El cariño, el amor, la ternura hacia los hijos conforman el afecto. Hay afectividad cuando se produce esa transmisión de sentimientos y los niños sienten que los sienten (es realmente un descubrimiento esta expresión de Daniel Siegel)
Hay muchos padres que piensan así, afortunadamente la mayoría. Por eso es más alta la proporción de niños bientratados que de maltratados.
Pero existe todavía una ideología imperante que afirma que cuando un niño transgrede una norma o no satisface una expectativa de los padres es necesario mostrarse duro o rechazante con él. Para que el menor note que estoy harto y terriblemente enfadado por lo que ha hecho. Así, de este modo, si el niño o adolescente ha faltado a clase, ha fumado cigarrillos, ha robado una cantidad de dinero, ha sacado malas notas... las tácticas de disciplina oscilan entre gritarle, amenazarle con castigos implacables, rechazarle (a su persona) y, en algunos casos, insultarle o menospreciarle. Incluso mostrarse en contra de dar y recibir muestras de cariño y afecto. En una palabra, como dicen muchos padres, hacerle duro.
Cuando la táctica de hacerle duro no funciona, entonces algunos padres optan por, además de manifestarse renuentes a las muestras de afecto, ya no sólo ignorar al niño o adolescente sino pasar totalmente de él. Lo peor que puede ocurrir.
Algunos padres pueden reaccionar así como consecuencia de las conductas de sus hijos y hacerlo de manera transitoria. Pero hay padres cuya dureza no es coyuntural sino que forma parte de un rasgo de su personalidad. El estilo es duro, frío y seco. El niño no escucha, o rara vez, felicitaciones por sus avances y éxitos y sí las mayores reconvenciones y críticas por sus fallos, aparte de mostrarse poco cariñosos: las muestras de afecto (besos, abrazos…) son nulas o escasas. Los padres propenden a ser así con independencia de lo que el niño o joven haga y esto es muy dañino para los menores.
Nos resulta muy difícil en la educación con los niños separar la conducta de la persona y esto es un error garrafal. Cuando un niño presenta un comportamiento negativo, debemos no tolerarlo, en efecto, pero sí mantener la aceptación de su persona como tal. Este es el concepto de la aceptación fundamental (diferente del que nos proponía el autor Rogers cuando hablaba de la incondicional) que yo he aprendido de la profesora, a quien admiro, Maryorie Dantagnan, psicóloga y psicoterapeuta infantil.
Por eso, el cariño, las muestras de afecto y la valoración del niño per se, deben de mantenerse siempre, haga lo que haga el menor. No hay por qué retirarle el afecto. Si esto se hace desde que son niños ("tú eres bueno aunque hayas hecho una cosa mal"), reduciremos de manera muy alta el riesgo de jóvenes problemáticos. Por ejemplo, si mi hijo ha sacado malas notas y desde mi enfado como padre decido ignorarle de tal manera que ni me acerco ni le doy un beso de buenas noches, esto no es adecuado. Le puedo dar el beso de buenas noches y decirle: “Sabes que te quiero (¡cuesta esto mucho a algunos padres!) pero estoy disgustado con las notas que has sacado. Mañana hablaremos sobre qué te ha pasado para que suspendas tanto, en qué te puedo ayudar, qué piensas hacer para solucionarlo y qué tipo de medidas vamos a adoptar para que repares lo que no has hecho bien”
El modelo de buen trato es la base de toda educación y hunde sus cimientos en el amor y el afecto incondicional a los hijos. Concluyo con unas palabras del pionero en este área el profesor (y de quien tengo el honor de ser amigo) Jorge Barudy, entresacadas de un artículo que podéis leer en esta dirección): Diferentes investigaciones realizadas en el campo de la neurología, la etología humana y las neurociencias entregan la información necesaria para que no quede ninguna duda que la maduración del cerebro y del sistema nervioso de los infantes, depende del cariño, la estimulación y los cuidados que reciben del mundo adulto en especial de sus madres y padres. Cuando esto no ocurre existe un enorme riesgo de daños de las diferentes funciones mentales necesarias para asegurar el aprendizaje, una adaptación sana al entorno y la participación en relaciones interpersonales afectivas basadas en el respeto y la reciprocidad en la producción de cuidados. Por esta razón, insistiremos que los buenos tratos, sobre todo, antes de los tres años de edad, son fundamentales para promover una infancia y una adolescencia sana, así como una adultez, constructiva y altruista.
