jueves, 18 de diciembre de 2008

"Me gusta la Navidad"

El año pasado, por estas fechas, estuve comentando lo que muchos pacientes, amigos, conocidos... me transmitían acerca de la Navidad: su sentimiento generalizado de rechazo por muchas razones: por la hipocresía de la sociedad que instrumentaliza la Navidad; por el consumo desbocado (mientras hay quien no tiene nada); por la obligación que el sistema te impone para que te sientas alegre (y si no lo estás, eres un marginado que sólo expresa mal rollo) cuando lo que yo quiero es sentirme de otro modo; porque estas fechas pueden estar asociadas para mucha gente con experiencias dolorosas (pérdidas de seres queridos); y por un sinfin de razones, tantas como personas existen.

El año pasado recomendé a estas personas que partieran del hecho de que no pueden luchar contra lo inmutable: la Navidad está aquí, como dice la canción de la película Love actually, Christmas is all around me!, no podemos hacer nada por evitarla. Por lo tanto, no merece la pena gastar energía en lo que no podemos controlar. Lo que sí podemos controlar es nuestra actitud interior. Por lo tanto, si la Navidad no te gusta, mentalízate de que es desagradable, pero para nada catastrófica. Y no debes de sentirte de ninguna manera, date permiso para sentirte como tú quieras, con independencia de que a los demás les guste o no.

Pero de esto ya hablamos el año pasado, no vamos a ser reiterativos. Este año quiero mostrar la otra cara de la moneda, la de las personas a quienes les entusiasman estas fiestas y te dicen: "Me gusta la Navidad" Experimentan una corriente de emociones positivas que les conducen a transmitir buenos deseos a todos; a ser generosos; a preparar con mimo los christmas para sus amigos, familiares...; a escoger los villancicos; a esperar anhelantes la llegada de los seres queridos ausentes el resto del año; a sentir la experiencia religiosa que recuerda que un Hombre nació en un pobre portal en el seno de una familia humilde, siendo esperanza para muchos desheredados; a disfrutar de los niños y su inefable manera de vivir la Navidad, los regalos… que inyectan magia y alegría a todos… En suma, rezuman optimismo, vitalidad y alegría por doquier, y no piensan que todo es un engaño, sino que tratan de alargar esta actitud todo el año, considerando que el espíritu de la Navidad (la esperanza de un cambio y un mundo mejor para quienes no lo tienen y sufren por ello) debe patentizarse en estas fechas y tratar de extenderlo al resto del año. Para ellos, lo principal es lo que se celebra y los valores que sienten; la consecuencia es todo lo demás: las felicitaciones, la buena mesa y el buen vino, los regalos… Y una vida con valores es una vida plena.

Yo respeto todas las posturas, pero tengo mi opinión y me apunto a la última actitud. Así que, por todo ello, y con verde esperanza,

¡¡FELIZ NAVIDAD!!
¿Qué opináis?

miércoles, 10 de diciembre de 2008

¿Ignoramos a los otros como personas?

Una persona me ha pasado la siguiente información leída en un diario argentino, La Nación, recogida de un grupo de expertos que debaten en un congreso acerca de las causas que nos llevan a ignorar a los otros. Creo que da en el clavo de los males que nos aquejan:
Expertos en salud mental debaten sobre las razones que llevan a los argentinos a olvidar que los otros son también personas.

