lunes, 27 de junio de 2011

La terapia de integración de reflejos primitivos

Recibo numerosos correos de padres y madres que me informan de distintas experiencias con sus hijos. Hace unos días recibí uno de Beatriz, una madre que me informó sobre la terapia basada en la integración de reflejos primitivos. Nunca había oído hablar de ello y, en cuanto me la mencionó, le pedí que me proporcionara más información. Amablemente, me la suministró y, después de pedirle permiso, la reproduzco a continuación. En uno de los links podéis leer muchos testimonios de padres que hablan muy bien de esta terapia. Esa es la mejor tarjeta de presentación. También me ha gustado mucho una cosa: intuyo que a Beatriz le apasiona el tema y eso es muy importante. Creo que, además de esta terapia, esa pasión, paciencia, cariño y tesón que transmite han ayudado mucho a su hija.

Lo mejor que tiene el blog es el contactar con personas como Beatriz y aprender de las mismas. Me está resultando muy enriquecedor. El blog es una ventana abierta al mundo para dar y recibir. Compartir y no encerrarnos en nosotros mismos. Sobre todo si nos esforzamos en tener una mentalidad abierta para escuchar al otro y aprender de él. Y es el mejor antídoto contra una “enfermedad” llamada egocentrismo en la cual todos podemos caer.

Beatriz nos dice lo siguiente:

"Se trata de una terapia basada en la integración de reflejos primitivos aberrantes; esto es: todos nacemos con ciertos reflejos primarios que nos ayudan a sobrevivir y que, a medida que nuestro cerebro madura, van desapareciendo. La mayoría lo hacen a lo largo del primer año de vida; otros, que dan lugar a reflejos posturales, llegan hasta los tres años. Si más allá de esta edad está presente alguno de estos reflejos, evidencia que hay inmadurez en determinadas regiones cerebrales. La terapia consiste en reproducir los estímulos psicomotores que tienen lugar durante los primeros años del desarrollo y que posibilitan la integración de estos reflejos para "rellenar" las lagunas y ayudar a la maduración cerebral.

Esto se traduce, en la práctica, en unos 15 ó 20 minutos diarios de ejercicios físicos sencillos con el niño y revisiones cada dos meses a lo largo de, en mi caso, año y medio. Un poco duro en el día a día, pero los padres que tenemos un hijo con dificultades vamos al fin del mundo andando si es preciso.

En nuestro caso lo que más notamos, aparte de que consiguió botar la pelota, saltar a la comba y otras muchas cosas que se le resistían "inexplicablemente", fue la consolidación de los aprendizajes. Antes ella podía hacer la tarea fenomenal un día y al día siguiente no reconocer ni los números y así con las mates y con todo lo demás, el 50% de los días... como si se le hubiera colgado el ordenador... era desconcertante.

Ahora ya no sucede eso: por ejemplo, ha aprendido las tablas con facilidad (antes era totalmente impensable) y aunque su aprendizaje no es muy rápido ¡no se le olvida lo que aprende! Para nosotros ha sido casi milagroso y un gran descanso.

El tema me apasiona y estoy tan agradecida a la gente que ha hecho posible que llegara a conocer estas terapias para ayudar a mi hija, no puedo dejar de compartirlo para que otros niños también se puedan beneficiar"

Nos ofrece estos links (para saber más):

La página donde se explica la terapia de integración de reflejos primitivos a través del movimiento:

http://www.reflejosprimitivos.es/15.html

Una página sobre "desarrollo y terapias alternativas", de donde ha sacado información valiosísima:

http://estimulacionydesarrollo.blogspot.com/

Otra página con testimonios de padres que aplican estas terapias (algunos, padres adoptivos):

http://padresconalternativas.blogspot.com/

Y, finalmente, nos recomienda un libro:

Goddard, Sally. Reflejos, aprendizaje y comportamiento. Editorial Vida Kinesiología. Añade Beatriz: “Es el pilar fundamental en esto de la reorganización neurológica a través de la integración de reflejos”

Por mi cuenta, he encontrado esta información en internet sobre el libro:

Este libro es una oportunidad fascinante para entender algunas de las razones por las cuales niños, adolescentes y adultos pueden experimentar problemas en sus relaciones, ser emocionalmente inestables, tener dificultades físicas y en el aprendizaje y, además, poseer un comportamiento social difícil.

