lunes, 30 de enero de 2012

Cómo ayudar a los niños adoptados/acogidos con trastornos del apego a auto-regularse


Me preguntan algunas personas cómo hacer el acompañamiento educativo de los niños con problemas de apego en lo que al déficit auto-regulatorio se refiere, una carencia que presentan los niños que tienen apegos inseguros (no totalmente inseguros pero sí en una parte; los niños adoptados o acogidos van ganando seguridad, si los padres o familiares hacen bien este trabajo)

La auto-regulación es una consecuencia de haber vivido una historia de apego seguro con un cuidador estable durante un tiempo prolongado, especialmente durante los 4 primeros años de vida. El cuidador (la madre o el padre) utilizando la función reflexiva (sintiendo y resonando las emociones del bebé, calmándolas y templándolas cuando lo necesita pues siente incomodidad, ansiedad, miedo u otras emociones invasivas, especialmente cuando hay fuentes de estrés) consigue que el niño desarrolle la capacidad de ir regulando sus estados internos de tal manera que hacia el cuarto año éste ya es capaz de estabilizar funciones de permanencia por sí mismo. Se puede comprobar con los niños que han tenido una experiencia de apego seguro: son más capaces de tolerar la frustración (de hecho, las rabietas es un fenómeno que a partir del tercer-cuarto año decrece en frecuencia e intensidad si los padres o cuidadores han hecho bien esta tarea), de regular el apetito, de auto-calmarse cuando sienten miedo… Recuerdo a mi ahijada (con apego seguro) en esta etapa y la comparaba con los niños que yo tenía en aquel entonces en consulta (con apego inseguro) Aún todavía necesitando el apoyo y sostén de sus padres para la regulación, por sí misma ya era capaz de estabilizar funciones como saber tranquilizarse, inhibir los movimientos, demorar la gratificación, expresar la ira, la tristeza y aunar pensamiento, acción y emoción para resolver problemas. Sobre este particular, os recomiendo que releáis el libro de Rygaard “El niño abandonado” en el cual habla de cómo los niños con trastorno de apego reactivo se han podido quedar en las fases sensoriales o sensorio-motrices.

Los niños que han carecido de esta permanencia que dan las figuras parentales y que son adoptados, por ejemplo, a los 4, 5 ó 6 años y tienen una historia de institucionalización entre los tres primeros, donde es posible que haya habido cambios de cuidadores y una atención no tan rápida e inmediata a la satisfacción de sus necesidades o a veces, un abandono con ausencia de estimulación (pasan mucho tiempo en la cuna, mirando el techo) suelen presentar este problema. No sólo los niños con apego desorganizado y con trastorno de apego reactivo sino también los niños con otros subtipos menos graves de apego tienen dificultades con la auto-regulación. Una de las consecuencias más visibles y constatables de los problemas o trastornos del apego es ésta del déficit auto-regulatorio. Lo que ocurre es que en los niños con apego desorganizado (y los de apego reactivo) es más grave porque han podido experimentar el terror de una parentalidad o unos cuidados extremadamente insensibles habiendo vivido el horror de ser dañados, además.

Es por ello frecuente que los padres mencionen en las entrevistas iniciales, cuando vienen a terapia, que sus hijos presentan un manejo inadecuado de la ira (por ejemplo, cansarse ante un exceso de deberes escolares: se desata su rabia y pueden tirar objetos, gritar, amenazar… ) También suelen manifestar estados de ansiedad que se relacionan con un déficit en los cuidados calmantes. En el cerebro quedan grabadas las emociones ansiosas en la memoria implícita. Afrontar su historia y saber que han sido abandonados y luego adoptados y/o acogidos supone ya de por sí una carga emocional que hay que ayudarles a elaborar para resiliar.

Normalmente, los padres adoptivos o cuidadores, cuando desconocen que las causas están en los déficits auto-regulatorios tratan de resolver estas situaciones de descompensación emocional con advertencias, amenazas de castigo (quitarles cosas), discusiones y entrada en escalada (si el niño grita más, el adulto trata de imponerse a su vez, a gritos, para demostrar quién manda) Los niños con problemas de apego y no trastorno son más fáciles de reconducir. Lo que hemos de tratar es de estructurar (hacer predecibles las situaciones, poniendo unos límites normativos claros y bien definidos y exigirles razonablemente) y sobre todo calmar y contener. Hablarles suave, empatizar (“algo debe ocurrirte para tirar todo por el suelo” ; “vamos a calmarnos los dos”) y valorar si el niño es capaz de poder responder a lo que le pedimos. ¡Muchas veces exigimos pensando en la edad cronológica y no en la madurativa!

Suelo contar siempre esta anécdota: un día, en consulta, mandé a una niña de 12 años que apuntara en un registro lo que le pasaba cuando se enfadaba. Ella no quería. Yo insistí pensando en que era lo más normal del mundo para una jovencita. Insistí mucho y ella empezó a enfadarse y a gritar y después, rompió a llorar. Posteriormente, aprendí que esta tarea era demasiado para ella y que mi insistencia le hacía regresar a la edad de los dos años: descargar la ira con rabieta y llorar. Ella no podía hacer una adaptación interna sino que pretendía cambiar el exterior (mi tarea) Cuando amoldé la tarea y comenzamos con algo más fácil (contarle cuentos donde apareciese la emoción de la ira para identificarla primero), fue capaz de ello. Después, más tarde, cuando fue aprendiendo, pudo hacer el registro que yo le había mandado inicialmente. Así pues, todo padre o madre adoptivo-a/acogedor-a deben de preguntarse siempre: “¿Estoy exigiendo razonablemente al niño? Hay padres que son obsesivos y perfeccionistas y que tensionan al niño constantemente.  Esto no es nada bueno y es más problema de los padres que del menor.

