lunes, 30 de abril de 2012

¿Por qué algunos niños y jóvenes adoptados y/o acogidos se resisten a madurar?


Uno de los muchos temas que preocupan a los padres y familias adoptivas o acogedoras (y a las no adoptivas/acogedoras también) es la resistencia a madurar y crecer que muestran algunos niños en lo que a asunción de responsabilidades se refiere. Se puede observar en el área escolar (la realización de los deberes se convierte en una lucha diaria), en la ejecución de hábitos cotidianos (la higiene diaria, recoger el cuarto, tener sus cosas ordenadas…), en la evitación de situaciones que, en general, suponen un esfuerzo de afrontamiento porque les exige más acomodación que asimilación. Los niños prefieren jugar, ver la televisión, estar con las familias, hacer su deporte favorito, estar con sus amigos…

Es normal hasta cierto punto que los niños se resistan porque no podemos pretender que sean adultos en miniatura y necesitan un proceso de aprendizaje y de interiorización de las normas y valores que el proceso de socialización conlleva. Pienso que la familia y la escuela reproducen el sistema social y estamos impelidos a que los niños funcionen para que aprendan y se socialicen con el fin de que puedan insertarse en sociedad y cumplir roles de integración y adaptación futuras. Hacemos poca autocrítica en este sentido y creo que deberíamos reflexionar sobre qué tipo de educación queremos. Creo que no se educa en el pleno sentido de la palabra porque la educación está centrada en la adquisición de conocimientos y competencias y está alejada del concepto socrático de acompañamiento para desarrollar el ser integral (incluyendo las emociones, la ética, las relaciones sociales… todo esto está relegado en nuestros modelos educativos) Pero esto es otro tema.

¿Por qué algunos niños o jóvenes desean insistentemente instalarse en esa  comodidad que les proporciona no afrontar tareas o se inhiben o reactivan con oposicionismo ante las dificultades? ¿Por qué algunos niños o jóvenes muestran resistencia a afrontar las dificultades, la responsabilidad, el orden y la estructura normativa que exige hacer lo que desagrada y frustra?

Pueden existir causas que ya hemos apuntado en otras entradas como problemas de autoestima, retrasos en el desarrollo que dificultan que el niño pueda responder a las exigencias y demandas educativas que se le piden o problemas con la capacidad de permanecer (esto último lo analizamos recientemente cuando versamos sobre el autor Rygaard y los estadios de organización psíquica por los que el niño va atravesando. Ya vimos cómo los niños con trastorno reactivo de la vinculación y con trastorno de apego desorganizado tienen déficits en este sentido y se suele plantear como un problema actitudinal cuando lo es de funciones ejecutivas -el niño solo no puede conducirse con éxito, necesita la presencia de un adulto que externamente le guíe; el adulto "presta" sus lóbulos frontales al niño que aún no ha madurado esta área del cerebro que se encarga de la realización ordenada de los planes, secuencias de conducta que exigen los hábitos, comportamiento autodirigido, etc.-)

Hoy quiero apuntar otra causa que puede estar en la base de esta resistencia a madurar y que hace que los menores (a veces adolescentes y jóvenes) parezcan más infantiles, como si no quisieran crecer. Me refiero a los niños o jóvenes que han vivido experiencias de abandono y malos tratos, que tienen almacenada en su memoria vivencias en las que han soportado la dura carga de ser rechazados por sus cuidadores; la no satisfacción de sus necesidades (un cuidador sensible con las emociones y los estados internos del niño es tan importante en la vida como la satisfacción de las necesidades fisiológicas); periodos prolongados de aislamiento; relaciones con los cuidadores en los que ha podido resultar golpeado, atemorizado, aterrorizado… En fin, ataques a la seguridad de base, ausencia prolongada de buenos tratos. Niños o jóvenes que pueden presentar apegos subóptimos, trastornos del vínculo de apego y trauma complejo (entre otros problemas)