Uno de los motivos más comunes son los “reflejos primarios” que permanecen activos. Estos reflejos debieran haberse integrado a la edad de 3 años. Seguir manteniendo activos los reflejos primarios puede ser una causa subyacente de diversos problemas de aprendizaje y comportamiento, incluso en la edad adulta. Pueden ser la causa de falta de memoria y de concentración, de comportamiento difícil o inconsciente y tendencias agresivas, dislexia, hiperactividad y dispraxias.

De especial interés para todos los implicados en la educación de los niños: padres, educadores y cuidadores.

Ya tenemos lectura para este verano. Éste, y otro libro que ha salido recientemente al mercado y del que también hablaremos: Mindsight. La nueva ciencia de la transformación personal, de nuestro admirado Daniel Siegel. Editorial Paidós. Trataremos, como siempre, de buscar aplicaciones en el trabajo diario con los niños y adolescentes.

Hasta la semana que viene.

lunes, 20 de junio de 2011

Las primeras tendencias de comportamiento son más fáciles de modificar a edades tempranas

Le acabo de dar carpetazo al libro “El amor maternal” y me quedo con una sensación de enorme satisfacción. El hilo conductor que la autora utiliza durante toda la obra es que los dos primeros años de vida son enormemente importantes. No son el destino, porque luego las distintas experiencias de vida (amigos, pareja, compañeros, familiares, profesores…) pueden influir sobre el sujeto y modificar o modular tendencias o rasgos de carácter. Pero cuesta muchísimo más. En cambio, si se interviene y se trabaja sobre la triada cuidadores/niño durante los dos primeros años de vida, al ser el cerebro mucho más maleable, los niños recuperan o modifican sus previsiones de conductas o rasgos negativos más fácil y más rápido. La autora expone muchas de las teorías que otorgan enorme trascendencia a la edad bebé, como pasa en otros libros. Esto no ha sido una novedad. Pero sí considero que Sue Gehardt ha sido capaz de hacernos tomar conciencia de que los profesionales, padres y cuidadores debemos de formarnos en la práctica para aprender a realizar una crianza en la que se haga todo lo posible por fomentar en el niño una base segura, esto es, un apego seguro. Esto supone trabajar por la prevención de todo tipo de inadaptaciones sociales y por una sociedad de mayor bienestar a todos los niveles. Se habla mucho de la sociedad de las redes sociales por internet, de la informatización, de la robótica… pero si no humanizamos todo esto (incluidas las instituciones públicas) corremos el riesgo de que cada vez más (ya se empieza a notar) el otro nos parezca un obstáculo (para conseguir mis fines) y no una persona con la que contar (empatía)


En la parte final del libro, rescato estas líneas que me parecen que pueden iluminar y ayudar a numerosos padres adoptivos y acogedores, y también a educadores de centros de acogida. En particular a los que crían o trabajan con bebés.


“Algunas recientes investigaciones llevadas a cabo por Mary Rothbart sugieren que el niño que se vuelve agresivo en respuesta a una crianza deficiente puede, sorprendentemente, haber nacido con un temperamento más extrovertido. Se trata de bebés que están más dispuestos a acercarse a las personas y a las cosas; son bebés activos, con tendencia a reírse. Puede que sus impulsos sean más intensos, y que sólo puedan ser bien controlados si existen unas relaciones buenas con las figuras parentales. Pero si estos niños desarrollan un tipo de apego seguro respecto a sus progenitores, aprenden a adoptar los valores de dichos progenitores y a controlar sus impulsos; sabemos que este vínculo positivo promueve la capacidad del cerebro para controlarse. [La negrita es mía]


