Uno de los muchos temas que
preocupan a los padres y familias adoptivas o acogedoras (y a las no adoptivas/acogedoras también) es
la resistencia a madurar y crecer que muestran algunos niños en lo que a
asunción de responsabilidades se refiere. Se puede observar en el área escolar
(la realización de los deberes se convierte en una lucha diaria), en la
ejecución de hábitos cotidianos (la higiene diaria, recoger el cuarto, tener
sus cosas ordenadas…), en la evitación de situaciones que, en general, suponen un
esfuerzo de afrontamiento porque les exige más acomodación que asimilación.
Los niños prefieren jugar, ver la televisión, estar con las familias, hacer su
deporte favorito, estar con sus amigos…
Es normal hasta cierto punto que
los niños se resistan porque no podemos pretender que sean adultos en miniatura
y necesitan un proceso de aprendizaje y de interiorización de las normas y
valores que el proceso de socialización conlleva. Pienso que la familia y la
escuela reproducen el sistema social y estamos impelidos a que los niños
funcionen para que aprendan y se socialicen con el fin de que puedan insertarse
en sociedad y cumplir roles de integración y adaptación futuras. Hacemos poca
autocrítica en este sentido y creo que deberíamos reflexionar sobre qué tipo de
educación queremos. Creo que no se educa en el pleno sentido de la palabra
porque la educación está centrada en la adquisición de conocimientos y
competencias y está alejada del concepto socrático de acompañamiento para
desarrollar el ser integral (incluyendo las emociones, la ética, las relaciones
sociales… todo esto está relegado en nuestros modelos educativos) Pero esto es
otro tema.
¿Por qué algunos niños o jóvenes desean
insistentemente instalarse en esa comodidad que les proporciona no afrontar tareas
o se inhiben o reactivan con oposicionismo ante las dificultades? ¿Por qué algunos niños o jóvenes muestran
resistencia a afrontar las dificultades, la responsabilidad, el orden y la
estructura normativa que exige hacer lo que desagrada y frustra?
Pueden existir causas que ya
hemos apuntado en otras entradas como problemas de autoestima, retrasos en el
desarrollo que dificultan que el niño pueda responder a las exigencias y
demandas educativas que se le piden o problemas con la capacidad de permanecer
(esto último lo analizamos recientemente cuando versamos sobre el autor Rygaard
y los estadios de organización psíquica por los que el niño va atravesando. Ya
vimos cómo los niños con trastorno reactivo de la vinculación y con trastorno
de apego desorganizado tienen déficits en este sentido y se suele plantear como
un problema actitudinal cuando lo es de funciones ejecutivas -el niño solo no
puede conducirse con éxito, necesita la presencia de un adulto que externamente le guíe; el adulto "presta" sus lóbulos frontales al niño que aún no ha
madurado esta área del cerebro que se encarga de la realización ordenada de los
planes, secuencias de conducta que exigen los hábitos, comportamiento autodirigido,
etc.-)
Hoy quiero apuntar otra causa que
puede estar en la base de esta resistencia a madurar y que hace que los menores
(a veces adolescentes y jóvenes) parezcan más infantiles, como si no quisieran crecer. Me
refiero a los niños o jóvenes que han vivido experiencias de abandono y malos tratos, que
tienen almacenada en su memoria vivencias en las que han soportado la dura
carga de ser rechazados por sus cuidadores; la no satisfacción de sus
necesidades (un cuidador sensible con las emociones y los estados internos del
niño es tan importante en la vida como la satisfacción de las necesidades
fisiológicas); periodos prolongados de aislamiento; relaciones con los
cuidadores en los que ha podido resultar golpeado, atemorizado, aterrorizado…
En fin, ataques a la seguridad de base, ausencia prolongada de buenos tratos.