Estos niños o jóvenes han sido obligados (sin que ellos lo elijan, desde la indefensión y la desprotección más absolutas) a soportar experiencias tóxicas para su cerebro/mente. Y, por lo tanto, han debido de prepararse para adaptarse al estrés que eso supone, para luchar y sufrir desde casi nada más nacer y durante mucho tiempo, bregando con situaciones que amenazan su supervivencia y seguridad. No han podido disfrutar de una comunicación sintonizada lúdica con sus cuidadores, ni de suficiente alimentación (en algunos casos), ni de estimulación afectiva, viviendo la angustia de no ser atendidos (o ser malamente atendidos, maltratándoles) o demorando los cuidados. No han podido jugar lo suficiente, ni salir a restaurantes, ni tener un cuarto propio, ni ir a espectáculos, ni tener amigos y adultos confiables, ni sentirse limpios a tiempo. Han sufrido soledad, han sido testigos o padecido en sus carnes la violencia… ¿Sigo? Creo que ya se nos pone la piel de gallina, ¿no? No han tenido, en suma, infancia feliz y sus derechos han sido vulnerados por un mundo dominado por los adultos donde no tienen ni voz ni voto ni capacidad para defenderse. Sólo les quedaba adaptarse o morir.

Cuando llegan a la familia adoptiva o acogedora e interiorizan los buenos tratos y se van haciendo conscientes de lo que tienen (y de lo que han sufrido), necesitan gozar de lo que no han vivido ni tenido. Necesitan regodearse y hasta refocilarse en su felicidad y placer. Además, a todos les queda una inseguridad (mayor o menor) de base para afrontar situaciones exigentes que suponen acomodarse y no asimilar, que requieren de recursos de afrontamiento que igual no tienen aprendidos. Normalmente, tendemos a subrayar su indolencia, lo vemos como un problema de actitud, entramos a degüello con ello lanzándoles frases tipo: “así no harás nada en la vida”; “eres un vago”;  etc. Cuando no siempre es así. Raras veces nos preguntamos y empatizamos con su inseguridad. Si nos molestáramos en hablar más con ellos y metacomunicar cómo se pueden sentir, que comprendemos lo que les puede suceder y cómo les podemos ayudar, quizá poco a poco irían venciendo resistencias. Y si equilibráramos exigencia con empatía, pienso que nos iría mucho mejor. Pero normalmente no nos mostramos comprensivos y no compensamos los horarios de los niños. Éstos están cargados de actividades, clases y tareas y apenas contienen espacios de comunicación, juego y disfrute... ¡Que son necesarios para su desarrollo, máxime cuando no se han tenido suficientemente! Por ello, quizá más que de una resistencia a madurar cabría hablar de que estos niños empiezan a recuperar un buen desarrollo a la edad que llegan a las familias, y ello puede suponer que necesiten vivir la base segura que no vivieron con anterioridad y pasar por estadios del desarrollo que fueron saltados o vividos incompletamente. 

Termino compartiendo una explicación que un joven de veinte años -está en terapia conmigo- me dijo el otro día en una sesión. Me dejó extasiado por la inteligencia que rezuma y porque estoy completamente de acuerdo. Este chico es un héroe anónimo. Como muchos jóvenes supervivientes de las duras experiencias que los malos tratos son, su desarrollo es como un crisol donde se adivinan rasgos de inusitada madurez que co-existen con otros más propios de niños pequeños.  Le pregunté por qué creía él que le costaba tanto asumir algunas responsabilidades. Me respondió lo siguiente:

"-¿Conoces al cantante Bunbury?"

Le respondí que sí, que es un cantante que desde hace unos años lleva una brillante carrera en solitario. Y que cuando yo era joven cantaba en un grupo que a mí me encantaba (“Héroes del Silencio”)

Pues este cantante tiene una frase que explica lo que a mí me pasa, por qué me cuesta crecer. Es ésta: “De pequeño me enseñaron a ser mayor, de mayor quiero aprender a ser pequeño”

Me dejó boquiabierto y a partir de ahí pudimos trabajar sus duras experiencias infantiles.

Como me he interesado por la canción, he buscado la letra en internet y aquí os la transcribo. Es bella y muy válida para entender a nuestros niños y jóvenes. En youtube podéis ver el videoclip pinchando en este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=TseEZdNY2ow

Cuando era pequeño me enseñaron
a perder la inocencia gota a gota
¡qué idiotas!
Cuando fui creciendo aprendí
a llevar como escudo la mentira
¡qué tontería!

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

Me atrapó el laberinto del engaño
con alas de cera me escapé
para no volver.
Cerca de las nubes como en sueños
descubrí que a todos nos sucede
lo que sucede.

