Una joven seguidora del blog (les doy mi más sincera enhorabuena, a la madre y a la hija, y les agradezco que compartan su experiencia con todos nosotros) me envía esta excelente vivencia que nos enseña y nos da las claves, sobre todo a los padres adoptivos, de cómo podemos acompañar a nuestros hijos en su dificil recorrido vital. Es un relato emotivo, lleno de sugerencias prácticas, que rezuma inteligencia y que nos da las pistas sobre cómo educar y cuál es el papel de los padres en esa educación. Con la garantía de una joven cuya experiencia ha merecido mucho la pena (desea conservar el anonimato), visto por ella. Os transcribo lo que me envía, pues no tiene desperdicio y nos puede ser de inestimable ayuda: Así me ayudó mi madre adoptiva
Lo primero que señalaría es que me enseñaba sin castigo físico. “¿Me vas a pegar?” – le preguntaba cuando hacía algo mal. Y me respondía: “Jamás te pondré la mano encima” Incluso cuando era joven e inconsciente, tampoco lo hizo. Si de joven llegaba tarde por la noche, fuera de la hora convenida, me decía: “Vete a la cama, mañana hablamos” Eso lo hacía para que yo me quedara reflexionando sobre lo que había hecho. Al día siguiente me contaba lo preocupada que había estado por la noche con mi ausencia. Si reincidía, me prohibía salir por la noche dos fines de semana. Entonces, yo ya sabía que había hecho algo mal y aceptaba el castigo.
A veces me reñía, si hacía algo mal, y me enviaba a mi cuarto a reflexionar. De pequeña nunca me puso un castigo. Me decía que le pidiera perdón. Cuando estábamos enfadadas, me pedía que le diera un beso. ¡Eso me daba una rabia! Pero con el tiempo comprendí que con ello me enseñaba que estar enfadadas no tenía porqué cuestionar el vínculo y el afecto. El enfado era por mis comportamientos, no por mí. “Nada va a cambiar que yo te quiera” – decía frecuentemente. Y aquello a mí me reconfortaba por dentro porque había venido de un lugar donde recibí malos tratos.
Una pregunta que quema los labios de todo hijo adoptivo es la que yo le formulaba a mi madre con mucha insistencia desde los 13 años: “¿Por qué me has sacado de mi país?” “¡Me has quitado de mis raíces!” Se lo decía con mucha rabia, y a pesar de todo, ella no me recriminaba. Al contrario, toleraba mis emociones; decía que sentía que yo me sintiera así de mal. Y es que durante años estuve preguntándole cuándo nos íbamos a mi país. Siempre mantenía la calma, nunca se sulfuraba. Y es que yo quería volver a mi país, era mi mundo. Es como si arrancas la planta pero dejas la raíz allí… Fueron años duros, pero mi madre aguantó y estuvo ahí.
No pudimos ir a mi país tan rápido como yo hubiera querido por distintos asuntos. Cuando finalmente fui (mi madre también accedió a esto, creo que cuando me vio más fuerte para ello), me decepcionó mucho. Un mundo muy artificial. Me sentí fuera de lugar. No sentí el cobijo que yo pensé que sentiría. La verdad es que lo que sentía era curiosidad por mis orígenes, algo muy normal, creo. Y se pudo dar el caso de conocer algunos de mis familiares, pero creo que ni ellos ni yo estábamos realmente preparados para un encuentro. Hubiera sido negativo para ambas partes. Yo me habría derrumbado al ver tanto sufrimiento. Porque soy capaz de empatizar. No iba, además, poder ayudarles en nada. ¡Con 19 años y sin trabajo! Pero aquella experiencia y el que mi madre me ayudara a elaborarla, me ayudó mucho a comprender la adopción y lo feliz que era con mi madre.
Otro aspecto que destacaría de mi madre adoptiva es la tolerancia que tuvo y tiene. Hay muchos padres adoptivos que se enfadarían sólo por el mero hecho de mentar mi pasado. Mi madre escuchaba que yo quería irme. Y a pesar de que le doliera tanto oír que yo no me vinculaba a ella y a lugar, ¡era capaz de escuchar y entender mis frustraciones y mis sentimientos! Yo podía contar con mi madre, ella estaba a mi lado… ¡Mi madre me ha aguantado tanto! Otros padres hubieran dicho: “¡¡Pero quieres callarte ya con tu pasado!!” Mi madre no, mi madre me apoyaba.
Como veis, hay otra cualidad que se deduce de lo último que estoy contando: la paciencia. Mi madre la tenía, y mucha. Yo pienso que no hay amor si no hay paciencia. Comprendía, por ejemplo en la adolescencia, que es una etapa en la que más acusas la crisis de identidad, que estaba en un mal momento, me entendía en el aspecto de calmarme, estar ahí para que no sufriera… Recuerdo, en la adolescencia, un periodo difícil en el cual me rebelaba a través de la negativa a comer (me obsesioné con la comida, aunque sin llegar a un trastorno), no me invadía con su rabia y emociones negativas (que las tendría) sino que sabía comprenderme y me planteaba que comiera sólo un poquito. Y cuando me sentía infeliz, inútil o triste hacía lo mismo: estar a mi lado. Siempre. Y eso que en ocasiones me salía decirle frases como: “¡Tú no eres mi madre!”, cuando me enfadaba con ella. Pero nunca se la dije. Me callaba porque sabía que una persona que me daba tanto no me podía hacer daño, por lo que yo no podía dañarle a mi vez. Creo que empatizaba con ella. Probablemente porque ella empatizó primero conmigo.
También destacaría cómo me enseñó para la vida, con mucho diálogo y hablándome con toda sinceridad, sin tabúes, de todos los temas: sexo, drogas… Podía hablar con ella de todo. Creo que no caí en nada negativo precisamente porque me enseñaba y hablábamos de ello. Aprendí a decir “no” y a ser diferente del grupo cuando lo necesitaba. Utilizaba un material pedagógico que explicaba distintos aspectos educativos de la vida de un joven (también hablaba de las agresiones sexuales y como yo sufrí una de niña, mi madre usó un recurso indirecto que me ayudó a enfrentar y elaborar esa dura vivencia, que hoy día tengo superada) y, gracias al material y al diálogo que salía, fui comprendiendo y aprendiendo muchas cosas de la vida, y preparándome para ellas, claro.
En conclusión, mi madre adoptiva ganó mi confianza y ha podido llegar a ser mi madre. No puedo poner ninguna diferencia entre si es biológica o adoptiva. Hicimos vínculo de madre-hija, como sé que les pasa también a las biológicas.
Gracias a mi madre yo he aprendido a ser madre.