Niños o jóvenes que pueden presentar apegos subóptimos, trastornos del vínculo de apego y
trauma complejo (entre otros problemas)
Estos niños o jóvenes han sido obligados
(sin que ellos lo elijan, desde la indefensión y la desprotección más
absolutas) a soportar experiencias tóxicas para su cerebro/mente. Y, por lo
tanto, han debido de prepararse para adaptarse al estrés que eso supone, para
luchar y sufrir desde casi nada más nacer y durante mucho tiempo, bregando con
situaciones que amenazan su supervivencia y seguridad. No han podido disfrutar
de una comunicación sintonizada lúdica con sus cuidadores, ni de suficiente
alimentación (en algunos casos), ni de estimulación afectiva, viviendo la
angustia de no ser atendidos (o ser malamente atendidos, maltratándoles) o
demorando los cuidados. No han podido jugar lo suficiente, ni salir a
restaurantes, ni tener un cuarto propio, ni ir a espectáculos, ni tener amigos
y adultos confiables, ni sentirse limpios a tiempo. Han sufrido soledad, han
sido testigos o padecido en sus carnes la violencia… ¿Sigo? Creo que ya se nos pone la piel de gallina,
¿no? No han tenido, en suma, infancia feliz y sus derechos han sido vulnerados
por un mundo dominado por los adultos donde no tienen ni voz ni voto ni capacidad para defenderse. Sólo les quedaba adaptarse o morir.
Cuando llegan a la familia
adoptiva o acogedora e interiorizan los buenos tratos y se van haciendo
conscientes de lo que tienen (y de lo que han sufrido), necesitan gozar de lo
que no han vivido ni tenido. Necesitan regodearse y hasta refocilarse en su
felicidad y placer. Además, a todos les queda una inseguridad (mayor o menor)
de base para afrontar situaciones exigentes que suponen acomodarse y no
asimilar, que requieren de recursos de afrontamiento que igual no tienen aprendidos.
Normalmente, tendemos a subrayar su indolencia, lo vemos como un problema de
actitud, entramos a degüello con ello lanzándoles frases tipo: “así no harás
nada en la vida”; “eres un vago”; etc.
Cuando no siempre es así. Raras veces nos preguntamos y empatizamos con su
inseguridad. Si nos molestáramos en hablar más con ellos y metacomunicar cómo
se pueden sentir, que comprendemos lo que les puede suceder y cómo les podemos
ayudar, quizá poco a poco irían venciendo resistencias. Y si equilibráramos
exigencia con empatía, pienso que nos iría mucho mejor. Pero normalmente no nos
mostramos comprensivos y no compensamos los horarios de los niños. Éstos están
cargados de actividades, clases y tareas y apenas contienen espacios de
comunicación, juego y disfrute... ¡Que son necesarios para su desarrollo, máxime cuando no se han tenido suficientemente! Por ello, quizá más que de una resistencia a madurar cabría hablar de que estos niños empiezan a recuperar un buen desarrollo a la edad que llegan a las familias, y ello puede suponer que necesiten vivir la base segura que no vivieron con anterioridad y pasar por estadios del desarrollo que fueron saltados o vividos incompletamente.
Termino compartiendo una explicación
que un joven de veinte años -está en terapia conmigo- me dijo el otro día en
una sesión. Me dejó extasiado por la inteligencia que rezuma y porque estoy
completamente de acuerdo. Este chico es un héroe anónimo. Como
muchos jóvenes supervivientes de las duras experiencias que los malos tratos
son, su desarrollo es como un crisol donde se adivinan rasgos de inusitada
madurez que co-existen con otros más propios de niños pequeños. Le pregunté por qué creía él que le costaba
tanto asumir algunas responsabilidades. Me respondió lo siguiente:
"-¿Conoces al cantante Bunbury?"
Le respondí que sí, que es un
cantante que desde hace unos años lleva una brillante carrera en solitario. Y
que cuando yo era joven cantaba en un grupo que a mí me encantaba (“Héroes del
Silencio”)
Pues este cantante tiene una
frase que explica lo que a mí me pasa, por qué me cuesta crecer. Es ésta: “De
pequeño me enseñaron a ser mayor, de mayor quiero aprender a ser pequeño”
Me dejó boquiabierto y a partir
de ahí pudimos trabajar sus duras experiencias infantiles.
Como me he interesado por la
canción, he buscado la letra en internet y aquí os la transcribo. Es bella y
muy válida para entender a nuestros niños y jóvenes. En youtube podéis ver el
videoclip pinchando en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=TseEZdNY2ow
Cuando era pequeño me enseñaron
a perder la inocencia gota a gota
¡qué idiotas!
