viernes, 25 de junio de 2010

¿Qué fue lo que te sostuvo?

Frecuentemente hablamos en este blog sobre el trauma que los malos tratos continuados pueden generar en las personas y en particular en la mente en desarrollo del niño, que es cuando se es más vulnerable y se fijan determinadas acciones mentales defensivas, como decíamos la pasada semana.

También me suelo referir, aunque mucho menos, en verdad, a la resiliencia, ese concepto que tanto nos atrae porque pone de relieve la capacidad de muchas personas, incluidos los niños y las niñas, de mantenerse suficientemente equilibrados pese a los impactos de los traumas.

Me gustaría hoy centrarme en este punto porque es necesario investigar y conocer qué es lo que a las personas, ante el trauma, les sostuvo, les dio fortaleza, recursos, energía, ilusión o coraje para ser resilientes o para al menos, desarrollarla en parte. Afortunadamente, muchas víctimas nos enseñan que existen partes emocionales dañadas cuando se vive el infierno del abandono o los malos tratos psicológicos y físicos, pero también nos ofrecen el testimonio de que otras partes de su personalidad conservan áreas fuertes que deben ser detectadas y potenciadas para que ayuden a sanar al resto.

Cuando pregunto a los adultos que acuden a consulta, víctimas de malos tratos durante mucho tiempo, o de los abusos, o del abandono, si hubo alguna persona de su entorno que acompañó y actuó para ayudar a hacer frente a tanto dolor y resistir, me encuentro con respuestas que dan cuenta de que el entorno social puede jugar un importantísimo papel amortiguador y resiliente.

Una abuela especialmente sensible y empática, un profesor que primó los aspectos afectivos en vez de los escolares, un terapeuta que acompañó a una persona en su infancia, un club deportivo con un entrenador que creyó en alguien y le dio confianza, un educador de calle que potenció la autoestima, un vecino que acogía a un niño o niña en los momentos más difíciles, un novio o una novia, una determinada conversación con alguien, una situación determinada, una experiencia concreta…

Muchas personas afirman que, efectivamente, el contacto y la relación con esas personas les ayudó a desarrollar recursos internos para resistir el dolor y poder incluso encauzar sus vidas por caminos que no supusieran la autodestrucción, una de las nefastas tendencias en personas severamente traumatizadas.

Quienes rodean a los niños y niñas que han padecido malos tratos siguen jugando un determinante papel para poder ayudarles en la recuperación y desarrollo de la resiliencia, sobre todo para mostrarse empáticos y firmes ante sus trastornos de conducta y de aprendizaje derivados de los trastornos del apego que pueden presentar, problemas que se mantienen tiempo después de que los sucesos traumáticos pasen. Para desarrollar con ellos un modelo de buen trato que pueda ser interiorizado y que favorezca la resiliencia.

Nunca sabemos exactamente qué puede hacer resiliente a una persona, como podemos comprobar en esta frase de Boris Cyrulnik que me ha impactado y que guarda relación con el tema que estamos tratando, y con la cual me despido: "Un tutor de resiliencia es alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el viraje de su existencia. No se trata necesariamente de un profesional. Un encuentro significativo puede ser suficiente. Conozco a un joven maltratado, a quien echaron a la calle, delincuente, prostituido, jefe de una pandilla que un día se puso a conversar en la terraza de un café con un editor. El joven salió transformado, diciendo: "Es la primera vez que me hablaron como a un hombre". El editor jamás se dio cuenta hasta qué punto había logrado encantar al joven violento y desesperado"

viernes, 18 de junio de 2010

La receptividad empática

Los niños/as y jóvenes, en suma todas las personas, traumatizados como consecuencia de los malos tratos, desarrollan, sobre todo si los acontecimientos han sido duraderos e intensos, impactantes y sobrecargantes para la mente, como una barrera entre una parte de ellos mismos que sigue adelante, que intenta ser y llevar una vida aparentemente normal, y otras partes emocionales que están dañadas y que contienen sentimientos, pensamientos, creencias… respecto a los acontecimientos vividos. Las personas tratan de mantener apartadas, evitadas, de defenderse, de los contenidos de esas partes y desarrollan una auténtica fobia a las mismas. Tratan de no contactar con el miedo, la vergüenza, el pánico o la cólera que sintieron en el momento que el trauma impactó en su mente. El autor Van der Hart denomina "fobia a las acciones mentales derivadas del trauma” a las conductas o mecanismos que utilizan para evitar entrar en su mundo interior y contactar con esas emociones que les devastaron.