Si la relación que establecen es negativa, estos niños pueden volverse inquietos, hiperactivos, incapaces de llevar a cabo un trabajo de manera continuada, dando la sensación de que su intensa energía va por otros derroteros. Cuando otras personas tratan de dirigirlos o controlarlos mediante la coerción o el miedo, el resultado es un fracaso ya que estos niños son poco propensos a tener miedo y, en esta situación, su actitud se vuelve muy negativa. Como ya he sugerido, si un niño no ha aprendido a autocontrolarse alrededor de los 3 años, su conducta tiende a ser problemática durante su infancia, y existen más probabilidades de que, más adelante, muestren trastornos de conducta”


¿Qué me sugiere? Si el bebé que se adopta o acoge (a los nueve meses, por ejemplo) es de tendencia extrovertida y con impulsos más intensos, y tuvo durante ese período una experiencia de crianza negativa con un padre o una madre (o los dos), habrá vivido unas primeras relaciones que no han estimulado convenientemente el cerebro para que aprenda a controlarse. Al contrario, son unos padres que han potenciado el descontrol de impulsos. Es por ello por lo que el bebé se puede mostrar más colérico, irritable, difícil de calmar, agresivo… Durante uno o dos años, existe la oportunidad de ser más consciente de esto y tratar de invertir tiempo y paciencia en ese niño y favorecer una función reflexiva, ayudarle a calmarse, a que desarrolle recursos internos para inhibir sus impulsos. Por el contrario, si se desconoce esto o se malinterpreta al bebé haciendo atribuciones de causalidad incorrectas de estas reacciones, no se creará un vínculo positivo. Se responderá hacia este niño con estrategias de crianza en las que los progenitores o cuidadores se imponen, castigan, gritan, pierden el control de sí mismos… encolerizando más al niño. Y éste tendrá todos los ingredientes para convertirse en un niño con alteraciones de conducta.


Si invertimos tiempo, paciencia y perseverancia con este tipo de niños en los tres primeros años de la vida, estamos trabajando para la prevención futura, para sentar las bases de una adolescencia y vida adulta en la que existan menos probabilidades de que desarrolle trastornos de personalidad y/o mentales. Estamos, en suma, criando adecuadamente y fomentando que nuestro hijo sea posiblemente más feliz y alcance mayor bienestar.


Por ello, todo lo que nos sacrifiquemos en este periodo no tiene precio. Cuando me preguntan cómo hacer para que el niño llore menos por las noches, contesto que con paciencia y tranquilidad vayan consiguiendo poco a poco que ese bebé logre desarrollar recursos autocalmantes con nuestra presencia y acción tranquilizadora. Si se muestra colérico cuando se le baña, hay que calmarse uno mismo y no zarandearlo o gritarle para que se calme o darle un azote (¡esto nunca!), y hablarle suave, y aproximarlo a lo que le desagrada con paciencia y tono dulce. Esto son sólo dos ejemplos. Pero esta es la tónica a seguir. Ser filtro estabilizador del niño y constituirse en su regulador hasta que él sepa hacerlo por sí mismo (porque su cortex prefrontal, con un vínculo de apego positivo establecido, es capaz de inhibir los impulsos provenientes de las zonas subcorticales) Sé que somos humanos y que no siempre podemos hacerlo todo perfecto. No pasa nada si un día uno no estuvo fino. Se puede volver a reparar con el niño. De todos modos, pensad que, a estas edades, es más fácil cambiar las tendencias porque el cerebro del niño está abierto a la modificación, es como una esponja. Lo que hagáis ahora lo celebraréis más adelante y probablemente evitareis muchos problemas posteriores.


