Esta semana -tras haberme dedicado
unas cuantas a hablar sobre el libro que hemos publicado-, volvemos a tratar
sobre los temas que habitualmente nos citan a todos aquí en éste vuestro blog
sobre el apego, el trauma y la resiliencia.
He tenido el honor de colaborar
para la revista Haurdanik, la cual es editada por la Asociación Vasca para la Infancia Maltratada (AVAIM) Me pidieron que elaborara un artículo sobre el impacto de la violencia de
género en los menores. Me puse manos a la obra y, recientemente, ha aparecido
publicado en el último número de la revista.
Es un problema que puede dañar a los
niños y adolescentes de manera bastante duradera porque aunque éstos estén ya protegidos (otros desgraciadamente, no lo están),
el impacto que esa violencia provoca puede continuar en forma de trauma a lo largo del
tiempo. No es algo que habitualmente el niño o el joven supere rápido tras salir fuera del contexto
dañino. El problema tiene serio alcance y trascendencia si nos atenemos a las
cifras que se recogen año tras año sobre violencia de género. Estos niños y
niñas traumatizados -ni mucho menos están, en un futuro, condenados a repetir el círculo de la
violencia- necesitan protección, tratamiento psicológico (contamos con muy buenos tratamientos) y el apoyo de toda la
red psicosocioeducativa para que pueda emerger el fenómeno de la resiliencia.
Las víctimas nos demuestran, día a día, y afortunadamente, que la recuperación es una realidad.
Niños/as y jóvenes en familias
biológicas; niños y niñas adoptados/as que provienen de hogares en los que han
sido testigos o han sufrido directamente violencia intrafamiliar; niños y niñas
que están acogidos (en familias o en centros) precisamente por ser víctimas de
un ambiente familiar violento, poco cohesivo y afectivo… Todos ellos, sin
excepción, son los seres más vulnerables y frágiles y los que requieren de la
implicación de todos. Todos tenemos la obligación de volcarnos con ellos.
El artículo es una excelente
ocasión para volver sobre el marco comprensivo del apego, el trauma y la
resiliencia. Pero, además, quiero hacer notar que el pasado 25 de noviembre se celebró el DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO. Así pues, me parece una ocasión inmejorable para que reflexionemos sobre el daño que ésta causa
El artículo se publica en la
revista Haurdanik que llega a muchos hogares, instituciones y asociaciones
(gran labor la de la Asociación AVAIM)… Pero con el fin de contribuir a su
difusión -en especial para los que residen lejos de estas tierras-, lo transcribo
a continuación:
“En el año 2010 se han producido
un total de 4.285 victimizaciones de mujeres por violencia de género, que se
corresponden con un total de 3.507 mujeres víctimas. En tres de cada cuatro
casos, el agresor y la víctima están, o han estado, unidos por un vínculo
sentimental” Detrás de cada cifra hay
una víctima (mujer) que sufre y, también, muy probablemente, menores afectados
psicológicamente y, en algunos casos, dañados. Cada menor es el hombre y la
mujer del mañana. Si no son debidamente atendidos y tratados, la probabilidad
de que en el futuro repitan el círculo de la violencia traumática a la que han
sido expuestos es alta. Es, por ello, por lo que un grupo de autores expertos
en la materia denominan al trauma que se puede padecer como the hidden epidemic
(la epidemia oculta) Hay que tener en
cuenta que el cerebro de los niños “no olvida” El cerebro es el mismo a lo
largo de toda la vida. No hace borrón y cuenta nueva, sino que “registra los
impactos” como lo haría un edificio que recibe balas o bombas. En función de
cuánto tiempo se esté impactando y de la intensidad, el edificio –si se nos
permite seguir con esta metáfora- se podrá reparar mejor o peor. El cerebro que
tiene que afrontar un trauma se prepara y diseña para procesarlo. Las
experiencias (y en la infancia, sobre todo en los primeros años, donde dice
“experiencias”, póngase padres o cuidadores) interactúan –como refiere
Siegel- con el cerebro siendo la mente
la interfaz entre ambas. De este triángulo (cerebro-mente-experiencias) se va
forjando el ser.
