Continuamos esta semana con el modelo mixto de resiliencia
de Henderson y Milstein (resiliencia en la escuela) Como ya os dije, este
modelo (entre otros) es referenciado y explicado en el libro de José Luis Rubio y Gema Puig titulado: “Manual de resiliencia aplicada”
Aunque el modelo está diseñado para el ámbito escolar, me parece
que se puede aplicar al de las relaciones familiares, y a partir del mismo
podemos promocionar la resiliencia en seis pasos.
La pasada semana nos dedicamos describir los tres primeros
pasos y, desde ellos, desarrollé una serie de preguntas que podemos
formularnos para reflexionar y tomar conciencia de si estamos potenciando o no
la resiliencia de los niños, en especial de los adoptados y acogidos. Los tres
primeros pasos estaban encaminados a dilucidar si potenciamos los factores que
pueden mitigar el riesgo.
Hoy nos centramos en los elementos que están presentes en
las personas que se sobreponen a la adversidad.
Plantearé unas cuantas preguntas a las que podemos autorespondernos y
concluir acerca de qué necesitamos cambiar para ayudar, como tutores de
resiliencia (personas que acompañan a los niños en su proceso de crecimiento y
transformación personal desde la aceptación incondicional, ayudándoles a
recuperar un desarrollo resiliente a pesar de haber vivido experiencias de vida
duras durante los primeros meses o años de vida) Todo esto requiere trabajo,
paciencia, esfuerzo y es, como comentamos, un proceso a potenciar a lo largo de
la vida de nuestros niños y niñas.
Elementos que tenemos que tratar de hacer presentes en los
niños y que favorecen que éstos se sobrepongan a la adversidad:
Brindar apoyo y afecto: ¿Somos incondicionales hacia
nuestros hijos, respetando siempre el valor de la persona y refiriéndonos
siempre a las conductas que deben de cambiar y no juzgándoles y condenándoles como personas?
¿Les proporcionamos afecto, a cada cual según lo reciba bien de acuerdo a su
perfil de apego? Los niños evitativos con saber que estamos disponibles y
darles una palmada en la espalda o un choque de manos servirá para que no se
sientan invadidos pero noten nuestra presencia. Los niños ambivalentes
necesitan reafirmación de que les queremos, aunque se lo tengamos que decir una
y otra vez y darles mil abrazos y besos si los necesitan. Los de apego
desorganizado, según el momento por el que atraviesen y según hacia dónde se
hayan orientado como tendencia. Necesitarán ambas cosas y a veces querrán
acercarse y buscarán nuestro afecto y otras necesitan que nos situemos a
distancia.
¿Les felicitamos, animamos, apoyamos emocionalmente usando
la empatía y los mensajes que transmitan que sentimos que les sentimos? Por
ejemplo, si hubo un suspenso en un examen, antes de pensar en consecuencias,
¿sabemos valorar su esfuerzo y les decimos: "siento que te sientas mal por haber
suspendido?" O cuando los niños adoptados nos revelan su rabia por el abandono sufrido
y no tenemos muchas veces respuesta sobre qué pudo pasar con exactitud en su
vida para que ese abandono se produjera, ¿les devolvemos un “siento que sufras”;
“siento no poder tener respuestas; “con nuestro cariño transformarás tu dolor?"
¿Les apoyamos lo suficiente y les ayudamos en sus dificultades o
les presionamos porque queremos-que-sean- como- los-demás sin darnos cuenta de
que ese niño es ese niño, con un valor único, original e irrepetible y a
valorar solo por ser persona? ¿Nos lanzamos en seguida a la aplicación de
consecuencias pero obviamos el pensar cómo les podemos ayudar? ¿Nos planteamos
hasta qué punto pueden solos y hasta qué punto les exigimos imposibles?
¿Estamos atentos a sus cualidades y las reseñamos y se las hacemos notar
diciendo lo orgullosos que nos sentimos por ello?
Brindar oportunidades de participación significativa: ¿Les
damos un lugar en el mundo comunitario donde residen en el que puedan hacer
alguna actividad de la que se sientan orgullosos y les proporcione autoestima?
¿Nos preocupamos de que en el colegio sea respetado y aprenda a respetar a los
demás mediante la colaboración con los profesores a través de medidas que
promuevan la reparación cuando ha hecho algo que ha perjudicado a los demás?
¿Es aceptado por el grupo de clase? ¿Es demasiado inhibido o, al contrario,
impulsivo en sus relaciones? ¿En cualquiera de los dos casos, ¿qué se puede
hacer para que no repercuta en su participación social? ¿Trabajamos con el niño
la empatía y la conciencia moral? Incluso si el niño tiene grandes problemas de
integración, ¿hacemos una lectura desde los condicionantes de su historia de
vida como causa explicativa más plausible de las dificultades actuales para la
socialización? ¿Tendemos a apartar de los grupos a los niños enseguida, cuando
su comportamiento social es negativo e irrespetuoso? ¿O lo que quizá
necesita es un educador que esté próximo a él y regule sus relaciones
interpersonales enseñándole? Esto es tiempo dentro en vez de tiempo fuera del
grupo.
Establecer y transmitir expectativas elevadas: Las
expectativas han de ser a la vez, realistas, para que cada niño pueda mostrar
su potencial y recursos en aquello que su nivel de desarrollo madurativo se lo
permita. ¿Cuáles son nuestras expectativas hacia nuestros hijos? ¿Pueden los
niños llevar adelante las mismas y con cuánta ayuda? ¿Esperamos solo
modificaciones internas en el niño para que cumpla las expectativas o adecuamos
las situaciones familiares para que pueda llevarlas a cabo? ¿Aceptamos en
verdad las limitaciones y déficits de nuestros hijos? Como padres, ¿qué
esperamos de nuestro hijo? ¿Somos capaces de exigirles razonablemente y de
acuerdo a sus posibilidades?
Como ya comentamos la semana pasada, podéis vosotros
formular más preguntas para cada uno de los pasos y compartirlas con todos.
Espero que estos dos posts os hayan ayudado a pensar y
reflexionar acerca de si estamos en un camino de fomento de resilencia hacia
nuestros hijos y niños. Nos necesitan a todos pues como ya habréis leído, “se
necesita a toda la tribu para educar a un niño”
Estoy convencido de que en muchos aspectos estaréis
caminando y educando a vuestros hijos/as en la resiliencia, pero quizá en otros aspectos podáis necesitar
fomentar alguno de los pasos que aquí hemos mencionado. Si os ha aportado
elementos y respuestas (u otras preguntas) relevantes y nuevas que pueden
favorecer la resiliencia, habremos conseguido una autoevaluación de nuestra
tarea como educadores y de ahí, los cambios que se puedan necesitar, en un
eterno proceso de reflexión-acción.
El libro "Manual de resiliencia aplicada" da mucho de sí, como habéis visto, y a él volveremos en más de una ocasión porque tiene contenidos que podemos usar para, como el título dice, aplicar la resiliencia.