Una de las habilidades que el autor recomienda en la psicoterapia con niños/as, adolescentes y adultos traumatizados es la receptividad empática. Recoger el sentimiento por parte del terapeuta y sentirlo sin actuarlo. Esto de por sí ayuda sobremanera no sólo a fortalecer el vínculo terapéutico sino a regular al paciente emocionalmente (la desregulación emocional que padecen como consecuencia del trauma favorece la aparición de contenidos traumáticos dolorosos) y a que se sienta sentido, resonando su experiencia pero desde la presentificación, desde el aquí y el ahora, desde lo que siente en ese preciso momento. Importante para separar la vivencia del pasado de cómo la evoca o le asalta en el presente.

Leyendo el concepto me preguntaba si esa misma habilidad podría ser utilizada por otros profesionales que trabajan con niños y adolescentes víctimas de los traumas como consecuencia de los malos tratos. Y en verdad, me parece necesario e imprescindible que se use porque se tiende mucho a normativizar a los niños, a censurar sus conductas cuando son negativas, a ponerles actividades, a que se relacionen con los iguales, a remarcarles la importancia de estudiar, de comer con modales en la mesa... Pero, en mi opinión, escasamente nos mostramos abiertos a que puedan comunicar lo que sienten, o lo que sintieron cuando sufrieron tanto por causa de múltiples calamidades y vivencias duras. Nos asusta, creemos que con ello van a tratar de justificar sus conductas negativas, que les vamos a hacer daño si conectan con ello, que se trata de hacer borrón y cuenta nueva o que, en el caso de los padres adoptivos, quizá les perjudique en su relación con ellos… Cuando realmente, y como ya hemos dicho en otras ocasiones, adoptar la actitud de la receptividad empática permite ser para el niño o niña un contenedor que siente, poniéndose en su piel, lo que han sufrido, contribuyendo poderosamente a que sane de su dolor y además a que funcione mejor en otras áreas de su vida.
¿Cuándo funcionamos mejor los adultos en nuestra pareja, trabajo o relaciones de amistad? Cuando nos encontramos con personas así, receptivas. A los niños y niñas les sucede igual, sólo que ellos lo necesitan más porque han vivido injusticias que ellos no eligieron.

Por todo eso, elogiamos aquí, y proponemos que seamos conscientes como padres, educadores, etc. de la necesidad, de lo imprescindible que es la receptividad empática para los menores y para nosotros mismos en nuestras vidas.

jueves, 10 de junio de 2010

VII Congreso Iberoamericano de Psicología en Oviedo

El mes de julio, del 20 al 24, en la magnífica ciudad asturiana de Oviedo, tendrá lugar el VII Congreso Iberoamericano de Psicología, una oportunidad única para compartir conocimientos y experiencias con profesionales de la psicología tanto de España como de Sudamérica, así como para actualizarse en este apasionante ámbito científico. Poder dialogar con infinidad de colegas de allende los mares no es algo que esté al alcance de cualquier profesional de la psicología, por ello hablamos de oportunidad única, ya que este evento no tendrá lugar, nuevamente, hasta pasados unos años.

Si echáis un vistazo al programa de conferenciantes destacados invitados, os daréis cuenta cómo van a estar los primeros espadas de la psicología presentando diferentes conferencias y simposios.

Además, la propuesta del Congreso es muy participativa, de tal manera que no sólo los expertos y reputados profesores universitarios intervienen, sino que todos los profesionales congresistas pueden proponer sus trabajos bien en formato póster o comunicación oral… El comité científico analiza todas las propuestas y si reúnen los requisitos, se aceptan.

Los números dan cuenta de la alta participación e interés suscitado por este evento que une a la psicología hispana: 2.600 trabajos han sido aceptados tocando prácticamente todas las temáticas que conforman la psicología científica actual. Hay comunicaciones, pósters y talleres que colman todas las áreas de interés de la psicología que podamos tener.

