Así de duro y triste. Me refiero a los casos de Huelva y Córdoba que han conmocionado a la opinión pública y han abierto un debate acerca de qué está fallando en nuestra sociedad para que unos niños cometan la bajeza de violar, en grupo, a una niña. Porque de niños se trata: son menores de 18 años, adolescentes. Niño es todo menor de 18 años. Si ya es algo catalogable como terrible cuando un adulto lo comete, no digamos cuando es un niño.
Antes de ofrecer mi punto de vista, es necesario, en mi opinión, tomar conciencia de que son muy pocos casos. El peligro es que cometamos distorsiones del pensamiento y caigamos, por ejemplo, en el error de sobregeneralizar. La noticia es que, al menos en España, miles de niños no cometen estos actos ni se les pasa por la cabeza.
Aunque pocos casos, cualitativamente hablando y desde una óptica moral, sin embargo, sacuden la conciencia de cualquier bien nacido. Repugna leer que unos menores violan, uno tras otro, a una niña deficiente, como ha pasado recientemente en Huelva. La dimensión ética de estos lamentables sucesos tiene un hondo calado y nos lleva a preguntarnos lo que nos hemos cuestionado en párrafos precedentes: ¿Qué está pasando en la educación de los menores?
Creo que se dan una serie de factores que, en interacción, están influyendo para la gestación de una tipología de menor hecha a imagen y semejanza de la sociedad. Porque los menores que cometen estos viles actos no tienen patología alguna en la mayoría de los casos.
En primer lugar, desde un punto de vista sociológico, los medios de comunicación -especialmente la televisión- ofrecen un modelo de vida que transmite unos valores, a través de sus series estrella, basados en el éxito fácil, la banalización de la sexualidad (desproveyéndola de todo compromiso e implicación afectiva) y el materialismo. En un post escrito hace tiempo -Series de TV y niños y jóvenes- exponíamos los resultados de un estudio, en cuanto a transmisión de valores, hecho a partir de las series de televisión que más ven los niños y jóvenes. Los resultados son que el modelo de joven que la TV expone en esas series es carente de profundidad. Lo que más le interesa al joven de dichas series es el sexo y las cosas materiales. El esfuerzo para conseguir metas en la vida no es contemplado como una opción. Todo esto es como una nube que rodea a nuestros niños y jóvenes muchas horas al día.
Pero aunque ejercen una poderosa influencia en modelar conductas, estimo que los medios de comunicación no son la causa de la desnormativización de algunos niños. El factor que más está influyendo es un modelo de familia en el cual los padres o cuidadores tienen grandes problemas para ejercer la autoridad. No me refiero a ser autoritario. Aludo a un modelo de socialización parental en el cual los padres, desde una actitud democrática, escuchan y dan razones acerca de por qué se pueden hacer o no hacer determinadas cosas pero, a la vez, limitan: esto es, han establecido unas normas claras y las hacen cumplir, marcando consecuencias para el incumplimiento de las mismas. Existe un control racional de la conducta. Los niños que crecen sin límites normativos pueden desarrollar un estilo egocéntrico y narcisista que les lleva a pensar que pueden coger y tener todo lo que desean porque se lo merecen. Y si, además, no han estado presentes valores humanos en su educación basados en el respeto a los derechos de los otros y la empatía, de ahí no es difícil considerar al semejante como un instrumento a mi servicio. El otro no existe, se le ignora o se le usa.
En íntima relación con lo anterior está el tiempo que los padres dedican a los hijos y lo que hacen con ellos durante ese tiempo (¿acompañan a los hijos en su educación como hacían los griegos, hablando y reflexionando?) Para educar en la transmisión de valores y normas y hacer cumplir éstas, los niños necesitan la presencia física de los adultos, sobre todo al principio, pues esa voz normativa interiorizada que llega a ser la moral autónoma no se desarrolla si no ha habido presencia educativa. Está claro que dar a los menores todo lo que necesiten a nivel material (un cuarto de juegos perfecto, videoconsolas, un prestigioso colegio, regalos, buena alimentación…) no es suficiente. Necesitan establecer vínculos con personas que se apeguen a ellos desde una relación coherente en afectos y normas. El tiempo de calidad vale como el de cantidad. Los niños, en verdad, lo que necesitan es afecto y normas claras. Y ser consistentes y coherentes con las mismas. El afecto se demuestra de mil maneras: jugando, hablando, abrazando, pintando, conversando, haciéndoles reflexionar sobre sus actos y la vida en general... La normas se establecen desde un criterio racional y acorde con su nivel evolutivo. Sí se les deja opinar y negociar con las mismas, pero no tienen la última palabra. Afecto y control van muy unidos, y normalmente cuando hay fallos en uno de los dos ejes, se resiente el otro.