Hay que esperar a que pase la tormenta para luego poder hablar de lo ocurrido. Qué fue lo que le enfadó, si está agobiado… Estos niños no son muy capaces de leer sus estados internos por lo que hay que echar mano de cuentos y de historias en las que a otro niño le suceda lo mismo que a él. También hay que jugar a las hipótesis (“¿Te puede pasar esto o lo otro?”)

Cuando pasa la tormenta, también hay que ser firmes diciéndoles que esa conducta no se puede tolerar (algunos tiran cosas, otros insultan, otros gritan…) Aceptamos que se puedan sentir enfadados, tristes (ponemos la palabra que refleje la emoción que hayan podido sentir) pero esos comportamientos no se aceptan. Ese mensaje es claro pero debe de mantenerse la aceptación de la persona del niño en todo momento. Esto es clave para el futuro desarrollo de una buena autoestima y un óptimo sentimiento de pertenencia y una identidad positiva. Los padres y cuidadores deben de trabajar su propio autocontrol. Son tutores de resiliencia de sus hijos y como tales deben de comprender que el niño funciona así por lo que ha vivido y no por maldad.

Los niños con apego desorganizado tienen aún mayores dificultades con la auto-regulación y los padres o cuidadores deben de tomárselo con mucha calma y paciencia. Como ya vimos, estos niños suelen manifestar problemas además con el autocontrol de la conducta agresiva y presentan trastornos disociativos. En estos casos, el niño puede necesitar para calmarse un precursor físico (sujetarle sin hacerle daño hasta que exteriorice toda la rabia, sin soltarle antes) porque la palabra no ejerce aún esa función. Con el tiempo y la paciencia, su cerebro madura y pueden ir desarrollándose hacia un apego inseguro-ambivalente, que es menos grave.

No resulta nada agradable hacer este papel de contención, pero a veces es lo que necesitan. Recuerdo el caso de un niño que tuve en consulta con apego desorganizado que se frustraba fácilmente y sobre todo, en su faceta de control punitivo, no sabía estar en la relación si no era imponiéndose. Un día se frustró de tal forma que llegó a amenazarme y me agredió. Acto seguido, le sujeté -con cariño pero con firmeza- a la par que le hablaba con palabras suaves para calmarle. Soltó unas cuantas patadas pero al final rompió a llorar y luego fue más capaz de contenerse. Es importante que el niño sepa que se hace eso para tranquilizarle y nunca para hacerle daño. Los niños lo suelen entender y aunque se enfaden, lo agradecen. En el libro de José Ángel Giménez Alvira (“Indómito y entrañable. El hijo que vino de fuera”) su hijo Toni escribe al final una emotiva carta en la que el propio Toni, ya mayor, habla agradeciendo a su padre la contención física que hacía con él y lo mucho que la necesitaba. Le daba la seguridad de que alguien fuerte pero no dañino podía con la tormenta agresiva que se le desataba como consecuencia del daño emocional por los malos tratos. Con los adolescentes, obviamente, puede ser más complicado y es mejor trabajar esto desde niños para evitarlo. Nos referimos, claro está, a los casos más graves en cuanto a autocontrol.

lunes, 23 de enero de 2012

Aspectos importantes para trabajar la relación terapéutica con el niño/a con trastorno del apego

Llevo una temporada que escribo fundamentalmente para los padres y las familias acogedoras, adoptivas… y no tanto para los profesionales de la protección a la infancia. Sé que muchos de éstos siguen el blog de Buenos tratos y por ello quiero, de vez en cuando, dedicar alguna entrada para ellos. Venimos hablando del apego desorganizado. Pienso que es muy interesante para todos los psicólogos y psicoterapeutas que trabajan con niños/as y adolescentes que tienen antecedentes de malos tratos y abandono (y que tienen una mayor probabilidad que otros menores de padecer problemas o trastornos del vínculo de apego) ser conscientes de que la relación terapéutica es uno de los aspectos a tratar. Probablemente es el más importante de todos, pues constituye la base, los cimientos sobre los que construiremos después. La relación terapéutica, en el modelo de psicoterapia que proponemos nosotros, es fundamental, la piedra angular sobre la que giran el resto de objetivos e intervenciones. Por ello, es necesario tratarla per se.

Hay dos elementos clave en las habilidades que el terapeuta debe de conocer, ensayar y practicar en la relación con el niño/a o adolescente que presenten problemas o alteraciones en el vínculo de apego: El primero es saber sintonizar con su patrón de apego y a partir de ahí, ir modificándolo, si es disfuncional e inseguro, desde la propia relación. El segundo es ayudar al niño a desarrollar la función reflexiva.

Sobre estos dos aspectos desarrollamos el post de hoy. No obstante, también creo que los padres y las familias podéis extrarer de este post aspectos prácticos útiles para la educación de vuestros hijos.