¿Qué sucede cuando el niño es de temperamento más prudente y le es más fácil inhibir sus impulsos pero es más propenso al miedo, a lo desconocido y a lo desagradable? Si la relación con los progenitores o cuidadores no es positiva pueden convertirse en personas con tendencia a la ansiedad y tristeza. Con lo cual, es muy importante (con los niños cuya primera previsión es una tendencia hacia el miedo porque han tenido unos cuidadores en los dos primeros años de vida que, además, la han reforzado) hacer aproximaciones y separaciones graduales, tratando de potenciar la confianza en el niño y ayudándole con transiciones suaves. Si el niño es tímido, asustadizo o vergonzoso pero encuentra en el adulto recursos para afrontarlo, invertirá poco a poco esa tendencia porque –como hemos referido- a estas edades los niños son mucho más receptivos al cambio.


Concluye Sue Gerhardt: “La conducta antisocial es, esencialmente, una voluntad de conseguir nuestros fines sin tener en cuenta a los otros. Representa un distanciamiento de la otra gente y no creer en el placer del contacto humano. No puede culparse específicamente a los genes, ni tampoco a la falta de autocontrol. Lo único atribuible a los genes es que son los que proporcionan el “material sin refinar”, el aspecto impulsivo, el tipo de persona extravertida, o el tipo de persona prudente y muy sensible, o alguna particular combinación de ciertos rasgos. Pero lo que realmente importa es si la respuesta que da el progenitor a estos diversos tipos de temperamento, se corresponde con lo que el niño necesita, y si el progenitor es capaz de establecer una relación segura y afectuosa con el bebé que pueda ser el fundamento de una posterior adaptación social”

lunes, 13 de junio de 2011

Orientaciones en la educación de los niños adoptados/acogidos (Jornadas formativas en Ume-Alaia y Beroa)

Entre tantos temas y cuestiones importantes y apasionantes, no he dedicado ninguna entrada que dé cuenta de los últimos encuentros que a nivel profesional he mantenido con padres. Me parece muy estimulante y de gran utilidad consignar algunas de las reflexiones que surgen en las jornadas formativas que con aquéllos suelo celebrar cuando tienen a bien invitarme. Podemos aprender todos de las mismas. Por ello las traigo aquí.

El pasado 26 de febrero me invitaron a dar unas jornadas en la Asociación Ume-Alaia, Asociación de padres Adoptivos de Gipuzkoa. Esta asociación tiene un programa formativo cada curso escolar, una vez al mes, e invitan a un profesional con conocimientos y experiencia en el ámbito con el fin de formar a futuros padres y contribuir a la formación permanente de los que ya lo son (de los que ya son, se saben y se sienten padres, parafraseando el título del magnífico libro de la psicóloga y madre Pepa Horno -Ser madre, saberse madre, sentirse madre; editorial Desclée de Brouwer-, el cual nos cuenta su periplo como madre adoptiva; os lo recomiendo por su profundidad pero a la vez increíble capacidad para transmitir todos los sentimientos y sutilezas que una madre vive durante su proceso)

En febrero me tocó el turno. Ante una abarrotada sala, la jornada, de dos horas, versó en torno a los padres adoptivos como tutores de resiliencia, esto es, cómo pueden potenciar los recursos internos de los niños para que éstos puedan crecer y rehacerse. En una primera parte, ahondamos en el concepto de resiliencia y ofrecimos una explicación sencilla (utilizando la metáfora de la botella de plástico vista en el blog de Marta Romo) de este concepto. A continuación, se propusieron definiciones de resiliencia planteadas por los expertos en el campo (Barudy, Cyrulnik…) Vimos dos biografías, comparadas: la de Marilyn Monroe (la cual no pudo hallar a nadie que le permitiera resiliar de sus terribles experiencias infantiles) truncada prematuramente, y la de Andersen (con una durísima infancia también pero con la diferencia de que su abuela fue su tutora de resiliencia, la que le acompañó y le proporcionó los recursos internos para sanar de las heridas del abandono y de las dolorosas vivencias; de tal modo que se convirtió en uno de los más famosos escritores de cuentos infantiles; triunfó y su vida no se derrumbó prematuramente) Finalmente, nos centramos en proponer a los padres unas orientaciones (que discutimos entre todos) para que puedan ser tutores de resiliencia de sus hijos.

