Asombrosamente, durante el primer año de vida, el niño comienza a percibir la intención en otra persona. Durante esta fase y en adelante, en palabras de Daniel Siegel, la mente dispone de la habilidad para detectar que otra persona tiene una mente con un foco de atención, una intención y un estado emocional. Dicho de una manera más sencilla, el niño adquiere el concepto de las mentes de los demás. También se le llama a esto teoría de la mente.
Los estudios neurológicos han comprobado que el hemisferio izquierdo es analítico, interpretador, busca un sentido a los datos de la realidad. El hemisferio derecho es mentalizador, capta las mentes de los otros y tiene en cuenta el contexto que rodea a los datos y la información de los componentes no verbales (los gestos, la entonación…) Necesitamos, para adaptarnos, que los dos funcionen integradamente. Y los necesitamos para desarrollar una mente coherente. Lo que el izquierdo analiza, el derecho sabe situarlo en su contexto.
¿Qué ocurre cuando las experiencias infantiles son adversas, esto es, el niño ha vivido de manera continuada la negligencia, el abandono o el terror de unos padres violentos? ¿Puede deteriorar la capacidad del niño para entender otras mentes, para entender que los otros tienen intenciones, deseos…?
Si la situación es muy sobrecargante para el niño, se postula que se produce en el cerebro el bloqueo de las fibras de un órgano llamado cuerpo calloso (es como el puente que interconecta la información de los dos hemisferios del cerebro) Esto es un mecanismo que corta la mentalización (el niño no sintoniza con el adulto) Este mecanismo, según Siegel, permite impedir la visión mental como forma de adaptación a ciertas situaciones sobrecargantes. Si las comunicaciones con los progenitores son emocionalmente vacías o terroríficas, un niño se adapta a un contexto relacional particular inhibiendo o cortando la función reflexiva de la que hemos hablado.
Por ello, si este mecanismo se mantiene en el tiempo, cuando educadores, padres adoptivos o acogedores traten con niños que han vivido situaciones de maltrato o abandono severo, observarán con desesperación, entre otros problemas, que el niño parece no conectar con lo que se le dice o que sus intenciones y deseos de cambio se desvanecen rápidamente: ha fallado la función mentalizadora o reflexiva en un periodo evolutivamente crítico y el niño ha adquirido un mecanismo defensivo que fuera de ese contexto resulta maladaptativo a todas luces.
Hay que comprender, por lo tanto, lo que les ocurre a estos menores y exigirles en la medida de lo que puedan dar. Y, por supuesto, propiciarles un contexto terapéutico donde, a través de una relación terapéutica con un profesional formado en este ámbito, vayan desarrollando esta función reflexiva. El cerebro parece ser plástico toda la vida, así que se puede afirmar que nunca es tarde.
Los estudios neurológicos han comprobado que el hemisferio izquierdo es analítico, interpretador, busca un sentido a los datos de la realidad. El hemisferio derecho es mentalizador, capta las mentes de los otros y tiene en cuenta el contexto que rodea a los datos y la información de los componentes no verbales (los gestos, la entonación…) Necesitamos, para adaptarnos, que los dos funcionen integradamente. Y los necesitamos para desarrollar una mente coherente. Lo que el izquierdo analiza, el derecho sabe situarlo en su contexto.
¿Qué ocurre cuando las experiencias infantiles son adversas, esto es, el niño ha vivido de manera continuada la negligencia, el abandono o el terror de unos padres violentos? ¿Puede deteriorar la capacidad del niño para entender otras mentes, para entender que los otros tienen intenciones, deseos…?
Si la situación es muy sobrecargante para el niño, se postula que se produce en el cerebro el bloqueo de las fibras de un órgano llamado cuerpo calloso (es como el puente que interconecta la información de los dos hemisferios del cerebro) Esto es un mecanismo que corta la mentalización (el niño no sintoniza con el adulto) Este mecanismo, según Siegel, permite impedir la visión mental como forma de adaptación a ciertas situaciones sobrecargantes. Si las comunicaciones con los progenitores son emocionalmente vacías o terroríficas, un niño se adapta a un contexto relacional particular inhibiendo o cortando la función reflexiva de la que hemos hablado.
Por ello, si este mecanismo se mantiene en el tiempo, cuando educadores, padres adoptivos o acogedores traten con niños que han vivido situaciones de maltrato o abandono severo, observarán con desesperación, entre otros problemas, que el niño parece no conectar con lo que se le dice o que sus intenciones y deseos de cambio se desvanecen rápidamente: ha fallado la función mentalizadora o reflexiva en un periodo evolutivamente crítico y el niño ha adquirido un mecanismo defensivo que fuera de ese contexto resulta maladaptativo a todas luces.
Hay que comprender, por lo tanto, lo que les ocurre a estos menores y exigirles en la medida de lo que puedan dar. Y, por supuesto, propiciarles un contexto terapéutico donde, a través de una relación terapéutica con un profesional formado en este ámbito, vayan desarrollando esta función reflexiva. El cerebro parece ser plástico toda la vida, así que se puede afirmar que nunca es tarde.
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