Tesy de Biase, Para LA NACION

La clásica ley universal que niega al otro para actuar sin culpa ("ojos que no ven") se ha corporizado con particular intensidad en la argentinidad actual. El otro (el prójimo, el semejante) aparece desdibujado, como si sus fronteras fueran invisibles. "Cuando vas por la calle la gente te atropella como si fueras transparente, te quiere pasar por encima, no existís", se queja la diseñadora gráfica Lorena Szenkier. "Esta impersonalización que transforma al otro en una cosa es hoy una característica de nuestra sociedad, que nos empuja a vivir hacia afuera, con cierta huida de nosotros mismos", dice el psicoanalista Alfredo Painceira, que dictó la conferencia "El mal como la negación del otro ", en el VII Congreso Argentino de Psicoanálisis, realizado en Córdoba. "Los vínculos entre las personas tienden a hacerse cada vez más instrumentales -dice Painceira-. El otro pierde su carácter de semejante para convertirse en cliente, rival o sencillamente en un instrumento para obtener algo." "El automatismo y la anomia de las ciudades superpobladas ceden en pueblos del interior, en donde la trama social se teje con nombres propios, los vínculos son más personalizados y cada uno ocupa un rol irreductible. Sin embargo, la tendencia general es de pérdida progresiva de la capacidad de empatía, de reconocer al otro y armonizarse con sus parecidos y diferencias." "La raíz de muchos males contemporáneos tiene estrecha relación con esta imposibilidad de reconocer al otro", dice Painceira, y rescata una advertencia de Juan Pablo II, quien poco antes de morir dijo que el peor de los males de este tiempo es el de inadvertencia. Pero la conversión del otro en un "objeto/nada", tal como lo definió la licenciada Estela Bichi, que también participó del citado congreso, no lleva patente argentina. Mediante este procedimiento, la civilización ha realizado, a lo largo de su historia, innumerables actos de incivilización y barbarie, aunque no siempre con la premisa del sadismo, sino de lo que la filósofa y pensadora alemana Hannah Arendt llamó "banalidad del mal". "Una de las cosas que más extrañaron a Arendt cuando conoció al genocida Adolf Eichmann, corresponsable de "la solución final" planificada por los nazis contra judíos y opositores, fue que se trataba de un burócrata: despersonalizando a las víctimas, transformándolas en simples números, convertía el Holocausto en un problema matemático". "Tenemos que matar a cinco millones de personas con el menor costo. ¿Cuál es el método más barato?" Sin alcanzar el dramatismo extremo que se ha repetido a lo largo de la historia en infinitas escenas de crueldad acompañada de anestesia, la vida actual multiplica cotidianamente escenas protagonizadas por quienes hacen del otro una nada, hecho que los avala a proceder con la mayor de las libertades sin asumir compromiso alguno sobre su propia conducta. El saber popular lo resume con la frase "La libertad de uno termina donde empieza la del otro". La ecuación es sencilla: si el otro no existe, la libertad de uno se expande. Pero el otro existe. Prohibido hacerse el autista. Uno de los resortes psicológicos que subyacen a este pase de magia que esfuma al otro tiene seguramente una raíz primitiva: "Quien no ha sido percibido, tratado ni sentido como persona en sus primeros años no puede desarrollar él mismo la capacidad de hacerlo", explica Painceira. Las personas con estas características "no sienten, viven desconectadas de sus afectos, en un cuerpo que sienten como un objeto más en un mundo de objetos". Sin embargo, la multiplicación del fenómeno permite pensar en mecanismos sociales que activan los engranajes del individualismo extremo. "En nuestra cultura cada vez es menos frecuente la relación yo-tú, y cada vez es más frecuente el contacto puramente instrumental del otro, que pasa a existir exclusivamente cuando es un obstáculo o cuando lo necesitamos." Para muestra, un estudio reciente realizado por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) detectó que el 70% de los argentinos asume conductas discriminadoras, especialmente hacia las personas pobres. Es decir que la mayoría de nosotros segregamos a quienes no vemos como semejantes, salvo cuando resuelven nuestras necesidades. La manifestación de esta devaluación del otro se manifiesta en hechos cotidianos que, en opinión de Renata Pavani, demuestran "una brutal pérdida de valores y prioridades, además de una despersonalización de nosotros mismos". Desde la experiencia que adquirió invirtiendo tres horas diarias en viajar desde y hacia su trabajo como product manager de una editorial médica, comenta: "Hemos llegado a tal nivel de patetismo, que el otro día en el subte descubrí un cartel, paralelo al oficial, que decía "Prohibido hacerse el dormido", y se veía a una mujer embarazada colgada del pasamanos y a un chico joven sentado, que parecía dormido...". "El mecanismo es similar con las normas de tránsito y tantas otras normas -concluye-. Todos sabemos lo que tenemos que hacer, pero cuando nos toca hacerlo, nos hacemos los autistas"

Para mí, el análisis no puede ser más certero. Apliquémonos todos el cuento...