Entre medias de la exposición oral, hicimos una técnica emocional, dirigida a lo que sentimos, aplicando el dibujo sensitivo, el que surge desde el hemisferio derecho del cerebro, como diría Siegel. Los padres dibujaron cómo sentían ellos que podían ser tutores de resiliencia para sus hijos. Salieron propuestas excelentes.

Este sábado pasado (4 de junio) fui invitado por la Asociación de Familias Acogedoras de Gipuzkoa (Beroa), quienes acogen niños y niñas tutelados por la Diputación Foral de Gipuzkoa y cuyos padres biológicos presentan incompetencias parentales. Por ello han de vivir temporal o permanentemente con una familia (extensa o ajena) que pueda proporcionarles los cuidados que necesitan. El Programa de Acogimiento Familiar en Gipuzkoa es pionero en el Estado y funciona excelentemente gestionado por los profesionales del Centro Lauka y gracias a la solidaridad de cientos de familias guipuzcoanas agrupadas en torno a Beroa.

La Asociación Beroa celebraba su VI Encuentro y a través de su presidenta, Izaskun Ugarte, me cursaron invitación para, previa a la comida que celebraron en un restaurante de Hernani, mantuviera con ellos un encuentro formativo.

El tema sobre el que versó la comunicación oral y posterior charla y diálogo con los participantes fue también en torno a la resiliencia y cómo constituirse en unos acogedores tutores de resiliencia. Pero, esta vez, los contenidos se adaptaron a la realidad y las particularidades del acogimiento familiar, que son propias y diferentes de la adopción.

En ambos foros me pareció importante versar sobre el mismo tema. Y de ambos lugares salí con una sensación de que el objetivo estaba cumplido. Y éste no era otro que el concienciar a los padres y madres adoptivos y acogedores de que la labor y el trabajo fundamentales están en su papel de tutores de resiliencia: ser conscientes del daño emocional que el niño puede acarrear y a la vez, mentalizarse en trabajar con él y la red social para proporcionarle las experiencias que necesite para sanar psicológicamente y lograr una adaptación lo más positiva posible.

De las dos jornadas, destaco estos aspectos que me parece que a los padres y madres adoptivos o acogedores os pueden ayudar en vuestra labor educativa y de crianza y que salieron en los debates con los participantes. Las aportaciones de éstos rayaron a gran altura:

Los padres o acogedores han de hacer un esfuerzo por adaptarse al niño, sus características, y no al revés. Muchas veces son los padres los que han de cambiar y no pedir imposibles a los niños.

Los padres tienen unas representaciones mentales sobre cómo educar que chocan con las representaciones de los niños. Hay referencias educativas clásicas que no sirven cuando nos referimos a menores que han carecido de una experiencia de apego seguro.

La paciencia y la perseverancia son claves, la madurez la alcanzan más tardíamente y hay que acompañarles educativamente durante más tiempo.

Podemos ser demasiado exigentes y no ver los avances, es bueno de vez en cuando, acordarse de cómo están ahora y cómo estaban a su llegada a la familia. Sí que avanzan y no damos suficiente mérito a estos progresos, que para ellos son mucho más difíciles de lograr de lo que nos pensamos. Lo que para nosotros puede ser fácil, para ellos es muy difícil.

Es normal y esperable que sean mucho más vulnerables al estrés que otros niños. Por ello, en esos momentos, algunos logros conseguidos parece que se pierden. Hay que volver a empezar y trabajar de nuevo, creyendo en el niño y confiando en que lo volverá a conseguir. Los retrocesos nunca son hasta el principio de la escalera que había empezado a subir.