En este artículo vamos a definir,
primero, qué es la violencia de género. A continuación, nos centraremos en las
consecuencias que ésta puede tener para los niños, especialmente en dos áreas
importantes que requieren ser evaluadas: el trauma y las alteraciones en la
vinculación. Finalmente, haremos mención a la resiliencia. Este fenómeno -siempre existió pero no se había nombrado
hasta ahora- se define como la capacidad que algunos niños y adolescentes tienen
de mantenerse suficientemente equilibrados psicológicamente y con un buen
funcionamiento a pesar de haber sido víctimas de la violencia. Muchos niños se
recuperan de los traumas con intervenciones adecuadas gracias a sus recursos
internos para sanar; pero a su edad, en la que son dependientes de los adultos
y sus cuidados, necesitan un ambiente que potencie esa resiliencia. Otros, en
cambio, por muy diversos factores, soportan el problema y sus consecuencias
hasta la vida adulta afectando a sus vidas y relaciones. Como se ha recogido en
un estudio de Benito y Gonzalo (2010) , en las consultas de psicología y
psiquiatría, detrás de muchas depresiones, trastornos de ansiedad o problemas
de personalidad, existen antecedentes de malos tratos. No hay que sospechar
éstos sólo cuando el paciente presenta síndromes y trastornos más graves de
personalidad.
Por violencia de género
entendemos “la manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad
y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre
éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o
hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin
convivencia”, y “comprende todo acto de violencia física y psicológica,
incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o
la privación arbitraria de libertad”
Los niños y adolescentes suelen
ser víctimas de manera directa o indirecta de esta violencia física y
psicológica ejercida por los hombres hacia las mujeres. Cuando son víctimas
indirectas, los menores han sido testigos –y parte emocionalmente implicada- de
cómo en múltiples ocasiones la madre ha sufrido los golpes, palizas (o
cualquier otro tipo de agresión o daño físico) y/o los insultos, vejaciones,
desvalorizaciones… Es un grave error pensar que sea menos dañina y que incluso
no afecte porque solamente se dirige a la madre de los menores. A este
respecto, Beatriz Atenciano, psicóloga, tras un exhaustivo estudio y revisión
de la literatura científica sobre este tema, señala lo siguiente: “…es difícil
sostener la idea de que las niñas y los niños que viven en hogares donde hay
violencia contra sus madres puedan estar al margen de la misma. Sin embargo, no
es infrecuente encontrar en profesiones afines, y a veces, en nuestras propias
filas, quienes sostienen que no habiendo existido una victimización directa (en
forma de maltrato físico, psicológico, sexual o negligencia), la calidad del
vínculo entre el padre y los menores no puede ser cuestionado” (…) “Se frena la
protección a favor de un proteccionismo de la relación paterno filial, por
desconocimiento del (o por encima del) impacto que las agresiones a la madre
tienen en el desarrollo, y sus consecuencias a corto y largo plazo. La
percepción de la violencia contra la mujer como un hecho relativo a la pareja,
en lugar de a la familia, no sólo deja a los niños sin la parcela de protección
que les corresponde, sino que también invisibiliza el sufrimiento de los
familiares de la mujer maltratada…”
En otras ocasiones, los niños o
adolescentes han podido sufrir, además, en su propio cuerpo y mente las
agresiones físicas o psicológicas. Cuando la violencia de un miembro de la
pareja hacia el otro se ejerce en el ámbito circunscrito al hogar hacia los
menores u otros adultos –por ejemplo los ancianos- como víctimas directas o
indirectas, el término más adecuado sería el de violencia intrafamiliar.
El trauma, una consecuencia
nefasta de la violencia
“No hay nada más dañino que la
violencia ejercida por un ser humano sobre otro ser humano” Esta frase de Jorge
Barudy, neuropsiquiatra y psicoterapeuta familiar, refleja adecuadamente lo que
al ser humano le supone el ejercicio de la violencia para quien la sufre: daño.
