Brouwer. En el mismo explico esta técnica paso a paso y expongo para qué tipo de pacientes está indicada. Además, hablo del apego y del trauma. Y muestro las cajas de arena -los procesos- que han hecho en psicoterapia con esta técnica (entre otras) los niños adoptados con trastornos del apego que acuden a mi consulta. Estoy encantado de cómo ha quedado este libro, y feliz de poder compatir la noticia de su publicación con todos/as vosotros/as.
Bueno, tiempo habrá pues, para hablar de todo esto, tan interesante y que nos apasiona.
Cuidaos / Zaindu
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