La relación sintonizada resonante con el terapeuta

Una manera de regular al niño, dentro de un apego terapéutico, es poseer la habilidad de saber sintonizar con él. Es un componente que proponemos para su inclusión en el tratamiento psicoterapéutico y que en la literatura científica viene planteado por Daniel Siegel.

Llevando a la psicoterapia este concepto, “sintonizar” quiere decir alinear el estado emocional del terapeuta con el del niño/a, de tal forma que conectemos cuando se sienta preparado para la conexión emocional y desconectemos o nos retiremos cuando el niño/a necesite porque lo vive como una invasión.

Muchos fracasos terapéuticos y resistencias suceden porque los profesionales no somos capaces de adecuarnos al patrón de danza relacional del menor, si se nos permite la expresión.

Lo que ha caracterizado un apego seguro vivido con alta probabilidad por un niño/a que ha tenido cuidadores competentes y estables, es el alineamiento de los estados mentales del cuidador con los del bebé, de una manera prolongada y suficientemente buena, parafraseando a Winnicott. Es, como hemos dicho, como una danza en la cual el cuidador sintoniza, por ejemplo, reflejando la emoción, pero no manteniendo interacciones comunicativas cuando el niño/a las sienta incómodas o invasivas, o retirándose cuando el cuidador perciba que el niño/a las siente así. Esto es, un cuidador sensiblemente perceptivo a los estados internos del niño/a (Siegel)

Son conexiones del hemisferio derecho del adulto cuidador con el hemisferio derecho del niño/a (Siegel), pues éste es dominante en los tres primeros años de vida del periodo crucial en el establecimiento del apego. Fallos graves en este proceso de vinculación con un cuidador durante esta etapa suelen traer como consecuencia un mayor deterioro de las futuras competencias emocionales, sociales y cognitivas del niño/a y, probablemente, del futuro adulto. En esta etapa se construye la capacidad de atribuir a los demás intenciones estables, esto es, la permanencia de objeto. Si no se lleva a cabo una relación de apego sintonizada (ni, como veremos posteriormente, un diálogo mentalizador con el niño/a) con el bebé es muy probable que presente trastorno del apego sobre todo si ha habido malos tratos, abandono, abuso… de manera prolongada (no hay si quiera un apego de base o éste es paradójico, dependiendo de si la intensidad del daño emocional sucede durante el primer o segundo año de vida) (Rygaard)

Por lo tanto, si el niño/a ha padecido vivencias traumáticas prolongadas y ha carecido de manera continuada de la experiencia de un apego seguro, es muy probable, como decimos, que presente un apego inseguro de tipo evitativo, ansioso-ambivalente o desorganizado.

En los casos de trauma crónico, el patrón de apego que aparece de manera más frecuente es el desorganizado.

En función de que el niño/a manifieste uno u otro, la manera en que el terapeuta puede contribuir desde el espacio terapéutico a que el niño/a camine hacia un apego más seguro es sintonizando con su patrón alineándose con el mismo.

Por ejemplo, con un perfil evitativo el terapeuta será habilidoso para sintonizar delicadamente debido el temor del niño a la conexión emocional. La conexión emocional se construirá gradualmente respetando la tolerancia del niño/a.

“Resonar” quiere decir que el terapeuta recoge las emociones del niño y le comunica que las siente. Hace sentirse sentido al niño/a que ha carecido de esta vivencia de manera extensa y adecuada en el tiempo ante la ausencia de vinculaciones seguras. En los vínculos de apego seguros, recordamos la experiencia de haber sido sentidos por alguien, un cuidador, durante un tiempo prolongado. Y ello es lo que nos ha proporcionado un sentido de nosotros mismos, de self (Siegel)

¿Qué le permite todo esto a un niño/a que presenta trastornos del vínculo de apego y que comienza una psicoterapia? Entre otras cosas, sentirse seguro e ir rompiendo y modificando el esquema mental de que la terapia es un lugar peligroso. Porque aunque racionalmente sabe que no es peligroso, su mente, fijada en posición de supervivencia (Ziegler), recuerda que es así, a través de la memoria implícita (memoria de sensaciones, olores, sonidos, estímulos visuales…). Y sentirse comprendido y ayudado sobre todo por alguien que, al fin, le reconoce el derecho a sentir rabia legítima por el daño que ha sufrido, algo que todo terapeuta debe de reconocer a su paciente víctima de malos tratos y/o traumatizado (Barudy y Dantagnan)

De este modo, sentamos las bases fundamentales para establecer una alianza terapéutica, mostrándose el niño/a motivado y confiado para comenzar a trabajar sus miedos, problemas, preocupaciones, sentimientos, conductas…

El diálogo mentalizador reflexivo

Durante el primer año de vida el niño/a comienza a percibir la intención en otra persona, usualmente su cuidador o cuidadores.

La mente dispone de la habilidad para detectar que otra persona tiene una mente con un foco de atención, con una intención y un estado emocional (Siegel)

En definitiva, el niño adquiere el concepto de mentes de los demás. También se denomina teoría de la mente (Fonagy)

Los estudios neurológicos han comprobado que el hemisferio izquierdo es analítico, interpretador de los datos, pero carece de la capacidad de situar su significado en un contexto.