Por mi parte, junto con mi colega y amigo psiquiatra Rafael Benito, vamos a participar presentando dos comunicaciones y un póster porque la ocasión nos parece inmejorable para exponer y compartir nuestras ideas y experiencias. Las comunicaciones que presentaremos versan sobre El tratamiento multidisciplinar de la traumatización crónica y la Presencia de antecedentes de maltrato (bullying) en pacientes con trastornos de alimentación. El póster que expondremos recoge una investigación realizada en el marco de nuestras respectivas consultas de psicología y psiquiatría en torno al tema: Trastornos de personalidad asociados a antecedentes de maltrato infantil. Una cuestión poco estudiada y con resultados sorprendentes que, de momento, no puedo adelantar pero que en un futuro, pasado el Congreso, mostraré en un post. Como podéis observar, vamos a llevar nuestra área de interés preferida para compartirla y debatirla en el Congreso: el maltrato, el apego, el trauma y sus consecuencias...

Todavía es posible apuntarse a este evento tan relevante de la psicología, tanto por la trascendencia del acontecimiento como por disfrutar, en la medida que el Congreso nos lo permita, de Oviedo, una preciosa ciudad que conozco bien por motivos personales y profesionales pero en la que no he tenido el placer de estar desde hace mucho tiempo.
Y por ambas cosas, no me he podido resistir a acudir.

sábado, 5 de junio de 2010

Entrevista de Lidia Bosch, estudiante de periodismo, sobre el trastorno de apego (III y final)

Lidia (L): ¿Cómo nos podemos comunicar con ellos? -Se refiere a los/as niños/as-
Algunos no tienen disponibles las palabras, por trauma o porque hay un retraso del lenguaje. O temen hablar. Es muy bueno ofrecerles un rico abanico de modos de expresión más seguros como el juego, el dibujo… Es necesario escucharles o atender a sus expresiones, comprendiéndolas y aceptándolas. Ser empáticos con ellos, recoger lo que sienten. Resonarlo, que ellos perciban que sentimos lo que sienten. Así les ayudaremos a conocer su mundo emocional y se harán más reflexivos. Hay que evitar las críticas y las descalificaciones. A la vez, hay que ser firmes. Firmes pero amables. Y definir un marco previo de relación y comunicación donde se expliciten los límites y las normas a respetar. La más importante es que nunca nos haremos daño. Y es que estos niños suelen tener problemas, como ya hemos apuntado, con los límites normativos.

Es muy importante un enfoque positivo: estos niños tienen sus cualidades y no siempre se resaltan. Hay que apreciarles más que premiarles. Se tiende a criticarles por todo y muchas veces. Además, no hay que olvidar que nos han dado una lección que los adultos olvidamos con frecuencia: han sobrevivido a entornos hostiles y eso tiene un mérito tremendo que debemos valorar: reconocerles lo que han sufrido y que tienen derecho a sentirse como se quieran sentir (enfadados, tristes…) por lo vivido. Pero que han demostrado un coraje para salir adelante inmenso y que ahora van a mejorar más con nuestra ayuda. Esta idea de reconocer el dolor y el sufrimiento a la persona maltratada es de Jorge Barudy y es una gran aportación que alivia y ayuda a muchas víctimas.

El tema del trastorno del apego está poco estudiado, es desconocido. ¿Por qué? ¿Por desinterés? ¿Porque afecta a poca gente? ¿Porque se quiere esconder? ¿Por qué esta ignorancia?

En realidad sí está estudiado, y mucho, y desde hace mucho tiempo. Bowlby fue el pionero cuando estudió la importancia del apego y el fundamento seguro que aportan los padres y su trascendencia para la supervivencia. Estamos hablando de los años 50. Spitz, otro autor, estudió a los niños abandonados y observó que aquéllos que eran institucionalizados y recibían alimentación pero se les dejaba solos, sin ningún nutrimiento afectivo, enfermaban e incluso algunos llegaban a morir. Posteriormente, años 70, Ainsworth, una autora, investigó y descubrió qué características tenía un apego seguro y describió los apegos inseguros de los que hemos hablado. Y muchos más. Autores actuales podríamos citar: Fonagy, Crittenden, Barudy, Dantagnan, Siegel, Rygaard, Cassidy, Ibáñez, Torres, Yarnoz, Marrone, Van der Hart... y no he hecho más que empezar.

