Como veis, cierro la trilogía (un libro, una canción y, por último, una película) dedicando el post a comentar la película La vergüenza. Tenía pendiente verla desde hace tiempo y unas vacaciones dan para ello. La próxima película que me espera relacionada con el tema central de este blog es Precious.
Como ya sabéis, La vergüenza gira en torno a una pareja que, superados por el comportamiento del niño que tienen en acogimiento, se cuestiona si seguir adelante llegado el momento en el que comienza a plantearse la adopción. El padre se muestra más claro y trata de convencer a su pareja (es inminente la llegada de una trabajadora social que evaluará la evolución del menor en la familia y las capacidades parentales) de que no pueden criar al niño dado lo problemático que es. La madre acogedora, en cambio, piensa que, aunque con dificultades, sí pueden y trata de convencer al padre de que debido al sufrimiento del niño es normal que se comporte del modo en que lo hace. Surgen sus dudas, miedos, inseguridades, el conflicto ético en el que se ven atrapados... Pese a todo, la mujer logra imponer al hombre que deben de dar una buena imagen y minimizar el problema del menor. Fingir delante de la trabajadora para que ésta no emita un informe negativo acerca de su idoneidad como futuros padres adoptivos.
La llegada de la trabajadora social irá haciendo salir a la superficie el conflicto por el que la pareja atraviesa: sus mentiras, su falta de comunicación… Una batería de preguntas de la trabajadora referentes a sus respectivas historias de vida y aspectos de su personalidad hace estallar al padre que no comprende la relación existente entre cuidar de su hijo y sus experiencias infantiles y adultas de vida. Al final, esta entrevista les hará reflexionar y darse cuenta de sus propios errores (la ausencia de sinceridad entre ellos y la falta de madurez del hombre para asumir una paternidad más deseada por ella que por él) La entrevista tiene efecto y experimentan ese darse cuenta que les permite interiorizar que asumir una paternidad supone asumir primero una perspectiva madura de la vida. Y ello tiene el efecto positivo de cambiar su mirada sobre el niño, aunque todo pasa en un día y ese cambio tan rápido es un tanto inverosímil que suceda. Una escena del final en la que el padre le pregunta al infante si desearía conocer a su madre biológica es señal de ese cambio: el padre empieza a ponerse un poco en la piel del niño y a comprenderle mejor. Otra escena del final (la madre abraza al menor y éste le recibe con apertura) también es un indicador de la transformación. Nos quedamos con la incertidumbre de saber si continuarán adelante o no con la adopción y si serán aceptados como idóneos o no.
El infante, por su parte, también hace su camino: ayudado por su cuidadora (que es la única que le comprende y sabe regularle) puede entender que su madre le quiere pero que por el momento no puede estar con ella. En realidad la cuidadora del niño en la casa (contratada por los padres) es… ¡la madre biológica! (algo inverosímil también) Esta había seguido la pista al niño hasta dar con él y entrar contratada en la casa. En un momento que siente que los padres no van a continuar con la posible adopción, se plantea llevarse al menor a su tierra, Perú, pero ayudada por una amiga reflexiona y no lo hace. El infante le pregunta constantemente por su madre, si ha hablado por teléfono... Y la cuidadora-madre es quien se encarga de hacer ver al niño que si él lo desea debe de seguir en la familia de acogida y que su madre le quiere, pero no le releva la verdad de que ella es su progenitora. También podemos asistir al sufrimiento de una madre desesperada por no poder hacerse cargo de su hijo.
La película se centra en exceso en los problemas de los padres, en su relación y en cómo repercute en la educación del niño, en sus sentimientos, pensamientos, motivaciones… quedando el punto de vista del menor en un segundo plano. Poco expresa verbalmente el niño (aunque su expresión no verbal es acertada y se adivina claramente su sufrimiento) Hubiera sido deseable que le hubieran dado chance al muchacho reflejando su mundo interno en entrevistas con la trabajadora familiar o en sesiones de terapia (donde se vieran sus dibujos, sus juegos…) para dar a conocer al público lo que siente y vive un niño como él: menor que ha sufrido el síndrome del peloteo (de familia en familia y de centro de acogida a centro de acogida) y presenta las alteraciones del comportamiento propias de un niño con trastorno del vínculo. Se ha optado más por dar voz a los adultos. El director sí lanza (aunque no se ahonda en ello) otros problemas que este menor tiene: el acoso que padece en el colegio, por ejemplo.
Queda muy bien recogido cómo el niño, sin la adecuada regulación del adulto, no sabe dirigirse responsablemente, por ejemplo, en el episodio de la pecera. Y también me ha gustado el mensaje claro que la trabajadora familiar transmite a los padres: el menor ha sufrido muchas pérdidas y abandonos y esto debemos de cuidarlo mucho porque no debe de repetirse. El caso que nos presentan es el de una pareja treintañera con deseos de ser padres, un tanto inmaduros, con conflicto larvado entre ellos que se hacen cargo de un menor con trastornos conductuales y vinculares producto de un sufrimiento por el abandono, un sistema muy complejo ya que para ser padres debe existir una estabilidad, máxime cuando el hijo acarrea una dura historia a sus espaldas y necesita de una estructura familiar consistente porque manifestará su dolor mediante los problemas de comportamiento y las dificultades de autoregulación. Y para esto hay que estar preparados porque debe primar el derecho del niño a tener unos padres competentes.