El hemisferio derecho cumple esta función y es el llamado hemisferio mentalizador: capta las mentes de los otros y se conecta con las mismas como si de una red wifi se tratara, pudiéndose hablar de un wifi neuronal (Goleman) El hemisferio derecho, tiene, como decimos, en cuenta el contexto que rodea los datos analíticos para otorgarles su justo sentido y también la información de los componentes no-verbales de la comunicación (gestos, entonación…). Necesitamos, para una óptima adaptación ambiental, que los dos funcionen integradamente. Sólo así podemos optar a una mente integrada y coherente (Siegel)

¿Qué ocurre cuando las experiencias son adversas, esto es, cuando el niño/a ha vivido de una manera continuada e intensa en el tiempo el abandono, la negligencia o el terror de unos padres violentos, por ejemplo? ¿Puede deteriorarse esta capacidad de mentalización? Si las experiencias han sido muy sobrecargantes para el niño/a, se postula que se produce en el cerebro el bloqueo de las fibras del cuerpo calloso (órgano que conecta la información que transita entre los dos hemisferios cerebrales). Este es un mecanismo que bloquea la mentalización, haciendo que el niño no sintonice con el adulto como forma de adaptación (Siegel)

Las implicaciones para la psicoterapia con el niño/a son varias. En primer lugar, puede interpretarse como aparición de la resistencia de un niño/a a abordar un determinado contenido, cuando en realidad el menor no es capaz de conectar con el mismo ni con el terapeuta porque la función reflexiva se ha anulado como forma de adaptación mental y no como mecanismo de defensa. Para desbloquear esta función, hay que ofrecer, como veremos, medios seguros de expresión que no retraumaticen.


En segundo lugar, antes de empezar a implementar cualquier técnica de tratamiento psicoterapéutico para la consecución de diversos objetivos que nos hemos planteado con el niño/a, al menos con los menores que han sufrido trauma crónico, ha de evaluarse en qué medida está bloqueada y afectada la habilidad para la mentalización. Y comenzar, por lo tanto, a ayudar al niño/a a desarrollarla, prioritario a cualquier otra intervención técnica. De lo contrario, las intenciones positivas del niño/a hacia la psicoterapia se desvanecerán pronto, sucediendo de momento a momento, sin estabilidad.

En tercer lugar, con este trabajo previo, prepararemos al niño/a para otros objetivos terapéuticos ulteriores. Ya nos hemos referido en otros posts a la imprescindible tarea psicoeducativa de que el adulto cuidador (normalmente los padres, pero no siempre) haya resonado emocionalmente al niño/a a lo largo de su desarrollo, pero especialmente entre los 0 y los 3 años, estimulando (sincrónicamente con su estado emocional) el hemisferio derecho mediante juegos, actividades lúdicas, interacciones afectuosas, verbalizaciones reflexivas… Por ejemplo, algunos niños/as institucionalizados en casas de acogida que han sufrido numerosas carencias físicas (desnutrición…) y afectivas (ausencia de estimulación emocional, etc.) y/o han vivido muchas interacciones hostiles o violentas, y/o han padecido amenazas continuas para su integridad física y/o psíquica, suelen presentarse ante el psicoterapeuta, incluso pasado tiempo después de los sucesos traumáticos, de una manera que impacta: escasa manifestación de conductas no-verbales, baja energía, tono emocional bajo… Se ha producido, probablemente, una escasa maduración del hemisferio derecho en este tipo de niños/as. Y el hemisferio derecho presenta una maduración dependiente de la experiencia (Siegel)


Cómo activar la función reflexiva en el niño/a

Conectarnos emocionalmente cuando el niño/a se vaya mostrando dispuesto y confiado, respetar su nivel de tolerancia a la intimidad emocional y hacerlo gradualmente (apegos evitativos)

Aceptar fundamentalmente al niño/a: su persona es siempre aceptada por el terapeuta (y así se lo explicita al niño/a) pero su conducta (si daña al terapeuta o a sí mismo) no es aceptada. Con el niño/a con apego desorganizado (usualmente disruptivo, que puede manifestar acting out incluso en la consulta) esto debe de verbalizarse claramente: “En este espacio no nos hacemos daño”, por ejemplo.

Realizar previamente a cualquier otra intervención terapéutica, una fase inicial de psicoeducación emocional, teniendo en cuenta que la mayoría de los niños/as con trauma crónico no han podido experimentar las emociones adecuadamente y no saben regularlas.

Pueden situarse en una fase de desarrollo que no coincide con la edad cronológica. Tal y como dice Rygaard, la edad del niño con trastorno del apego hay que dividirla por 2, por 3 o por 4. Pueden estar en la fase entre los dos y los tres años en la cual la excitación emocional no es regulada por el lenguaje con suficiente eficacia, con lo cual pasan al acto con facilidad.

Por lo tanto, juegos y actividades que impliquen el aprendizaje de las emociones son necesarios, aportando el psicoterapeuta el etiquetaje verbal de las mismas. También se puede realizar una psicoterapia de juego en la línea que propone Janet West en su libro Terapia de juego centrada en el niño donde el terapeuta, jugando con el niño/a, refleja y amplifica las emociones y conductas de éste/a.