Pero es cierto que este saber parece haberse quedado en el mundo universitario y no existen demasiados profesionales que utilicen el modelo del apego sobre el cual tratar los casos, por lo menos en mi zona de trabajo, Gipuzkoa. El impulso de profesionales como Barudy y Dantagnan, en España, para sensibilizar sobre este modelo está empezando a dar sus frutos y comienza a extenderse. Yo creo que pronto va a llegar y a calar más entre los profesionales, y hasta es posible que asistamos a un boom. El desafío está en trasladarlo de manera comprensible y práctica a padres, profesores y otros profesionales.

En mí recogida de información y visitas a distintos centros educativos dónde se trabaja con niños de integración, se puede confirmar que más de la mitad de los niños que sufren estas discapacidades son adoptados. ¿A qué se debe este hecho? ¿Qué cambia si son adoptados?

Es que los niños adoptados pueden provenir de orfanatos o centros de acogida donde carecen de casi todo: de comida, de ropa, de personal, de juguetes… de todo lo necesario para estimular a un niño, pero sobre todo, de la presencia continuada de un cuidador al lado del niño que lo proteja, temple sus emociones, calme su malestar, satisfaga sus necesidades, le haga interiorizar el cariño y la sensación de sentirse seguro… En suma, que le dé lo que merece: un buen trato. Si esto falla, el niño tiene altas probabilidades de padecer un trastorno de apego ya desde el primer año que es cuando el bebé registra en su memoria emocional cómo le trataron. Y si falla entre los 0 y los 2 años, aun peor. Y hay muchos niños que son adoptados a los 4, 5, 6, 7 y hasta con 8 años. Ya traen pues, un trastorno del apego (que conlleva una mochila de dolor y sufrimiento) si en su vida estuvo presente el abandono, el maltrato o el abuso. Vemos que hay una gran diferencia entre dos niños adoptados en la misma familia, que no son hermanos biológicos, dependiendo que uno haya tenido más satisfechas sus necesidades que el otro. El que menos satisfechas las ha tenido, normalmente acumula un mayor sufrimiento y un trauma mayor. Y no digamos si al abandono se le suma el maltrato…

Si son adoptados, todo cambia para esos niños. Todos mejoran, para ellos es la salvación, su alegría, lo mejor que les ha podido pasar... Pero ocurre que no pueden, normalmente, ir al mismo nivel que los demás. Siempre tienen ese handicap. Y lo que ocurre es que los padres los comparan con los que no han tenido esas duras experiencias y es muy injusto. Estos niños tienen un desarrollo, normalmente, más lento y maduran más tarde. La exigencia desmedida de los padres puede conducirles a la incomprensión y a la frustración permanente porque por mucho que avancen, no llegan al punto que los padres quieren. Y esto no les deja ver todas las cualidades positivas que estos niños tienen. Los padres piensan que como el niño se recupera de la motricidad, también lo hará en el área de las emociones y del comportamiento. Pero no suele ser así porque para que el niño pueda regularse en estas áreas ha debido de recibir cuidados empáticos (dentro de una relación de apego seguro) que inciden directamente sobre las áreas cerebrales que se encargan de modular las emociones. Estamos diciendo que la relación con unos padres modela el cerebro en su estructura y función, y así es. Se sabe que el cortex orbitofrontal, una parte que interviene como un catalizador, regulando las emociones, se modula en la relación de apego. Fíjense la trascendencia que tiene todo esto. Para recuperarse de esta modulación emocional hace falta maduración y tratamiento psicológico. Hay que tener paciencia con los niños, además.