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor quiero aprender a ser pequeño.
Y así cuando cometa otra vez el mismo error
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

(E. Bunbury)

lunes, 23 de abril de 2012

Contribuciones de la teoría del trauma a la psicoterapia y la educación. Utilidad y relevancia


La entrada de hoy está más dirigida a los profesionales (psiquiatras, psicoterapeutas, psicólogos, pedagogos…) que trabajan con niños y adolescentes que han sufrido experiencias de malos tratos y que pueden padecer estrés postraumático o un trauma denominado complejo. Son niños que acumulan múltiples “t” (traumas con la "t" pequeña, se llaman, aunque no por ello menos dañinos e impactantes. Con esta denominación se pone de relieve que el niño o el adolescente han padecido uno o varios sucesos traumáticos -de manera prolongada- que han puesto en riesgo su seguridad personal en cuanto a la atención a sus necesidades, carencia afectiva, abandono emocional, relaciones interpersonales caóticas o desorganizadas…) Aunque también han podido sufrir lo que se conoce como trauma con la “T” (con la "T" mayúscula), esto es, haber padecido situaciones en las que se ha visto amenazada o en riesgo su seguridad personal (ataques violentos, agresiones, violencia intrafamiliar…) Ambos son igual de devastadores pero los “t” han podido ser crónicos y no puntuales y afectar también al vínculo y la seguridad de base que proporciona el apego.

Voy a hacer un resumen de las principales contribuciones que diferentes autores (todos ellos primeros espadas en el ámbito del trauma) hacen y su relevancia, con el fin de que puedan ser tenidos en cuenta en el trabajo educativo o psicoterapéutico con los niños y adolescentes. Es necesario nutrirse de estas aportaciones teóricas si queremos conocer cómo afecta el trauma a la mente humana y a las relaciones interpersonales.

Van der Hart (2008) es quien plantea el concepto de trauma crónico al que nos hemos referido en el primer párrafo. Es de gran utilidad pues se alude -a saber-  a un tipo de trauma denominado también complejo  que se produce en los menores cuando han estado sometidos a situaciones prolongadas de malos tratos, abusos sexuales o abandono severos. No es lo mismo que el concepto de trauma simple, en el cual una situación puntual afectó, en mayor o menor medida, a una persona.

Este autor aporta el concepto de disociación estructural, el mecanismo adaptativo más frecuente, para sobrevivir en contextos familiares negligentes y abusivos prolongados. Cuando se produce la disociación estructural, el niño o el adolescente pueden funcionar con una parte aparentemente normal (funcionar cotidianamente como si nada ocurriera) pero, en determinadas ocasiones y bajo unas concretas condiciones ambientales (en unos ambientes físicos, con unas personas concretas, ante determinados estímulos auditivos o visuales…) responder de acuerdo a patrones relacionales traumáticos vividos: reaccionar con inusitada agresividad; o romper a llorar; o manifestar conductas regresivas; o reaccionar depresivamente; o reaccionar de manera hiperactiva. El niño no ha desarrollado (al nivel que es esperable a su edad y estadio evolutivo) una personalidad cohesiva e integrada. Esto es precisamente el mayor daño que el trauma produce (y en lo que coinciden prácticamente todos los autores): un defecto en la integración de la personalidad.

Esta forma de funcionamiento es propia de los menores que han sufrido trauma y que actúan en un momento dado bajo el mecanismo denominado disociación. Aunque su manifestación puede considerarse normal como defensa (calmante del dolor) ante contenidos que sobrepasan la mente humana y ésta por lo tanto, se distancia de los procesos de atención y memoria para no contactar con dichos contenidos, si se excede en frecuencia e intensidad puede ser patológica y alcanzar el rango de trastorno.

Las aportaciones de Van der Hart las consideramos útiles en nuestra práctica profesional porque ofrecen criterios para determinar si los malos tratos han causado daño a nivel de psicotrauma, con lo cual permite plantear cuál es la medida de tratamiento más adecuada para el menor.

Otro autor fundamental en la psicología del trauma en el cual debemos basar nuestra praxis es Van der Kolk (1987) quien en sus estudios sobre memoria establece las bases sobre la estrecha relación entre el trauma y la memoria y cómo ésta se ve afectada. Diferencia entre memoria de los hechos o explícita, que son los elementos verbales, los recuerdos de los hechos traumáticos padecidos. Son los recuerdos accesibles verbalmente. Y memoria implícita, que es la memoria de los aspectos no verbales de la experiencia: la memoria más emocional, sensorial y corporal. Por ejemplo, el olor a café; en, pongamos por caso, una cocina puede reactivar a una persona automáticamente la sensación de que está en peligro porque cuando sufrió los abusos sexuales olía fuertemente a café.