Cuando fui creciendo aprendí
a llevar como escudo la mentira
¡qué tontería!
De pequeño me enseñaron a querer
ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser
pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el
mismo error
quizás no me lo tengas tan en
cuenta.
Me atrapó el laberinto del engaño
con alas de cera me escapé
para no volver.
Cerca de las nubes como en sueños
descubrí que a todos nos sucede
lo que sucede.
De pequeño me enseñaron a querer
ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser
pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el
mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.
De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.
(E. Bunbury)
23 comentarios:
Impresionantemente bello.. e interesante. Ese chico que tienes en terapia es sabio.
Si te parece bien lo comparto en mi blog. Mil gracias por el tiempo que le dedicas.
Hola José Luis:
¡me ha encantado la entrada! Yo también coincido en que hay mucha sabiduría y lucidez en las palabras de tu chico.
En mi opinión, se trata de una cuestión de lagunas: todo lo que no se vive plenamente en su momento, permanece como carencia y reaparece al cabo del tiempo. Los niños que se han perdido momentos y etapas de su niñez, necesitan vivirlos. Necesitan sentirse bebés, sentirse niños, sentirse infantiles... para poder algún día ser realmente maduros.
Por otra parte, como bien dices, el lóbulo frontal que es el que nos ayuda a todo esto de asumir responsabilidades, es el último en madurar y difícilmente lo hará si en su cabecita sigue habiendo agujeros en otros niveles.
Creo que la clave estaría en entender qué nos comunican los niños con sus comportamientos ("infantiles", "irresponsables", "inmaduros"...) para comprender lo que les pasa y poder poner remedio desde las causas que originan tales conductas.
Gracias por publicar a pesar del puente. Un abrazo,
Beatriz G. Luna
¿Y cuando se ha tenido desde el principio habitación propia,cuidados,suficiente comida,cariño,cuentos,canciones,juegos,familia,amigos,fiestas,cumples,vacaciones,extraescolares,caprichos?Es cierto que hubo gritos,algun azote...pero el balance se inclina hacia el buen trato.
¿que se hace entonces, que se hace con un hijo de 19 años al que no le da la gana de sacarse la ESO, ni de acabar un ciclo formativo, ni de esforzarse por nada?Forma parte de una familia monoparental por elección(mia,claro)pero tuvo, y tiene un hermano,tios,primos,abuelos,buenos amigos de la familia, y una pareja de mama tan implicada como mama misma...¿donde está el fallo?
Mi hija tiene nueve años,y es desde hace un año y poco más que la siento tranquila, y la veo con capacidad de disfrutar de nosotros, de lo que ES y tiene... es muy niña, a veces parece un bebé... nosotros lo aceptamos y se lo permitimos... Y mi duda es hasta donde apretar y exigir.. porque no distingo bien, en ocasiones, la frontera entre aceptar su ritmo y darle su tiempo.. y contribuir a su inmadurez, mimarla en exceso e infantilizarla. Por otro lado el colegio, el entorno es implacable... no tiene paciencia, ni interés en respetar ritmos individuales.
Agradezco la entrada, para mi de gran interés.
Estimada Rosa: Ya lo creo que es sabio! Por eso he querido compartirlo, y estoy encantado de que tu lo
compartas y difundas a tu vez. Gracias. Saludos, José Luis
Hola Beatriz: Gracias por tu comentario, comparto
plenamente tu punto de vista, me encanta como
lo expones y lo expresas. Un cordial saludo, José Luis.
Hola Nuria: Pues la verdad es que no se donde puede estar el fallo. Lo que he expuesto en este post se aplica a algunos niños adoptados, no a todos, por supuesto. En tu caso, habría que buscar las causas en otros factores. Yo no conozco vuestro caso particular. Gracias por tu comentario. Saludos cordiales, José Luis
Hola Cuadernos: Un gusto verte por aquí. En principio creo que debemos exigir acorde a la edad madurativa del niño. A veces es difícil dar con el punto justo, aquel que hace que ni presionemos en exceso y pidamos lo que no pueden dar ni que fomentemos la inmadurez. El colegio en efecto, muchas veces no respeta los ritmos individuales y
presiona en exceso. Aunque al final todo depende de que tengamos la suerte de que nos toque un profesor o profesora sensibles y empaticos, que comprenda al niño. Y haberlos haylos, como en todas las profesiones. Un cordial saludo, José Luis
La entrada me ha encantado, Jose Luis. No suelo dejar muchos comentarios, pero tu blog es un indispensable para mi. Gracias por compartir tanto con nosotros. Un abrazo.