En mi trabajo observo que muchos niños crecen, literalmente, solos. Sin guía externa ante un mundo complejo y con valores fundamentalmente hedónicos. Sin este filtro afectivo y estructurante que es la familia, un niño puede crecer volcándose en su yo en busca de la propia autosatisfacción. Creo que la imagen que pongo junto a estas líneas resume mejor que mil palabras lo que pienso que necesitan los niños.
¿Es necesario cambiar las leyes o hay que cambiar el modelo educativo? Pienso que las dos cosas. Existe un vacío legal entre los 12 y 14 años que la ley debe de cubrir sobre todo pensando en las víctimas, para que perciban que no existe impunidad. Pero, como muy bien dice Javier Urra en una reciente entrevista que podéis leer, los problemas van a seguir estando ahí. ¿Qué hacemos, bajar la edad penal a los 5 años de edad? Está claro que la educación tiene la palabra. Y educamos todos, no hay que echar balones fuera.
Antes de ofrecer mi punto de vista, es necesario, en mi opinión, tomar conciencia de que son muy pocos casos. El peligro es que cometamos distorsiones del pensamiento y caigamos, por ejemplo, en el error de sobregeneralizar. La noticia es que, al menos en España, miles de niños no cometen estos actos ni se les pasa por la cabeza.
Aunque pocos casos, cualitativamente hablando y desde una óptica moral, sin embargo, sacuden la conciencia de cualquier bien nacido. Repugna leer que unos menores violan, uno tras otro, a una niña deficiente, como ha pasado recientemente en Huelva. La dimensión ética de estos lamentables sucesos tiene un hondo calado y nos lleva a preguntarnos lo que nos hemos cuestionado en párrafos precedentes: ¿Qué está pasando en la educación de los menores?
Creo que se dan una serie de factores que, en interacción, están influyendo para la gestación de una tipología de menor hecha a imagen y semejanza de la sociedad. Porque los menores que cometen estos viles actos no tienen patología alguna en la mayoría de los casos.
En primer lugar, desde un punto de vista sociológico, los medios de comunicación -especialmente la televisión- ofrecen un modelo de vida que transmite unos valores, a través de sus series estrella, basados en el éxito fácil, la banalización de la sexualidad (desproveyéndola de todo compromiso e implicación afectiva) y el materialismo. En un post escrito hace tiempo -Series de TV y niños y jóvenes- exponíamos los resultados de un estudio, en cuanto a transmisión de valores, hecho a partir de las series de televisión que más ven los niños y jóvenes. Los resultados son que el modelo de joven que la TV expone en esas series es carente de profundidad. Lo que más le interesa al joven de dichas series es el sexo y las cosas materiales. El esfuerzo para conseguir metas en la vida no es contemplado como una opción. Todo esto es como una nube que rodea a nuestros niños y jóvenes muchas horas al día.
Pero aunque ejercen una poderosa influencia en modelar conductas, estimo que los medios de comunicación no son la causa de la desnormativización de algunos niños. El factor que más está influyendo es un modelo de familia en el cual los padres o cuidadores tienen grandes problemas para ejercer la autoridad. No me refiero a ser autoritario. Aludo a un modelo de socialización parental en el cual los padres, desde una actitud democrática, escuchan y dan razones acerca de por qué se pueden hacer o no hacer determinadas cosas pero, a la vez, limitan: esto es, han establecido unas normas claras y las hacen cumplir, marcando consecuencias para el incumplimiento de las mismas. Existe un control racional de la conducta. Los niños que crecen sin límites normativos pueden desarrollar un estilo egocéntrico y narcisista que les lleva a pensar que pueden coger y tener todo lo que desean porque se lo merecen. Y si, además, no han estado presentes valores humanos en su educación basados en el respeto a los derechos de los otros y la empatía, de ahí no es difícil considerar al semejante como un instrumento a mi servicio. El otro no existe, se le ignora o se le usa.
