Hace mucho que no hablo en éste nuestro blog Buenos tratos de los problemas de desarrollo de los niños adoptados o acogidos que presentan una afectación a sus niveles de organización psíquica como consecuencia de una historia de abandono y/o malos tratos, algo que, desgraciadamente, suele ser bastante habitual dentro de esta población de niños. Sobre todo vamos a ofrecer unas pautas para los casos más graves y que más afectadas tienen sus funciones.
Espero (con esta serie de posts que inicio hoy) ayudar a los profesionales que no estén familiarizados con estos temas para que incorporen estos conceptos y las orientaciones que propongo a su práctica y labor profesional con las familias adoptivas y de acogida. También pienso que pueden ser de gran interés para los educadores de los centros de acogida.
Para redactar este post, voy a basarme en el libro de Peter
Niels Rygaard (el cual muchos ya conocéis) titulado: “El niño abandonado” Editorial Gedisa. Debe ser uno de nuestros libros de cabecera.
Como digo, este tratamiento que os propongo está dirigido a
los niños que mayor nivel de daño emocional pueden presentar como consecuencia
de los malos tratos, el abandono, el abuso, la negligencia… No todos los
menores pueden tener afectados los niveles de organización psíquica, pero sí
especialmente los niños con apego desorganizado severo y con trastorno de apego reactivo.
Para los que no estén familiarizados con los estadios de
organización que propone Rygaard, os diré que son cinco estadios o fases que
discurren desde el embarazo a los 5 años aproximadamente, en cada uno de los
cuales el niño es capaz de ESTABILIZAR (esta es la palabra clave) unas
funciones. Los estadios son (Rygaard, 2008):
Autoorganización física: Al resultado del desarrollo físico
lo llamaremos permanencia orgánica; ayudado por estimulaciones regulares, el
niño aprende progresivamente a estabilizar sus esquemas físicos: ondas
cerebrales despierto y dormido, nivel de excitación, atención, respiración,
digestión, frecuencia cardiaca, temperatura corporal, reacción estímulos y
mecanismos de defensa contra las infecciones.
Organización sensorial: Las diversas facultades sensoriales
(vista, oído, olfato, gusto…) se estimulan con la rutina de los cuidados
cotidianos, y la madre aporta constantemente un filtro estabilizador; inhibe
las expresiones más violentas y facilita una estimulación externa si el entorno
es más apagado; enseña a soportar la
frustración…
Organización sensoriomotriz: En esta etapa se produce la
permanencia sensoriomotriz. El niño es capaz de mantener un comportamiento
orientado hacia su objetivo, utilizando movimientos diversos y cada vez más
automáticos.
Combina las diferentes sensaciones ordenando a sus distintos
músculos realizar acciones coordinadas.
Resultado de la relación entre el niño y los cuidadores,
éste desarrolla la noción de “qué soy yo” y “qué no soy yo”
En este estadio se aprende la proyección de emociones
hostiles en los otros y se interioriza que él puede ser la causa de estos
sucesos.
El niño debe integrar percepción y acción.
Organización de la personalidad: Este estadio produce la
permanencia de la personalidad. El niño puede integrar al mismo tiempo emoción,
pensamiento y discurso, memoria y capacidad de prever.
Puede adaptar su comportamiento a las situaciones en
cuestión e incorporar a sus actos las respuestas del entorno.
Desarrolla el sentido de su propia posición en el tiempo, en
el espacio y en las relaciones sociales.
Aprende a superar la fase de estar solo sin la madre.
Capacidad de mantener un diálogo, así como la de resolver
los conflictos emocionales.
Organización social: La permanencia social es la capacidad
de interactuar y al mismo tiempo mantener sus límites sin perder su identidad
personal.
Se utilizan todas las competencias aprendidas en los
estadios precedentes.
Aprende a incorporar los sentimientos, las intenciones y los
deseos de los otros (mentalización)
Es en este estadio cuando los síntomas de trastorno de apego
se hacen más notorios y se convierten en visibles.
Las causas se encuentran en los estadios anteriores.
El niño ha de ser capaz de permanecer en un nivel
determinado antes de poder exigirle que se comporte, responda y se responsabilice
conforme a ese nivel.
Para ello ha de poder estabilizar unas determinadas
funciones y por lo tanto, PERMANECER. Si
no puede permanecer, el papel del adulto o cuidador ha de ser el de suplir su
falta de permanencia interna a ese nivel por su permanencia externa. El
cuidador debe estimular con su presencia esas funciones para que el niño pueda
interiorizarlas y lograr la permanencia interna, es decir, funcionar a ese
nivel. Así, podrá pasar a aprender las funciones del siguiente estadio.