Todo esto se postula que potencia la función reflexiva y así lo he podido comprobar en mi práctica clínica con los niños/as que han sufrido trauma crónico.

Las técnicas de arteterapia (dibujo, plástica…) son una manera adecuada de favorecer la función reflexiva, además de que ofrecen al niño/a la posibilidad de trabajar sus problemas emocionales desde un tercer elemento, resultando así ser unas técnicas que no retraumatizan.

El niño/a también aprende con ellas a atribuir  intenciones, emociones, deseos… a los personajes de los dibujos o a las creaciones artísticas.

Actualmente, se está experimentando un auge de las técnicas de arteterapia en el tratamiento de los traumas.

La técnica de la caja de arena, según la usa terapéuticamente Eliana Gil, es también una técnica que favorece la función reflexiva. Podéis consultar en este mismo blog los post sobre la Caja de arena escritos y que la explican.

Termino pidiéndoos a todos, como miembro asociado a La Voz de los Adoptados, que por favor votéis en esta dirección que os pongo para que la página web de la Asociación resulte elegida como ganadora a los premios convocados por la AUI. Es un segundo entrar en el enlace y cliquear o pulsar donde pone VOTAR y luego confirmar. Muchas gracias:

http://www.premiosdeinternet.org/index.php?body=votar&ctr=2332&fb_source=message

lunes, 16 de enero de 2012

Más sobre apego desorganizado (II y final)


Esta semana os voy a contar un ejemplo de apego desorganizado que tuve en tratamiento hace ya unos cuantos años, cambiado los datos, características y circunstancias, con el debido anonimato, para garantizar en todo momento la confidencialidad. Creo que la exposición de este caso nos ayudará a comprender mejor lo que la pasada semana expusimos acerca de este subtipo de apego a partir del libro Understanding disorganized attachment.

Roberto es un niño de 5 años que acude a mi consulta derivado por los servicios sociales provinciales. Lleva en acogimiento residencial dos meses a causa de una medida de protección adoptada por dichos servicios.

Es un niño risueño y menudito que entra y prácticamente se acerca a los juegos sin apenas interactuar con el terapeuta. Se observa gran tensión muscular en las manos y brazos y juego no dirigido a fines y sin perseverar en el mismo. Cuando algo no le sale como él quiere, lo tira todo y observa al terapeuta para ver qué reacción muestra éste. Si mueves la mano cerca de su cuerpo o cara para darle algo, hace un gesto rápido tapándose la misma con las manos, como si intuyera que le vas a pegar. Cambia de actividad, como decimos, constantemente, y se tira por el suelo rodando de vez en cuando y gritando. Sus juegos favoritos son de lucha: golpea los muñecos con fuerza sin prácticamente juego simbólico. Impresiona como un niño que aún mantiene un juego propio de la etapa sensorio-motriz. Lo que sabe que no está permitido en la sala de terapia, lo hace con una intención de comprobar la respuesta del terapeuta, parece un comportamiento desafiante o de puesta a prueba. Hay una clara dificultad regulatoria de sus emociones y su conducta, primero reacciona pero después queda como bloqueado a la expectativa de qué hará el adulto con él.

Manifiesta un retraso acusado en el lenguaje y en la psicomotricidad gruesa (en coordinación) A nivel de relación con los compañeros, dado que no ha adquirido habilidades autorregulatorias, tampoco sabe regularse interpersonalmente: sus interacciones con los compañeros son para quitarles sus cosas y pegarles directamente si no acceden a dárselas y para romper cualquier juego que puedan hacer y plantear las cosas a su conveniencia: quitar el balón, tirar las construcciones de otros… Necesita una atención constante y en cuanto el profesor desaparece, el niño comienza a hacer ruidos, molestar a un compañero, pegarle, quitarle cosas… No puede permanecer solo sin regularse bioconductualmente.

A pesar de su corta edad y teniendo en cuenta el comportamiento tan perturbador que muestra, el pediatra ha decidido administrarle un suave tranquilizante que tampoco consigue demasiada mejora.

El niño es cariñoso y risueño, le gusta pintar y reconoce que hace mal pero no sabe qué le pasa.

Si acudimos a su breve pero intensa y dura historia, entenderemos el porqué de estos comportamientos tan desregulados, que buscan la alienación del adulto, con respuestas agresivas, buscando provocar y hacer daño a los demás (mordió a un niño con verdadera rabia y le causo una herida importante), tan contradictorias (a veces se comporta bien, otras veces provoca y espera la respuesta, se tapa las manos con la cara, otras se queda como paralizado…), con retraso en el lenguaje y la motricidad y sin una capacidad de permanecer al nivel que le corresponde (sólo parece haber estabilizado las funciones sensorio-motrices), siendo su edad madurativa más propia de un niño de 18 meses. Todo esto sugiere manifestaciones de apego desorganizado que se está organizando en base a volverse punitivo con los demás. Y también sugiere, por supuesto, un gran sufrimiento en este niño.