Los recuerdos implícitos se definen mejor como estados mnémicos somáticos y afectivos, que no vienen acompañados de una sensación interna de que se está recordando algo del pasado. La memoria implícita puede activarse por estímulos internos o externos que recuerdan al trauma, pero sin tener la sensación de que se está recordando. Los recuerdos implícitos contienen información obtenida a partir del procesamiento perceptual de nivel inferior, más amplio de la escena traumática y de la respuesta corporal de la persona misma (Ogden, 2009) Por ejemplo, una reacción de un niño cuando su profesor en clase le grita y aquél le insulta porque el grito dispara una respuesta gobernada por la memoria implícita: cuando al niño le gritaban en su casa normalmente solían, además, golpearle brutalmente. Por lo tanto, el cerebro recuerda y activa una respuesta almacenada en la memoria implícita.
Las aportaciones de Van der Kolk son claves para cualquier tratamiento, intervención o actuación educativa, familiar y social. Primero, para ofrecer al menor la mejor alternativa de protección para su recuperación; segundo, para proporcionarle los recursos de tratamiento psicológico y psiquiátrico que tengan en cuenta la perspectiva de la afectación de la memoria y la necesidad de trabajar la integración de los recuerdos traumáticos para ir reduciendo las respuestas desadaptativas (por ejemplo en base a un enfoque psicoterapéutico basado en el apego y en el abordaje EMDR); tercero, para la comprensión, por parte de educadores y profesores de las causas del comportamiento negativo del menor. Un trabajo psicoeducativo con toda la red que rodea al menor es por lo tanto, necesario.

Otro autor que destaca por sus estudios en cuanto al trauma es mi admirado Jorge Barudy (2004), experto neuropsiquiatra. Para él, los malos tratos son procesos altamente traumáticos porque son agresiones:

Crónicas y repetitivas

Producidas por adultos significativos (padre, madre, abuelos, profesores) con diferentes grados de incompetencias parentales.

Causan dolor y estrés que por su intensidad y duración agotan los recursos naturales para calmar los dolores y el estrés y se interiorizan como memorias implícitas traumáticas.

Por su contenido son difícilmente elaborables.

Ocurren en el contexto de otros acontecimientos y circunstancias negativas, disfunción familiar, violencia conyugal, pobreza etc.

Este experto ha destacado las nefastas consecuencias de los procesos traumáticos sobre el cerebro, poniendo énfasis en la importancia del cariño y el afecto sobre todo en los primeros años de vida, cuando se están configurando las sinapsis (las conexiones neuronales), pues los buenos tratos generan mentes/cerebros sanamente desarrollados. Barudy pone de relieve la trascendencia de las intervenciones tempranas, pues cuanto antes se le provea al niño maltratado de un contexto familiar o social rico en afecto y con límites contenedores, con más probabilidades se producirá su recuperación.
Finalmente, queremos exponer el punto de vista de nuestro también admirado Siegel (2007) que realiza una magnífica síntesis entre apego y trauma, cuando se refiere a las pérdidas no resueltas. Nos referimos en este momento  a menores que por diversas circunstancias, han sufrido varias separaciones en su corta existencia (separación de la familia biológica; cese de acogimientos familiares; pérdidas significativas de adultos; o una combinación de varias) Niños y adolescentes que padecen un alto sufrimiento con los que hay que intervenir y trabajar para ayudarles en el procesamiento de estas pérdidas no resueltas, tremendamente desorganizadoras para la mente en desarrollo (Siegel, 2007) Por lo tanto, las consideraciones de este autor son importantes en el trabajo con estos menores, sobre todo adolescentes con historias de pérdidas, larga institucionalización… y con los que tengamos que trabajar en algún momento:

La pérdida puede impactar, durante la primera infancia, profundamente sobre la mente en desarrollo.

El grado del impacto está relacionado con que las necesidades de apego del niño puedan satisfacerse. (Por ej. Niños que han vivido continuas separaciones o desvinculaciones con figuras de apego)

Estos efectos de un “trauma no resuelto” (Siegel, 2007) pueden ser poderosamente desorganizantes y pueden permanecer ocultos al conocimiento consciente.