La empatía es fundamental, ponerse en la piel, en los zapatos de estos niños y ayudarles a desarrollar una función que reflexione sobre sus sentimientos y los de los demás. Estamos más ocupados en el día a día y en el funcionar que en el propiciar contextos en los que podamos ayudarles a poner palabras a su mundo interior y las cosas que les pasan.

Los niños, sobre todo los que han vivido malos tratos, se configuraron para sobrevivir. Por ello, les importa el momento presente, es lo que perciben, y cómo resolver el problema del momento. Y para ello pueden huir o evitar las responsabilidades. Hay que ir trabajando para ayudarles a desarrollar soluciones a sus problemas, ensayándolas primero con ellos y acompañándoles, si es preciso, para ir cambiando esta tendencia. Y es necesario comprenderla: no es una actitud indolente sino una estrategia aprendida.

Es fundamental desarrollar una narrativa, una explicación coherente de sus problemas (no tuvieron una base segura y les faltó en demasía figuras adultas que les ayudaran a desarrollar la confianza en sí mismos) como causa de sus problemas y evitar explicaciones que generen un autoconcepto de niño malo o incapaz.

Los estilos o trastornos de apego que puedan presentar son tendencias y no reacciones matemáticas que siempre van a tener. Pueden, además, con el paso del tiempo, ir modificándose gracias al efecto beneficioso de otras experiencias con adultos, otros niños, etcétera.

Ser padre o madre no es aplicar unas teorías psicopedagógicas: es mucho más. Es una implicación personal en un proyecto de vida de un hijo o hija diferenciado de mí. No existen remedios mágicos ni profesionales que con un tratamiento o medicación nos solucionarán las dificultades que el niño pueda tener. Existe el trabajo diario a través de una relación con los cuidadores que sea de aceptación plena del niño y de acompañamiento incondicional; aunque las conductas negativas y la falta de respeto no se toleran y haya que trabajar con el niño para ayudarle a ir cambiándolas. No son niños malos, lo que sucede es que la experiencia del maltrato les hace creer que lo son y, en las relaciones, buscan inconscientemente confirmar esa expectativa. Por ello, hay que desmontársela y enseñarles otra manera de relacionarse en la que ellos comprueben que no van a ser ni dañados ni abandonados.

En los momentos de tensión, de crisis, de conductas difíciles de manejar y tolerar, es crucial la calma del adulto. Tranquilizar al niño y tranquilizarse el adulto. Es necesario conocerse cada uno para aprender a controlarse, sobre todo si somos de los que “nos calentamos” fácil.

lunes, 6 de junio de 2011

Los buenos tratos regulan el sistema de respuesta fisiológico y emocional del individuo desde edad temprana

Comenté hace un par de semanas que continuaba leyendo “El amor maternal” -un libro científico riguroso aunque de carácter divulgativo- sobre cómo influyen las primeras experiencias de la vida en la configuración de nuestro ser.

Me queda muy poco por terminar y lo estoy disfrutando. Algunos temas me han resultado más novedosos y otros –como, por ejemplo, la parte dedicada al apego- menos.