Como ya sabéis, La vergüenza gira en torno a una pareja que, superados por el comportamiento del niño que tienen en acogimiento, se cuestiona si seguir adelante llegado el momento en el que comienza a plantearse la adopción. El padre se muestra más claro y trata de convencer a su pareja (es inminente la llegada de una trabajadora social que evaluará la evolución del menor en la familia y las capacidades parentales) de que no pueden criar al niño dado lo problemático que es. La madre acogedora, en cambio, piensa que, aunque con dificultades, sí pueden y trata de convencer al padre de que debido al sufrimiento del niño es normal que se comporte del modo en que lo hace. Surgen sus dudas, miedos, inseguridades, el conflicto ético en el que se ven atrapados... Pese a todo, la mujer logra imponer al hombre que deben de dar una buena imagen y minimizar el problema del menor. Fingir delante de la trabajadora para que ésta no emita un informe negativo acerca de su idoneidad como futuros padres adoptivos.
La llegada de la trabajadora social irá haciendo salir a la superficie el conflicto por el que la pareja atraviesa: sus mentiras, su falta de comunicación… Una batería de preguntas de la trabajadora referentes a sus respectivas historias de vida y aspectos de su personalidad hace estallar al padre que no comprende la relación existente entre cuidar de su hijo y sus experiencias infantiles y adultas de vida. Al final, esta entrevista les hará reflexionar y darse cuenta de sus propios errores (la ausencia de sinceridad entre ellos y la falta de madurez del hombre para asumir una paternidad más deseada por ella que por él) La entrevista tiene efecto y experimentan ese darse cuenta que les permite interiorizar que asumir una paternidad supone asumir primero una perspectiva madura de la vida. Y ello tiene el efecto positivo de cambiar su mirada sobre el niño, aunque todo pasa en un día y ese cambio tan rápido es un tanto inverosímil que suceda. Una escena del final en la que el padre le pregunta al infante si desearía conocer a su madre biológica es señal de ese cambio: el padre empieza a ponerse un poco en la piel del niño y a comprenderle mejor. Otra escena del final (la madre abraza al menor y éste le recibe con apertura) también es un indicador de la transformación. Nos quedamos con la incertidumbre de saber si continuarán adelante o no con la adopción y si serán aceptados como idóneos o no.
El infante, por su parte, también hace su camino: ayudado por su cuidadora (que es la única que le comprende y sabe regularle) puede entender que su madre le quiere pero que por el momento no puede estar con ella. En realidad la cuidadora del niño en la casa (contratada por los padres) es… ¡la madre biológica! (algo inverosímil también) Esta había seguido la pista al niño hasta dar con él y entrar contratada en la casa. En un momento que siente que los padres no van a continuar con la posible adopción, se plantea llevarse al menor a su tierra, Perú, pero ayudada por una amiga reflexiona y no lo hace. El infante le pregunta constantemente por su madre, si ha hablado por teléfono... Y la cuidadora-madre es quien se encarga de hacer ver al niño que si él lo desea debe de seguir en la familia de acogida y que su madre le quiere, pero no le releva la verdad de que ella es su progenitora. También podemos asistir al sufrimiento de una madre desesperada por no poder hacerse cargo de su hijo.
La película se centra en exceso en los problemas de los padres, en su relación y en cómo repercute en la educación del niño, en sus sentimientos, pensamientos, motivaciones… quedando el punto de vista del menor en un segundo plano. Poco expresa verbalmente el niño (aunque su expresión no verbal es acertada y se adivina claramente su sufrimiento) Hubiera sido deseable que le hubieran dado chance al muchacho reflejando su mundo interno en entrevistas con la trabajadora familiar o en sesiones de terapia (donde se vieran sus dibujos, sus juegos…) para dar a conocer al público lo que siente y vive un niño como él: menor que ha sufrido el síndrome del peloteo (de familia en familia y de centro de acogida a centro de acogida) y presenta las alteraciones del comportamiento propias de un niño con trastorno del vínculo. Se ha optado más por dar voz a los adultos. El director sí lanza (aunque no se ahonda en ello) otros problemas que este menor tiene: el acoso que padece en el colegio, por ejemplo.
Queda muy bien recogido cómo el niño, sin la adecuada regulación del adulto, no sabe dirigirse responsablemente, por ejemplo, en el episodio de la pecera. Y también me ha gustado el mensaje claro que la trabajadora familiar transmite a los padres: el menor ha sufrido muchas pérdidas y abandonos y esto debemos de cuidarlo mucho porque no debe de repetirse. El caso que nos presentan es el de una pareja treintañera con deseos de ser padres, un tanto inmaduros, con conflicto larvado entre ellos que se hacen cargo de un menor con trastornos conductuales y vinculares producto de un sufrimiento por el abandono, un sistema muy complejo ya que para ser padres debe existir una estabilidad, máxime cuando el hijo acarrea una dura historia a sus espaldas y necesita de una estructura familiar consistente porque manifestará su dolor mediante los problemas de comportamiento y las dificultades de autoregulación. Y para esto hay que estar preparados porque debe primar el derecho del niño a tener unos padres competentes.
Si la veis o la habéis visto, espero vuestros comentarios.
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