Estas continuas pérdidas de figuras de apego (niños de centros de acogida con muchos cambios de cuidadores; o las separaciones de figuras de apego en momentos clave) no resueltas dejan a la persona con una profunda sensación de incoherencia en la conciencia auto-noética (es decir, sentimiento de ser yo, de mi identidad, del self a lo largo de las experiencias), la cual da sentido al pasado, organiza el presente y programa el futuro. Por eso son niños con una conciencia tan difusa de sí mismos a lo largo del tiempo.

El trabajo está en integrar estas experiencias sobrecargantes en una psicoterapia y en un programa de apoyo psicoeducativo de larga duración, de tal manera que pueda procesarse el trauma. Puedo constatar que los programas de acompañamiento psicosociales intensos y continuados pueden dar buenos resultados si se dan al menos contextos sostenedores básicos para los menores.

El sistema límbico (el área del cerebro responsable de las emociones y las respuestas traumáticas), afirma Siegel (2007), muestra su plasticidad a lo largo de toda la vida, por lo que un tratamiento siempre merece la pena, aunque el niño está gravemente dañado. Aunque debe contar, para hacer el tratamiento, con al menos un adulto que pueda acompañarle y contenerle en el proceso.

Bueno, pues esto es todo por hoy. La semana que viene vuelvo con todos vosotros y vosotras, y esta vez con una entrada dedicada, de nuevo, a todos y todas los padres, madres y familias acogedores/as y adoptivos/as. Ya sabéis que vosotros/as sois la prioridad en cuanto a los temas pero tampoco quiero olvidarme de los profesionales que siguen este blog y a los cuales quiero ofrecerles también, de vez en cuando, algunas entradas con información que pueda serles útil en su trabajo diario.



REFERENCIAS

Me he basado en las siguientes referencias para elaborar este documento:

BARUDY, J. (2204) Los procesos traumáticos. Documento-presentación no publicada. Barcelona.

OGDEN, P.; MINTON, K.; PAIN, C. El trauma y el cuerpo. Bilbao: Desclée de Brouwer.

STEELE, K., NIJENHUIS, E. y VAN DER HART, O. (2008) El yo atormentado: la disociación estructural y el tratamiento de la traumatización crónica. Bilbao: Desclée de Brouwer.

SIEGEL, D. (2007) La mente en desarrollo: cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

VAN DER KOLK, B.A. (1987) Psychological trauma. Washington, DC: American Psychiatric Association

lunes, 2 de abril de 2012

Tratamiento de los problemas de desarrollo del niño adoptado/acogido cuando sus niveles de organización psíquica están afectados (II)


Continúo con la segunda y última parte de esta serie. Hoy nos centramos en pautas concretas para trabajar con el niño cómo estimular las funciones propias de cada nivel de organización.

Pautas para cada nivel de organización (no se proponen por edades porque un niño puede tener, por ejemplo, 12 años y precisar pautas para estabilizar sus funciones sensoriales; se proponen por niveles de organización. El primer nivel, obviamente hace referencia a los dos primeros años; el segundo, se refiere a la etapa que va de los dos a los tres, aproximadamente; para el resto de niveles va aumentando la edad cronológica pero este criterio no es el que hemos de tener en cuenta sino las funciones que el niño ha debido ser capaz de lograr y no lo ha hecho):

Para estabilizar al niño en las funciones propias de la organización física. Estabilizar funciones físicas.

Pautas y rutinas fijas de alimentación, higiene y sueño.

Enseñar a los padres a hablar calmadamente al niño, sintonizando y resonando (devolver verbalmente lo que puede sentir) con su estado emocional.

Pautar para que el niño realice cambios y transiciones suaves en sus rutinas.

El niño ha de ir consiguiendo con las pautas trabajadas estabilizar su nivel de excitación, atención, respiración, digestión y frecuencia cardiaca, temperatura corporal, reacción a estímulos y resistencia contra las infecciones.

Para estabilizar al niño en las funciones propias de la organización sensorial: 

Estabilizar los sentidos, que el niño sea consciente de sí mismo a nivel sensorial.

Enseñar a los padres a ser filtro estabilizador: si el niño se frustra, aprender a calmarlo. Si la estimulación a nivel de luz es excesiva, atenuarla. Si el ambiente es tenso a nivel de ruidos o emocionalmente, apaciguar al niño o apartarlo de ese ambiente.