Los trastornos de apego que tienen algunos niños son tan severos que pueden hacer de la convivencia con sus padres un auténtico infierno para todos, sobre todo en la adolescencia, cuando no controlan sus reacciones agresivas físicas y verbales. Los padres culpan al hijo y se culpan ellos, y el hijo lo mismo. Es importante poner un tratamiento psicológico e incluso psiquiátrico a un niño con trastorno de apego (si éste es grave) lo antes posible, no esperar a la adolescencia. Los padres adoptivos se encuentran con niños que no esperan. Los padres pueden ser más o menos habilidosos pero, en general, son competentes (han pasado por un proceso de valoración) y no causan el problema. Las causas están en el daño que ha sufrido el niño en edades clave para el establecimiento del apego sano y seguro. Pero sí es verdad que unos padres concienciados y que colaboran con los profesionales (no rígidos), permeables al cambio (no han de educar desde sus premisas sino desde lo que necesitan estos niños) pueden mejorar las cosas o empeorarlas terriblemente.
Para terminar, ¿qué futuro les espera, dentro de sus posibilidades, a estos niños?

Es muy difícil saberlo. Depende de muchos factores. Si al trastorno de apego se le une psicopatología grave, el futuro se complica. Si el trastorno de apego es el desorganizado, el pronóstico es peor en principio, pues el subtipo de apego más vinculado con los trastornos mentales.

Con tratamiento psicológico, psiquiátrico si es preciso, y apoyo educativo y socio-familiar (cuanto antes) la perspectiva de futuro no tiene por qué ser negativa. Pero hay que ayudarles mucho y tener paciencia porque maduran más tardíamente. Mi visión es positiva. Con ayuda profesional y las dos “p”, que dice Jorge Barudy: paciencia y perseverancia, la mayoría de los niños puede salir adelante, con sus más y sus menos, pero salen. Insisto en lo de las ayudas y apoyos, es crucial.

¿Se podrán adaptar a nuestra sociedad, tener trabajo?

Los casos más graves son los que no se pueden adaptar porque al trastorno de apego se le ha asociado además un trastorno de personalidad u otro mental. Para Rygaard, el trastorno de apego desorganizado severo (él lo llama trastorno de apego reactivo severo) sería una forma de minusvalía y precisaría de todas las ayudas sociales que necesiten para insertarse.

viernes, 4 de junio de 2010

Entrevista de Lidia Bosch, estudiante de periodismo, sobre el trastorno de apego (II)

Lidia (L.): En la Guía para el apoyo educativo de niños con trastornos de apego, se explica que hay diversos trastornos de apego disfuncionales: inseguro-evitativo, inseguro-ansioso ambivalente y desorganizado ¿A qué se debe que el niño sufra uno u otro?

José Luis (J.L.): Los trastornos de apego son maneras de apegarse, alteradas, disfuncionales. No son patología en sí, enfermedad, sino rasgos de ser y comportarse que se adquieren en una relación con los cuidadores y se mantienen bastante estables casi desde los dos primeros años de vida. El niño se va adaptar a lo que el cuidador le ofrezca, a los patrones de comportamiento y relación que mantenga y comunique con el niño. Los seres humanos nacemos con un equipamiento biológico programado para el apego al cuidador porque ha sido básico para la supervivencia. “Apegarse o morir”, diríamos. El tipo de apego que el niño va a desarrollar, aunque puede depender también de factores genéticos y constitucionales, se sabe que sí guarda relación, hay algo específico, con la experiencia interactiva con el cuidador (padres, normalmente) Hay una maduración dependiente de la experiencia, dice Siegel.

Si el cuidador es empático, sensible y disponible a la satisfacción de las necesidades del niño, el tipo de apego que éste tiene altas probabilidades de desarrollar es el apego seguro. Si el cuidador es evitativo, rechazante, hostil y no conecta emocionalmente con el niño, el bebé desarrolla un apego inseguro evitativo en el que aprende (es un apego disfuncional pero para el niño tendría una función de adaptación a ese contexto relacional, no lo olvidemos) que para mantener próxima a la figura de apego (incluso los apegos disfuncionales tendrían esa función: mantener próxima a la figura de apego sin ser dañados o siendo dañados lo menos posible) debe de pedirle poco. Aprende a desconectarse y a evitar el contacto con el mundo emocional. Suelen ser niños que tienen una nula conexión con lo que sienten. Aprenderían a evitar las emociones.

