“No hay nada más dañino en la vida que la violencia ejercida por el hombre hacia el hombre” Esta frase de Jorge Barudy viene a cuento de la Guerra de Gaza a la cual asistimos impotentes en los últimos meses. También viene en relación a otras muchas guerras que se suceden en el mundo, o a cualquier otra forma de causarse daño unos a otros, de un modo cruel.
La población civil, hombres, mujeres y niños que ni siquiera tienen voz en los conflictos armados, los ciudadanos, alejados de la clase política y de otros poderes fácticos, sufren y padecen las consecuencias de las guerras, de los que toman la decisión de enfrentarse despiadadamente implicando a personas incocentes. Ahora parece que hay decretado un alto el fuego para que se pueda seguir un proceso de paz (que no se respeta, pues hoy leo en los medios de comunicación que se han lanzado cohetes hacia Israel) Este proceso siempre llega cuando ya hay muchas personas muertas o vivas pero destrozadas por el dolor.
El trauma que las guerras, o la violencia, genera en el ser humano puede ser indeleble y de consecuencias devastadoras. Toda ayuda humanitaria será poca, no sólo para cubrir las necesidades físicas sino las psicológicas de unas personas que viven aterrorizadas ante la incertidumbre de ser alcanzados por una bomba.
¿Qué le puede responder un padre o una madre a un niño que pregunta por qué los hombres se hacen tanto daño entre sí y no son capaces de dirimir sus problemas dialogadamente encima de una mesa? ¿Por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando los jóvenes utilizan la violencia para conseguir sus fines? ¿Qué les enseña el mundo adulto?
¿Qué se le puede explicar a un niño que pregunta por qué los adultos se enfrentan a sangre y fuego, por qué no respetan a los niños, mujeres y hombres inocentes? "¿Qué hemos hecho nosotros, mamá?" – dirán muchos niños víctimas de las guerras. Y los niños son clarividentes, mucho más de lo que demuestran ser los adultos que pueden decidir.
La neurosis de guerra fue estudiada en los años cincuenta, comprobándose cómo los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial presentaban cuadros de estrés postraumático graves de los cuales no se recuperaban, causando, en muchos casos, daños irreparables en las estructuras cerebrales responsables de codificar las emociones.
Ansiedad crónica, un sistema de alerta hiperactivado, sentimientos depresivos, la sensación de que se están reviviendo (como si volviera a ocurrir realmente) los sucesos que pusieron en riesgo la propia vida o integridad personal (flashback), miedos, fobias, desconfianza, recelo en las personas, síntomas disociativos, agresividad… son manifestaciones de lo que se denomina trastorno por estrés postraumático, el cual arruina la vida de muchas personas inocentes. Es verdad que las víctimas de las guerras o la violencia nos enseñan mucho acerca de cómo se puede conseguir superar el trauma y mantenerse equilibrado, o incluso aprender de una experiencia tan demoledora (lo que se llaman personas resilientes), pero no es menos cierto que hay seres humanos que no pueden superarlo.
“Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en éstas donde deben erigirse los baluartes de la paz", reza el preámbulo de constitución de la UNESCO. Trabajemos todos para que esto pueda hacerse realidad, aunque suene a utopía.
La población civil, hombres, mujeres y niños que ni siquiera tienen voz en los conflictos armados, los ciudadanos, alejados de la clase política y de otros poderes fácticos, sufren y padecen las consecuencias de las guerras, de los que toman la decisión de enfrentarse despiadadamente implicando a personas incocentes. Ahora parece que hay decretado un alto el fuego para que se pueda seguir un proceso de paz (que no se respeta, pues hoy leo en los medios de comunicación que se han lanzado cohetes hacia Israel) Este proceso siempre llega cuando ya hay muchas personas muertas o vivas pero destrozadas por el dolor.
El trauma que las guerras, o la violencia, genera en el ser humano puede ser indeleble y de consecuencias devastadoras. Toda ayuda humanitaria será poca, no sólo para cubrir las necesidades físicas sino las psicológicas de unas personas que viven aterrorizadas ante la incertidumbre de ser alcanzados por una bomba.
¿Qué le puede responder un padre o una madre a un niño que pregunta por qué los hombres se hacen tanto daño entre sí y no son capaces de dirimir sus problemas dialogadamente encima de una mesa? ¿Por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando los jóvenes utilizan la violencia para conseguir sus fines? ¿Qué les enseña el mundo adulto?
¿Qué se le puede explicar a un niño que pregunta por qué los adultos se enfrentan a sangre y fuego, por qué no respetan a los niños, mujeres y hombres inocentes? "¿Qué hemos hecho nosotros, mamá?" – dirán muchos niños víctimas de las guerras. Y los niños son clarividentes, mucho más de lo que demuestran ser los adultos que pueden decidir.
La neurosis de guerra fue estudiada en los años cincuenta, comprobándose cómo los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial presentaban cuadros de estrés postraumático graves de los cuales no se recuperaban, causando, en muchos casos, daños irreparables en las estructuras cerebrales responsables de codificar las emociones.
Ansiedad crónica, un sistema de alerta hiperactivado, sentimientos depresivos, la sensación de que se están reviviendo (como si volviera a ocurrir realmente) los sucesos que pusieron en riesgo la propia vida o integridad personal (flashback), miedos, fobias, desconfianza, recelo en las personas, síntomas disociativos, agresividad… son manifestaciones de lo que se denomina trastorno por estrés postraumático, el cual arruina la vida de muchas personas inocentes. Es verdad que las víctimas de las guerras o la violencia nos enseñan mucho acerca de cómo se puede conseguir superar el trauma y mantenerse equilibrado, o incluso aprender de una experiencia tan demoledora (lo que se llaman personas resilientes), pero no es menos cierto que hay seres humanos que no pueden superarlo.
“Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en éstas donde deben erigirse los baluartes de la paz", reza el preámbulo de constitución de la UNESCO. Trabajemos todos para que esto pueda hacerse realidad, aunque suene a utopía.