Imagen tomada de la web de Save The Children
Hay muchos padres que piensan así, afortunadamente la mayoría. Por eso es más alta la proporción de niños bientratados que de maltratados.
Pero existe todavía una ideología imperante que afirma que cuando un niño transgrede una norma o no satisface una expectativa de los padres es necesario mostrarse duro o rechazante con él. Para que el menor note que estoy harto y terriblemente enfadado por lo que ha hecho. Así, de este modo, si el niño o adolescente ha faltado a clase, ha fumado cigarrillos, ha robado una cantidad de dinero, ha sacado malas notas... las tácticas de disciplina oscilan entre gritarle, amenazarle con castigos implacables, rechazarle (a su persona) y, en algunos casos, insultarle o menospreciarle. Incluso mostrarse en contra de dar y recibir muestras de cariño y afecto. En una palabra, como dicen muchos padres, hacerle duro.
Cuando la táctica de hacerle duro no funciona, entonces algunos padres optan por, además de manifestarse renuentes a las muestras de afecto, ya no sólo ignorar al niño o adolescente sino pasar totalmente de él. Lo peor que puede ocurrir.
Algunos padres pueden reaccionar así como consecuencia de las conductas de sus hijos y hacerlo de manera transitoria. Pero hay padres cuya dureza no es coyuntural sino que forma parte de un rasgo de su personalidad. El estilo es duro, frío y seco. El niño no escucha, o rara vez, felicitaciones por sus avances y éxitos y sí las mayores reconvenciones y críticas por sus fallos, aparte de mostrarse poco cariñosos: las muestras de afecto (besos, abrazos…) son nulas o escasas. Los padres propenden a ser así con independencia de lo que el niño o joven haga y esto es muy dañino para los menores.
Nos resulta muy difícil en la educación con los niños separar la conducta de la persona y esto es un error garrafal. Cuando un niño presenta un comportamiento negativo, debemos no tolerarlo, en efecto, pero sí mantener la aceptación de su persona como tal. Este es el concepto de la aceptación fundamental (diferente del que nos proponía el autor Rogers cuando hablaba de la incondicional) que yo he aprendido de la profesora, a quien admiro, Maryorie Dantagnan, psicóloga y psicoterapeuta infantil.
Por eso, el cariño, las muestras de afecto y la valoración del niño per se, deben de mantenerse siempre, haga lo que haga el menor. No hay por qué retirarle el afecto. Si esto se hace desde que son niños ("tú eres bueno aunque hayas hecho una cosa mal"), reduciremos de manera muy alta el riesgo de jóvenes problemáticos. Por ejemplo, si mi hijo ha sacado malas notas y desde mi enfado como padre decido ignorarle de tal manera que ni me acerco ni le doy un beso de buenas noches, esto no es adecuado. Le puedo dar el beso de buenas noches y decirle: “Sabes que te quiero (¡cuesta esto mucho a algunos padres!) pero estoy disgustado con las notas que has sacado. Mañana hablaremos sobre qué te ha pasado para que suspendas tanto, en qué te puedo ayudar, qué piensas hacer para solucionarlo y qué tipo de medidas vamos a adoptar para que repares lo que no has hecho bien”
El modelo de buen trato es la base de toda educación y hunde sus cimientos en el amor y el afecto incondicional a los hijos. Concluyo con unas palabras del pionero en este área el profesor (y de quien tengo el honor de ser amigo) Jorge Barudy, entresacadas de un artículo que podéis leer en esta dirección): Diferentes investigaciones realizadas en el campo de la neurología, la etología humana y las neurociencias entregan la información necesaria para que no quede ninguna duda que la maduración del cerebro y del sistema nervioso de los infantes, depende del cariño, la estimulación y los cuidados que reciben del mundo adulto en especial de sus madres y padres. Cuando esto no ocurre existe un enorme riesgo de daños de las diferentes funciones mentales necesarias para asegurar el aprendizaje, una adaptación sana al entorno y la participación en relaciones interpersonales afectivas basadas en el respeto y la reciprocidad en la producción de cuidados. Por esta razón, insistiremos que los buenos tratos, sobre todo, antes de los tres años de edad, son fundamentales para promover una infancia y una adolescencia sana, así como una adultez, constructiva y altruista.
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