Hoy quiero recoger del libro la parte que dedica a la hormona del cortisol. Esta hormona se segrega en situaciones de estrés como una respuesta normal para hacer frente a las demandas de una situación exigente o de una amenaza. La autora Sue Gerhardt nos explica -en la parte del libro dedicada a esta hormona y titulada: “El cortisol es destructivo”- que la regulación de los niveles aceptables de cortisol, aunque existan diferencias individuales debidas a factores genéticos, se consigue en los primeros dos años de vida (siendo críticos incluso los seis primeros meses) y gracias a un ambiente que satisfaga las necesidades del individuo y le provea a éste de seguridad y confianza ante el mundo y su exploración, ante las amenazas que pueden surgir. Es increíble la enorme trascendencia que tiene el ambiente (donde dice “ambiente”, sustitúyase por “cuidador/a”, pues eso es el ambiente para un infante) Si el cuidador interviene calmando y reconfortando a un bebé que explora el mundo y que ha sido sobresaltado o perturbado por una amenaza, el niño recupera sus niveles normales de cortisol. Si, en cambio, la amenaza continúa y se repite y nadie puede ser un filtro calmante y reconfortante para el niño, entonces su cerebro puede sufrir una inundación de esta hormona que puede dañarlo (por ejemplo, el hipocampo, un área del cerebro importante para la memoria verbal y para situar la información histórica en un tiempo y un contexto determinados) Sobre todo si sufre amenazas extremas para su seguridad como separaciones de la madre, falta de alimentación, higiene, abandono (llora muchas horas y nadie consuela ni satisface la necesidad del niño), abusos físicos... Los traumas menores (menos continuados y/o intensos) no quiere decir que no alteren el desarrollo cerebral solo que no lo harán, probablemente, de manera tan tóxica como lo pueden hacer las carencias y los malos tratos duros y extremos.

La respuesta al estrés se produce dentro de un eje llamado HPS (Hipotálamo-pituitario-suprarrenal) Existe un feedback en este –llamémosle- circuito: el hipotálamo estimula la glándula pituitaria o hipófisis y ésta, a su vez, estimula las glándulas suprarrenales productoras de cortisol.

Sue Gerahdt nos habla (págs. 70-110 del libro “El amor maternal”) que “…en la edad bebé es cuando se construyen los sistemas de autorregulación, es decir cuando nuestras respuestas fisiológicas y emocionales automáticas se establecen” ¡Es fascinante saber cómo la bioquímica cerebral depende de que “nos toque” al nacer un adulto disponible, coherente y sensible a las necesidades físicas y emocionales de un ser –el bebé- totalmente inmaduro! La madre (o el cuidador/a) con sus caricias, palabras, gestos… es el regulador del sistema de respuesta fisiológico y emocional del bebé, preparándolo y diseñándolo para que sea, en el futuro, un adulto seguro y con confianza, en suma, como una casa con cimientos. La madre o el cuidador regula, pues, los niveles de cortisol del bebé. Mi amigo y colega Rafael Benito, psiquiatra de la Clínica Quirón de San Sebastián, estudioso e investigador de estos temas, me dice que no hay que condensarlo todo en el papel de esta hormona pues los cuidados inciden también sobre otros neurotransmisores como la dopamina, la serotonina… Vamos, que la influencia es sobre todo el funcionamiento del cerebro, sobre “todos los aceites de la maquinaria”, para entendernos.

Pero hoy hablamos del cortisol. Dice Sue Gerhardt: “Los bebés nacen con la expectativa de que alguien gestione su estrés ya que ellos no tienen capacidad para hacerlo. Normalmente, durante los primeros meses de vida muestran niveles bajos de cortisol si obtienen de los adultos el equilibrio necesario mediante el tacto, las caricias, el alimento y el acunarles. Pero sus sistemas son inmaduros, muy inestables y sensibles, y por ello, pueden llegar a altos niveles de cortisol si los padres no llevan a cabo con ellos estos intercambios saludables que acabamos de mencionar; es en este sentido que puede decirse que los bebés no pueden gestionar por sí solos sus niveles de cortisol”

“Sin embargo, de manera gradual, los bebés toleran las situaciones que les provocan ansiedad, cuando llegan a tener confianza de que un adulto solucionará dichas situaciones y, en estas circunstancias, es más difícil que el nivel de cortisol se dispare”