Las heridas físicas curan más rápido. Pero las secuelas psicológicas tardan
mucho más tiempo. Sus efectos pueden prolongarse incluso hasta la edad adulta.
La frase la podríamos cambiar y afirmar que para un niño o adolescente no hay
nada más dañino que ser víctima directa o indirecta de la violencia ejercida
por parte de un adulto hacia el otro (en la mayoría de los casos, del padre
hacia la madre) Un niño o adolescente no se espera jamás semejante acto pues
hacia quien está vinculado afectivamente y de quien espera buen trato (cariño,
confianza, seguridad…) no puede representártelo como malo y dañino. Es por ello
por lo que la violencia física o psicológica ejerce un impacto en el
cerebro/mente (en todo su ser) del niño. Su mente –no lo olvidemos- como dice
Siegel, está en desarrollo y es tremendamente vulnerable.
El impacto que los actos
violentos (sean contra él o contra otros miembros de la familia) suelen
producir en el cerebro/mente del niño o adolescente, la consecuencia más
indeseada y frecuente, es el trauma. El menor va a experimentar terror, pánico,
angustia… y para defenderse del mismo va a poner en marcha una serie de
conductas encaminadas a su supervivencia como son, principalmente, la huida o
la lucha (si es que puede, porque normalmente está en una situación de
indefensión con respecto al agresor) Si no puede -por indefensión- ni escapar
ni atacar, una de las defensas más comúnmente utilizadas por el niño o
adolescente -un mecanismo adaptativo- es la disociación. El menor se desconecta
de sí mismo y de su sentir y aparta de su conciencia lo que ocurre. Puede
quedar como congelado, alejado, retirado. Esta respuesta puede aparecer en un
futuro ante una situación que al niño o adolescente le “recuerde” el trauma.
También es habitual, en los niños
muy traumatizados por la violencia, que en un momento dado manifiesten un
intenso descontrol agresivo en el que necesiten ser contenidos físicamente.
Después, no son capaces de recordar qué les pasó exactamente. Tan sólo atinan a
afirmar que les entró una rabia muy fuerte pero no saben cómo pararla ni por
qué sucedió. Esto es también una suerte de disociación, frecuente en niños
víctimas de la violencia, pues hacen
como un “clic” durante el cual no tienen conciencia plena de lo que están
haciendo y actúan conforme a una parte de sí mismos (una parte emocional
dañada) que contiene las emociones de
terror o rabia que se apartaron de la conciencia durante los episodios en los
que sufrieron la violencia. Después de que se tranquilizan gracias a la
contención, vuelven a tener un funcionamiento normal. Aparentemente, funcionan
normalmente hasta que la parte emocional dañada disociada se activa cuando por
ejemplo, tienen una discrepancia con un compañero en el colegio que les
“recuerda” la amenaza. Las vivencias traumáticas se graban en la memoria de los
hechos pero también en la memoria emocional y sensorial (en esta, sobre todo,
entre los 0 y los 2 años y medio)
Cuanto más prolongada en el
tiempo e intensa haya sido la vivencia de la violencia, mayor probabilidad de
que el trauma sea más severo. No nos referimos a lo que se suele denominar trastorno
por estrés postraumático (el sujeto ha vivido un acontecimiento que pone en
riesgo su integridad física y/o psicológica) sino que ha padecido repetidos y
severos episodios de violencia interpersonal. Además, también es posible que en
un clima de esta naturaleza y por diversos factores, los menores no sean
atendidos en sus necesidades físicas y psicológicas de manera suficiente. A
esto se le denomina Trastorno de trauma en el desarrollo (Developmental trauma
disorder)
El niño traumatizado por la
violencia y que presenta este tipo de trauma puede presentar las siguientes
características (existe un consenso de expertos en la materia) :
Desregulación fisiológica y
emocional
Desregulación atencional y
conductual
Desregulación en las relaciones
Duración de la perturbación (al
menos 6 meses)
Discapacidad funcional: el
trastorno causa estrés clínicamente significativo o incapacita en, al menos,
dos de estas áreas de funcionamiento: escolar, familiar, salud, legal,
profesional (jóvenes) y grupo de iguales.