Los padres de Roberto están separados y la convivencia fue, desde el principio, muy violenta en casa, con gritos, insultos y amenazas entre los progenitores, llegando a lanzarse objetos en varias ocasiones. El padre, antes de separarse, abandonaba la casa durante horas o días para cortar los enfrentamientos con su mujer o para desahogarse. La madre quedaba a solas con el niño, ambos muy juntos y pegado siempre físicamente a ella. Cuando el niño quería gatear o moverse, en muchas ocasiones la madre le impedía ese desplazamiento. Se dedicaba a hablarle a su hijo diciéndole que su padre era un monstruo que les quería matar y hacer daño y que los dos tenían que atacarle cuando viniera. Por otro lado, el niño siempre muy tenso e inquieto por el ambiente hostil que sintió desde el nacimiento (su sistema emocional y de regulación psicofisiológico hormonal se alteró desde que prácticamente pone el pie en este mundo), lloraba mucho, era difícil de calmar y se mostraba hostil con ella. Dado que la madre interpretaba todas estas conductas como provocaciones y rechazo a su persona, le violentaba más al niño: le sacudía, le gritaba, le amenazaba y en ocasiones, le pegaba. Posteriormente, su madre, llorando, le pedía perdón de rodillas.

De los factores expuestos la pasada semana (ver post titulado “Más sobre el apego desorganizado”) en cuanto a parentalidad de riesgo, se observan los siguientes: La madre presentaba un trauma no resuelto (se habían burlado de ella en el colegio duramente debido a una minusvalía física que padecía y siempre interpretaba que todo el mundo la consideraba inferior, incapaz, lisiada… Además, en casa, sus padres le maltrataban y le hacían ver que si se metían con ella sería por algo.  Le hacían trabajar en las labores del hogar y si no cumplía, la insultaban y humillaban. Nunca hubo palabras de cariño ni de reconocimiento) Ambos padres aterrorizaron al niño con sus comportamientos violentos y en particular, la madre, metiéndole miedo al niño con que el padre es un monstruo en vez de calmarle y aliviarle el estrés, se lo acentuaba. La madre ha tenido comportamientos desorganizados, desorientados y agresivos con el niño. El padre (aunque no maltrataba directamente al niño aunque sí indirectamente en sus enfrentamientos con la madre) abandona al niño y le deja al cuidado de una mujer que se encuentra en un estado de desequilibrio mental. En la historia de este padre, su propio padre abandonó el hogar cuando su madre cayó en un problema de alcoholismo (trauma no resuelto en el padre también) Y finalmente, hay una variable mediadora (la función reflexiva del cuidador) que ha estado alterada: la madre interpreta los comportamientos resistentes del niño como un ataque y un rechazo a ella (le mentaliza así) en vez de ser verlos como producto de la situación familiar maltratante para su hijo.

El caso, no obstante, tuvo una evolución bastante satisfactoria. La madre se sometió a tratamiento por un trastorno de personalidad y pudo tener visitas supervisadas y el padre también siguió tratamiento. El niño estuvo varios años en un centro de acogida y dada la buena evolución del padre, pasado un tiempo,  éste pudo recuperar la tutela. La madre debido a su trastorno y a su historia no resuelta, fue valorada con incapacidad parental severa y crónica pero sí pudo tener un comportamiento bastante ajustado en las visitas.

Al hilo de este caso y de otros de apego desorganizado, en muchos de ellos, si el niño presenta un daño severo (como Roberto), necesita de un entorno educativo contenedor y afectivo para poder evolucionar positivamente. Una psicoterapia sin una contención externa y un acompañamiento educativo puede resultar incluso perjudicial porque es como un traje que el niño tiene puesto para sobrevivir en ese entorno. Se piensa que la psicoterapia es ese remedio mágico en la fantasía que todo lo solucionará y no es así. La psicoterapia requiere de complemento contextual firme y cariñoso y sin él no suele haber resultados en los casos graves.

Espero que este caso os haya ayudado a situaros en el apego desorganizado y sus manifestaciones. La semana que viene volvemos con nuevos temas.

lunes, 9 de enero de 2012

Más sobre apego desorganizado

2012 ha arrancado, y tras unos días de descanso, Buenos tratos vuelve con todos/as vosotros y vosotras. Os felicito efusivamente el nuevo año y os doy las gracias por el seguimiento de los artículos y por valorar este espacio como de utilidad, de aprendizaje, de intercambio y de experiencias compartidas. Por mi parte, entusiasmado y con las energías renovadas tras el descanso, retomo las entradas que, como siempre, versarán sobre los temas del apego, el trauma y la resiliencia.

Uno de los asuntos que dejamos aparcados el mes pasado era el referido a la publicación de un nuevo libro (en inglés) sobre apego desorganizado. Os hablé de algunos aspectos de esta nueva obra pero quedaron otros importantes en el tintero. El libro se titula: Understanding disorganized attachment (Comprender el apego desorganizado) Sus autores son David Shemmings e Yvonne Shemmings.