Si el cuidador es cambiante, inconsistente, impredecible (unas veces se conecta adecuadamente con el niño y satisface sus necesidades; pero otras veces es intrusivo (se conecta cuando el niño no quiere o le invade con sus emociones negativas de tristeza, angustia, miedo…) E, incluso, otras veces, cuando el niño lo necesita, el cuidador se retira o desconecta, el niño no tendrá clara la respuesta del cuidador, aprende que es impredecible. Con lo cual, la estrategia que desarrollará es el apego inseguro ansioso-ambivalente: incrementar sus conductas de apego para atraer al cuidador hacia sí. Estos niños viven más preocupados por su propia angustia y tienen inmensa preocupación sobre si son suficientemente queridos o no. Se les llama ambivalentes porque de bebés, en las investigaciones, en la relación con la madre, lloran mucho cuando ésta se aleja. Pero cuando la madre vuelve para reencontrarse con el bebé el niño se resiste a ser cogido, no se calma fácil…

Y, finalmente, en contextos caóticos, violentos, con padres atemorizados o atemorizantes, desorganizados… en los que el cuidador se muestra agresivo física o verbalmente con el niño cuando éste demanda atención o pone en marcha sus conductas de apego, pero cuando el niño se aleja para defenderse el cuidador lo vive mal también, lo interpreta de modo hostil… se dice que el niño vive una paradoja irresoluble pues no puede ni siquiera huir de quien le ataca, tanto si se aproxima como si se aleja. Además, la propia figura adulta que debería convertirse en base segura para el niño se convierte en fuente de maltrato o de estrés. Estos niños se quedan como en trance, congelados. No pueden organizar una respuesta (como el evitativo, desconectarse, o como el ambivalente, incrementar sus conductas de aproximación) por lo que este tipo de apego contiene elementos de los dos anteriores pero sin una estrategia organizada (de ahí su denominación de desorganizado) Es el tipo de apego más grave que existe, el que más asociación tiene con la patología y el de pronóstico peor. El niño aprende a desear acercarse al adulto (activar su sistema de conexión social) pero a la vez ha aprendido a activar su sistema de defensa (retirarse) por lo que en las relaciones futuras sufrirá bruscos cambios que le lleven a ser inestable y cambiante en las relaciones. Desarrollar una mente coherente (en palabras del autor Siegel) es muy difícil en un patrón relacional de este tipo, por lo que suelen ser niños disruptivos.

L.: Si hablamos del entorno educativo, ¿qué relaciones establece el niño con éste, con los profesores, compañeros...? ¿Cuál debería ser la relación?

Según el tipo de trastorno de apego, las relaciones, como hemos visto, pueden establecerse de manera diferente. Si el apego que predomina es el evitativo, el niño evitará cualquier contacto con su mundo emocional. Será un niño que funcionará mejor desde lo instrumental y lo racional. Es posible que sea un niño retraído. Al no tener un conocimiento de su mundo emocional, es posible que pueda tender a ser explosivo porque no manejará bien los sentimientos de rabia. El niño ansioso-ambivalente, al contrario, buscará llamar la atención y se mostrará hiperdemandante con compañeros y profesores, no regulando sus estados emocionales y pudiendo ser invasivo con los demás. Usará cualquier conducta que suponga llamada de atención para tener una ilusión de alivio y alejar el fantasma de no sentirse querido (mentir, fabular…) pero también puede mostrarse en la faceta positiva, muy afectivo. El niño desorganizado es quien peor lo tiene y el que más problemas sociales muestra pues su estrategia puede ser excesivamente punitiva, y además puede entrar en escaladas de poder porque su leit motiv puede ser tratar de controlar y dominar las relaciones sociales para sentirse seguro. Su inestabilidad emocional puede conducirle a cambios bruscos en su estado mental pasando de estallidos ante la frustración a, minutos u horas después, mostrarse como si nada hubiera ocurrido.

L.:
¿Cómo podemos ayudar a estos niños? ¿Cómo les podemos enseñar?