Reconozco que es un trabajo arduo y duro, pero también estimo que da mucho más
resultado que desesperarse o exigir al niño lo que NO PUEDE hacer. Los niños
con trastornos de apego severos están limitados porque sus niveles de
organización pueden estar afectados desde el segundo nivel. No conocer esto
supone situarse en una onda completamente diferente y no sintonizar con los
problemas del niño. Es mejor mentalizarse y ponerse manos a la obra que pedir
imposibles. Todo el mundo lo tiene claro cuando observa a una persona con
movilidad reducida (“claro, deben poner rampas porque no puede subir escaleras”
– nos decimos), pero cuando se trata de problemas psicológicos no nos parecen hándicaps
y lo son, y a veces muy limitantes durante mucho tiempo. He visto en terapia como jóvenes muy dañados han alcanzado la permanencia social con 18 años, por ejemplo.
Papel de los padres en el tratamiento de los niveles de
organización del niño (cuando decimos padres, usamos un término universal que comprende a familias, padre, madre, cuidadores...Cuando decimos "niño" nos referimos también a las niñas)
Los profesionales que trabajen con los padres o familias
adoptivas o de acogida, o con los educadores, deben de tratar (previamente a
proponerles pautas para estimular la permanencia del niño en cada nivel) los
siguientes aspectos:
Proporcionar a los padres o educadores psicoeducación acerca de cómo las
experiencias negativas vividas en la infancia y cómo las rupturas de contacto
(separaciones, clima familiar negativo, estrés por malos tratos, violencia,
abandono…) comprometen la capacidad de algunos niños para permanecer.
Explicarles a nivel básico los cinco niveles de organización
y qué logros se obtienen en cada uno de ellos: físico, sensorial,
sensoriomotriz, personalidad y social.
Explicarles que para que el niño estabilice unas funciones
(propias de cada nivel) primero el adulto ha de estimularlas con su presencia y
constancia en el trabajo (tranquilidad en el trato al niño y estabilidad en sus patrones
conductuales) Por ejemplo, para estabilizar el sueño, requiere que el cuidador
esté presente y calme y tranquilice con su voz (permanencia externa) Después,
tras varias repeticiones de esta pauta de conducta, el niño será capaz de
estabilizar el sueño y dormirse y permanecer dormido recordando la voz y los
tonos agradables de la misma dentro de su mente (permanencia interna)
La función reflexiva es lo fundamental: ser capaz de que
reflejen las emociones del niño sin invadirle: modelar esta conducta con los
padres.
Mostrarse disponibles y sensibles a las necesidades del
niño. Lo cual no es lo mismo que darles todo lo que pidan. Es la disponibilidad
del adulto lo que ayuda a organizar al niño desorganizado en sus funciones:
acompañamiento haciendo con ellos lo que aún no están preparados para hacer.
Concienciar a los padres o educadores que exigirles tareas por encima de
su nivel de organización es frustrar permanentemente al niño y ponerle un
listón que no puede alcanzar. Hay que retroceder hasta los niveles que no se
trabajaron por diversas circunstancias adversas que afectaron al cerebro/mente
del niño y lo desorganizaron.
La semana que viene os ofreceré pautas concretas para
estabilizar las funciones del niño en cada etapa.
No quiero despedirme sin comentaros dos noticias:
La primera es que la revista “Niños de hoy” ha publicado un artículo sobre apego y resiliencia que
elaboramos para la misma mi colega Óscar Pérez-Muga y servidor. Aparece en el
último número (que, además, es el número 50 de la revista; aprovecho desde aquí
para felicitarles efusivamente por esta efeméride) Gracias a todo el equipo por
publicar el artículo y por recomendar y referenciar nuestro libro “¿Todo niño viene con un pan bajo el brazo?”
La segunda es que ¡tenemos nuevo libro sobre apego! (editado
hace muy poco, está recién salido del horno, por Desclée de Brouwer. ¡Quién si
no!; pues esta editorial está especializada en este tipo de libros y los autores que publican aquí son
prestigiosos) titulado: “El apego en psicoterapia” del autor Wallin. He
leído el índice y resulta interesantísimo. Hace aportaciones, ofreciendo
pautas, para incorporar el apego en la psicoterapia, algo de lo cual escaseamos
mucho en la literatura psicológica actual. Ofrece marcos comprensivos desde los orígenes del apego (Bowlby) pasando por
Fonagy y llegando a las propuestas más recientes que la conciencia plena hace a la teoría de apego. En fin, que en cuanto me llegue a casa no me lo pierdo. Os hablaré
pronto de él.
Referencias
RYGAARD,
N. P. El niño abandonado. Guía para el
tratamiento de los trastornos del apego. Gedisa. Barcelona 2008.