Como siempre añado, esto es una primera previsión de cómo reaccionará un niño posteriormente, cuando vaya creciendo. No es una postura determinista. Estas reacciones pueden ir cambiando y modificándose (lentamente, claro) con tiempo y esfuerzo por parte de los cuidadores que acogen, adoptan o los que trabajan como educadores de niños/as que han vivido experiencias adversas como los malos tratos o el abandono. No es imposible. Las primeras huellas están inscritas en el cerebro/mente del niño/a y es el patrón de respuesta al que éste/a tiende, sí. Pero las experiencias posteriores pueden hacer mucho por reparar si se le proporciona al niño/a una experiencia que pueda darle, al menos en parte, lo que no recibió -nutrientes físicos y afectivos- en la etapa de la vida que lo necesitó. Y esto requiere muchas dosis de paciencia y perseverancia. Y de comprensión de por qué el niño se comporta cómo lo hace. Y de aceptación. Es difícil aceptar, muchas veces, que los niños vienen carenciados o dañados emocionalmente. Tenemos que hacer un trabajo personal como padres y madres en este sentido. Para poder empatizar. Esta semana -desde Facebook- accedía a la web de Bebés y más y leía lo siguiente -que quiero resaltar- porque nos ayuda a desplegar la empatía hacia los niños que han sufrido abandono: “…está demostrado –se menciona en la web que es Eduard Punset quien lo afirma en su libro “El viaje al amor”- que el bebé abandonado en la cuna, desamparado en la oscuridad siente la misma desprotección y utiliza los mismos mecanismos cerebrales que el adulto frente al desamor. A lo mejor los adultos podemos recordar ese enorme vacío que produce el desamor para comprender al bebé que nos reclama insistentemente en la cuna" Las estremecedoras imágenes publicadas en el blog titulado Hong mi hijo sobre un niño abandonado en China en una caja de cartón también nos pueden ayudar a conectar con lo que supone el abandono (y sus consecuencias, claro)

Muchos padres me dicen en sus correos o en los comentarios si hay que adecuarse al niño y sus características y tratar de proporcionarle, en la medida de lo posible, las experiencias que no recibió. Mi respuesta es que sí. Pero eso no quiere decir frenar su autonomía y hacerle todo. Supone ser un acompañante que guíe y dé seguridad cuando el niño lo necesite; un cuidador que sea capaz de templar –y contener, si es preciso- sus reacciones de ira o explosiones ante la frustración; que ponga palabras a lo que el niño/a siente; que esté a su lado y le vaya ayudando a organizarse en hábitos y conductas; que le abrace y le bese cuando lo necesite; que le vaya exponiendo a sus orígenes poco a poco y con empatía; que ponga unos límites a sus conductas negativas que incidan en la reparación del daño que puedan causar las mismas; que vaya haciendo separaciones graduales y ayudándole a explorar el mundo sin su compañía; que apoye en los estudios al nivel que el niño/a llegue con exigencias razonables… Y mucho más. En suma, el niño/a tiene vivir una fase de dependencia sana por la que no pasó (dependencia positiva; insisto: esto no significa hacerle todo) Después, una fase de transición en la que el niño/a no tiene tanta necesidad del adulto para permanecer solo e ir haciendo las cosas y enfrentando los desafíos, con menor presencia física puede ir siendo suficiente (el adulto va siendo interiorizado como base segura, el niño/a va internalizando su figura en su ausencia) Y, finalmente, una fase de mayor independencia en todos los sentidos donde el cuidador ya ha hecho un trabajo para que el niño/a pueda permanecer solo sin que -siguiendo la metáfora- la casa se caiga.

Algunos niños/as tardan mucho tiempo en llegar a la última fase. Otros, quizá no lleguen nunca y se queden en la intermedia, si es que todo el daño no es reversible. Pero desde luego, de una cosa estoy seguro: nos han dado a todos una lección de superación que no sé si nosotros seríamos capaces de darla. Todos luchan y, lleguen a donde lleguen, son unos héroes y es meritorio lo que consigan. Debemos reconocerles su esfuerzo y valor. Sentirnos orgullosos de ellos. Se lo merecen. Porque... ¿Cómo nos sentiríamos y comportaríamos nosotros si hubiéramos sufrido un abandono o malos tratos?