En íntima relación con lo anterior está el tiempo que los padres dedican a los hijos y lo que hacen con ellos durante ese tiempo (¿acompañan a los hijos en su educación como hacían los griegos, hablando y reflexionando?) Para educar en la transmisión de valores y normas y hacer cumplir éstas, los niños necesitan la presencia física de los adultos, sobre todo al principio, pues esa voz normativa interiorizada que llega a ser la moral autónoma no se desarrolla si no ha habido presencia educativa. Está claro que dar a los menores todo lo que necesiten a nivel material (un cuarto de juegos perfecto, videoconsolas, un prestigioso colegio, regalos, buena alimentación…) no es suficiente. Necesitan establecer vínculos con personas que se apeguen a ellos desde una relación coherente en afectos y normas. El tiempo de calidad vale como el de cantidad. Los niños, en verdad, lo que necesitan es afecto y normas claras. Y ser consistentes y coherentes con las mismas. El afecto se demuestra de mil maneras: jugando, hablando, abrazando, pintando, conversando, haciéndoles reflexionar sobre sus actos y la vida en general... La normas se establecen desde un criterio racional y acorde con su nivel evolutivo. Sí se les deja opinar y negociar con las mismas, pero no tienen la última palabra. Afecto y control van muy unidos, y normalmente cuando hay fallos en uno de los dos ejes, se resiente el otro.
En mi trabajo observo que muchos niños crecen, literalmente, solos. Sin guía externa ante un mundo complejo y con valores fundamentalmente hedónicos. Sin este filtro afectivo y estructurante que es la familia, un niño puede crecer volcándose en su yo en busca de la propia autosatisfacción. Creo que la imagen que pongo junto a estas líneas resume mejor que mil palabras lo que pienso que necesitan los niños.
¿Es necesario cambiar las leyes o hay que cambiar el modelo educativo? Pienso que las dos cosas. Existe un vacío legal entre los 12 y 14 años que la ley debe de cubrir sobre todo pensando en las víctimas, para que perciban que no existe impunidad. Pero, como muy bien dice Javier Urra en una reciente entrevista que podéis leer, los problemas van a seguir estando ahí. ¿Qué hacemos, bajar la edad penal a los 5 años de edad? Está claro que la educación tiene la palabra. Y educamos todos, no hay que echar balones fuera.
Por ello, hay que trabajar con las familias y los menores que presentan un déficit en este sentido, las que se constituyen en base a estilos de socialización parental centrados en la indulgencia y/o la negligencia. Y también los colegios tienen su parte de responsabilidad, pues creo que no se educa sino que se siguen transmitiendo conocimientos. Esto ha de cambiar y aquí hay una revolución por hacer.
¿Cuál es vuestra opinión?
2 comentarios:
Además, muchos padres lo somos de hijos únicos, queremos que vivan extraordinariamente felices y como en una nube y nos cuesta terriblemente poner límites.
Mi hija lo sabe y cada vez que le pones un límite te lo hace pagar: llora, suplica, te hace chantaje emocional... Es difícil ser asertivo en estas situaciones, pero sin duda hay que serlo.
Leiendo tu artículo cojo fuerzas... que a veces hacen falta.
Hola, Alberto:
Sí, es verdad es un trabajo que desgasta un montón porque los niños tienden a desafiar muchas veces los límites.
Y hay que coger fuerzas, porque la tarea es larga, teniendo en cuenta que las crías de la especie humana son las que más permanecen con los cuidadores (ahora se ha alargado más el tiempo) Pero me imagino que con esa actitud asertiva lograrás resultados y comprobaras que tu hija desarrolla una mente coherente fruto de tu buen hacer. Eso te llenará de satisfacción.
Animo ahí, y un cordial y afectuoso saludo
José Luis
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