Muchísimas gracias, Vero. Saludos cordiales
Es muy tarde y no me quiero alargar. decirte que este artículo me da la tranquilidad de saber que estoy en el camino. Mi hijo de 9 años va poquito a poquito mejorando y superando etapas, relajando angustias y miedos, confiando y comunicando sus pensamientos de forma expontanea, clara y sabia. Oirle decir hoy por primera vez que se siente un niño feliz a pesar de tantos altibajos de ánimo, dolores de cabeza....y saber que su madre busca la respuesta y solución, o lo intenta siempre. Todo eso es lo que nos hace fuertes como familia (monoparental). Y leer esta entrada afianza más que estamos siendo capaces entre los dos de ir poco a poco creciendo y aprendiendo de las dificultades y el sufrimiento de estos primeros años de desconcierto y sentirnos superados por los problemas que comienzan a ser el punto de partido de nuestro actual bienestar. gracias a todos los que vuestros sabias explicaciones manteneis viva mi esperanza de que las adversidedes tiene la clave de la mejora.
Hola Cova: Es una satisfacción para mi saber que esta entrada te ilumina en tu camino de acompañamiento resiliente a tu hijo, por el que veo transitáis no sin dificultad pero si afrontando y tratando de crecer desde esa dificultad. Mucho de nuestro trabajo consiste en tener la paciencia de apoyar a nuestros hijos el tiempo que lo necesiten, hasta que desarrollen una base segura. Gracias por tus palabras y animo! José Luis
Está claro que muchas veces es cuestión de tiempo y de valorar mucho mucho a nuestros hijos. En nuestro caso, nuestra dificultad mayor siempre ha estado relacionada con el colegio y el aprendizaje, no tanto en comportamiento social ni mal comportamiento sino en temas de concentración, motivación, autoestima y temas de psicomotricidad. Esto último aún le cuesta mucho pero hemos notado un avance muy importante ya que antes cuando tenía una semana más o menos bien en el colegio, a la semana siguiente la tenía fatal, fatal dicho por el profesor, que quizá quería más autonomía personal y más madurez cuando no se podía esperar eso de él. Era un trayecto irregular, con subidas y bajadas, y desde enero hasta ahora lleva un ritmo mucho más regular. Lo atribuyo a que por fin han entendido que tienen que estimular mucho, apoyar mucho, alabar muchísimo sus logros por pequeños que sean, él se ha sentido valorado, se ha visto que lo quieren, que sus amigos se lo pasan bien con él, que es capaz de hacer las cosas. Ha traído hasta un diploma de buen comportamiento que hemos puesto en su cuarto y está más contento que unas pascuas. Eso ha hecho que por ejemplo en esta pasada evaluación haya aprobado todo, raspadito pero aprobado, él sigue diciendo que son sólo 5, pero yo le digo que para mí es como si fueran dieces.
El problema es que siempre estás un poco a la suerte del profesor que te toque al año siguiente. Mi hijo tiene ahora siete años. El año próximo cambia de ciclo y al parecer el cambio es grande, y cambian de profesor. Y me da miedo el cambio y que este profesor sea capaz de empatizar o no con él. Un abrazo y gracias por la entrada.
Elena
Gracias. Me ayuda a pensar que empiezo a entender a mi hijo más de lo que a veces creo. Gracias.