El apego desorganizado es un subtipo de apego dentro de los apegos denominados disfuncionales. Es uno de los más frecuentes en los niños víctimas del terror que provocan situaciones de malos tratos en los que el niño siente que no existe ninguna estrategia organizada útil para poner fin a las situaciones en las que es violentado (golpeado, insultado, vejado…) o tratado de manera altamente incongruente, quedando al socaire de los cambios mentales (y consiguientemente conductuales) de los cuidadores principales. Así como el evitativo se adapta retirándose de la interacción y desconectando emocionalmente del cuidador (siendo una estrategia útil para mantener a la figura de apego) y el ansioso-ambivalente opta por hiperactivarse e incrementar las conductas de apego para también tener a la figura de apego, el niño que desarrolla un apego desorganizado, debido a que el terror le invade y a que ninguna de las anteriores estrategias le resulta eficaz (se encuentra en una paradoja sin solución: no puede ni aproximarse ni evitar o escapar de la figura de apego que le daña), contiene en su expresión características tanto de los apegos evitativos, como ansioso-ambivalentes e incluso seguros. Pero sin un orden coherente. A veces, no le queda más opción que la de congelarse y disociarse como único modo de defenderse del colapso mental que supone quedar a merced de una situación maltratante. Ya vimos en el post anterior que estos autores postulan que el apego desorganizado no lo muestra siempre el niño, sino que éste es un funcionamiento que tiene lugar bajo determinadas circunstancias. Y que en la medida que va creciendo el niño, la manera que tiene de poder organizar toda esa desorganización interiorizada de los modelos parentales es la de desarrollar apegos controladores (punitivos o complacientes) que tienen como fin tener bajo control a la figura de apego y el entorno que le rodea.

Esto es lo que expusimos con anterioridad y que extraje del libro. Hoy voy a contaros otros contenidos del libro que me han parecido interesantes para nuestro trabajo y quehacer educativo y terapéutico. Los que accedan por primera vez a esta entrada, les recomiendo que lean los post escritos sobre apego en este mismo blog acudiendo a la etiqueta de apego, a la derecha de la pantalla del ordenador.

Un tema sobre el que reflexionan las autoras es el de si basta una situación de violencia o malos tratos al bebé para que éste desarrolle un apego desorganizado. De todos los elementos y factores que influyen, ¿cuáles son los más determinantes para desarrollar este tipo de apego disfuncional en lo que a conductas de los padres o cuidadores primarios se refiere?

La conducta de apego desorganizada en el niño sería el resultado del maltrato ejercido por una parentalidad o unos cuidadores que presentan los siguientes factores de riesgo:

Pérdida o traumas no resueltos:  La investigación ha mostrado que las memorias traumáticas no resueltas, abusos y pérdidas padecidas no elaboradas en los cuidadores pueden conducir a serias disrupciones en la conducta de cuidados al niño que pueden estresarles, aterrorizarles y confundirles. Los padres de los niños con apego desorganizado tienden a mostrar momentáneamente lapsos en su discurso y razonamientos hacia el niño, creencias incompatibles o repentinas imágenes sensoriales. Esto puede traer fallos repetidos en las tareas de confortar y calmar al bebé cuando su sistema de apego está activado.

Aterrorizar al niño y cuidados extremadamente insensibles: Tratar rudamente al niño, comportamiento sumamente retraído o cualquier forma de comportamiento que le induzca miedo o terror está asociado a la aparición de un comportamiento de apego desorganizado. Los cuidados extremadamente insensibles tales como que el cuidador falle repetidamente en responder para calmar el estrés del niño, no responda a la búsqueda de contacto, ignorar su llanto, no responder a las vocalizaciones e intentos de comunicación del niño o no intervenir cuando éste corre riesgo porque su conducta entraña un peligro para él. La intrusividad física también es una conducta que puede desorganizar como por ejemplo, interacciones demasiado cercanas, vigorosas e intensas físicamente hacia el niño. También se incluye la rudeza y la conducta agresiva hacia el niño.

Conducta parental desconectada: Existen cinco categorías: (1) Aterrorizar y amenazar al niño (2) Conductas que meten miedo al niño (3) Conductas que indican ensimismamiento (parar la expresión, congelar el rostro y tornarlo inexpresivo o manejar al niño como si fuera un objeto inanimado) o estados de conciencia alterados en los cuidadores (4) Interactuar con el niño de manera temerosa o apocada, sumisa, de manera deferente o con conductas sexualizadas/románticas (5) Conductas desorientadas/desorganizadas en el adulto: conductas contradictorias, vocalizaciones contradictorias, conductas que desorientan, posturas o movimientos anómalos…

Pero, con todo ello, también juega un papel importante una variable mediadora entre estas conductas que se llama la función reflexiva del cuidador. Esta función consiste en ser capaz de leer e interpretar adecuadamente los estados internos del niño y sus manifestaciones y conductas, de tal manera que éstos estados se reflejen sin invadir. Estos niños aprenderán a interpretar a su vez adecuadamente las intenciones de los demás y desarrollarán un comportamiento donde sus intenciones y emociones permanecen. Los factores de riesgo anteriores darían como resultado una función reflexiva alterada. Como resultante de todo lo anterior, se desembocaría en situaciones de maltrato y en consecuencia, en una probabilidad alta de aparición de apego desorganizado en el niño. Cuando la función reflexiva se hace mal, por poner una comparación, el adulto (que tiene que hacer un “préstamo” de su cerebro al niño hasta que el suyo se desarrolle bien y sea capaz de funcionar solo) hace “préstamos cerebrales” que leen las intenciones del niño de manera alterada, que invade, intrusiva, no colaborando a que el menor aprenda a conocer y contener sus emociones y entender las intenciones de los demás. Ese “préstamo” se cobra un “interés” demasiado alto: el niño no es capaz de regularse ni de comprender bien las intenciones de los demás. Ya sabemos que las mentes de los padres crean las mentes de los niños.