La violencia puede alterar la
vinculación afectiva
El vínculo de apego es la unión
afectiva entre los cuidadores y el niño. El vínculo principal de apego lo
establece el niño con el cuidador a lo largo de un proceso de interacciones
comunicativas en las que sus necesidades se satisfacen, interiorizando con ello
el bienestar, la seguridad y la autoestima. Si el adulto cuidador es capaz de
sintonizarse y conectarse emocionalmente con el bebé leyendo sus emociones y
siendo un filtro estabilizador de las incomodidades, amenazas externas,
angustias o peligros, el niño consigue sentirse seguro y recurrirá a esa figura
adulta para buscar protección y cuidados. Ello le ayudará a explorar el mundo
con seguridad. El niño desarrollará, progresivamente, mediante esa relación
protectora, un vínculo seguro (representación mental) con el adulto. De esa
relación de apego el niño extrae los modelos mentales relacionales a partir de
los cuales se interpreta a sí mismo y le permite, además, desarrollar
expectativas sobre cómo le tratarán los demás.
El vínculo de apego principal se
desarrolla en la relación con la madre (o cuidador principal) Pero el niño
desarrolla, en la relación con el padre, otro vínculo y por lo tanto, otro
modelo de relación que registra en su mente.
Si el padre actúa violentamente
con la madre de una manera repetida, el vínculo con el padre puede quedar
alterado. Al niño le costará confiar (se mostrará ambivalente, entre
acercarse/alejarse) y sentirá terror, angustia, miedo, desconfianza, rechazo
hacia él…. Y si el progenitor masculino ataca el vínculo madre-hijos (que puede
ser seguro) la desorientación, dolor, angustia y desesperación de los niños es
aún mayor.
Para protegerse de una relación
que siente como amenazante (los episodios violentos pueden ocurrir en cualquier
ocasión), el niño puede desarrollar una alteración en la vinculación. El tipo
de vínculo disfuncional más relacionado con la violencia física y verbal
intrafamiliar es un tipo de vínculo denominado desorganizado: ante la vivencia
de terror de la cual no se puede escapar ni defenderse, el niño desarrollará
dos estilos: activará, a veces, su sistema de apego con los adultos pero, a la
par (como resultó dañado), activará su sistema agresivo (en la medida que la
relación se torna próxima o percibida como peligrosa, reaccionará de manera
agresiva) Es un estilo de apego paradójico el que muestran los niños
traumatizados por la violencia y, en sus relaciones, oscilan entre el
acercamiento y el alejamiento. Para defenderse de esta desorganización, pueden
desarrollar estilos compensatorios defensivos como volverse extremadamente
controladores, o complacientes, o cuidadores compulsivos (en especial si los niños
o adolescentes tuvieron que proteger a la madre)
Los años claves para la
vinculación con las figuras de apego están entre los 0 y los 3 años. En estas
edades se es más vulnerable y dependiente del adulto para la supervivencia,
además de que el cerebro se halla en la etapa más importante para su
constitución estructural y funcional. Por ello, la violencia puede resultar más
perjudicial y los daños en la vinculación ser mayores en este periodo (se
cimentan las relaciones básicas de confianza) Si la violencia sucede en años
posteriores (la segunda infancia o adolescencia), también es muy dañina pero
probablemente no tan grave como cuando el niño es más pequeño.
Si el niño crece con un estilo de
vínculo inseguro, en la adolescencia y en la vida adulta lo puede transferir a
las relaciones con los amigos y la pareja y éstas pueden tornarse conflictivas
y reproducir el mismo modelo vincular disfuncional interiorizado. El apego no
determina -al menos como único factor- pero sí influye en nuestra mente de una
manera poderosa como expectativas que desarrollamos en relación a los otros.
