- La utilización del símil de la economía. La economía aplicada a la mente sigue cuatro sencillos principios: el paciente crónicamente traumatizado quizá precise de aumentar los ingresos (de energía mental y física) porque se halle deprimido o bajo anímicamente; quizá tenga que suprimir los gastos innecesarios de energía mental (porque su energía, por ejemplo, se gasta realizando acciones que le defienden del trauma: por ejemplo, con una gran hiperactividad); o quizá tenga que suprimir las deudas (por ejemplo, acciones fallidas del pasado o conflictos no cerrados) Todo ello debe trabajarse en interrelación con lo que se llama eficiencia mental: hacer eficiente a la mente para que administre bien su energía. Ello implica que un paciente traumatizado pero deprimido no puede trabajar en psicoterapia el trauma si primero no nos ocupamos de que su energía (si hay déficit de ingresos) aumente proponiéndole un ocio adecuado, una buena alimentación, reducción del estrés y relajación, por ejemplo.
- El concepto del ciclo de percepción-acción motriz. Las personas traumatizadas, en situaciones de amenaza, emiten conductas muy arraigadas basadas en percepciones automatizadas que implican conductas motrices rápidas. No media la reflexión de la emoción que sintió. Siguen al pie de la letra el significado de la palabra emoción: emovere: un impulso energizante a la acción. Muchas de sus conductas son interpretadas de manera negativa porque se desconoce esto. Por ejemplo, un niño pegó en la pared de la consulta, en la sala de espera, mocos. El terapeuta salió a decirle que ya podía entrar en la sala de consulta y vio los mocos en la pared. Le recriminó al niño y éste reaccionó gritándole, insultándole y, después, escapándose a la calle. La recriminación del terapeuta actuó como un disparador de emociones traumáticas que pasan al cuerpo y se traducen en un acto motriz. Un observador externo diría que el niño no tiene educación, es un provocador, etc. Pero si sabemos que su historia estaba caracterizada por continuas denigraciones a su persona y palizas físicas, podremos llegar a conocer que el terapeuta no debe de recriminar sino, con calma, hablar, explicar y ayudarle a reparar, siempre y cuando el niño no presente emotividad violenta. Si existe esta emotividad, hay que postponer la actuación para otro día. Los autores también nos hablan de la emotividad violenta: no hay que alentar su expresión sino ayudar al paciente a que se fije en su cuerpo y sea capaz de darse cuenta de qué está sintiendo. La emotividad violenta hay que interrumpirla.
- La enorme importancia que tiene la relación terapéutica con el paciente crónicamente traumatizado. El autor le otorga un valor central, de tal modo que se trabaja específicamente en todas las fases de la terapia. Especialmente, hay que abordar con el paciente el miedo a establecer un apego y el miedo, una vez establecido, a perder ese apego. Una relación confiada y segura es el marco indispensable para que estos pacientes puedan prosperar. Me llama la atención y me ha parecido genial cómo se plantea al terapeuta que verbalice con su paciente todo, haciendo especial hincapié en el uso de la empatía ante cualquier problema que surja (por ejemplo, llegar tarde a una cita, enfados del paciente con el terapeuta por cualquier otro motivo…) Los autores enfatizan que el paciente siempre tendrá miedo de que el terapeuta le deje, abandone o recrimine si muestra determinados sentimientos delante de él, por lo que recurrirá a acciones defensivas. Es trascendente, pues, saber manejar e interpretar adecuadamente las conductas del paciente. Finalmente, el establecimiento de unos límites claros en la relación profesional (establecer horarios fijos, determinar un número concreto de llamadas telefónicas fuera de consulta si se contemplan éstas…) ayuda a definir el marco y proporciona al paciente y terapeuta una seguridad. El afecto (respetuoso, sincero y dentro de los límites profesionales) hacia el paciente es contemplado por estos autores y es la primera vez que lo leo de manera clara. Y, realmente, es positivo este afecto.
- El abordaje del objetivo de la regulación emocional antes de empezar con objetivos de elaboración cognitiva o de introspección de los contenidos traumáticos. Los pacientes crónicamente traumatizados presentan problemas de moderados a severos para sentir las emociones y que éstas estén presentes en ellos, conteniéndolas, sin actuarlas. Antes de cualquier trabajo elaborador de la historia de vida, es necesario que los pacientes se autoobserven, buceen dentro de sí mismos y aprendan a conocer y tolerar (sin actuar) gradualmente sus emociones. Los autores no se cansan de repetirlo una y otra vez: primero, abordar la regulación emocional; después, el trabajo elaborador. Proponen todo un inventario de técnicas para abordar el trabajo con las emociones. En los casos más graves, una medicación puede ser necesaria. Esto cuesta todavía entender, pero cualquiera que haya trabajado con pacientes con trauma crónico y grandes desregulaciones, con emotividad violenta, saben que es necesario porque la fisiología del paciente puede requerir del aporte del fármaco. Si no, el espacio de la terapia no es seguro ni para el paciente ni para el terapeuta.
La propia relación terapéutica se convierte en reguladora de las emociones del paciente, es otro aporte valioso de estos autores, siempre y cuando ésta se establezca de manera apropiada.
- Finalmente (podría destacar mucho más, pero no terminaría) resalto el tratamiento por fases que proponen: perfectamente estructurado, magistralmente explicado y detallado, con ejemplos prácticos y un buen número de técnicas.
Si queremos ayudar y mejorar el tratamiento psicoterapéutico de los pacientes crónicamente traumatizados, niños o adultos, que han vivido situaciones, de manera continuada, en la que han padecido abandono severo, malos tratos, carencias afectivas y físicas y que presentan un daño emocional grave, este libro se convierte en imprescindible y, a la vez, apasionante. Cada vez avanzamos más hacia, como dice mi amigo y colega Rafael Benito, psiquiatra, una psiconeurofisioterapia, en la medida en que la ciencia descubre cómo las experiencias modelan la función y esructura cerebral y la mente es la interfaz entre ambas.