Es necesaria la presencia del adulto porque puede que el niño no sea consciente de su nivel sensorial y por lo tanto no pueda permanecer en este sentido. No podrá coordinar sus acciones y se desorganizará en cuanto el ambiente sensorial sea tenso o la tarea difícil. El adulto cuidador ayudará al niño que no ha alcanzado este nivel estando de manera continuada con él en todas las tareas cotidianas.

Ayudar al niño a separar fantasía de ficción y a separar sus sentimientos de los otros.

Para que el niño sea capaz de atender y concentrarse debe ser capaz de permanecer a este nivel.  Por ello, es necesario repetir con el niño las tareas cotidianas para después desvanecer la ayuda en la medida que interiorice la tarea a aprender.

Para estabilizar las funciones propias de la organización sensoriomotriz: Coordinar las acciones y movimientos de manera más automática una vez percibidos. Si el niño no puede coordinar bien sus acciones para producir un resultado de manera eficaz, no ha alcanzado esta fase de la permanencia. Luego habrá que estimular con la presencia repetida del adulto las funciones propias de la coordinación. Hay que tener presente que tanto en este nivel como en los anteriores por muy mayor que sea el niño no puede permanecer solo sin la ayuda de los padres. Tan solo podrá hacerlo en contextos muy sencillos y previsibles. Concienciar a los padres de esto.

Observar si el niño es capaz de diferenciar entre qué es él y qué no lo es. Esto permitirá establecer qué tareas puede o no hacer. También le ayudará a verse como causa de los sucesos y no hacer proyecciones hostiles en los otros. Si esto se consigue, el niño puede permanecer a este nivel.

Pautar las tareas cotidianas, con calma y paciencia, motivando, ensayando y modelando al niño con la presencia del adulto, en las que el niño no sea capaz de coordinarse sin la presencia del adulto. Una vez listadas, repetirlas con el niño no desvaneciendo la presencia del adulto hasta que el niño consiga hacer la conducta por sí mismo.

Realizar juegos de coordinación con el niño: con balón, lanzar a la diana, correr, saltar, subir escaleras…

Para estabilizar funciones propias de la organización de la personalidad: El niño integra pensamiento, discurso, emoción y memoria, por lo que puede prever para resolver los problemas. Puede estar más tiempo solo sin los padres.

Dialogar con el niño y razonar con él si está en esta etapa. Si el niño tiene edad cronológica como para pensar que puede dialogar pero está en un nivel inferior a este, pensar que no servirá de gran cosa dialogar porque el niño no está preparado para ello.

Enseñar al niño en esta etapa a negociar y a resolver los conflictos interpersonales porque es capaz de ver su propia posición en el tiempo, en el espacio y con los demás.

Permitir que el niño pueda tener un grupo de amigos o de iguales con los que esté más tiempo porque puede permanecer mejor solo y con menor nivel de conflictividad al poder resolver los problemas de una manera más adecuada.

Para estabilizar las funciones propias de la organización social: se utilizan todas las competencias aprendidas anteriormente. El niño es un ser social.

Observar si el niño es capaz de atribuir significado a las mentes de los otros: es capaz de captar los deseos, intenciones y emociones del adulto y de los demás. Si no es capaz, es inútil tratar de que se ponga en el lugar del otro.

Hay que descender a niveles anteriores antes de conseguir este logro.

Las causas de esta ausencia de mentalización están en los estadios anteriores, luego hay que trabajar las pautas de los estadios precedentes.

Trabajo específico con el niño. Actividades y tareas a estimular para aumentar sus niveles de organización

Para estimular el nivel sensorial:

Juegos con los sentidos: olores, sabores, texturas, visualizar objetos…

Para estimular el nivel sensoriomotriz:

Juegos de coordinación mano-ojo, con balón, de motricidad fina…

Juegos de regulación: mover alternativamente los brazos, las piernas.

Hacer acciones a cámara rápida, lenta, normal…

Para estimular el nivel personalidad:

Juego del escondite, juegos en los que él se perciba como causa de sucesos (lanzar objetos, jugar con los muñecos, con los coches de juguete…)

Grabar al niño en vídeo y verse jugando. Aumentará su capacidad de verse como causante de actos y efectos.

Me tomo dos semanas de vacaciones respecto al blog. Así pues Buenos tratos vuelve con todos/as vosotros/as el próximo día 23 de abril. Como siempre, publico a las 9,30h

¡Os deseo unas felices vacaciones a todos/as!