La resiliencia es posible
Incluso niños y adolescentes con
historias de vida muy duras en las que la violencia ha estado presente de una
manera continuada e intensa en el tiempo se pueden recuperar. Hay niños que nos
sorprenden porque muestran una adaptación positiva pese a haber vivido
situaciones graves. Esto nos indica que los menores tienen fortalezas y
recursos internos para hacer frente a su sufrimiento.
Jorge Barudy habla de resiliencia primaria -que es la que
desarrollamos en una experiencia prolongada de apego seguro- y de resiliencia
secundaria que es la que hay que tratar de potenciar en el niño o adolescente.
La primera medida es garantizar
el interés superior del menor y protegerle y apartarle de los episodios de
violencia y del agresor de la manera más rápida posible. Para poder desarrollar
la resiliencia secundaria, el niño debe de recibir de su entorno social e
institucional la solidaridad necesaria para recuperarse. La psicoterapia (y en
algunos casos el tratamiento farmacológico cuando la sintomatología es severa y
el niño o adolescente no se estabiliza emocional y conductualmente) es el
tratamiento de elección. Con el mismo, en coordinación con toda la red familiar
y social que atiende al niño o adolescente, lo que se pretende es (además de
trabajar el apego, el trauma y otros problemas que se puedan presentar)
desarrollar esta resiliencia secundaria, potenciar la capacidad del menor de desarrollarse suficiente bien y
sano para proyectarse en el futuro como alguien no culpable, digno y valioso a
pesar de haber sufrido malos tratos. Algunos niños y adolescentes lo consiguen
pero deben de encontrar el respaldo y la comprensión sociales. La resiliencia
es posible, sí, pero el trabajo es a largo plazo y con todos los agentes
sociales implicados. Los niños son de todos. No sólo deben de preocuparnos
nuestros hijos sino el resto de los niños y adolescentes que -como dijimos al
empezar el artículo- son los hombres y las mujeres de la sociedad del
mañana"
José Luis Gonzalo Marrodán
Psicólogo y psicoterapeuta
infantil
Publicado en la revista Haurdanik
Publicado en la revista Haurdanik
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Dirección de Atención a las Víctimas de la
Violencia de Género. Mujeres víctimas de violencia de género en la CAPV.
Balance 2010.
Lanius, R.A.;
Vermetten, E.; Pain, C. (edit) (2010) The impact of early life trauma on health
and disease. UK: Cambridge Medicine.
Siegel, D. J. (2007) La mente en desarrollo.
Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao:
Desclée de Brouwer.
Benito, R.; Gonzalo, J.L. (2010) Trastornos de
la personalidad asociados a antecedentes de maltrato infantil en los pacientes
que acuden a consultas de psicología y psiquiatría. Poster presentado en el VII
Congreso iberoamericano de Psicología
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de
Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género del Ministerio de
Sanidad, Política Social e Igualdad, artículo 1.1.
Atenciano, B. Menores expuestos a violencia
contra la pareja. Notas para una práctica basada en la evidencia. Clínica y
salud: Revista de psicología clínica y salud, ISSN 1130-5274, Vol. 20, Nº. 3,
2009 (Ejemplar dedicado a: Actualidad en clínica de niños y adolescentes) ,
págs. 261-272
Siegel, D. J. (2007) La mente en desarrollo.
Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao:
Desclée de Brouwer.
Me quedo con tu última frase "Los niños son de todos...", ojalá la sociedad formada por los adultos de hoy interiorizara esto, que todos estamos concernidos.
ResponderEliminarUn beso
Me alegra que lo resaltes, Concha, porque es una idea que yo suelo transmitir siempre que tengo oportunidad porque todos tenemos una responsabilidad como ciudadanos en los niños. Estos no son patrimonio de nadie y a todos nos corresponde cuidarles dentro de nuestros respectivos roles. Un abrazo.
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