Otros factores que las autoras estudian en su trabajo son los factores temperamentales (que ya abordamos un día en un post) genéticos y neurológicos que son correlatos (referidos al niño) del apego desorganizado. No determinan pero interactuarían con las variables anteriores. Me ha resultado curioso leer en este libro que el porcentaje de niños que muestran apego desorganizado y que presentan autismo, parálisis cerebral o síndrome de Down fue más alto que en muestras control (un estudio de la Universidad de Leiden) Quizá estas condiciones pueden interferir en el proceso de vinculación de los niños a los padres. Pero los autores de este estudio dicen que hacen falta más investigaciones para poder llegar a determinar si existen antecedentes neurológicos en el apego desorganizado. Me llama la atención, al hilo de esto, que algunos de los niños que han vivido institucionalizaciones en orfanatos de bajísima calidad en condiciones de aislamiento graves y prolongadas, sean diagnosticados de autismo. ¿Son autistas o pseudoautistas y lo que presentan es trastorno de la vinculación?

Otro aspecto que los autores del libro tocan, aunque muy brevemente (la verdad es que encuentro muy poco sobre este tema) es la relación entre el TDAH (el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) y el apego desorganizado. Como dicen las autoras, en la superficie, pueden parecer similares. Pero una conducta de apego desorganizada no es lo mismo que un comportamiento perturbador.

Hablándoos de mi experiencia personal (esto no es del libro) los niños pueden tener TDAH y no tener padres con los factores de riesgo que hemos mencionado. Los niños con apego desorganizado tienen manifestaciones, en la superficie, en la conducta observable, similares a las del TDAH pero sus déficits están a nivel de vinculación, coherencia de la mente y estados disociativos (desconectarse de uno mismo y de sus propios estados internos), que no están presentes en el TDAH. La impulsividad y la tendencia a la conducta desregulada sí estarían a mi juicio, más compartidas por el TDAH y el apego desorganizado. Existe una alta proporción de niños adoptados que provienen de experiencias de apego subóptimas que son diagnosticados de TDAH, pero a menudo se ignora la evaluación del apego.  Finalmente, el TDAH, como trastorno, ¿podría al igual que el autismo o la parálisis cerebral ser una condición que interferiría en el proceso de vinculación con los padres? En ocasiones sí, porque para ello se requeriría de unos padres consistentes que fuesen capaces de regular a un niño tendente a la desregulación. Y no siempre pasa esto. Pero no creo que daría lugar a un apego desorganizado a no ser que los padres presentaran las características que hemos mencionado, sino a otro tipo de estilo o trastorno de apego. De todos modos, todo esto está sujeto a debate.

En cuanto a los factores genéticos relacionados con el apego desorganizado, existe –nos dicen los autores del libro- una compleja interacción entre genes y cuidados de riesgo. Todavía se necesita más investigación porque los genes interactúan con el ambiente. Sin embargo, concluyen que no hay que olvidar que el apego desorganizado emerge dentro de una relación particular con un tipo de cuidadores que hemos descrito. Para los autores del libro (y estoy de acuerdo), el apego desorganizado no surge de características o aspectos innatos del niño. Es producto de una relación y de un vínculo disfuncional. Esto debe quedar claro.

Finalmente, lo que más me ha gustado del libro es su parte práctica final. Como os habéis dado cuenta, le dan enorme importancia a la función reflexiva de los cuidadores. Los padres que presentan una función reflexiva alterada deben de ser tratados también en este aspecto. Y en la relación con sus hijos. Inciden mucho en la necesidad de hacer actuaciones preventivas con los padres. Los autores explican cómo trabajan con los padres y los niños utilizando el videofeedback en el domicilio de aquéllos dentro de un programa de intervención global. Pues es a través del vídeo cómo los padres pueden tomar conciencia y aprender a interpretar las conductas de los niños adecuadamente. Porque si los padres mentalizan mal a sus hijos (por ejemplo, le dan una cucharada de puré y el niño la escupe con un mal gesto, interpretando con ello que se están burlando de ellos en vez de recoger que el gesto del niño es que le desagrada el sabor, entonces, partir de ahí el padre o la madre pueden empezar a zarandear al niño) las probabilidades de un maltrato aumentan en combinación con otros factores de parentalidad de riesgo. Los autores terminan exponiendo un programa que se llama ADAM Project (The Assessment of Disorganized Attachment and Maltreatment Project: Proyecto de Evaluación del Apego Desorganizado y el Maltrato) que incide, entre otros aspectos, en las conductas parentales de riesgo de las que hemos hablado. Todo esto merece la pena porque el apego desorganizado se asocia a los trastornos de personalidad y a los trastornos disociativos en la vida adulta que pueden complicar mucho la salud de las personas que los padecen.

Bueno, como veis, todo es interesantísimo. Esta semana me he extendido un poquito más de la cuenta y el post es más teórico que en otras ocasiones, pero de vez en cuando creo que es positivo exponer lo que los autores nos explican y que nos ayuda a comprender y trabajar con los niños. La semana que viene os propongo una entrada en base a un caso que refleje lo que hoy hemos explicado, como ya hicimos con anterioridad.