Puede parecer una visión muy negativa la que estoy trasladando en estas líneas. No es cierto, porque dentro de los trastornos de apego debemos hablar de niveles de severidad (leve, moderado, grave) También debemos de decir que el apego desorganizado es el más grave y el más vinculado con la enfermedad o los trastornos mentales (por ejemplo, con el trastorno límite de la personalidad) En mi opinión, los otros apegos (evitativo, ansioso-ambivalente) serían más disfuncionales; el desorganizado lo consideraría más trastorno. Aunque al final no es una cuestión categorial sino dimensional: cuando la frecuencia e intensidad de un rasgo es muy elevada y además causa deterioro en la vida de la persona, es cuando estamos más cerca del trastorno.

Otro aspecto importante es la edad en la que se detecte y en la que se pongan en marcha las ayudas. Cuanto antes, mejor. Y otro punto es el papel de los padres o cuidadores y profesores para encauzar esto o para empeorarlo. Es el papel de los agentes sociales, que es muy trascendente en este y en otros problemas.

Los autores que estudian los trastornos de apego insisten en que el cerebro se muestra plástico durante toda la vida, por lo que siempre es posible una intervención. Cuanto más temprana, mejor serán los resultados. Es verdad que los niños que han sufrido este trastorno lo tienen más difícil si se ha gestado en las edades clave (entre los 0 y los 2 años) Si en este periodo ha habido separaciones de las figuras de apego, rupturas, abandono, maltrato… es una edad crucial y las secuelas se van a notar posteriormente porque será un niño social y emocionalmente menos competente. Pero siempre merece la pena poner en marcha intervenciones. Con algunos niños se puede lograr una gran recuperación y encaminarles hacia representaciones de apego más seguras. Con otros, más graves, y dependiendo también del contexto social, educativo y/o familiar en el que estén insertos, es posible mejorar pero no eliminar las características de apego disfuncionales que desarrollaron como formas de supervivencia en los contextos en las que se generaron. Es muy difícil eliminar lo que tuvo valor para la supervivencia. Igual ni siquiera hay que hacerlo, aunque sí encauzarlo. En otros, puede que lo que vivieron fuese tan grave que aspiramos a sostenerlos con una red psicosocial de apoyo. Les falló tanto la seguridad de base, la tuvieron tan escasamente en los primeros años, que es como si fuesen una casa sin cimientos. Por ello, deberíamos aspirar a entretejer una red psicosocial de apoyo que sería, siguiendo la metáfora del edificio, algo así como las casas antiguas, sin cimientos, que se sujetan apoyándose las unas en las otras.

Las formas de ayudarles son muchas: primero, detectando el problema. Para ello los padres o responsables del menor deben de acudir a profesionales formados y experimentados. Un tratamiento psicológico especializado, con una psicoterapia centrada en el apego, es la primera medida. El tratamiento suele ser largo. Después, estaría la coordinación con la red psicosocial que tiene un papel crucial: los padres, con quienes hay que trabajar a lo largo del tratamiento para que comprendan qué le ocurre a su hijo y adquieran las herramientas educativas adecuadas para ayudarle en sus problemas. Es necesario que los padres bajen expectativas, a veces, y que reconozcan a su hijo el dolor por el que ha pasado. Y además, que se conciencien de que determinadas pautas de crianza son perjudiciales (como los castigos, por ejemplo) Y, finalmente, que los profesores del colegio conozcan también el problema y que éstos se planteen lo primero, establecer una buena relación basada en la aceptación (aunque no en la tolerancia de conductas que puedan dañar) Los profesores que establecen una buena relación y muestran afecto a los niños consiguen más de ellos. La filosofía debe ser inclusiva y el centro escolar se debe de marcar como objetivo educar usando las estrategias educativas (focalizadas en el apego) que ayuden a estos niños a adaptarse al entorno escolar y que la experiencia se pueda convertir en reparadora, no en estresante. Soy consciente de que para ello los profesores y padres necesitan más formación y aprendizaje en este sentido. A veces están demasiado solos. No me quiero olvidar de las ayudas para el aprendizaje que puedan necesitar en función de las áreas en las que presente retraso.
(Mañana, la tercera y última parte de esta entrevista)