..es como que hablaras de mi hijo! cuan indispensable es leerte! gracias! gracias! lir
Como siempre fundamental la entrada. Estoy de acuerdo en todo, pero a la luz del comentario de la mama monoparental en la que establece que su hijo tuvo cuarto y buenos tratos de siempre, creo que hay algo no visible y relacionado con el trauma del abandono, el sentirse rechazado y no querido por su familia de origen, que condiciona la mentalidad y la emocion del niño. un niño que siente que aunque tuviera buenos tratos, habitaciion y de todo materialmete, no tuvo incondicionalmente y desde el principio y de quien el queria tener ese amor que tanto necesito, aun suponiendolo adoptado desde el dia 1 de vida. Es el sentimiento intrinseco y de raiz profunda de perdida, el que los conecta a una necesidad inconsciente y brutal a recuperar algo que nunca sienten que recuperan, su lugar primitivo en el mundo del que fueron expulsados (estas ultimas son las palabras de un hombre que fue un niño abandonado) y este sentimiento les conecta a regresiones emocionales, exteriormente visibles desde la inmadurez o el infantilismo a ratos, alternando inmadurez y madurez a ratos.
un abrazo
Laura Silva (psicóloga IFAD y mama adoptiva)
Agradecer los últimos comentarios en los que os habéis identificado con el texto en cuanto a vuestros hijos.
Sobre tu comentario, Laura, me parece una hipótesis plausible. Seria bueno que Nuria reflexionara sobre el mismo.
Un cordial saludo a todas y gracias por vuestra participación
José Luis
Querido José Luís:
Como siempre una entrada preciosa y que nos aporta mucho a los padres adoptivos y/o acogedores.
Creo que escribiré una entrada en mi blog sobre la madurez (o inmadurez) de mi hija. Me parece muy interesante y su actitud habla por sí sola.
Pero quería lo que quería decirte es que debes de tener un comentario en spam, por que no se lee. Contestas a Cova pero no hay comentario de ella.
Un abrazo muy fuerte
Un abrazo
Gracias Xiao, un gusto verte por aquí. Y me alegro que esta entrada te haya inspirado para escribir sobre la madurez de tu hija. Será bien interesante conocer tu experiencia. Gracias por el comentario que no se ve, lo voy a mirar ahora mismo. Un abrazo!
Mi hija quiere comer teta y salir de mi tripa y ser de nuevo, bebé...ayer mismo quiso serlo un ratito, el justo para echara babitas y que su padre se las limpiara "como cuando era bebé"...Mi hijo, con 4 años recién cumplidos, está ahora en una etapa de meterse todo en la boca y...madurando lentamente, con retrocesos, y avances, mezclados...sus rabietas son más controlables...pero...lo veo tan pequeño...Afortunadamente, en el cole están respetando sus tiempos, e incluso los comprenden...
Gracias José Luis, es muy útil que alguien nos recuerde aspectos como éste que tú has destacado en tu blog...las regresiones a una infancia que no fue como debió...
Cuánta ayuda, José Luis! ¡Qué bien! Ayudando a los padres ayudas a los hijos.
Al leer el blog, he visto reflejado las características de mi hijo de 17 años, inteligente, muchos problemas en los colegios, falta de madurez, dificultad para establecer relaciones con sus iguales, poca autonomía en actividades básicas de higiene.....tienes que estar pendiente de él, conductas no adecuadas para su edad mucho más infantiles. El avanza con la terapia que realiza. ¿Con el tiempo y recursos adecuados, suelen madurar? A él no le preocupa el trabajo, qué va a ser de mayor, una visión de futuro. Algo que a mi me preocupa qué va a ser de él cuando nosotros no estemos?
Hola Esperanza: con el tiempo, el trabajo, la paciencia y la perseverancia suelen madurar, claro. Se sabe que el cerebro no completa su configuración hasta los 25 años. Y que el lóbulo frontal, que participa intensamente en la conciencia, es el último en configurarse. Por eso los jóvenes son más impulsivos y dependientes de la gratificación inmediata, y por ello no se suelen proyectar a futuro. Aunque hay grados, claro está, en función de cómo sea ese chico o chica. Pero la etapa adolescente como tal suele ser así, hemos de madurar y necesitamos adultos a nuestro lado que sean buenos referentes. Y cuando la base primera, el fundamento para ser y estar en el mundo, el apego seguro falla en los primeros años de vida, algunos chicos y chicas tienen más dificultad para esto pero no es imposible, desde luego. Puede llevar más tiempo y recursos, como muy bien dices. Así que no te desesperes: paciencia y perseverancia. Un saludo cordial
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